Susana Solano, Joguines per a la Marina Amador Magraner, 1998
SUSANA SOLANO O EL ARTE DE NO NARRAR
Mª Ángeles Cabré
Una se pregunta si el hecho de que un artista/una artista relevante exponga tan sólo cada diez años en su ciudad natal es buena o mala señal, y aunque no sea esta la sede para debatirlo, quizás resulte cuanto menos sospechoso y un reflejo de que el sistema del arte no puede presumir por aquí precisamente de una salud de hierro. Sin contar la instalación-homenaje “Cantata”, dedicada al recientemente fallecido Eugenio Trías que Susana Solano (Barcelona, 1946) realizó el año pasado en la universidad catalana donde este enseñaba, la Pompeu Fabra, hay que remontarse a 2004 para encontrarla en el LOOP, el festival barcelonés de videoarte, y a 2003 para hallarla exponiendo en la Galería Senda, una de las mecas de la ahora debilitada calle Consejo de Ciento, en su día eje vertebrador del arte en la Ciudad Condal.
En esta última década ha sido pues escasa la presencia de Solano en su tierra, aun siendo uno de los nombres más señeros de nuestro panorama: entre otras cosas expuso junto a Oteiza en la edición de 1988 de la Biennale de Venecia, en cuya tradición de trabajo del hierro forjado se inscribe. De hecho, lo es hasta el punto de haber sido una de las únicas tres catalanas que ha tenido el privilegio de exponer individualmente en el MACBA –en este caso junto a Àngels Ribé y a Eulàlia Grau–, cosa que sucedió en 1999. Dicha exposición, ”Muecas”, reunía dibujos, esculturas, fotografías y también instalaciones realizadas a lo largo de los 80 y los 90, con un especial interés en revelar la variedad de materiales empleados por la artista, de modo que se configuraba en una suerte de antológica, habiendo expuesto Solano por primera vez en 1978.
En esta misma línea se hallan las piezas de cuya contemplación podemos disfrutar ahora en la primera planta de la Fundación Suñol, una selección de obras de naturaleza dispar que también se presentan como un generoso abanico de los muchos materiales de que la escultora se sirve, pero en este caso con un rasgo en común: la horizontalidad. Acero, hierro, aluminio, PVC e incluso la tela metálica o el mimbre se dan cita aquí para confirmar lo que ya sabíamos: que Solano es una artista enemiga de la mímesis y que el suyo es el arte, claramente, de no narrar.
Un no narrar que no consiste en no decir nada, sino en no decir con los instrumentos clásicos de la narración, en el germen primigenio del arte abstracto, sin duda, el que cultiva Solano con pulso firme. Que las piezas expuestas en la Suñol sean heterogéneas, y que tengan como único común denominador su condición de piezas yacentes o planas, ayuda y mucho a evidenciar esa voluntad de negarse a la representación, de no querer que el espectador establezca con estas el diálogo del significado discursivo. Y ello muy a pesar de que Miró dijera que una forma nunca era algo abstracto, sino que siempre era un hombre, un pájaro u otra cosa.
Solano insiste con sus formas, destinadas en todo caso a dialogar con el espacio mismo, en que no nos esforcemos en interpretar sus títulos o en querer leer en ellas lo que no dicen. Bien es cierto que, por ejemplo, las piezas que descansan en el suelo de la terraza nos remitan a fragmentos de una suerte de aeroplano bélico en construcción/deconstrucción, y que parece reproducir una canoa la pieza de hierro y mimbre “Oromo III”, mas acabamos por rendirnos a la evidencia de que dicen lo que vemos y no más (lo que no es poco). Y es que, y apeo casi las citas, Malevich afirmaba que una obra no perduraba por lo que representaba, sino por su pura sensibilidad plástica.
Marta Llorente, especialista en composición arquitectónica y estudiosa del espacio de la mujer, que ya le había dedicado a Susana Solano un libro, abre el extenso texto del catálogo con una cita de Susan Sontag que sirve muy bien a esta idea y que acaba con esta frase: “En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. O lo que es lo mismo, quienes se paseen por la Suñol entre las piezas “horizontales” de Solano, mejor que se abstengan de interpretar y se limiten a gozar del placer estético que estas suscitan: se trata de piezas que, como digo, son lo que son y no precisan interpretación. Insistiendo en esta filosofía, en unos apuntes Solano le pide a la escultura “que no sea inmediata en su lectura”.
“Bura IV”, forma cilíndrica de ratán con extremidades cerrada y a la vez abierta; “Lo oculto”, piezas cónicas de acero encabalgadas unas con otras como paperinas de papel; “Kapokier”, tela metálica arrugada y prendida con pinzas, de la misma serie de una pieza casi idéntica que posee el MOMA; “África”, la gran estructura de hierro y PVC que remite a un puzzle de geometrías; las metálicas formas recortadas que amagan levedad; los esquemáticos “Dibujos Giotto”… Un gran ejercicio de contundencia y sobriedad este de Solano, una propuesta personal y alejada radicalmente de la representación, que como ella misma admite tanto abunda (y tanto cansa).
Susana Solano, Vol rasant, Fundación Suñol, Barcelona. Del 23 de mayo al 6 de septiembre de 2014.