Yokou Inoue, s/t, 2007
Rocío de la Villa
La denuncia de la violencia de género y la producción de imágenes y otras iniciativas para acabar con esta lacra social, que sigue presente en todas las sociedades del planeta todavía a principios del siglo 21, desde los años sesenta ha sido un elemento central en el arte y las prácticas artísticas feministas que, en la última década, ha entrado a formar parte de la agenda global del arte contemporáneo.
La violencia sobre las mujeres va desde el maltrato psicológico y el asesinato a la violencia sorda e invisible, aceptada como “normal” en el seno de cada sociedad. Por ello, muchos trabajos han estado y están dirigidos a visibilizar con imágenes rotundas lo que hace apenas dos décadas fue definido en la Conferencia Mundial de la ONU sobre Derechos Humanos de 1993. Como es habitual, en esta exposición encontramos algunas imágenes muy duras, como la serie de fotografías que documentan la violación que sufrió Patricia Evans en 1988 mientras hacía footing en los alrededores del lago de Chicago.
Sin embargo, el poder del arte va más allá de su capacidad para explicitar lo impresentable, mediante toda suerte de estrategias: narrativas e irónicas, poéticas y humorísticas, con inversiones y omisiones que ahondan en la imaginación y en la reflexión, subvirtiendo las estructuras asimiladas de dominación. Como en el pequeño y penetrante dibujo de Louise Bourgeois, El accidente (1999) que nos saluda al inicio del recorrido, mostrando la silueta de una mujer desnuda y con tacones que, aunque travesada por una muleta, sonríe, como tantas mujeres atrapadas en la violencia de pareja. Y en el aparente souvenir africano de una figurita de cuentas de Joyce J. Scott. O bien, en las Rayografías de respiración (2008) de Lise Bjorne Linnert, donde en las láminas en negro quedan marcadas como luces las huellas de la respiración al gritar. Y en los vestidos de plumas colgantes en El vuelo (2008) de Cecilia Paredes, que dan la contrarréplica a las imposiciones en el mundo árabe. O también, el doble montaje del registro de la histórica performance de Yoko Ono, Cut Piece, llevada a cabo en 1965 y en 2003, entre los que planea el arco desde la vulnerabilidad al reconocimiento.
Por tanto, más bien este enfoque abierto es el predominante en esta exposición organizada por Art Works For Change, que ya ha sido visitada en Oslo, Chicago y Tijuana, y ahora recala en Madrid para continuar su itinerancia en Johannesburgo y Nueva York. Pues, entre las 28 obras de 26 artistas –entre quienes se hallan solo dos hombres– de América, África, Asia y Europa encontramos más piezas ambivalentes destinadas a motivar la comprensión del espectador que la mera denuncia en los ámbitos abordados: individual, familiar, comunitario, social y político. Como, por ejemplo, la imagen de la japonesa Yoko Inoue que podría considerarse la representación de una adolescente a la defensiva, cuando en realidad alude a la intervención colectiva de mujeres en muchas comunidades de Latinoamérica, que se congregan frente al domicilio donde la violencia tiene lugar, acción quizás ancestral germen de las caceroladas como forma de activismo político en las urbes contemporáneas. Una propuesta de empoderamiento, latente en todo el proyecto, que se hace patente en la popular imagen pacifista Over my dead body (2006) de la palestina Mona Hatoum.
International Rescue Committee-Voices from the Field, A Global Crescendo: Women’s Voices from Conflict Zones, 2008
Y también en la iniciativa A Global Crescendo (2008) de International Rescue Committee, que dotó a mujeres en conflicto con cámaras fotográficas para que hicieran ver al mundo su realidad. Y en la serie onírica de Miwa Yanagi, Abuelas: con las imágenes de la recreación de cómo se veían de ancianas Estelle, Kwanyi y Tsumugi, tres de las jóvenes japonesas a quienes la fotógrafa encuestó a través de Internet, convencidas de que gozarían de poder, respeto y aventuras.
Miwa Yanagi, Tsumigi, serie Grandmother, 2007. Courtesy of Yoshiko Isshiki Office, Tokyo, Japón
Es una pena que problemas de coordinación hayan recluido las dos únicas pinturas en la muestra de la china Hung Lu, Desde el campo (2008) y de la estadounidense Jaune, La niña que lleva dentro (2007) a un estrecho pasillo, cuyas paredes e iluminación rojas –como de puticlub–, las condenan a la invisibilidad, dándose la paradoja de que estas artistas y sus obras resultan ser víctimas de maltrato en el montaje, a cargo de Gabriel Corchero Studio y Carlos Alzueta. Una pequeña objeción que no menoscaba el valor y auténtico interés de este proyecto. Pero que denota la carencia de criterios sólidos por parte de bienintencionadas instituciones como esta, al parecer, ajena a los contenidos con que pretende rellenar su programación.
Contraviolencias. 28 miradas de artistas, Fundación Canal, Mateo Inurria 2, Madrid. Del 8 de mayo al 21 de julio de 2013.
Comisaria: Randy Rosenberg.
Artistas participantes: Yoko Ono (Japón), Marina Abramovic (Serbia), Louise Bourgeois (Francia), Jane Alexander (Sudáfrica), Lise Bjorne Linnert (Noruega), María Magdalena Campos-Pons (Cuba); Patricia Evans, Joyce J. Scott, Jaune Quick-to-See Smith, Elisabeth Sunday y Hank Willis Thomas (Estados Unidos); Maimuna Feroze-Nana (Paquistán), Mona Hatoum (Palestina), Yoko Inoue y Miwa Yanagi (Japón), Jung Jungyeob (Corea), Fatou Kande Senghor (Senegal), Amal Kenawy (Egipto), Hung Liu (China), Almagul Menlibayeva (Kazajistán), Gabriela Morawetz (Polonia), Wangechi Mutu (Kenia), Miri Nishri (Israel), Cecilia Paredes (Perú), Cima Rahmankhah (Irán); e International Rescue Committee.