CATACLISMO

LLUÏSA VIDAL, LA BERTHE MORISOT DEL MODERNISMO

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LLUÏSA VIDAL, LA BERTHE MORISOT DEL MODERNISMO
Mª Ángeles Cabré

No fue la única, pero casi. Es decir, hubo otras mujeres en aquellos años en que en la pintura catalana reinaron hombres tan ilustres como Casas y Rusiñol. De hecho, queda constancia de que algunas obras suyas se quisieron atribuir a Casas, lo que evidencia su alta calidad; algo que acaso justifique también esa insistencia de algunos en decir que su pintura era “varonil”. ¿Varonil? ¿Ante la imposibilidad de ser otra cosa, la buena pintura era entonces varonil aunque saliera de la paleta de una mujer?

Junto a ella, otras blandieron sus pinceles: Visitació Ubach, Antònia Farreras, Emília Coranty, Elvira Malagarriga, las hermanas Tomàs Salvany… (casi siempre pertenecientes a la burguesía). Pero sólo ella lo hizo profesionalmente con la suficiente intensidad como para ser considerada hoy la pintora del modernismo catalán. Mientras Vidal se dedicaba sobre todo al retrato y a la llamada pintura de género (escenas de vida cotidiana donde las mujeres arreglan la casa, tocan el piano…), le siguió a la zaga su amiga Pepita Teixidor, especializada en pintura floral, cuyo busto en mármol podemos contemplar en el parque barcelonés de la Ciudadela. No me consta, sin embargo, que a Vidal se le haya dedicado ninguna escultura, pero sí un pequeño pasaje situado entre el modernista Hospital de Sant Pau y la Sagrada Familia.

De hecho, en su ciudad natal, Barcelona, ha sufrido casi un siglo de silencio. Hasta que el libro que comentamos dio pie a la exposición “Amb ulls de dona. Lluïsa Vidal, la pintora modernista”, que podrá verse hasta el 5 de octubre en el reciente Museo del Modernismo Catalán. Tenemos que remontarnos a 1919 para encontrar la última exposición que se le dedicó, una exposición póstuma que documentó Josep Brangulí, fotografías que hoy se encuentran en el Archivo Nacional de Cataluña. Eso sucedió en la reputada y ya más que centenaria Sala Parés, aún hoy sita en la calle Petritxol. Poco antes Lluïsa Vidal (1876-1918) había muerto con apenas cuarenta años de gripe española –como también lo hizo en esos años, aunque en Viena, el pintor Egon Schiele–.

No es exactamente esta la primavera vez que se la saca a la luz pública, pues ya en 1996 la norteamericana Marcy Rudo la rescató, publicó un libro sobre ella y comisarió en 2002 una exposición que la Fundación La Caixa paseó por provincias, pero que como decíamos no llegó a la Ciudad Condal. Anteriormente, en 1975, Maria Aurèlia Capmany y Rafael Santos Torroella (hermano a su vez de una pintora casi olvidada, Ángeles Santos) la incluyeron en la exposición “Sis pintores catalanes”, que tuvo lugar en Sabadell. Ahora en su ciudad podemos admirar algunos de sus óleos y algunas de sus ilustraciones, entre las que destacan las que realizó para la revista feminista Feminal y para La Ilustración artística. Porque sí, además de pintora más que notable, Lluïsa Vidal fue feminista: feminista católica como lo eran aquí las mujeres que en esos tiempos pugnaron por dignificar el papel de la mujer.

La muestra recoge buena parte del material que encontramos en el libro de Consol Oltra, una más que digna aproximación a la figura de la pintora, donde además de hacerse un repaso biográfico exhaustivo de esa corta pero fructífera existencia, se la enmarca en el contexto histórico de la Cataluña del cambio de siglo, cuando Barcelona ya ha sufrido la urbanización del Ensanche y está en proceso de anexionar poblaciones vecinas que son hoy sus actuales barrios. En esa Barcelona a punto de incorporarse a la lista de grandes ciudades europeas, fue donde Lluïsa Vidal tuvo la suerte de ser educada como si la entonces triste condición de la mujer no fuera con ella.

A diferencia por ejemplo de Santiago Rusiñol, que tuvo que recibir clases de pintura a escondidas porque su familia, en concreto el abuelo que lo crió, no quería ni oír hablar de esa inclinación suya, Vidal, segunda hija de doce vástagos, tuvo la suerte de que su padre, prestigioso ebanista consagrado al mobiliario y a la decoración de interiores, quiso a toda costa que sus hijas desarrollaran las diversas disciplinas artísticas para las que estaban dotadas. Así, su hermana Frasquita, violoncelista, sería por ejemplo alumna aventajada, y después esposa, del gran Pau Casals.

Lluïsa dispone de maestros desde muy temprano, se ejercita en el retrato con familiares y amigos y, a los veinticuatro años, da el salto a París; algo inusual en la época para las chicas, pero que en cambio sí hacían los varones. Antes de marcharse había realizado una primera exposición se dice que en Els Quatre Gats, aunque es posible que el dato no sea exacto. Fue tras visitar con la familia la Exposición Universal de 1900, que eligió París para completar su formación. Allí estudió pintura en la Academia Julian, sita en el Pasaje de los Panoramas, y después en la Academia Humbert, siendo incluso copista en el Louvre, donde se dedicó a emular los pinceles de Goya.

La estancia parisina será una prueba de fuego para su vocación y de ella saldrá reforzada, convencida de que su destino es pintar. Y de París saldrá también siendo una feminista convencida. Así es como en su destacada faceta como ilustradora –de la que dan buena cuenta tanto el libro de Oltra como la exposición que en él se inspira–, colaboró desde el primer número en la revista Feminal (1907-1915), dirigida por Carmen Karr y destinada al público femenino en un intento por elevar su nivel intelectual. En dicha publicación Vidal ilustraba cuentos de destacadas autoras, de una de las cuales, Dolors Monserdà, hasta llegó a ilustrar una novela. Destaca también su colaboración en el Instituto de Cultura (y Biblioteca Popular para la Mujer) fundado por Francesca Bonnemaison, donde participó activamente; institución que aún hoy sigue en pie, aunque sacudida por el temporal de la crisis. Y para dar cuenta de su compromiso, cabe mencionar su contribución al Comité Femenino Pacifista de Cataluña, puesto en marcha a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial.

En esa segunda etapa de su vida, tras el regreso de Francia, participó en 1903 en una exposición colectiva en la Parés, sus obras fueron alabadas y familias de abolengo comenzaron a adquirir su obra, de ahí que en gran parte se halle hoy en colecciones particulares. Tuvo asimismo una excelente acogida crítica, hasta el punto que el pintor Miquel Utrillo creyó advertir en una de las obras un regusto velazquiano. Y es que, siendo la pintora una adolescente, su padre se había molestado en pasearla por las salas del Museo del Prado, cosa que por ejemplo también hizo el padre de otra catalana, Remedios Varo, siendo ella aún una jovencita. Padres cómplices, padres que creen en sus hijas, padres que creen en la capacidad creadora de las mujeres.

Vidal se dedicó asimismo a dar clases particulares de dibujo y pintura en su propio estudio de la calle Provenza y más tarde inauguró una academia de pintura femenina, no en un lugar cualquiera, sino en el que antes había sido el estudio del pintor Nonell. Y en 1914 expuso, también en la Parés, los retratos que había hecho en sanguina –una de sus especialidades– de grandes mujeres de la cultura de su tiempo, de Caterina Albert (Víctor Català) a Dolors Monserdà, pasando por Margarita Xirgu o la citada Carmen Karr. Además de esa incursión en las féminas ilustres, gran parte de su obra la consagró a plasmar el universo femenino, situando siempre a la mujer retratada en relación con algún objeto, actividad o escenario que atrapara su espíritu. Recuerda Consol Oltra que desde muy niña tuvo acceso a los dos mundos, al masculino y al femenino, pues su padre la llevaba al obrador donde ejercía su profesión. Ella eligió ser quien llevara el pincel, pero escogió pintar el mundo femenino.

Está claro que, visto lo visto, tras el silencio de un siglo con que la hemos castigado, que por si acaso habrá que seguir llevando a las niñas con aficiones artísticas al Museo del Prado o al MACBA o a donde sea, y habrá que hacer lo posible por animarlas a engrosar los movimientos artísticos del presente y del futuro, no vaya a ser que sean “la Berthe Morisot de…”.

 

Consol Oltra Esteve, Lluïsa Vidal. La mirada d’una dona, l’emprempta d’una artista, Salvatella, Barcelona, 2013.

 

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