ÉLISABETH LOUISE VIGÉE LE BRUN REDESCUBIERTA
África Cabanillas Casafranca
Los admiradores del arte –y la vida– de Élisabeth Louise Vigée Le Brun estamos de enhorabuena: la nueva temporada artística nos ofrece la primera exposición retrospectiva en Francia de la pintora. Inaugurada el mes pasado, podrá verse en el Grand Palais de París hasta el 11 de enero de 2016, año a lo largo del cual viajará al Metropolitan Museum of Art de Nueva York y al Musée de Beaux-Arts de Ottawa.
Esta muestra, la más grande organizada hasta ahora de la artista conocida como «la pintora de la reina», en alusión a María Antonieta, reúne más de ciento cincuenta obras de procedencia muy variada, en su mayoría de museos de Francia, Estados Unidos, Rusia e Italia, así como de colecciones particulares. Estas últimas, cerca de un centenar, rara vez se han podido ver antes. En sus diez salas, en las que se mezclan criterios cronológicos y temáticos, es posible contemplar muchos de los mejores retratos que hizo de la alta sociedad europea y de sus casas reales entre los siglos XVIII y XIX. Completan la exposición varios autorretratos –sola o con su hija– y otros trabajos menos conocidos: pinturas alegóricas, paisajes, pasteles y dibujos; junto a un puñado de cuadros de artistas contemporáneos, sobre todo de mujeres, como Angelica Kauffmann y Adélaïde Labille-Guiard, pero también de hombres, por ejemplo, Jean-Baptiste Greuze y François-Guillaume Ménageot.
Además, la exposición se acompaña de un amplio programa cultural que incluye visitas guiadas, lecturas de conferencias, proyecciones de documentales y películas, así como la celebración de conciertos musicales.
Élisabeth Louise Vigée Le Brun (1755-1842) fue hija de un destacado pintor establecido en París, Louis Vigée, especialista en el retrato al pastel, con quien empezó su aprendizaje. Al morir su padre, cuando ella tenía solo doce años, continuó su formación en los talleres de artistas de su entorno: Blaise Bocquet, Pierre Davesne y Gabriel Briard; aparte de estudiar las colecciones reales y privadas más ricas de París, en las que admiró, en particular, los cuadros de Rafael, Rubens y Van Dyck. No recibió una formación académica, ya que, como mujer, no le estaba permitido el estudio del dibujo del natural ni optar al Premio de Roma, el más prestigioso de todos.
Joven de enorme decisión, antes de cumplir los veinte años, alcanzó una gran fama gracias a sus retratos, que combinaban el parecido físico con la idealización del modelo, en la línea de la tradición cortesana entonces en boga, especialmente, por los que le encargaron la nobleza y la familia real y, en particular, la reina María Antonieta, en la Francia pre-revolucionaria. A partir de 1776, y a lo largo de más de una década, pintó unos treinta retratos originales y numerosas copias de la soberana, lo que ha hecho que se la recuerde solo por una parte de su producción como «la pintora de la reina», aunque fue mucho más que eso. Tres de los más afamados de estos cuadros: María Antonieta con gran vestido de corte, María Antonieta en camisa y María Antonieta y sus hijos, pueden verse en esta exposición.
María Antonieta y sus hijos, 1787. Óleo sobre lienzo, 275 x 216 cm. Colección Museo Nacional de los palacios de Versalles y Trianon, Versalles
En 1776 se casó con el marchante de arte, y mediocre pintor, Jean-Baptiste Le Brun, del que tomó, como era y sigue siendo costumbre en Francia, el apellido, pero conservando el suyo de soltera, Vigée, por el que ya era conocida entre la sociedad más distinguida de París, y quizá también como un gesto de independencia[1]. El matrimonio tuvo una hija, Julie, modelo habitual de la pintora, con la que aparece en algunos de sus autorretratos. Muy pronto, la relación con su marido se deterioró debido a la vida licenciosa que él llevaba y a que malgastaba el dinero de ambos, puesto que, según la ley, era el esposo el que administraba los ingresos de su mujer. Finalmente, se divorciaron en 1794.
Hasta tal punto contó con el favor real que, gracias a la intervención de la reina, fue admitida en la Real Academia de Pintura y Escultura en 1783. Pese a que las mujeres no podían beneficiarse de los mismos derechos que los hombres, este nombramiento le dio una gran notoriedad y le permitió exponer en los salones anuales del Louvre[2]. Precisamente, fue su relación con el círculo de la corte la razón que le hizo huir del país en octubre de 1789, el mismo día en que los reyes fueron obligados a abandonar Versalles para establecerse en el palacio de las Tullerías de París. Durante doce años vivió como émigrée en Italia, Austria y Rusia, pintando sin cesar a una burguesía y aristocracia cosmopolita y recibiendo toda clase de honores, entre los que destacó su designación como miembro de varias de las academias más prestigiosas, como las de Roma, Bolonia, San Petersburgo y Berlín, hasta que volvió del exilio en 1802. De vuelta en la capital francesa, siguió trabajando para una abundante clientela, a la que se sumó la nueva élite y la familia de Napoleón, por ejemplo, su hermana Caroline Murat. Incómoda con la nueva situación política y social, siguió recorriendo Europa. Trabajó durante casi tres años en la corte de Inglaterra e hizo varios viajes de placer a Suiza, de donde regresó en 1808. Siguió pintando, pero, de manera progresiva, abandonó el retrato por el paisaje al pastel, hasta que murió a los ochenta y seis años de edad.
Autorretrato realizando un retrato de la reina María Antonieta, 1790. Óleo sobre lienzo, 100 x 81 cm. Galería de los Uffizi, Florencia
De entrada, lo que más sorprende de esta exposición es que se trate de la primera gran retrospectiva de la artista en Francia, su país de origen y donde trabajó la mayor parte de su vida; más de doscientos cincuenta años después de su muerte, ya que, según las estudiosas Linda Nochlin y Ann Sutherland Harris, fue, junto a la suiza Angelica Kauffmann, la pintora más aclamada de su época. Ninguna mujer hasta entonces consiguió igual éxito o admiración[3]. Con anterioridad, solo se le ha dedicado una exposición monográfica, hace más de tres décadas, en 1982, en Estados Unidos. De menores dimensiones, puesto que contó con unas cincuenta obras, fue organizada por el Kimbell Art Museum de Texas, poseedor de una tela suya: Autorretrato del lazo de color cereza, pintado hacia 1782. Antes, aunque sus cuadros habían participado en exposiciones sobre el género del retrato, fueron sobre todo las historiadoras del arte feminista las que reivindicaron su figura. En este sentido, fue pionera la muestra Women Artists, 1550-1950 de 1979, cuyas organizadoras fueron Nochlin y Sutherland Harris, a quienes acabamos de referirnos.
Como ya se ha señalado, la carrera de Vigée Le Brun fue larga y prolífica, y estuvo llena de éxitos. Pintó más de mil obras, seiscientas sesenta de ellas retratos, por las que cobró unos altos honorarios y consiguió innumerables reconocimientos. Asimismo, es otra prueba de su fama la seguridad que tuvo en sí misma y que reflejan los abundantes autorretratos que pintó y sus memorias, Souvenirs, que escribió a lo largo de diez años y que fueron impresas entre 1835 y 1837. Sin embargo, su obra ha caído prácticamente en el olvido y casi ha desaparecido de los museos y de los libros de historia del arte, como ha ocurrido con la de otras grandes mujeres creadoras: Sofonisba Anguisola, Artemisia Gentileschi, Camille Claudel, Sonia Delaunay, Tamara de Lempicka… por citar solo a unas pocas de las que están siendo reivindicadas en los últimos tiempos. Además, ella, como ninguna otra, encarnó a la «mujer artista», o sea, a quien, por encima de cualquier aspecto relacionado con su pintura, fue considerada mujer. De ahí que se resaltaran sus supuestas cualidades femeninas: belleza, juventud, gracia y virtud; convirtiéndola en un ornato o adorno.
Aparte de redescubrir a la artista, los dos comisarios de la exposición, Joseph Baillio, historiador del arte experto en la pintura de Vigée Le Brun, y Xavier Salmon, Director del Departamento de Artes Gráficas del Museo del Louvre, tienen el extraordinario mérito de haber reunido una obra muy abundante y dispersa, que se encuentra mayoritariamente en museos y colecciones privadas de Francia, Estados Unidos y Rusia, muchas de las cuales, como ya hemos dicho, pueden verse ahora por primera vez. Pero no solo cabe destacar el número de pinturas, ya que también sobresale su altísima calidad. En efecto, entre ellas se encuentran buena parte de las que están consideradas por los investigadores como sus obras maestras. Este es el caso del Autorretrato con su hija en brazos y los retratos La baronesa de Crussol de Florensac, Louise Rosalie Dugazon en el papel de Nina o Lady Hamilton como la Sibila de Cumas. Este último, pintado en 1792, lo tuvo la artista siempre en su poder y le sirvió como tarjeta de presentación en los distintos países en que vivió, ya que lo solía tener expuesto en su taller. En general, sus retratos femeninos sobresalen por su excepcional técnica y, ante todo, por las nuevas actitudes e indumentarias de las modelos, que les proporcionan una elegancia desenfadada.
Gabrielle Yolande Claude Martine de Polastron, Duquesa de Polignac, 1782. Óleo sobre lienzo, 92 x 73 cm. Museo Nacional de los palacios de Versalles y Trianon, Versalles
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Lady Hamilton como la Sibila de Cumas, 1792. Óleo sobre lienzo, 73 x 57 cm. Colección particular
Pero no debemos olvidar que la producción de la artista fue más allá. Es decir, no se limitó, en exclusiva, a pintar a las damas y a las mujeres de las familias reales europeas. Junto a estos retratos, realizó muchos masculinos. Es más, los de Hubert Robert, pintor y amigo suyo, Giovanni Paisiello, célebre compositor italiano, o Charles Alexandre de Calonne, ministro de finanzas de Luis XVI ─con quien se le atribuyó un romance─, se cuentan entre sus mejores cuadros. Incluso cultivó otros géneros, aunque fuera ocasionalmente, como la pintura alegórica. El más importante de estos lienzos es el que presentó en su recepción en la Real Academia en 1783, cuyo título es La Paz acompañando a la Abundancia. Asimismo, ya hemos señalado que en la etapa final de su carrera se dedicó principalmente a la pintura de paisajes, de los que hoy en día se conservan más de doscientos.
En cualquier caso, la consagración de Vigée Le Brun al retrato se debió a que su padre se había especializado en este tipo de pintura y, sobre todo, a la tradicional adscripción de las mujeres a los géneros considerados menores en la jerarquía de las artes. Esto es, el retrato, la pintura de flores y el bodegón, en lugar de la pintura religiosa, mitológica o de historia. Este hecho se explicaba basándose en sus presuntas características femeninas: gracia, delicadeza, minuciosidad… cuando la verdadera razón era que ellas no tenían una preparación equiparable a la de los hombres, puesto que se les prohibía asistir a las clases de desnudo del natural de la Academia y, por tanto, no podían adquirir conocimientos de Anatomía.
Hubert Robert, 1788. Óleo sobre panel de roble, 105 x 84 cm. Museo del Louvre, París
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La Paz acompañando a la Abundancia, 1783. Óleo sobre tabla, 102 x 132 cm. Museo del Louvre, París
Como esta muestra indica, y este es uno de sus aspectos más interesantes, el caso de Vigée Le Brun no fue ni único ni excepcional en su tiempo, el Antiguo Régimen y su crisis. En varias salas, en especial, en la número V, «Emulación y competencia femenina», se reúnen una decena de obras de mujeres coetáneas: Anne Rosalie Bocquet, la Condesa Benoist ─amiga de juventud y alumna de la artista, respectivamente─, Marie-Victoire Lemoine y Adèle Romany. También hay pinturas de dos artistas más conocidas del público y de la crítica: Angelica Kauffmann, a quien la pintora trató personalmente durante su exilio en Roma en 1789, y Adélaide Labille-Guïard. De esta última pueden admirarse tres retratos y la más famosa de sus telas: La artista en su taller con dos de sus alumnas, Marie Gabrielle Capet y Marie Marguerite Carreaux de Rosemond de 1785.
Es sabido que a lo largo de la historia ha sido habitual fomentar la rivalidad entre las mujeres, comparándolas y enfrentándolas de forma continua entre sí. Tal vez el caso más famoso entre artistas sea, justamente, el de Vigée Le Brun y Labille-Guïard, ambas retratistas de la corte del rey Luis XVI y, desde 1783, miembros de la Real Academia. Si bien es cierto que hubo una antipatía entre ellas ─en varias ocasiones Vigée Le Brun menciona a «una mujer artista», por Labille-Guïard, que trata de predisponer a posibles clientes en su contra, que la ha calumniado y que siempre ha dado muestras de ser su enemiga[4]─, también lo es que se las había confrontado desde que empezaron a exponer, como prueba el hecho de que en el Salón del Louvre sus cuadros se colgaran juntos. Así pues, la oposición no fue declarada, tanto por ellas mismas como por los demás. De este modo, se confirmaba la separación entre hombres y mujeres. Al comparar a dos artistas triunfadoras casi exclusivamente entre sí, se volvía innecesario evaluar su obra en relación con la de sus contemporáneos varones, por ejemplo, Greuze o Jacques-Louis David, o abandonar las rígidas identificaciones entre las mujeres pintoras y sus imágenes.
Antes de terminar, hemos de subrayar que aquí en España se ha prestado muy poca atención a esta artista. Prueba de ello es que no se han traducido jamás sus Souvenirs, como tampoco se han publicado los principales estudios sobre su vida y su obra. Ni los primeros trabajos escritos por Pierre de Nolhac y Louis de Hautecoeur a principios del siglo XX, ni los estudios más recientes: los ensayos anglo-americanos o su biografía de referencia, publicada en Francia en 2011, cuya autora es Geneviève Haroche-Bouzinac. En nuestro país, aparte de un libro de 1944 de la escritora y periodista Carlota O’Neill que firmó bajo el pseudónimo de Laura de Noves ─impreso en la editorial Olimpo de Barcelona─, y un puñado de artículos monográficos, hasta la fecha, tan solo ha visto la luz una novela histórica de Geneviève Chauvel, La pintora de la reina. Elisabeth Vigée Le Brun, la favorita de María Antonieta, en 2006 ─que se editó en Francia en 2003─. Aparte de esto, su nombre se incluye de forma episódica en algunas obras de carácter general sobre las mujeres artistas, como en los ensayos de Estrella de Diego La mujer y la pintura del XIX español de 1986 ─reeditado en 2009─, Bea Porqueres, Reconstruir una tradición, de 1994, o Victoria Combalía, Amazonas con pincel, de 2006.
Lamentablemente, apenas hemos podido ver obras de esta pintora en la Península. Gracias al trabajo de Vicent Ibiza i Osca, sabemos que varios museos nacionales poseen cuadros suyos. El Museo del Prado tiene dos retratos: La reina María Carolina, esposa de Fernando IV de Nápoles ─hermana de María Antonieta─ y La princesa María Cristina Teresa de Borbón, madre e hija, pintados en 1790 durante la estancia de seis meses de Vigée Le Brun en Nápoles. Por su parte, el Museo Provincial de Lugo también cuenta con dos lienzos: Retrato de María Antonieta y Retrato de niña. Sin embargo, solo uno de ellos, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, expone una de sus telas como parte de su colección permanente: Retrato de niña, realizado entre 1788 y 1790, en la sala dedicada al legado Cambó[5]. En cuanto a las exposiciones temporales, podemos decir, más o menos, lo mismo. Hace cuatro años, en 2011, pudimos ver el Autorretrato realizando un retrato de la reina María Antonieta de la Galería de los Uffizi de Florencia en la exposición Heroínas del Museo Thyssen-Bornemisza, en asociación con Caja Madrid, que estuvo dedicada a la representación de las mujeres fuertes en el arte y a las mujeres artistas.
Por último, queremos aplaudir que tenga lugar una exposición como esta, la primera que permite ver el trabajo de Vigée Le Brun en profundidad en Europa, saldando, así, una deuda pendiente con la artista. Esperamos que sirva no solo para un mayor conocimiento y reconocimiento de su obra en Francia y en los otros países que va a recorrer, sino también que le dé el lugar que le corresponde en la Historia del arte occidental.
Paisaje con arbustos, 1820-1830. Pastel sobre papel azul, 14 x 16 cm. Colección particular
Élisabeth Louise Vigée Le Brun. 1755-1842.
Grand Palais, París. Del 23 de septiembre de 2015 al 11 de enero de 2016.
Metropolitan Museum of Art, Nueva York. Del 9 de febrero al 15 de mayo de 2016.
Musée de Beaux-Arts. Ottawa. Del 10 de junio al 12 de septiembre de 2016.
Bibliografía:
Joseph Baillio y Xavier Salmon, Élisabeth Louise Vigée Le Brun. 1755-1842, Grand Palais, París, 23 de septiembre de 2015 – 11 de enero de 2016, Éditions de la Réunion des musées nationaux – Grand Palais, París, 2015.
Geniève Haroche-Bouzinac, Louise Élisabeth Vigée Le Brun. Histoire d’un regard, Flammarion, París, 2011.
Vicente Ibiza i Osca, Obra de mujeres artistas en los museos españoles. Guía de pintoras y escultoras, 1500-1936, Centro Francisco Tomás y Valiente-UNED, Alzira-Valencia, 2006.
Linda Nochlin y Ann Sutherland Harris, Women Artists, 1550-1950, Random House, Los Angeles, 1976.
Élisabeth Louise Vigée Le Brun, Souvenirs, III vols., Eds. l’Escalier, Saint Didier, 2011 (1ª edic. 1835-1837).
Notas:
[1] Geniève Haroche-Bouzinac, Louise Élisabeth Vigée Le Brun. Histoire d’un regard, Flammarion, París, 2011, p. 74.
[2] Katharine Baetjer, «Las mujeres en la Real Academia», en Joseph Baillio y Xavier Salmon, Élisabeth Louise Vigée Le Brun. 1755-1842, Grand Palais, París, 23 de septiembre de 2015 – 11 de enero de 2016, Éditions de la Réunion des musées nationaux – Grand Palais, París, 2015, p. 54.
[3] Linda Nochlin y Ann Sutherland Harris, Women Artists, 1550-1950, Random House, Los Angeles, 1976, p. 190.
[4] Élisabeth Vigée Le Brun, Souvenirs, vol. II, Eds. l’Escalier, Saint Didier, 2011, pág. 87 (1ª edic. 1835-1837).
[5] Vicente Ibiza i Osca, Obras de mujeres artistas en los museos españoles. Guía de pintoras y escultoras, 1500-1936, Centro Francisco Tomás y Valiente-UNED, Alzira-Valencia, 2006, p. 131.