CATACLISMO

SYLVIA SLEIGH en el CAAC

max warsh seated nude. sylvia sleigh, 2006Sylvia Sleigh, Max Warsh Seated Nude, 2006

SYLVIA SLEIGH EN EL CAAC
Elina Norandi

La exposición de Sylvia Sleigh es una producción conjunta del Kunstnernes Hus de Oslo, de la Kunst Halle de Saint-Gall y el Museo de Arte Contemporáneo de Burdeos, espacios donde ya se ha podido contemplar, además de inaugurarse también en la Tate Liverpool. Ahora, afortunadamente, concluye un recorrido de dos años de exhibición en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, cuyas salas nos ofrecen la muestra retrospectiva más completa que se haya realizado sobre esta artista.

Sylvia Sleigh, nacida en 1916 en Llandudno (Gales), se formó en la Brighton Art School y había realizado algunas exposiciones en Londres cuando, en 1941, se produjo un encuentro determinante en su vida: conoció al historiador y crítico de arte Lawrence Alloway, quien fue un compañero estimulante y generoso con el talento de Sylvia (“Te amo, con locura, intelectual, impulsivamente, constantemente, Te amo”, le escribe en una carta). La pareja constituye uno de esos casos de enriquecimiento y fertilización mutua frecuentes en la historia del arte y cuyos respectivos trabajos aún están pendientes de ser analizados bajo esta perspectiva, pues seguramente ambos jugaron roles fundamentales en el éxito de la carrera de su cónyuge.

En 1961 se trasladaron a Nueva York, donde los dos se involucraron intensamente en el ambiente artístico del Soho y de Chelsea, rodeándose de intelectuales, escritores, músicos y artistas, muchos de los cuales son los protagonistas de las obras que ahora podemos ver en el CAAC. Alloway se convirtió en curador del museo Solomon R. Guggenheim –la atribución de haber acuñado el término Pop-Art ya le había proporcionado fama y prestigio– mientras que Sleigh tomó contacto con las artistas que, en ese momento, estaban comprometidas con el ideario feminista, comenzando a elaborar la producción iconográfica por la que hoy es reconocida.

Eran los años de la segunda oleada del feminismo y nunca tanto, como hasta entonces, las artistas e historiadoras se habían cuestionado las carencia de mujeres en la historia del arte oficial así como las formas de representación del cuerpo femenino imperantes en las grandes obras maestras de Occidente. Sleigh se sumó a esta tendencia proponiendo una nueva visión de la masculinidad, situando a los hombres a los que retrataba en las mismas poses y situaciones en la que tradicionalmente se había plasmado la figura femenina. De esta forma, la artista se fijó en pinturas de Velázquez, Tiziano, Giorgione, David o Rossetti, donde estos maestros habían trabajado el desnudo femenino para desarrollar la atmósfera y elegir las posturas de sus retratados, quienes en su mayoría eran integrantes conocidos del ambiente artístico neoyorquino. Así pues, unos modelos que suelen aparecer totalmente desnudos y en posiciones muy explícitas, con el vello corporal profuso y detallado, y cuyo sexo se muestra sin pudores ni ambivalencias, lejos de devenir ejemplos de virilidad estereotipada, se muestran en toda su vulnerabilidad y belleza sensual. Los hombres reclinados sobre fondos de flores multicolores, tejidos estampados o exuberantes jardines nos sumergen de lleno en la época hippy y su explosión flower power al tiempo que nos remiten a las bellas odaliscas de Matisse o Ingres; de hecho estos cuerpos les ocupan el puesto, ya que pocas veces antes una mujer había plasmado el cuerpo masculino desde el deseo.

Paul-Rosano Reclining. Sylvia Sleigh, 1974Sylvia Sleigh, Paul Rosano Reclyning, 1974

Sin embargo, al proponernos el juego de las sustituciones, Sleigh nos sitúa delante de unas imágenes incómodas que aún hoy nos provocan sensaciones encontradas. ¿Nos sigue chocando ver cuerpos masculinos jóvenes y fuertes entre florecillas campestres? Sin duda Sleigh articuló, bajo esta apariencia alegre y amable, un imaginario transgresor y revolucionario: una avanzadilla queer donde las fronteras entre los géneros comenzaban a resquebrajarse.

Por otra parte, su modelo preferido, tal como ella explicó en sus anotaciones, fue siempre su marido, quien protagoniza más de 60 obras de la pintora. Alloway no dudó jamás en mostrarse desnudo, en situaciones íntimas, tumbado boca abajo, recordando a una cortesana de Boucher… dejando que su abdomen, su sexo, sus nalgas fueran la sintaxis del discurso feminista de su mujer artista. Así, ambos no solo subvirtieron la manida historia del pintor y su musa sino también los parámetros del tema “el artista y la modelo” tan reiterado en los movimientos de vanguardia.

Otros trabajos interesantes en la carrera de Sleigh son sus retratos grupales, con los que obtuvo gran éxito y conforman parte de su sello estilístico. Aunque en la exposición no se muestra su famoso Baño Turco (1973), sí se puede apreciar el retrato de las integrantes de la galería A.I.R., fundada en 1972, y que todavía trabaja sin ánimos de lucro para promocionar la obra de las mujeres en el mundo de las artes visuales.

A.I.R Gallery, Sylvia Sleigh, 1972Sylvia Sleigh, A.I.R. Gallery, 1972

Por último, la exposición se completa con algunos paisajes, bodegones y pinturas de flores, menos significantes en la carrera de la pintora pero interesantes para comprender mejor su trayectoria, al igual que la gran cantidad de cartas, documentos, estudios, collages y notas personales que también se exhiben y que nos hablan de una artista que escribía y reflexionaba muchísimo sobre ella y su trabajo así como sus impresiones sobre el arte y la práctica creativa.

En 2010 Sleigh fallecía de un derrame cerebral, hacía veinte años que había muerto Alloway, durante los cuales ella siguió trabajando y exponiendo hasta dejarnos un legado de unas 400 obras en las que elaboró un discurso tan personal como subversivo, y una de las historias de vida creativa, cooperación y amor más interesantes de las últimas décadas del siglo XX.

 

Sylvia Sleigh, La mirada inoportuna, Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, Sevilla. Del 27 de septiembre de 2013 al 12 de enero de 2014.

 

 

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