REGINA JOSÉ GALINDO Y LA EMPATÍA
Lidón Sancho Ribés, Educadora artística, Instituto de Estudios Feministas y de Género
Purificación Escribano, Universidad Jaume I de Castellón
Al entrar a una exposición de la artista Regina José Galindo no puede entenderse en principio qué tiene que ver la empatía con el dolor que ella misma está infringiendo a su cuerpo. La primera reacción suele ser la de apartar la mirada o dar un paso atrás.
Acostumbrados al desfile de imágenes que suele reportarnos la publicidad en una era en la que la imagen repetitiva y perfecta es la habitual en nuestras vidas, puede que la obra de Galindo, artista de performance de origen guatemalteco, sea una herida a nuestra sensibilidad, que se conforma con lo descafeinado.
Como un puñetazo en el estómago, Galindo golpeó en el panorama artístico con una primera performance titulada Lo voy a gritar al viento (1999), en la cual demostró que hay que utilizar toda la energía y la fortaleza para vivir y hacer arte. Su León de Oro a la mejor artista joven, ganado en la Bienal de Venecia de 2005, respaldó lo que en su día muchos ya habíamos pensado que se iba a convertir la obra de Regina: en una potente voz de denuncia.
Al principio de su carrera artística, pocas personas supieron reconocer de qué estaba hablando realmente Galindo con sus obras. La utilización de sangre, fluidos y el maltrato hacia su cuerpo mermaba la curiosidad en la gente por indagar por qué una artista se comunica de ese modo para sacar a la luz algo que le preocupa y que no logra entender. Y resulta paradójico que en una sociedad donde las noticias sobre violencia, muerte, violaciones y guerra a las que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación, sirviéndolos en cada comida o cena en nuestros hogares, se suela herir la sensibilidad de alguien con obras como Himenoplastia (2004), donde se realiza la práctica quirúrgica de reconstrucción del himen –clandestina y peligrosa– a la que se someten miles de mujeres no solo en Guatemala, sino en el mundo entero. Una modificación en el cuerpo sutil que, sin embargo, cambia la categoría de la mujer de manera radical: de ser repudiada socialmente a aumentar su valor como “mercancía” completa.
De hecho, el mayor conflicto al que suele enfrentarse el arte contemporáneo es precisamente justificar sus acciones artísticas para que se valoren sus obras a la hora de exponerlas frente a un público paradójicamente sensible que se ha criado en un entorno hostil en lo que se refiere a imágenes violentas. Algo bastante confuso ya que, hoy por hoy, el arte contemporáneo es el que alcanza mayores cifras en el mercado del arte y subastas[1].
Galindo solo expresa aquello que ni su cuerpo ni su mente puede entender ni justificar. Una forma de entender la conexión entre vida y arte que comenzaron nuestros antepasados en las cavernas para descifrar lo mágico y lo no entendible, y que ahora Regina desmiembra y analiza con sus obras.
Su cuerpo como medio, arma, lienzo, y megáfono plasma los temas que a la artista le merecen la pena anunciar a su público. Uno de ellos es la violación, que se ha convertido en la mayor lacra en tiempos de guerra y de paz. En su acción El dolor en un pañuelo (1999), donde se visionan titulares de periódicos de Guatemala sobre su cuerpo desnudo, comenzó una andadura de marcación en su propio cuerpo que fue de menos a más en daño y profundidad. Como una catarsis emocional, ha ido evolucionando en su impacto denunciatorio con sus proyectos artísticos. Su obra Perra (2005) alcanza un nivel de teorización profunda acerca del maltrato hacia la mujer mediante el daño sexual. Con un cuchillo graba la palabra perra en su muslo izquierdo, trasladando un hecho real al campo del arte, escenificando un momento de violencia absoluta hacia la víctima que no logró sobrevivir a un episodio que se repite día tras día en su país y alrededor del mundo. Con su puesta en escena, advierte al espectador/a que lo que ve es universal.
Muchos sentimientos en torno a su obra impactan en aquel o aquella que la ve. De eso trata el concepto ARTE, al fin y al cabo. Las emociones se han convertido en motivo de estudio mundial a muchos niveles[2],sobre todo porque estamos confundidos con los últimos hechos que le han sucedido a la humanidad. Encumbrando la razón humana por encima de todas las cosas, nos hemos dado cuenta de que la razón sin emoción no sirve de nada, y que la emoción negativa es la única causante de los males del mundo.
Aún así, nos cuesta digerir que las emociones son el motivo por el cual el/la artista desea comunicar una idea con su pieza porque nos han malmetido en la cabeza que el genio es solo fruto de la vanidad y del egoísmo. O que esa necesidad de expresar algo que llevamos dentro de cada uno de nosotros y nosotras es insoportable y queremos librarnos de ello a través de las obras que creamos y lanzarlas al mundo para que sea la sociedad la que cargue con su peso. Puede que la performance de Galindo, titulada precisamente Peso (2006), sea la conclusión que saca la artista a una carga genética que llevamos todos y todas, y que está empezando a convertirse en algo insostenible para llevar encima el resto de nuestra vida. Que Regina se haya percatado de que sostenemos demasiadas culpas y malas actitudes que están minando nuestras sociedades y nuestros lazos como humanos que somos. O puede que no: ahí reside la magia del arte contemporáneo, descifrar en clave personal qué quiere transmitirnos la artista.
En un país en el cual es habitual leer noticias como matanzas de policías, juicios a genocidas que se posponen mientras disfrutan de arresto domiciliario (en referencia al juicio reciente al ex-presidente Efraín Ríos Montt), violaciones a niños y niñas de corta edad[3],etc., dudamos que Galindo haya estado utilizando la información que le proporciona su país para crear una figura artística basada en la vanidad.
Sus obras han ido pasando diversos estados de ansiedad, brutalidad, tortura y abandono dependiendo de la vivencia que ha generado la artista a través de los hechos que van acaeciendo a su alrededor. Ha ido vislumbrando los daños en una sociedad que saca sus heridas a la calle, pero también calibrando las consecuencias de un dolor casi crónico que tendrá sus repercusiones en las nuevas generaciones y que crearán paradigmas basados en acontecimientos que ni siquiera habrán vivido personalmente. Su creación Plomo (2006) y Autofobia (2009) son la prueba de que la construcción artística de Regina va un paso más allá de la actualidad histórica. Por ejemplo, en la primera nos cuenta la artista: “Recibo una subvención de 5,000 dólares. Con este dinero contrato a un ex militar en la República Dominicana y le pido que me entrene de manera intensiva, enseñándome a manejar todo tipo de armas de calibre corto y largo como pistolas, revólveres, escopetas” (Galindo, 2006).
La segunda obra, Galindo comenta al respecto: “Utilizo una pistola de 9 milímetros para dispararle a mi propia sombra”. Ambas obras están reflejando los avances directos de vivir en un entorno violento. El miedo se ha apoderado de los grupos sociales más castigados y utilizan las armas como el único medio de defensa posible en un ambiente en que el asesinato y la tortura son habituales. Una proyección artística que se adelanta al futuro y que permite valorar el torrente emocional de los grupos humanos y sus consecuencias directas. La artista funciona como un prisma por el cual pasan todas las imágenes, hechos, noticias y reportes, y que son reorganizados, teorizados y expuestos al público desde una perspectiva humanista, reflexiva y sanadora. Busca, ante todo, conectar con la empatía del mundo. Y su medio para hacerlo son las acciones que ha ido elaborando a lo largo de toda su carrera.
No siempre lo logra; la mayoría de las performances las vive en soledad, pero aún no sé si a la espera de que alguien consiga romper la barrera de lo pudoroso y lo correcto, y combata cada abuso, manipulación y daño que se infringe en las personas. Esa barrera entre nosotros y nosotras ha ido aumentando con cada conflicto, mala noticia o desconfianza que han ido inteligentemente construyendo aquellos que detentan el poder. Con su obra Juegos de poder (2009) no hace más que señalarnos hasta qué punto estamos sometidos y sometidas sin saberlo a la voluntad de la inmovilización. Un hipnotizador le hace caer en un sueño hipnótico profundo y le ordena una serie de comandas que debe cumplir. Tras entrar en la fase de hipnosis, le hace arrastrarse por el suelo, con una sensación horrible de sed y sin fuerza ni en sus brazos ni piernas (porque, previamente, el hipnotizador le ha ordenado que no tenga la más mínima fuerza en su cuerpo). La insulta y no puede contestarle ni defenderse, le pincha con una aguja, la deja con los labios pegados al suelo, abandonada porque le dice que “él tiene el poder”. Y ahí se queda, esperando a que su dueño la despierte y la saque de su sueño para convertirse de nuevo en una persona libre. Pero la sociedad aún no ha despertado de ese sueño. Y el público forma parte de toda esa escenificación sobre el abuso sutil al que apenas damos importancia pero que sufrimos cada día. ¿Alguien más tiene la llave para sacarla de ese estado? ¿Alguien lo intenta, acaso? Nadie se atreve, tal vez esperando a que sea precisamente el que nos subyuga el que nos otorgue la libertad, olvidándonos de que la libertad es conquista de cada uno y de cada una[4].
Galindo reclama con su plasticidad visual despertar las conciencias, tanto desde los gestos públicos, acusando a los organismos de poder que nos emborregan, como desde los privados, no menos importantes que los primeros. De hecho, estos últimos son los que conservan toda la esencia tradicionalista de normas caducas más difíciles de erradicar. Con su creación Esperando al príncipe azul (2001) pone en evidencia la pasividad a la que ha sido adscrito el género femenino en una cosa tan íntima, personal e intransferible como la elección de la pérdida de la virginidad o del compañero/a de vida. Y, aunque veamos que el cuerpo de Regina tiene los órganos sexuales pertenecientes a su sexo, y que denuncia en muchas ocasiones las desigualdades a las que debemos enfrentarnos las mujeres, su cuerpo conforma muchos cuerpos, tanto de hombres, de mujeres, transexuales, etc. porque todos son susceptibles de tortura, humillación, dolor y muerte. Su obra Quién puede borrar las huellas (2003) es universal en esta idea que aquí relato. La guerra y la dictadura asola a cada individuo, independientemente de su sexo, edad o condición. Esta performance, bañando sus pies en sangre humana y caminando hasta el Palacio Constitucional de Guatemala para denunciar el genocidio perpetrado por el ya nombrado Ríos Montt, intenta convulsionar la movilización de las personas ante la injusticia total.
Pero, ¿qué sucede cuando la empatía en el mundo ha muerto, cuando todos y todas continuamos manteniendo la idea de individualidad occidental sin percatarnos del sufrimiento ajeno? ¿Llega el mensaje de Galindo hasta su público?
Es complicado llegar a entender la conexión entre la emoción y la conciencia y, de ahí, entre la conciencia de uno o una misma con la conexión exterior hacia otra persona. Porque esa conexión existe pero, ¿cómo llegamos hasta ella? Regina la busca desesperadamente, obligándose a colocarse en el lugar del otro/a, como cuando se deja abofetear por una indígena guatemalteca en su acción Hermana (2010) por los genocidios cometidos a la población indígena durante la larga y cruenta guerra civil que asoló a Guatemala durante 36 años; o cuando se encadena los brazos y las piernas con grilletes y permanece durante cuatro días con ellos en su obra Peso (2006) para comprender qué se siente cuando a uno se le priva de libertad. Su mensaje es directo, al menos cuando su público se mantiene cerca mientras lo ejecuta. Pero, ¿qué sucede cuando esa valiosa información se traslada en el tiempo y en la distancia hacia un público mediatizado hasta el extremo y acomodado en las imágenes angustiosas? ¿Cómo se logra empatizar con una mirada distante, acostumbrada y alejada de los asuntos que allí se teorizan?
En primer lugar, a alguien que no es entendido/a en arte debes convencerle de que aquella artista que se está sometiendo a tortura “gratuita” no padece alguna enfermedad mental. Segundo, explicar el propósito de su obra de forma llana, coherente, didáctica o incluso irónica para averiguar qué vía será las más rápida dependiendo de qué público. Tercero, entender las condiciones expositivas adecuadas (mucha luz, poca luz, intimidad a la hora de visualizar las obras, disposición coherente de las mismas, etc.). Y, aún así, nadie sería capaz de entender dónde o cómo se produce esa chispa entre la obra y aquel o aquella que la mira y se sumerge en ella. Y esa duda es lo que cada vez más está preocupando a críticos/as, comisarios/as, y artistas. Puede que sea el momento de plantearnos si la falta de empatía es la clave para abordar esta problemática. Solo el escándalo monetario, provocador, de mala calidad o de frivolidad de las obras hace llenar los museos de hoy en día. ¿Dónde quedó la conexión emocional con el mundo? Sin ese enlace, será imposible comunicar los sentimientos a través de los y las artistas.
Ella continúa en su empeño al rescate de dicha conexión. Quizá, a pesar de la crudeza y crueldad reflejada en sus obras, Regina es la persona más cándida y esperanzada entre nosotros y nosotras. A través de su obra El peso de la sangre (2004), cayendo gota a gota un litro de sangre humana sobre su cuerpo, intenta poner en evidencia esa violencia que se corporiza en nuestras guerras sin causa común. Sigue reclamando la atención hacia su público, encontrando así esa lucha colectiva que dicen hemos perdido hace tiempo; algo que ya denunciaba en su día la artista Ana Mendieta con una performance de contenido similar[5].
Ha hecho tanto daño la soledad entre las personas. Ese ansia por el reconocimiento individual que ha nublado nuestra naturaleza como animal social, como parte de un gran mecanismo que necesita y gusta de la compañía de otros congéneres. Conscientes de nuestra naturaleza malvada pero también que entre todos y todas hemos creado lazos de amor inquebrantables, Galindo expone la violencia de la humanidad. En su experimento artístico indaga sobre el encuentro casi desesperanzador de la compasión y del amor. Su público es una sociedad en miniatura, calibrada en un microcosmos que es la sala o galería en la cual ejecuta la performance. Y espera los resultados desde su pasividad y paciencia. Pero esa inmovilización no es sumisión, sino resiliencia[6]. La convierte en todo un ejemplo de fortaleza como artista y ciudadana, pues los acontecimientos presentes son oscuros y desesperanzadores.
Siempre puede alguien argumentar que su ejecución artística roza la locura mental. Pero hasta eso ha sido objeto de estudio en su trayectoria artística, siempre fruto de una reflexión y estudio meditado y teórico tras sus acciones. Nada se le escapa a Galindo, siempre experimentando, siempre posicionándose en el lugar del otro/a al borde del abismo, del cadáver que abandonan en un vertedero, de la mujer que marcan antes de violarla y matarla, del que es apartado/a de la sociedad por su locura, de la que insultan y maltratan porque es mujer. Todo ello tal vez movido para que el público despierte y sueñe que la libertad es posible, que el amor es posible, que la fraternidad existe hasta en la más remota oscuridad. Y tal vez por eso su praxis artística sea tan dura e implacable, porque los muros que ha de derribar son altos y duros, y están conformados por siglos de opresión, prejuicios e ideas erróneas. Construidos por un pensamiento occidental que comenzó con Descartes, el cual encumbraba la razón como luz del mundo (el famoso pienso, luego existo) y que puede que hiciese más daño del que creemos, apartándonos del universo emocional de las personas tan importante para nuestro futuro como especie.
Nietzsche se dio cuenta ya del catastrófico error casi dos siglos antes. Aunque, puede que demasiado tarde. Como relata Milan Kundera en su novela La insoportable levedad del ser: “Nietzsche sale de su hotel de Turín. Ve frente a él a un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora. Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo” (Kundera, 1986).
Para Descartes los animales no tienen alma. Una de las características del alma según el filósofo es el pensamiento, y las funciones vitales del reino animal pueden explicarse por medio de leyes exclusivamente mecánicas. Considera, pues, que los animales son puras máquinas autómatas, privados de instintos y sensibilidad. Nietzsche nos llevó ventaja al despertar de ese fatídico error, tal vez vislumbrando que empezaríamos dando latigazos al caballo para continuar atizándonos entre nosotros y nosotras. Y entonces abogó por la compasión hacia el animal, aunque a sabiendas de que podría ser una lucha perdida de antemano.
Puede que Regina Galindo esté caminando por las mismas lindes y muchos la consideren una enferma mental como consideraron loco a Nietzsche con su gesto, en principio, irracional. Pocos y pocas tienen esperanza en salvar al mundo de las personas en las que nos hemos convertido. Sin embargo, ella continúa en su empeño, abrazándose a la tiranía, la crueldad, la tortura, la muerte, lanzándose al vacío como hizo en su obra Lo voy a gritar al viento, esperando a que alguien la abrace y le pida perdón por tantas infamias y dolor para comenzar de nuevo con una nueva sociedad basada en el amor, el respeto y la conexión.
Notas:
[1] Recomiendo la lectura del libro El tiburón de 12 millones de dólares, escrito por Don Thompson, en el cual se exponen tanto las paradojas en el mercado el arte contemporáneo como las cifras que se pagan por sus obras, muchas veces controvertidas.
[2] Los modelos teóricos en el estudio científico de la emoción están comenzando a plantearse nuevos enfoques sobre la complejidad que conlleva buscar pistas sobre el funcionamiento emocional del cerebro, al vivir en una época de crisis del cognitivismo. De ello nos hablan ampliamente en su texto Jaume Roselló y Xavier Revert: http://www.academia.edu/910425/Modelos_teoricos_en_el_estudio_cientifico_de_la_emocion
[3] http://noticias.univision.com/america-latina/guatemala/
[4] Kant ya habló en su día de la mayoría de edad de una sociedad. Solo alcanzando dicha mesura, una sociedad puede considerarse madura tanto en sus decisiones como en su forma de gestionar y administrar los distintos ámbitos de organización estatal.
[5] En la tesina que realicé en el 2009, encontré ya claras evidencias de correlación entre las obras de Regina José Galindo y Ana Mendieta. Ver: Sancho Ribés, Mª Lledó: La mirada violenta. Louise Bourgeois, Ana Mendieta y Regina Galindo. Directora: Dña. Rosalía Torrent Esclapés. Universidad Jaume I de Castellón, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales, 2009. Inédita.
[6] “La resiliencia es la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo. Ser resiliente no significa no sentir malestar, dolor emocional o dificultad ante las adversidades. Aún así, las personas logran, por lo general, sobreponerse a esos sucesos y adaptarse bien a lo largo del tiempo”. http://motivacion.about.com/od/psicologia_positiva/a/Que-Es-La-Resiliencia.htm
Referencias bibliográficas:
Descartes, René (2007): El discurso del método. Madrid. Akal.
Galindo, Regina José (2006): Regina José Galindo. Milán. Vanilla Edizioni.
– (2006): Regina José Galindo. Milán. Silvana Editoriale.
– TEA, Artium, CAAM (ed.) (2012). Regina José Galindo. Piel de gallina. Álava.
– (2013): Regina José Galindo. Estoy viva. Milán. Skira.
Kant, Immanuel (2010): Critica de la razón pura. Madrid. Gredos.
Kundera, Milan (1986): La insoportable levedad del ser. Barcelona. Tusquets editores.
Sancho Ribés, Mª Lledó (2009): La mirada violenta. Louise Bourgeois, Ana Mendieta y Regina Galindo. Directora: Dra. Rosalía Torrent Esclapés. Universidad Jaume I de Castellón, Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Inédita.
Thompson, Don (2010): El tiburón de 12 millones de dólares. Barcelona. Ariel.
Páginas web:
http://www.academia.edu/910425/Modelos_teoricos_en_el_estudio_cientifico_de_la_emocion
http://noticias.univision.com/america-latina/guatemala/<
http://motivacion.about.com/od/psicologia_positiva/a/Que-Es-La-Resiliencia.htm
Regina José Galindo, Todos los cuerpos, Espai La Senieta, Av. Madrid 15, Teulada-Moraira, Castellón. Del 5 de marzo al 3 de mayo de 2014.