CATACLISMO

MEDITERRANEIDAD: ALTERIDAD DE GÉNERO E IDENTIDADES LOCALES

CadaquesSalvador Dalí, René Char, Gala Dalí y Nusch Éluard en Cadaqués. Fotografía de Paul Éluard, 1935

 

MEDITERRANEIDAD: ALTERIDAD DE GÉNERO E IDENTIDADES LOCALES

Erika Bornay


Interrelaciones entre la comunidad de artistas extranjeros y la población nativa. Cadaqués y Tossa de Mar (1930/1950)
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Este artículo, enmarcado dentro del concepto de mediterraneidad entendido como instrumento de comunicación entre culturas, ha estado elaborado a partir de una investigación sobre el posible diálogo entre los artistas que llegaron a la Costa Brava en el arco de tiempo que transcurre de 1930 a 1950-60 y los nativos del lugar. Se trataba de averiguar quiénes fueron estos artistas, su encuentro y relaciones con los autóctonos, y concretamente en los espacios geográficos de Cadaqués y Tossa de Mar, territorios de peregrinaje de muchos creadores tanto del país como extranjeros.

Desbaratando una apriorística hipótesis, de que una posible permeabilidad mutua, más o menos acusada, se había dado por igual entre los foráneos y los residentes de estas dos poblaciones (hipótesis poco fundamentada seguramente porque mi especialidad –la historia del arte– se aparta un poco de este tipo de estudio), la bibliografía consultada e investigaciones posteriores, apoyadas además por diversos contactos y entrevistas, si bien, en parte, confirmaron algunas de mis previas suposiciones, por otra pusieron de relieve que esta permeabilidad y aproximación a la disolución de las distancias entre las culturas de los extranjeros y los autóctonos, se había producido de manera mucho más relevante en la villa de Tossa de Mar durante los años previos a la guerra civil, que en Cadaqués. En esta permeabilidad cultural hay que destacar el papel sobresaliente de la escritora inglesa Nancy Johnstone de quien trataré líneas más adelante y que llegó a Tossa en el verano de 1934 acompañada de su marido Archie Johnstone.

 

La comunidad cadaquense

Como tantos otros pueblos de la Costa Brava, los habitantes de Cadaqués, basaban su economía en la pesca, el cultivo de la viña y los olivares. Sus ingresos económicos, aunque de subsistencia, les permitían, sin embargo, disponer de unos remanentes con los que poder continuar celebrando sus fiestas tradicionales y todos los festejos religiosos. Eran muy populares los bailes de sardanas que, incluso cuando los años de hierro de la dictadura, siempre pudieron realizarse, como así lo testifica uno de sus cronistas, “haig de recalcar que mai foren prohibides” (Gispert, 1998, p. 179). También había las fiestas marineras, las carreras de natación y las regatas de remo y de vela. Incluso hasta la llegada de los años sesenta, era bastante frecuente por parte de los hombres jóvenes ir a cantar bajo el balcón de la muchacha a la que cortejaban los domingos, a la salida del baile de noche (Gispert, ibíd., p.184). Y asimismo, existía un coro de una cincuentena de personas de ambos sexos, muy apreciado por los cadaquenses que lamentablemente también se disolvería más adelante. El último concierto fue en el año 1970 (Gispert, ibíd., 181). De igual modo fueron desapareciendo la mayoría de las otras celebraciones, cuando la población empezó a dedicarse a las actividades turísticas con la finalidad de acceder a un mejor nivel de vida.

No procede, o escapa del marco de este trabajo, hablar de la obra artística de Salvador Dalí, pero sí debe señalarse que, contrariamente a una creencia generalizada, el “descubrimiento” de Cadaqués no es atribuible al famoso pintor figuerense, sino a la familia Pichot, una saga de artistas (Brugués y Vidal, pág. 53), el primero de los cuales, Ramón Pichot (artísticamente, Pitxot) atrajo a esta localidad, desde los primeros años del pasado siglo, al mundo artístico barcelonés. Unos años más tarde, cuando se instaló en Port Lligat, fue Dalí quien tomó el relieve de anfitrión de este rincón ampurdanés, y quien pasó a desempeñar durante largo tiempo, el mismo papel para otras generaciones de creadores que había iniciado la familia de los Pichot.

Dalí fue una fuerza centrípeta que atrajo ya en los años veinte a algunos de sus compañeros de la Residencia de Estudiantes (García Lorca, Buñuel, etc.) y en 1929 al grupo de los surrealistas de París (Magritte, Arp, Éluard, Gala, Goemans). Fue él quien probablemente invitó por primera vez a Duchamp a Cadaqués en los años treinta y este a su vez, trajo a su propio círculo que incluía a Richard Hamilton, pionero del arte pop británico, y al compositor John Cage, que fue uno de los grandes innovadores musicales del pasado siglo. Y siguiendo la tradición, como el eslabón más de una cadena, Hamilton, hizo llegar a aquel rincón del Mediterráneo, entre otros, a Marcel Broodthaers y a Dieter Roth, pero esto fue ya bastante más delante de la época a tratar. Ahora bien, aunque Duchamp, después de Dalí, fue la figura más relevante y conocida en Cadaqués por los muchos y largos veranos que pasó allí (concretamente, desde 1958 hasta su muerte en 1968), los cadaquenses, por otra parte bastante ignorantes de su reconocimiento internacional como artista, sólo lo vieron como una figura exótica y ajena, aunque Joan Josep Tharrats lo describe como un “hombre muy asequible” (p. 108), y dando a entender que bastante más integrado a la vida del pueblo de lo que se supone. Duchamp era un habitual del Café Melitón donde pasaba los días jugando al ajedrez, en muchas ocasiones incluso con los pescadores. Era esta actividad de ocio a la que dedicaba buena parte de su tiempo desde que, en 1923, había abandonando (más adelante se revelaría que no tan aparentemente) toda producción artística formal, mientras su mujer Alexina Sattler (Teeny) paseaba en barca con una artista que fue asidua de Cadaqués donde tenía una casa (Tomkins, p. 210). Se trata de la escultora norteamericana Mary Callery (1903-1977), que formó parte del movimiento de la New York Art School. Amiga del matrimonio Duchamp (lo fue asimismo de Picasso y Georgia O´Keeffe, de quien hizo una escultura de su cabeza), Callery no se separaba del grupo de norteamericanos y sentía una total indiferencia no sólo por los cadaquenses, sino también por los artistas locales. Tharrats incluso llega a afirmar que para ella “Cadaqués era como un exótico feudo americano” (p. 122).

Mary_CalleryMary Callery

Aunque Duchamp, como ya hemos señalado, prácticamente se había retirado de la creación de arte, fue sin embargo en aquel rincón mediterráneo donde fue meditando y gestando en silencio su sorprendente obra Étant donnés (1946-1966), para la cual adquirió una vieja puerta de madera que halló en las afueras del pueblo y que envió a Nueva York para incluirla en el montaje de esta pieza (Tomkins, p. 214).

Duchamp en CadaquésDuchamp en Cadaqués

El compositor John Cage, a indicación de Duchamp, de quien era gran admirador, acudió varios veranos a Cadaqués y con él aprendió a jugar al ajedrez en el Café Melitón. En cuanto a Richard Hamilton, llegó a adquirir una casa junto a la rectoría de la iglesia.

Se han puesto de relieve estos pequeños sucesos de la vida en el pueblo de estos extranjeros, ya que permitían suponer que, precisamente, como consecuencia de ellos, se habían de originar ciertas necesidades prácticas de la vida cotidiana, que daban pie a este contacto intercultural que hubiera podido materializarse en mutuas influencias, pero no fue así o fue muy poco. Incluso al margen de su contacto con los cadaquenses, su relación con los artistas catalanes que iban sobre todo a pintar paisajes, tampoco se tradujo en un diálogo, ni siquiera en el aspecto artístico, pues no hubo casi relación, a excepción de la que nació entre Marcel Duchamp y J. J. Tharrats. Aquellos artistas (entre los que hay que incluir entre otros, aunque con estancias menores, a Man Ray y a Max Ernst) pertenecían a la vanguardia artística más radical de la que estaba excluida todo motivo figurativo, por consiguiente, no les despertaba tampoco interés alguno la pintura de tema paisajístico o costumbrista que, al margen de alguna que otra excepción (J. J. Tharrats), tal vez podría haber dado lugar a un intercambio de ideas artísticas.

Su estancia en Cadaqués era puramente de recreo, de evasión y huida del ajetreo y tráfago de las grandes ciudades donde desarrollaban mayoritariamente su actividad. En general, no parece que demostraran interés alguno por cuestiones antropológicas o meramente sociales. Los cadaquenses los tenían por personas excéntricas, gentes curiosas, e incluso a algunos como “degenerados morales” (conversación con J. Vehí). Realmente los veían como la otredad acentuada por el hecho de la imposibilidad de cualquier diálogo al existir la barrera del idioma. Es decir, cualquier posibilidad de permeabilización cultural era inexistente. También en lo que se refiere a la población nativa, se ha de tener en cuenta que hasta la llegada del turismo en la década de los años sesenta, Cadaqués, por su situación geográfica era un pueblo muy aislado, e incomunicado culturalmente.

Opinamos que no hay motivos para creer que existió un sustrato de mentalidad colonial en la mayoría de esta población extranjera. En todo caso, no eran conscientes de ella. Sus objetivos eran simplemente y como ya hemos indicado, la huída, el alejamiento de sus centros de trabajo, y el descanso y ocio en un lugar bello y tranquilo.

 

Tossa de Mar

Un artículo de referencia para conocer la vida artística de esta localidad costera durante la década de los años treinta es del pintor y crítico de arte Rafael Benet titulado: “Tossa, Babel de les Arts”.

A principios de aquella década, el malestar político europeo, unido al cambio favorable de la moneda, y a unas elogiosas referencias sobre el lugar, propició una llegada de artistas e intelectuales forasteros, que convirtieron muy pronto a Tossa de Mar en un centro de descanso y recreo a la manera de Cadaqués. Refiriéndose al año 1934, escribe Benet, “el desplaçament de Montparnasse a la nostra platja ha pres unes proporcions extraordinaries” (p. 4).

Pero no fue esta la primera llegada de artistas extranjeros a aquella localidad. En realidad, el origen de esta nueva oleada de visitantes, al margen de la situación política europea, la hemos de hallar en la divulgación de las bellezas de Tossa por otros artistas que años atrás habían también encontrado refugio allí buscando huir de la primera guerra mundial.

Entre 1915 y 1917, escapando de un París amenazado, llegaron a Cataluña muchos artistas de la vanguardia. La mayoría se instalaron en Barcelona. Entre ellos cabe destacar a Olga Sacharoff, Otho Lloyd, Albert Gleizes, Francis Picabia y los Delaunay, entre otros. Para algunos la vida cultural de la capital catalana les ofreció una renovación de energías estimulante, aunque otros fueron más críticos con el nivel y las perspectivas culturales de la ciudad. Los primeros en descubrir Tossa de Mar fueron Olga Sacharoff y su amante Otho Lloyd, y su comentada admiración por aquel lugar hizo que se les unieran muchos de los artistas extranjeros de las vanguardias afincados en aquel momento en la capital catalana.

Sacharoff, O. Sardana en Tossa de MarOlga Sacharoff, Sardana

Como acabamos de señalar, en los años treinta se sucede otra numerosa llegada de visitantes, principalmente artistas judíos huyendo del régimen nazi, así como otros creadores e intelectuales disidentes. Tossa acoge pues, por segunda vez, una serie de artistas que iban a tener un papel importantísimo en el desarrollo imparable de las vanguardias.

Centrándonos en el hecho que nos concierne del interculturalismo, obviamente nos interesa poner de relieve a los que hicieron largas estancias porque ello daba lugar a la posibilidad de un contacto mutuo de permeabilización real. De entre ellos cabe resaltar a Marc Chagall, Oscar Zügel, George Kars, André Klein, Jean Metzinger y André Masson, a los que el Museo Municipal de Tossa ha rendido tributo exponiendo algunas de sus obras, entre las que destaca la conocida pintura de Chagall, El violinista celeste, que realizó en Tossa. El artista ruso era otro personaje que huía también del horror nazi. Se instaló en aquella villa en los veranos de 1933 y 1934. Fue él quien la definiría como “el paraíso azul”.

chagall (dcha.) y kars en TossaKars y Chagall en Tossa de Mar

El pintor André Masson y su mujer Rose vivieron allí de junio de 1934 a noviembre de 1936.

El pintor bretón Jean Metzinger llegó a Tossa en 1933 y pintaría en clave cubista las torres de la Vila Vella. Iba acompañado de su esposa, la también pintora Suzanne Phoca, de la que poco se sabe, sólo que era un francesa de origen griego que durante su estancia realizó unos grabados a la punta seca como los que había hecho un año antes para ilustrar las Fábulas de La Fontaine (Raigorodsky, p. 2).

Respecto a las mujeres artistas, quisiera resaltar que Rafael Benet señala que lamentó no poder conocer la obra de la canadiense Regina Seiden, muy valorada en su país, debido a “l´estrany pudor artístic que he pogut constatar en la majoria de les dones pintores que han passat per Tossa” (p. 24).

Oscar Zügel, un pintor abstracto que montó su estudio en el granero de una vieja casa, como a Chagall, la villa le tiene una calle dedicada.

Por su parte, el pintor checo George Kars, fue uno de los propulsores y fundadores del Museo Municipal. Su vivienda todavía se conserva. La idea de crear un museo, que se inauguró el primero de septiembre de 1935, fue gestada por un grupo de intelectuales y artistas, entre ellos, además del mismo Rafael Benet, estaba Kars, que figura como uno de sus fundadores. Su participación en la fundación del museo, así como las donaciones de otros extranjeros, es relevante porque indica la necesaria relación de aquellos, no sólo, obviamente, con los artistas catalanes que veraneaban allí, sino también con los nativos del lugar.

En cuanto a Fritz Marcus, un reputado arquitecto alemán, que había sido profesor de la Bauhaus, regentaba un bar en Tossa y fue quien dirigió la construcción del hotel Johnstone. Marcus, había renovado una vieja masía catalana y había conseguido mantener el ambiente de una casa de payés y a la vez de un bar decorado con elementos rurales, en cuyas paredes su mujer había pintado unos mosaicos con caricaturas de celebridades locales (Johnstone, p. 29). Este bar era frecuentado por todo el mundillo internacional, pero “on van també, a vegades, els pescadors de la vila a fer llur cantades estridents” (Benet, p. 24). En general eran habaneras y algunas viejas canciones catalanas.

Alemanes (casi todos de origen judío), franceses, italianos, rusos y personas del resto de Europa contribuyeron a aquella etapa de consolidación de Tossa de Mar como un centro de importancia, no sólo turística, sino también cultural. Pero esta concentración de gente tan heterogénea, con tantas diferencias de actitud, de ideas, de diversidad de lenguas y procedencia, provocó, además de un sugerente bullir de ideas y estimulantes controversias (Raigorodsky, p. 4), también equívocos de todo tipo. Sus lugares de encuentro eran el Cafe d´en Biel que sería el equivalente del Melitón de Cadaqués y el bar de Marcus.

Archie-and-Nancy-Johnsstone-&-Leonard Archie y Nancy Johnstone con Walter Leonard

El Hotel Johnstone

En el verano de 1934, llega a Tossa el matrimonio Johnstone con el propósito de edificar un pequeño hotel para la colonia de artistas extranjeros que buscaban allí el paraíso perdido. Él, Archie, es un periodista del News Chronicle de Londres, y ella, Nancy, una incipiente escritora. Casi de inmediato a su llegada, Nancy Johnstone, empezará a escribir bajo el formato de diario, lo que se convertirá en un par de excelentes libros que se publicarán en Londres en 1937 y en 1939, en inglés, obviamente, y lejos de una España en guerra (un compendio de los dos y en catalán, no se traducirá hasta 2012). Es una excelente narradora, espontánea y de fina ironía que, además, impulsada por su curiosidad, recogerá cuanta pasa a su alrededor. Ella se convertirá en el hilo conductor que pondrá en comunicación a la cultura local con la foránea, casi todos extranjeros, especialmente ingleses, que se alojan en su hotel. Docenas de anécdotas recogidas en las páginas de su libro, ponen constantemente de relieve este acercamiento de diálogo integrador entre unos y otros. Esta interrelación se va conformando en el vivir cotidiano, pues, además, lógicamente, y como consecuencia de la construcción de su hotel, Nancy Johnstone y su marido requieren y necesitan del trabajo y la colaboración de las gentes de Tossa. Su entusiasmo, quizá algo ingenuo por los nativos del lugar y por sus costumbres, iba a contribuir a aquella interrelación de culturas, en las que ella, especialmente, sería el eje, pues facilitaba e impelía la relación de las gentes del pueblo con la colonia extranjera. Así vemos cómo junto con las cocineras que había contratado, aprende la cocina del lugar y la introduce en los menús del hotel: “més endavant en vaig llançar a fer l´escudella catalana (…) descobrint totes les seves possibilitats (…) els clients ho trobaven tot bo” (p. 82). A las hijas del telefonista de Tossa les enseña cómo hacer un suéter suyo cuyo modelo querían copiar (p. 35). Lleva a gente a bailar al bar de su amigo el arquitecto alemán del que dice: “Una de les coses bones que tenia el bar d´en Marcus era que s´hi barrejaven la gent del poble i els turistes” (p. 112), y donde muchas veces, con un tocadiscos, se organizaban veladas de sardanas, baile que ella aprendió y en el que trató de introducir a más de un extranjero (p. 149). Y es que, como confiesa, le gustaba participar en los actos festivos del pueblo. De todas estas páginas se desprende que no sólo eran ella y su esposo Archie quienes se habían integrado en el lugar y adoptado algunas de sus costumbres, sino que también las hicieron conocer a muchos extranjeros y también se infiere que, en particular, la gente joven del pueblo, empezaba a responder a aquella permeabilización adoptando algunas de las costumbres y modos de comportamiento que les llegaba de aquella colonia foránea.

Dramáticamente, la guerra puso fin a aquel tímido principio de interculturalidad.

En tres ocasiones un crucero británico se detuvo delante la playa de Tossa para recoger a los súbditos ingleses. Los Johnstone se negaron siempre a abandonar el pueblo, y convirtieron su hotel, ya vacío de clientes, en una casa de acogida de una treintena de niños refugiados de guerra que huían de España, camino de Francia. Finalmente en 1936 los Johnstone se fugaron en un camión conduciendo a todo el grupo de niños al país vecino. Tossa caía bajo las tropas fascistas dos días después.

Regresando al punto de partida de este artículo, concluyo estas líneas añadiendo que es difícil inferir hasta qué punto aquellos contactos interculturales incidieron en las identidades locales, pero sí es evidente que en un grado u otro, en un momento u otro, en Tossa de Mar, parte de aquellas alteridades se fundieron bajo el entusiasmo y el trabajo de Nancy Johnstone.

Hotel Johnstone. Tossa de MarHotel Johnstone

 

Bibliografía:

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Raigorodsky, Santiago. “Artistas e intelectuales judíos en Tossa de Mar” en Arte Judío: http://www.tarbutsefarad.com/tarbut-arte/4801-artistas-e-intelectuales-judios-en-tossa-de-mar.html

 

Entrevistas:

Norman Narotzky, Barcelona, 13 enero 2012.

Joan Vehí, Cadaqués, 14 mayo 2012.

Heribert Gispert, Cadaqués, 15 mayo 2012.

 

* La mediterraneidad en la producción de espacios turísticos: contacto intercultural, alteridad de género e identidades locales. Proyecto I+D+i dirigido por Mary Nash.

 

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