CATACLISMO

LOS LUGARES COMUNES DE ALONSO & MARFUL Y LA ESPERANZA DE PANDORA

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LOS LUGARES COMUNES DE ALONSO & MARFUL
Y LA ESPERANZA DE PANDORA

Amparo Fernández
Prfa. Dra. Universidades de ANÁHUAC-PUEBLA y UNARTE

La primera definición que se me ocurre a la hora de catalogar el despliegue de medios que Su Alonso e Inés Marful utilizan en su instalación Lugares comunes, que estará expuesta en el claustro del Palacio de los Condes de Toreno (Oviedo) hasta el 31 de diciembre de 2013 es la de “conceptual sinfónico”. No en vano, la pieza, de una complejidad y una contundencia plástica deslumbrantes, lleva por subtítulo 8 variaciones para tierra, cámara, secuenciador y voces naturales. La partitura, que responde a una estética coral cada vez más presente en la obra de A&M, se presenta dispuesta con una limpieza de corte minimalista a lo largo de dos paredes. En la pared izquierda, diríase que del lado del corazón, se nos muestra una serie de siete paneles verticales que se completan con una proyección de vídeo que se reproduce en bucle en la pared frontal. En los siete paneles, de una verticalidad que subraya el carácter ascensional, y el sesgo marcadamente espiritual del proyecto, podemos ver a una de las artistas enterrada hasta los hombros en siete puntos de la geografía asturiana.

Mujer/árbol que nos trae a la memoria los precedentes de Fina Miralles o Ana Mendieta, la figura femenina parece brotar de la hierba, emerger desnuda en medio de un bosque de castaños o integrarse sin ruido entre los helechos y el perejil de ribera, encarnando el papel de una piedra de betel o de un nuevo axis mundi en el que la tierra deje de ser concebida como una fuente inagotable de recursos y tome el relevo de un dios muerto, cuyo féretro hemos visto desfilar desde que, en su prefacio a la Fenomenología del espíritu, un Hegel visionario decretara su extinción inapelable y, con ella, la muerte del arte.

Bajo cada una de las fotografías, una benditera de piedra recoge la muestra de tierra obtenida en cada uno de los puntos, invitándonos a “mojar” los dedos en el barro originario y a llevarlos a la frente, en una emotiva conminación a comulgar con la naturaleza y con la vida como únicos reductos de una sacralidad laica. En este contexto, no es el menor de los méritos de Lugares comunes proponer la oposición entre la racionalidad científica, convertida no pocas veces en sinrazón instrumental que engendra monstruos, y la propuesta de un acercamiento a la tierra desde un animismo panteísta que parece defender la idea del ser como un frágil hilo de un telar inconcebible cuya verdadera entidad, y cuyo propósito, si alguno tuviera, no entenderemos nunca.

En el trasfondo, aludidas directa o subliminalmente, las filosofías de Spinoza o Schopenhauer, los acordes holísticos del zen y, sin lugar a dudas, la huella de Heidegger y su sombría advertencia acerca del olvido del ser en el seno de una cultura que ha hecho del materialismo el santo y seña de un individualismo des-almado. Así, las autoras han incorporado a cada muestra de tierra el análisis edafológico que da cuenta del pH, la conductividad eléctrica, el potasio asimilable…, aportando a su apuesta por un nuevo humanismo la fría contrafigura de los datos, invitando, de camino, a asumir la condición humana como valor y como límite en el seno de una ética cordial que bombea sangre sobre los catecismos rotos y anima a apurar hasta las heces la gloria y la miseria de la condición humana.

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Cada una de las verticales que componen la fotografía y la benditera que la completa lleva asociada una pieza musical que se reproduce en bucle. Son, en total, siete bases armónicas sintéticas, la “voz” de un elemento natural (el agua del río, el rumor de las cascadas, el sonido del mar, el viento y la tormenta…) y la de una de las artistas, que recita hasta cincuenta y cuatro ruegos por pista, uno por cada cuenta del rosario. Si sumamos los mantras de las siete pistas, el resultado que arroja son trescientos setenta y ocho ruegos:

Por la izquierda a la izquierda de la izquierda
Por el naufragio
Por mi madre, que puso sus pies en el confín del rayo y regresó tranquilamente a casa
Por la noche en que Platón soñó con Mandelbröt y vio escrita la fórmula del universo
Porque el único exilio insoportable es el que nos destierra de nosotros mismos
Por la sombra del arce
Por el misterio
Por la filosofía que troqueló la Nada e hizo de ella un ser con atributos
Por la piel arrancada a los visones
Por la campana que despertó a John Cage y le enseñó el murmullo de todo lo que existe (…).

El sonido de los elementos naturales, la solemnidad casi religiosa de los acordes y el desfile de ruegos se conjugan para que nos sintamos trasladados a un mundo singular, en el que la naturaleza, la música, la filosofía y la poesía se combinan en un tapiz de estímulos absolutamente inolvidable. No es solo la voz lo que nos acaricia, sino la turbulencia dulce de un más allá que está aquí. Nuestro reino, parece decir esta mujer/semilla, con el rostro simbólicamente oculto tras el cuadrado que representa al elemento tierra en la geometría sagrada, no es ya de otro mundo, sino de este. Del que pisamos día a día, paso a paso, de norte a sur y de este a oeste, pues es la entera humanidad la que parece querer entrar en este raga que se reproduce en bucle, simulando la circularidad de los procesos naturales. De hecho, el cuadrado que recubre y oculta el rostro en cada una de las imágenes es del color de la muestra de tierra correspondiente según el pantone Munsell que se utiliza en cualquier laboratorio del mundo para referenciar los colores del suelo. Alianza simbólica, por tanto, del individuo y del medio que subraya el carácter universal de la propuesta y que hace que nos identifiquemos con esa mujer sin rostro que hunde en la tierra su semilla y espera que fructifique en un nuevo humanismo.

La pieza de vídeo, titulada Diarios de la tierra, variación para tierra, cámara y voz humana, recoge un singular making of del proyecto. Un cruce de miradas y de voces de las dos autoras reflexionando acerca de su propia obra, ilustrando su avance y proponiendo para ella, en definitiva, un enclave meta-artístico.

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Conferir unidad a una pieza coral de esta complejidad no ha debido ser fácil y, de hecho, Lugares comunes deja traslucir un trabajo meditado y sereno al que sólo un proceso de decantación semántico-formal muy preciso ha podido dotar de esta rotunda apariencia de sinfonía conceptual. No me resisto a recoger alguna de las notas y a recomendar a quien se acerque a Oviedo que no deje de acercarse a este lugar común que, siendo universal, como todo arte que se precie, nos habla a cada uno, a cada una, con el suave murmullo de una confidencia.

“Cuando la fotografía intenta ir más allá rompe sus límites y reclama otras presencias y otros lenguajes. La tierra, personalmente excavada y directamente recogida con las manos. Las referencias espacio-temporales que fijan la instantánea a un punto irrepetible en la flecha del tiempo. El ruido del agua o del viento. Todo aquello que la fotografía oculta y revela (oscuramente alude) al mismo tiempo. Y luego, claro, las letanías, la música… No ya la parquedad frustrante de una imagen, su silencio, sino la forma(liza)ción de una especie de ecosistema creativo. Una autoría red. No el resultado bidimensional de una producción instantánea sino su despliegue en el tiempo y en el espacio. Los signos de su hacer (poiein) interior. La polifonía de voces que lo habitan. Su tierra madre”.

Su Alonso e Inés Marful han conseguido abrir el férreo estuche de la modernidad de que hablara Max Weber y conjurar la letanía de los males que nos aquejan para dejar escapar, en un soplo lúcido y vivificante, la esperanza de Pandora.

 

Su Alonso & Inés Marful, Lugares comunes, Palacio de los Condes de Toreno (RIDEA), Plaza de Porlier, Oviedo. Del 5 al 31 de diciembre de 2013.

 

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