ANDREA FRASER. EL ARTE EN CUESTIÓN
Mª Ángeles Cabré
Si las Guerrilla Girls empezaron denunciando, y siguen denunciando, la presencia residual de las mujeres dentro del sistema del arte, la norteamericana Andrea Fraser (1965) cuestiona directamente el sistema del arte contemporáneo en su conjunto, cosa que queda bien clara en esta exposición monográfica –la primera en España– que recoge treinta años de su trabajo, en el cual toma como objeto de estudio el mundo del arte, que incluye estructuras sociales (jerarquías) que los museos institucionalizan y que el público interpreta (o simplemente acata) con la complicidad, cómo no, de los artistas.
Me pregunto qué sucedería si un crítico literario o mismamente de arte le soltara a la dirección del suplemento o revista donde trabaja una sarta de improperios. ¿Qué sucedería si le dijera que le parece una completa estafa? Lo pondrían de patitas en la calle, es evidente. A Fraser en cambio el MACBA la expone sin recelo, pues hace ya tiempo que en el arte contemporáneo se admite todo aquello que en otras disciplinas se prohíbe y las prácticas críticas incluyen la autocrítica (aunque en el mismo MACBA se prohibiera hace nada una pieza por escandalosa; un caso claro de injerencia institucional). Si el arte no está para escandalizar y para hacernos avanzar, no hace falta que exista.
«Hello, welcome to Tate Modern!» (2007) nos recibe en la primera sala aturdiéndonos con la voz cruzada de artistas, comisarios y otros animales relacionados con el mundo artístico. Junto a ella muestras documentales de museos e instituciones de arte, que dan paso a instalaciones y vídeos-performances en los que Fraser se revela como una camaleónica protagonista, tan versátil como Cindy Sherman, con quien comparte la capacidad de colocarse en las diferentes caras de un prisma, en su caso aquel que encierra el arte como industria e intercambio de conocimientos.
En uno de los vídeos la vemos mostrando a los visitantes un cuadro –en concreto un rectángulo negro–, dándoles toda clase de interpretaciones que nos enfrentan al espejo de la impostura y la jerga ridícula. En otro, se desnuda prenda a prenda hasta quedar en cueros mientras suelta una engolada charla a un público obediente. Muestras brillantes de ironía verbal que contrastan con otra cinta en la que un coleccionista mantiene relaciones sexuales con una artista, tedioso experimento que bien podría haberse ahorrado, aunque el mensaje queda bien claro.
Andrea Fraser, Men on the line, 2012-2014
Fraser se interpela asimismo en clave psicoanalista y feminista en otros dos vídeos geniales, en uno de los cuales («Men on the line», 2012/2014) la vemos con apariencia masculina disertando acerca de la relación entre los hombres y el compromiso con el feminismo. Mientras en «Kuns muss hängen» –Art must Hang– (2001), whisky en mano, imita las maneras de un tipo trajeado en una inauguración, de la que darían ganas de salir huyendo.
La autoconciencia en el mundo del arte, que con la pieza «1%, c’est moi» (2011) cuestiona el mercado del arte en relación a los ingresos, se extiende a una reflexión global en «White People in West Africa» (1989/1991/1993), serie donde la vemos fotografiada como turista en diferentes enclaves de la aldea global que es hoy el mundo. Crítica teñida de humor, que nos sacude y nos afloja los músculos faciales, revelándose en su lenguaje mucho más efectiva que los kilos y quilómetros lineales de proyectos de arte conceptual expuestos en este instante en los museos del mundo, de una aséptica y petulante frialdad.
A Fraser, en cambio, la teoría de los campos sociales de Boudieu le hace decir que una comunidad es una clase social, cosa que es bien cierta y que nos convendría ir entendiendo para poder gestionar mejor esa siempre difícil convivencia, ya sea en la vida real o en esa especie de campo de minas, de tiras y aflojas, de sentido y sensibilidad, de rosas y cuchillos que es el arte.
Andrea Fraser, L’1%, c’est moi, MACBA, Barcelona. Del 22 de abril al 2 de octubre de 2016.