Vista de la exposición de Marina Vargas en el CAC Málaga
LAS ENTRAÑAS DE MARINA VARGAS
Regina Pérez Castillo
El modelo y la artista (2015) es la única fotografía que encontramos en la nueva exposición de Marina Vargas (Granada, 1980) en el CAC, Ni animal ni tampoco ángel, una imagen que resume y cierra (o abre) inmejorablemente el significado de la muestra. Se trata de una bellísima escena en blanco y negro en la que la propia Marina abraza con su cuerpo desnudo a una de las esculturas clásicas más enigmáticas de la historia del arte: el torso de Belvedere. La carga erótica es evidente, pero más aún lo es la lucha de contrarios: lo femenino contra lo masculino, lo animado contra lo inanimado, la artista contra el modelo, el calor humano contra el frío mármol.
Marina Vargas, El modelo y la artista, 2015
Se han reunido, además, doce esculturas de facción clásica (Venus, Apolo, el Diadúmeno…) compuestas por polvo de mármol y resina que aparecen invadidas por una especie de masa orgánica informe de tonos rosáceos (poliuretano expandido). De inmediato viene a nuestra mente la famosa dicotomía filosófica de lo apolíneo y lo dionisíaco que Nietzsche describió tan brillantemente en el ámbito de la estética (El nacimiento de la tragedia, 1872) y en la que el filósofo alemán hablaba de dos fuerzas o impulsos que regían la conducta humana. Lo apolíneo es norma, orden, racionalidad, claridad, armonía, perfección y moderación, compendio de “virtudes” que se encuentran en la base del arte clásico; mientras lo dionisíaco es confusión, impulso, pasión, caos y oscuridad. Esta disputa encarnizada entre el ethos (la norma) y el pathos (la pasión) aparece reflejada en los modelos escultóricos de la escuela griega que la artista ha recreado: figuras marmóreas, frías, ideales de belleza de otro tiempo, copias clásicas que inundan facultades y escuelas de artes, modelos de silenciosa armonía que en la obra de Vargas son asediados por una masa amorfa, cancerígena y visceral que los asfixia lentamente.
Esta lucha de fuerzas o diálogo entre contrarios busca la revisión del modelo clásico, de los símbolos y la historia que hemos heredado, haciéndonos reflexionar sobre su utilidad y vigencia hoy día. Podemos pensar en la propuesta que Pistoletto lanzó allá por el año 67 cuando “puso a charlar” a una Venus inmaculada con una montaña de trapos y ropa desechada. Tal y como hizo el artista italiano, Marina nos invita a superar el arte del pasado, o mejor dicho, a incorporarlo y mezclarlo con elementos propios de nuestra contemporaneidad. Este es el motivo por el cual el modelo nietzscheano de lo apolíneo y lo dionisíaco no define plenamente la obra de Marina Vargas, siendo quizá la dialéctica hegeliana la que mejor describe su pretensión: hay una tesis (la escultura clásica), una antítesis (la masa amorfa rosácea) y una síntesis (ambos elementos conviven en la obra de arte definitiva: la masa necesita a la escultura para tener sentido y la escultura necesita a la masa por el mismo motivo). Así lo indica la propia artista en el título de la exposición: No soy un animal, pero tampoco un ángel. Mi “yo” participa de ambas realidades. Qué duda cabe que aunque la exposición plantea ideas de tipo universal, cuestiones que han acompañado al ser humano a lo largo de su historia y en las que todos nos vemos reflejados, Marina está hablando de sí misma.
La vida en la obra de Marina es representada con unas líneas curvas, denominadas por la propia artista como “entrañas”, una especie de ideograma orgánico que simboliza el modo en que el movimiento vital interior, la biología visceral, es capaz de aflorar en la superficie del ser, y es precisamente este elemento uno de los hilos conductores más importantes de toda su producción. Ya lo veíamos en la performance Noli me tangere, no me toques (2008-2009) sobre la piel del caballo y sobre la piel de la artista; posteriormente en las cabezas de ciervos (Acteón. Trofeo de Caza, 2010) y las siluetas de personajes míticos (Diana Cazadora, 2010-2011) o incluso en su propio autorretrato (Soplo a lo incondicionado, 2012). Pero la obra cumbre o el punto de inflexión en el que esas entrañas cobran vida eterna es la Piedad Invertida (2013), en la que la muerte divina de la Virgen (de la madre y no del hijo) se tiñe de un color visceral. Como no podía ser de otra forma, las entrañas también están presentes en las formas voluptuosas de esa masa amorfa que invade la superficie de las esculturas clásicas, intensificando más si cabe ese carácter biológico en expansión.
“Lucha de contrarios”, “autorretrato”… Ni animal ni tampoco ángel va más allá. Casi pareciera que todos los elementos anteriormente apuntados sustentaran la búsqueda de algo más profundo: quizá un nuevo modelo de belleza híbrido y monstruoso que ha olvidado por completo el silencio del canon clásico y que refrenda la celebérrima frase del surrealista francés André Bretón: “La belleza será convulsiva o no será”.
Marina Vargas, Ni animal ni tampoco ángel, CAC Málaga, C/ Alemania s/n, Málaga. Del 23 de octubre de 2015 al 10 de enero de 2016.