CATACLISMO

DE MONJAS A ALCALDESAS. VENTANAS ABIERTAS POR EL FEMINISMO

4. Éxtasis de Santa Teresa de BerniniBernini, El éxtasis de Santa Teresa, 1647-1652. Capilla Cornaro de Santa Maria della Vittoria

 

DE MONJAS A ALCALDESAS. VENTANAS ABIERTAS POR EL FEMINISMO
Eva Lootz*

En 2009 hice en la Casa de la Moneda una exposición con el título “A la izquierda del padre” y el título me sirvió para hablar de la posición subordinada de la mujer a lo largo de nuestra tradición y el estigma de negatividad que lo acompaña.

En 2015 los ciudadanos de este país acabamos de votar a dos mujeres como alcaldesas de las dos ciudades más importantes. Por si esto fuera poco, detecto una saludable y sincera alegría relacionada con este hecho en mis amigos varones. Las cosas poco a poco están cambiando y no podemos sino congratularnos por ello.

Pero al hacer esta observación, la visión implícita no deja de ser una visión sociológica que no tiene en cuenta los estratos menos visibles de la sociedad, igualmente relevantes; estratos de los que suelen ocuparse antropólogos, historiadores de la cultura y psicoanalistas.

Creo urgente ocuparnos de los conflictos íntimos de la vida psíquica de los individuos contemporáneos, que desde Freud lo sabemos, son los conflictos inconscientes, cuyas tensiones no resueltas crean las perversiones, las patologías y abren las vías a la locura.

Y aunque no puedo, ni mucho menos, pretender esclarecer a fondo esos conflictos, quiero al menos acercarlos un poco más a la luz.

Vemos que a pesar de los cambios que se están produciendo en la sociedad, los asesinatos de mujeres por sus parejas o ex-parejas no remiten y los abusos a menores, favorecidos al parecer por los móviles y la tecnología digital, no solo no disminuyen sino incluso van en aumento.

Los psicoanalistas nos hablan de algo que se repite en sus consultas: que no hay caso de desarreglo grave en el que no tropiecen con un desmoronamiento, un derrumbe de la función paterna.

¿Está en crisis la función paterna?

¿Qué papel cumplía tradicionalmente esta función?

¿Y qué papel ha de cumplir en una sociedad que ha dejado de definirse como patriarcal?

Freud nos legó un conjunto de reflexiones acerca del lado hasta entonces desconocido de la vida psíquica y una de sus grandes aportaciones es la de haber sacado a la luz la conexión existente entre el cuerpo y el sentido, entre el lenguaje y la sexualidad.

Para resumir de manera rápida la tesis que está aquí en juego: el psicoanálisis sostiene que para convertirse en sujeto, el individuo ha de enfrentarse a una Otredad simbólica, el lenguaje, llamado también por algunos el Nombre del Padre –es el momento en el que el niño/a aprende a hablar– y efectuar la separación de una fusión arcaica con la Otredad no articulada de la madre.

Estando aquí reunidos con motivo del quinto centenario del nacimiento de Teresa de Jesús, creo que no podemos obviar el espinoso –pero decisivo– tema de lo sagrado, más concretamente la pregunta acerca de la relación especifica de lo femenino con lo sagrado. Teresa de Ávila fue, al fin y al cabo una religiosa, una gran escritora también, pero no una gran actriz o una gran científica, Sarah Bernhardt o Mme. Curie, pongamos por caso.

Diré para prevenir malentendidos que desarrollaré mis reflexiones al margen del registro teológico o confesional, permaneciendo por entero en el terreno del análisis cultural, es decir, tratando la figura de la santa como paradigma para propiciar la reflexión y no como objeto devocional.

¿Pero por qué, me dirán ustedes, es tan importante reflexionar acerca de lo sagrado –lo religioso incluso– que, ciertamente, no es lo mismo?

En primer lugar, porque pienso que en este hermoso país, en el que estoy encantada de vivir, es un tema que todo el mundo barre debajo de la alfombra, una especie de patata caliente, un territorio de reflexión perezosa en el que los frentes se han fosilizado, los resentimientos se han interiorizado, herencia arrastrada –de una manera u otra– probablemente desde la época de la contra-reforma, pero que el franquismo sin duda contribuyó a recrudecer, de manera que todavía hoy impide que se trate el tema de manera franca, audaz e inteligente como corresponde a una sociedad actual.

Y en segundo lugar porque el fascismo, tal y como decía el artista Dan Graham, aquí y en todas partes, está lejos de estar definitivamente desterrado, sino es más bien una amenaza real que acecha velada casi detrás de cualquier esquina. El fascismo se alimenta de muchas fuentes, en gran medida de las frustraciones colectivas, busca y encuentra los aliados más dispares, se alimenta de los nacionalismos decepcionados, de los guardianes de las esencias y de los “valores de Occidente”, de los oportunistas de la ingeniería financiera, de los nostálgicos de la raza y de los resentidos de toda índole, y ha sido capaz –los fascismos del siglo XX lo demostraron de sobra–, mediante toda clase de mitos falseados, de desencadenar verdaderas oleadas de fanatismo y apropiarse de lo sagrado, en un intento de re-encantamiento del mundo.

Además, querámoslo o no, fenómenos emparentados con lo sagrado de todos modos nos salen al paso aquí y allá, con sus cargas arcaicas de violencia y horror, últimamente en forma de suicidas que se convierten en bombas humanas.

De manera que más nos vale estar vigilantes y someter estos fenómenos a un escrutinio pormenorizado.

Obviamente, no se trata de querer por nuestra parte volver a apropiarnos de ese sagrado ancestral, sino de acercarnos a la dinámica psíquica que lo engendra y alimenta.

¿Qué es pues el fenómeno de lo sagrado y en qué se diferencia de lo religioso?

Si consideramos, siguiendo a Julia Kristeva, lo sagrado como la irrupción (y el disfrute) de la brecha entre lo animal y lo verbal, veremos de pronto que allí está en juego a la vez el despegarse de la madre –por tanto la pérdida de la madre–, y al mismo tiempo nuestro acceso al “mundo” a través del habla. Lo sagrado sería aquello que conmemora, que ritualiza ese punto, en una palabra: la herida, la cicatriz del acceso del ser humano a la cultura.

El lugar más arcaico de las negociaciones entre la vida, la muerte, el sexo y la diferencia, la fase previa a aquella que genera las personificaciones divinas y figuraciones abstractas, tal y como lo conciben las religiones.

Lo religioso, por su lado, sería el conjunto de las formulaciones concretas a través de las cuales una cultura negocia con ese fondo arcaico, hace el reparto de lo sensible e impone sus reglas y sus rituales. Siendo así el discurso que sabe lo que está en juego entre la homogeneidad socio-simbólica y la heterogeneidad de las pulsiones y los deseos, que ejercen presión dentro de y sobre la homogeneidad religiosa pactada (o impuesta).

Siendo precisamente esto último la razón que explica la reticencia que la iglesia católica ha mostrado siempre frente a la mística, estando todos y todas, desde Teresa de Ávila al Maestro Eckhart, en algún momento de su vida bajo acusación de herejía, o cuando menos bajo sospecha, por mucho que a posteriori se declarara a algunas de estas mujeres doctoras de la iglesia, caso de Teresa de Ávila y Catalina de Siena, y no recuerdo a ningún místico varón donde este haya sido el caso.

Conocemos la versión del Padre ideal encarnado en la figura de la Trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo, el verbo hecho carne a través del hijo, la pasión del hijo, su muerte y posterior resurrección, tal y como lo formula el cristianismo, y a partir de ahí cabe preguntarse:

Más allá del acceso al lenguaje que corresponde a cualquier ser humano, ¿existe una relación privilegiada entre lo femenino y lo sagrado transformado en este caso en lo religioso?

Y ¿en qué nos puede ayudar a avanzar en estos temas la figura de Teresa de Ávila?

Trataré de acercarme a estas preguntas de la mano de psicoanalistas, historiadoras y feministas, así la mencionada escritora, lingüista y psicoanalista Julia Kristeva, la profesora de estudios culturales Griselda Pollock y la antropóloga Jane Harrison.

5 Julia KristevaJulia Kristeva

La enseñanza más interesante que a mí me ha proporcionado desde hace años la obra de Julia Kristeva es la de haber analizado la religión como laboratorio de las fuerzas psíquicas, y eso incluye la certeza de que la subjetividad y la historia de la religión están tan íntimamente entrelazadas que no pueden abordarse la una sin la otra y por esa razón nos conciernen hoy en día.

En 2008 Kristeva publicó un extenso trabajo sobre Teresa de Cepeda y Ahumada que, a pesar del título que personalmente no me parece nada afortunado (se titula “Teresa, mi amor” probablemente una concesión al editor…) contiene jugosas reflexiones acerca del tema de la función paterna en el desarrollo del individuo y no pocos gérmenes para un análisis del fenómeno religioso, tal y como lo ha desarrollado el cristianismo.

Teresa, dice Kristeva, retoma por su cuenta y a su manera apasionada la intuición bíblica y evangélica según la cual la humanización –entendida como capacidad de crear sentido– depende de la celebración de un Padre ideal.

Ese Padre ideal no es el padre sexuado y engendrador, sino un padre que ha renunciado a gozar (sexualmente) de sus hijos, que renuncia a sacrificarlos para permitir así al deseo frustrado (el suyo y el de los hijos) metamorfosearse en capacidad de imaginar y de pensar. Es el padre fantaseado, el padre simbólico, el padre muerto, el padre víctima de un asesinato culpable y compartido que se convierte en hecho fundacional de la sociedad, el padre que Freud encontró en Tótem y Tabú.

Al hacer el cristianismo del Padre simbólico su piedra angular, su eje y su centro, se comprende fácilmente que cristianismo y patriarcado se retro-alimentaran mutuamente.

Mientras lo simbólico tiene sexo masculino, el sitio de la mujer es aquel que el varón le asigna como su Otro y es asociada al reino de la madre, a lo oscuro, lo caótico, aquello que en nuestro acceso al lenguaje ha sido reprimido.

Teresa, como figura paradigmática, nos hace descubrir hasta qué punto la capacidad de representación, sublimación e idealización es consubstancial al ser humano. Ella, y en general las místicas, asumen lo religioso, lo atraviesan incluso y, en los casos más extremos, como veremos más adelante, lo superan, lo exceden, van más allá.

Lo que sucede en el caso de las mujeres es que condicionadas por el papel de la época que las destinaba a la procreación y al servicio del varón, al rechazar este destino no tuvieron más remedio que hacerse virtuosas, campeonas y, se diría, prestidigitadoras, de la sublimación.

Para comprender que una joven despierta y observadora que ha visto morir a su madre a los 33 años, después de 10 partos, se haga monja, caso de santa Teresa o, siendo la hija número 23 de un total de 25 partos, caso de santa Catalina de Siena, no hace falta ser psicoanalista.

Lo que ya no es tan fácil de desentrañar es:

¿Cuáles son los mecanismos psíquicos que entran en juego para hacer de una joven así una gran escritora?

¿Qué es lo que hace de ella una gran mística?

¿De qué se alimenta en estos casos la economía psíquica?

Hay sin duda, un largo y tortuoso camino, plagado de enfermedades, arrebatos, desánimos, éxtasis y visiones que se refleja en relatos tan fascinantes como es el de la “Vida”, escrito por la santa por mandato de sus confesores.

Teresa de Ávila, decía Freud, es la patrona de las histéricas –aunque hay estados descritos por ella que para los médicos de hoy se aproximan más bien a la epilepsia–, sin embargo, el mismo Freud no dejaba de reconocer su genialidad. Porque la santa de Ávila es el caso único de una mujer que no solo dispone de una extraordinaria capacidad de auto-observación, que se hace fuerte en el goce de la escritura, sino a la vez una mujer de acción con dotes para ponerse en escena, que se distingue además por una capacidad práctica que ya quisieran tener para sí muchos ejecutivos, la que hace falta para fundar diecisiete monasterios en veinte años –y con un mínimo de dinero.

Cuando Estrella me propuso participar en estas jornadas, lo primero que se me pasó por la cabeza fue: ¿por qué la genialidad de las mujeres se manifestó en nuestra tradición en las grandes místicas?

Hasta el punto de que bien podría decirse que, desde la antigüedad clásica, de cuyas filósofas no sabemos prácticamente nada hasta el siglo XIX, esa ha sido la gran aportación de las mujeres a la cultura de Occidente, aparte de traer la vida de la especie hasta nuestros días, claro. Que no es poco.

El hecho de retirarse a lugares “reservados”, lo explica la ya mencionada situación de las mujeres en la época.

Pero ¿es la sublimación explicación suficiente para comprender su entusiasmo, su perseverancia, su encuentro con la experiencia del amor, los hallazgos de su poesía, la audacia de su escritura, el hecho de que, como si dijéramos, cavando y cavando algunas encontraran oro?

Dice Teresa de Ávila:

Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero

¿Se puede ser más rotunda, más clara, más plástica, haciendo gala de un pensamiento paradójico?

Pero retrocedamos en el tiempo.

Encontramos a las místicas en todos los países europeos, a lo largo de todo el siglo X, XI, XII, XIII y XIV.

¿Por qué, me he preguntado muchas veces, nunca nos contaron en el colegio que la suma de los saberes del siglo XII fue recopilada por una mujer que se llamaba Herrada de Landsberg? Nada más y nada menos que el trabajo enciclopédico del siglo XII, recogido bajo el título de Hortus deliciarum o El Jardín de las delicias. Con solo leer ese título no cabe duda de que estas mujeres amaban el saber, lo cultivaban con mimo y diligencia.

Dos siglos antes de Herrada, en el siglo X, encontramos a Roswitha de Gandersheim, en cuyo convento se llegó a acuñar moneda y se hicieron representaciones de piezas teatrales escritas por ella –ignoro si se conservan. Roswitha nunca hizo votos de pobreza, por tanto pudo llevar consigo a sirvientes y propiedades, prefigurando así unas comunidades que luego proliferaron y se conocieron como los beguinajes.

Las beguinas, que se recluían sin renunciar a sus propiedades, tampoco se comprometían a la castidad más que por el tiempo limitado de un año, pudiendo ese voto ser renovado de año en año o ser revocado. Se dedicaban al cuidado de pobres y enfermos, a la contemplación, a las labores del huerto, al estudio o a la escritura, como es el caso de Hadewijch de Amberes.

¿Pero quién conoce hoy en día a Hadewijch de Amberes, precursora según dicen del gran Maestro Eckhart y sus poemas “Los tormentos del amor”, a Beatriz de Nazaret y su libro “Siete maneras de amor”, quién a Mectildis de Magdeburgo, a Gertrudis de Hackeborn, a Gertrudis Magna o a Margarita de Porete y su “Espejo de las almas simples”, nacida esta última en Bélgica, condenada a la hoguera por negarse a reconocer intermediarios entre ella y Dios y quemada en la Place de Grève de París?

Toda una ristra de mujeres extraordinarias que vivieron en los siglos XII y XIII, y entre las que la única que goza de cierto renombre es Hildegard von Bingen, abadesa, pintora, poeta, compositora, médico, botánica, física y farmacéutica. Mujer que, al parecer, fue la primera en hablar del orgasmo femenino.

6 Obra de Hildegard von BingenObra de Hildegard von Bingen

Conocida en buena parte porque en los años 80 empezaron a salir discos con sus composiciones, libros con las pinturas de sus visiones y, además, la cineasta alemana Margarethe von Trotta hizo una película sobre ella.

Pero escuchemos a Mectildis de Magdeburgo:

Un día vi con los ojos de mi eternidad y sin esfuerzo, una piedra. Esta piedra era como una enorme montaña y era de diversos colores. Tenía un sabor dulce, como hierbas celestiales. Pregunté a la dulce piedra: ¿Quién eres tú?, y me respondió: “Soy Dios”.

O a Hadewijch de Amberes que, como sus congéneres neerlandesas, escribía en lengua vernácula e inauguró con ello un nuevo género, el de la “ poesía mística cortés”, a la vez que un movimiento que se ha dado en llamar las “trovadoras de Dios”. Se trata de una poesía epitalámica, poesía de la experiencia, que sin embargo a menudo se queja de la insuficiencia del lenguaje para transmitir la vivencia. Poesía es, al decir de Ramón Andrés, la manera más sutil que tienen las palabras de convertirse en silencio.

¡La experiencia, ese caballo de batalla de las mujeres!

¡Ese demorarse en el borde del lenguaje, ese asentarse en el filo de lo indecible!

Hasta María Zambrano se detiene en ese lugar fronterizo y da una hermosísima definición cuando dice: la experiencia es ese conocimiento que ha renunciado a dejar el tiempo solo…

Pero volvamos al siglo XIII.

En esta preferencia por el idioma materno las beguinas de los Países Bajos van a la par con los trovadores y los autores de las canciones de gesta y se diferencian así de los teólogos y los monjes de la época que escriben en latín, encontrándose así Hadewijch en el origen de la literatura neerlandesa.

Ella escribe (es un extracto):

Tan pronto ardiente, tan pronto frío,
tan pronto tímido, tan pronto audaz.
Tan pronto gracioso, tan pronto terrible,
próximo ahora, lejano después.
Tan pronto humillado, tan pronto exaltado,
oculto ahora, revelado después.
Tan pronto ligero, tan pronto pesado,
oscuro ahora, claro después;
la dulce paz, la amarga espera
dando y recibiendo,
esa es la vida de los que
siguen los caminos de Amor.

…¡De nuevo, el pensamiento paradójico!

En el siglo XIV encontramos en Inglaterra a una mística, elevada más tarde a los altares, santa Juliana de Norwich, cuya frase más conocida “todo irá bien, todo irá bien” da fe de un sorprendente optimismo, nada corriente en la época en la que le tocó vivir. Sin embargo, a partir de Elizabeth Barton, visionaria conocida como la “monja de Kent”, contemporánea de Enrique VIII, parece que cesaron en Inglaterra no solo las vocaciones místicas, sino el optimismo en general; así para Thomas Hobbes, autor del Leviathan, el estado natural de la sociedad es la “guerra de todos contra todos” y también es suyo aquel dicho de “el miedo y yo nacimos gemelos”, pues su madre dio a luz de manera prematura por el terror que infundía por aquellos días la Armada Invencible –la española, naturalmente.

¡Lo que es la historia!

¡Si hubieran sabido la debacle que le esperaba a esa misma Armada Invencible…!

En cuanto a Elizabeth Barton, la “monja de Kent”, el hecho de ser ejecutada por orden de Enrique VIII debió de disuadir de manera fulminante a las mujeres británicas de cualquier alarde de creatividad religiosa. Cosa que, al parecer, no había sucedido en el continente, pues por mucho que quemaran a Margarita Porète no cesó la actividad de las beguinas de las Tierras Bajas.

¿Sería porque las mujeres en los intrincados valles del Sacro Imperio Germánico eran más y estaban mejor organizadas? o ¿por qué el control ejercido sobre las mujeres en su época aún era más laxo y permitía ciertos espacios de libertad?

Para no prologarme aquí demasiado dejo de lado a las grandes italianas, entre las que sobresalen naturalmente Catalina de Siena y Angela da Foligno, pero están también Clara de Asís o la Beata Ludovica, inmortalizada por Bernini al igual que santa Teresa.

En el XVII español finalmente sobresale la figura de Teresa de Ávila, pero no nos olvidemos de la venerable Sor María de Agreda, conocida por su epistolario con Felipe IV.

La verdad es que no sé cómo nos las arreglamos las mujeres para que siempre nos toque hacer trabajo doble: por un lado nos toca recuperar personajes femeninos del pasado, esas místicas por ejemplo, tan poco conocidas con excepción de una o dos –su obra está lejos de ser estudiada–, y por otro, evidentemente, hemos de pensar en los retos del presente, los de la globalización planetaria, retos gigantes en una época de transición, en la que todo cambia por la digitalización generalizada, retos que, a mi modo de ver, incluyen el de la travesía del vínculo religioso.

Decía Musil que no sabemos mucho acerca de la mística porque históricamente los que sabían escribir no habían tenido experiencias místicas y los que las habían tenido no sabían escribir; lo que demuestra que el bueno de Musil no se había tomado la molestia de leer ni a Teresa de Jesús ni a Juan de la Cruz (aunque con toda seguridad conocía la escultura de Bernini…).

Porque nadie como Teresa de Ávila se hizo fuerte precisamente en la escritura, ese fue su verdadero castillo, sólido como las murallas de Ávila, y en el interior, aunque ella no lo pretendía, era la dueña. Porque la escritura es de por sí un medio de empoderamiento, uno que, además como ningún otro, permite plasmar la interioridad y sus cambiantes estados, permite doblar el placer de lo vivido con el placer de revivirlo escribiendo, ¿qué sino la escritura le permitía a Teresa tener un testigo que certificara las “mercedes” que le habían sido concedidas, los arrebatos y las nupcias que celebró con el amado, las vivencias en las que la figura del Padre se había transformado en esposo y cómplice?

No deja de ser curioso que, si la cultura y la religión institucionalizada le deben tanto al acceso al habla, a la capacidad de crear significado, representación y sentido, a ese borde entre el cuerpo y el lenguaje, resaltado por toda clase de oraciones y ritos, la mística haga suya la vía del silencio, se reclame hija de la escucha y haga de la escritura su natural complemento.

En ese umbral entre el cuerpo y el sentido, propiciado por el ayuno, las penurias de la pobreza y el desprendimiento de sí, la mística se dispone a atravesar una última frontera, es transgresión radical, vivencia de la paradoja.

Y si la mística es el lugar donde se negocia un exceso de deseo que es a la vez deseo de exceso, un excedente que el psicoanálisis designa con el nombre de goce o jouissance, la mujer, al no estar circunscrita por entero al goce fálico, ciertamente está en ventaja. Ellas no están atravesadas por el deseo de hacer cumplir la Ley, de imponer el Orden, ellas fluyen, se deslizan, se adaptan, son un manojo de líneas de fuga. Para ellas es posible acceder a un goce otro…

Y esta es la vía que les ha facilitado a las mujeres convertirse en grandes místicas, pero también a algunos hombres hacerse grandes artistas, porque lo dicho anteriormente dibuja la posición femenina, independientemente de que un sujeto sea biológicamente mujer. Hay artistas varones que han hecho suya esa posición femenina, y san Juan de la Cruz sería un buen ejemplo.

En el “Camino de la perfección” y hablando del amor, Teresa dice: ¿daremos mate a este Rey divino?

Y más adelante… pensó bastaba conocer las piezas para dar mate, y es imposible, que no se da este Rey, sino a quien se le da del todo.

Y ahí queda eso, Teresa de Jesús jugando al ajedrez con el Padre ideal, queriendo hacer jaque mate y viendo que eso no es posible porque, como dice ella: “no se da este Rey, sino a quien se le da del todo”.

8. Griselda PollockGriselda Pollock

Hasta aquí hemos hablado largo y tendido sobre la función paterna como condición para hacerse sujeto, sin embargo, a los ciento quince años de la publicación de la La interpretación de los sueños, ha quedado claro que Freud, a pesar de su afán coleccionista de antigüedades anteriores al mundo clásico e incluso extra occidentales fue, como dice Griselda Pollock, un indudable representante de la sociedad patriarcal de su época, ejemplo de una economía psíquica que reprime el trauma de la dependencia de la madre en vez de transformarlo en una economía de interdependencia y generosidad. Dicho de otra manera, a pesar de las estatuillas de Isis, de Hathor, de las esfinges que poblaban sus vitrinas, el terreno de lo propiamente materno permaneció en el ángulo ciego de su consideración. Analistas actuales lo han resaltado e incluso, como Ilse Grubrich-Simitis, llegan a afirmar: el silencio de Freud acerca de la función materna equivale a un síntoma.

Se ha impuesto desde entonces la tarea de remediar esta ceguera y concederle a la función materna el lugar que le corresponde no solo en la vida sino también en la teoría de la subjetividad.

Jane Ellen Harrison

Entra aquí en escena un personaje poco conocido, Jane Ellen Harrison, pionera de los estudios clásicos. Inglesa, nacida en 1850 y fallecida en 1928, o sea, prácticamente contemporánea de Freud. Se trata de una mujer que, al parecer, llegó a dominar 17 idiomas y que pudo publicar sus libros gracias a la imprenta que regentaban Virginia Woolf y su marido Leonard, la Hogarth-Press. Ella dio un vuelco audaz a la interpretación de la cultura clásica y como temprana lectora de Nietzsche, se apartó de la interpretación apolínea de la cultura griega. Puso el foco en la relación madre-hijo y por primera vez afirmó un lugar para lo femenino tanto en lo clásico como en las culturas pre-clásicas, fundamentalmente a través de su libro Themis (escrito en 1912 y revisado en 1927).

Themis, la “de las preciosas mejillas”, es la diosa que encarna la ley de la naturaleza, el orden divino justo y la fuerza de las costumbres, que luego entre los romanos se convertirá en Iustitia, representada con los ojos vendados y sujetando una balanza.

En cuanto a Jane Ellen Harrison, ella no postula un matriarcado, pero identifica la evidencia histórica de un orden simbólico e imaginario que precede al orden patriarcal, revindica una estructura socio-psíquica en la que Madre e Hijo constituyen el par fundacional, no como pareja sexuada sino como yuxtaposición simbólica que enlaza la madre creadora y el hijo portador de la semilla futura, encarnación de la renovación anual y garante del ciclo de las estaciones. Recupera así el imaginario matrilineal, del que el ámbito mediterráneo conserva tan abundantes testimonios.

Pensemos solo en las esculturas de la Magna Mater romana y en las impresionantes Damas ibéricas, la de Elche, la de Baza, la de Guardamar y la de Galera (lugar situado en la provincia de Granada).

Paso aquí por alto la apropiación de la figura materna por parte del cristianismo, a través de la figura de la Virgen, presente sobre todo en los países mediterráneos y que el protestantismo, significativamente, nunca aceptó, para pasar a la pregunta acerca de la función materna en la economía psíquica actual y que nos puede ser útil a la hora de superar el patriarcado tan firmemente anclado todavía en el inconsciente colectivo (donde aún ronda y relampaguea aquello de: …“la maté porque era mía”).

Retomando el imaginario matrilineal antes mencionado, Kristeva, no sin reconocer las connotaciones de temor y desasosiego que lo acompañan, encuentra allí el potencial de lo materno-femenino como principio de la hospitalidad, de la generosidad y de la acogida que, frente a la lógica mortífera del narcisismo masculino, abre un espacio para la ética.

Concibe lo materno no como una función biológica sino como una función social, como principio de benevolencia y empatía que transforma la violencia del erotismo en la generosidad que permite al Otro vivir. Ámbito que propicia un modo de pensar que se hace cargo de todo aquello que la lógica binaria del patriarcado con sus exclusiones y separaciones tenía que reprimir, los estados intermedios, las transiciones, lo mezclado, lo fronterizo y la hibridación. Pensamiento que incorpora lo compartido sin necesidad de fusión, lo diferente sin necesidad de oposición.

Se opone así a un feminismo que hace suya la fobia fálica de lo materno, se centra exclusivamente en la construcción social del género y erige defensas teóricas masivas en forma de la teoría anti esencialista.

Griselda Pollock escribe: el camino más rápido al suicidio intelectual, incluso en círculos feministas, es hablarles a mujeres jóvenes de lo materno-femenino. Pero si la intuición de Kristeva de que estamos tratando de la vida y que la vida está relacionada con lo femenino tiene valor alguno, necesitamos reconocer esto como materia de urgencia política y social.

Revindicar la función materna en este sentido es abrir un espacio para la ética en un mundo dominado por una mortífera lógica financiera y un militarismo no menos letal.

3. Teresa de Cepeda y AhumadaTeresa de Ávila

Y volviendo a Teresa de Ávila, ella misma es un buen ejemplo de que en su economía psíquica no todo era arrebato, que la función materna estaba bien asentada: es su lado práctico, el lado de sentido común que le hace decir: cuando toca ayuno, ayuno, cuando toca perdiz, perdiz, o cuando le pide a su hermana Juana que haga el favor de traerles unos pavos porque ve que las hermanas están pasando hambre. O cuando María de Mendoza le ofrece una hermosa casa en el campo donde las monjas son presas de los mosquitos y contraen la malaria, ella no se lo piensa dos veces y las traslada al pueblo hasta que le hacen donación de otra propiedad menos insalubre. O cuando dice con humor, después de haber conocido a Juan de Yébenes, el posterior Juan de la Cruz cuya constitución física debió de ser más bien poca cosa: ya tenemos a medio fraile, empeñada como estaba en extender el movimiento de los Descalzos a los varones también. Por cierto: será ella la que luego le cose el hábito.

Para concluir diré que debemos al feminismo el haber sacado a la luz gran cantidad de temas que estaban en el punto ciego de nuestra tradición y además un considerable esfuerzo teórico; de manera que puede afirmarse, en contra de lo que piensan aún algunos hombres, que el feminismo es algo más que la pataleta de un puñado de féminas resentidas que quieren volver a un Neolítico pre-industrial y agrícola, más incluso que la mera lucha por la igualdad de derechos civiles, sino un espacio de reflexión constructiva y necesaria tanto para los hombres como para las mujeres e incluso una plataforma de estudios teóricos en plena evolución.

Soy consciente de que las reflexiones aquí expuestas son discutibles, que no pasan de ser meros esbozos en el camino de una reflexión a continuar, pero espero haber al menos removido la tierra lo suficiente como para que en un futuro próximo se pueda sembrar en tierra arada, plantar y cosechar frutos que sean jugosos y placenteros.

Y para concluir quiero expresar mis felicitaciones a nuestras ya por fin alcaldesas, expresar mis mejores deseos para una labor fructífera a Manuela Carmena y Ada Colau.

¡ENHORABUENA a las dos!

* Intervención en las jornadas organizadas por Estrella de Diego en torno a la figura de Santa Teresa en el Museo del Traje, 16 de junio de 2015.

 

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