CATACLISMO

LARA ALMARCEGUI, PARQUE FLUVIAL

María Álvarez

No resulta fácil lograr la originalidad en el ejercicio del llamado “arte urbano”. La ciudad, sus rincones, sus personajes, sus arquitecturas emblemáticas… han inspirado cientos de obras hasta convertirse en una tendencia con entidad propia. Tanto en sus imágenes más amables como en aquellas que hurgan sin rubor en sus miserias menos honrosas, la urbe ejerce de musa indiscutible por sí misma. Tanto que pudiera parecer agotado su repertorio de imágenes, tendente a la repetición y la revisión versionada de los mismos escenarios. Sin embargo, en su entramado cotidiano, casi todo puede exhalar belleza e interés artístico cuando se observa desde una mirada estética. Algo así podríamos responder a una supuesta pregunta sobre los aspectos de la ciudad que estimulan a Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972). Artista urbana, con los pies en la tierra y buscadora de símbolos aferrados a la realidad, Lara plasma su ideario iconográfico una vez más con la aparente simplicidad que le caracteriza. Parque fluvial abandonado es una colección que muestra esa sencillez en el número de obras – solamente dos – y en los materiales utilizados: vidrio triturado, piedras, tierra, papel, una cámara de vídeo y el propio paisaje. Su grandeza viene dada por el tamaño de una de sus piezas y el simbolismo de la otra.

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La intervención “Materiales en construcción”, impacta por su disposición, austera y monumental al mismo tiempo. Seis montones de diversos materiales invaden el espacio arquitectónico para ponernos en contacto con el destino final del propio edificio. Tierra, piedras, papel y vidrio se muestran como protagonistas de una obra que muestra el aspecto más inquietante de cualquier inmueble y de la ciudad misma: su demolición. Con esta creación que reproduce la acumulación de escombros tras el derrumbe, Almarcegui reduce la arquitectura a su expresión más prosaica y la convierte en obra de arte casi escultórica gracias a la disposición de los materiales, el poético juego de volúmenes y una cuidada utilización de los colores, en la que los marrones dominan el espacio revalorizando la tierra como elemento primigenio, como cimiento que sostiene todo aquello que llamamos urbano. Solamente el brillo blanquecino de los cristales triturados y el gris del papel que simula cenizas alteran el cromatismo pardo de la obra. Junto a ellos, simulando despojos metálicos, una montaña ficticia de muelles, tornillos y piezas de deshecho procedentes de un derruido edificio anónimo completan la instalación.

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A primera vista, resulta innegable una cierta sensación de desasosiego, de inevitable pesimismo puesto que nos encontramos frente a una desagradable idea: la destrucción definitiva de un edificio, de la ciudad, incluso de nosotros mismos dentro de ella. En cambio, paseando entre esas ruinas asoman también la esperanza y el lirismo de que aquello no simbolice la muerte urbana, sino un nuevo principio a partir de ella. Tal vez debamos conjugar las dos ideas y entender, con la misma sencillez que Lara Almarcegui concibe sus proyectos, que, simplemente, hasta la arquitectura más ambiciosa termina de la misma manera que empieza: en un montón de materiales toscos.

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El vídeo Parque fluvial abandonado, por su parte, prescinde de todo elemento lírico para convertirse en testimonio audiovisual de otro derrumbe urbano devastador en los últimos tiempos: el de zonas periféricas que prometían revalorizarse gracias al boom inmobiliario, y, en cambio, a causa de la crisis, han sido abandonadas sin alcanzar sus propósitos. Esta realidad de solares removidos y edificios a medio construir que irrumpen en el paisaje como fantasmas de ladrillo podría ambientarse en cualquier urbe española, aunque la artista elige la propia ciudad de León como protagonista. El barrio de La Lastra se convierte, a través de esta obra, en el símbolo de tantas ambiciones urbanísticas que no han llegado a materializarse o han sido abandonadas a medio camino. Almarcegui documenta sin ningún tipo de alarde el aspecto desangelado de sus descampados, su silencio estéril y su vacío humano, consecuencias de una brusca inversión en el proceso natural de crecimiento urbanístico. No quedan más que huellas leves de los modernos bloques de viviendas que prometían sueños cumplidos a sus propietarios, no existe más que tierra solitaria donde deberían existir parques con columpios de colores. Vegetación rebelde donde deberían crecer árboles modelados al gusto; agua turbia de río donde deberían burbujear fuentes transparentes. Ni rastro de aquel futuro. Ni sombra del proyecto soñado. Nada. En un recorrido visual con un alto valor de testimonio gráfico, “Parque fluvial” muestra la realidad desoladora de este barrio leonés, donde la naturaleza agreste sustituye al tejido urbanístico previsto y se impone a los discretos rincones habitados; donde el reloj ha vuelto a detenerse a la espera de tiempos mejores.

 

Lara Almarcegui, Parque fluvial abandonado, MUSAC, León. Hasta el 13 de octubre de 2013.

Exposición incluida en el II festival Miradas de Mujeres 2013.

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