De izquierda a derecha: Miguel Zugaza, José Pedro Pérez Llorca, José María Lassalle, Miguel Ángel Recio, Guillermo de la Dehesa y Manuel Borja-Villel.
EL PACTO JURAMENTADO, O ¿DÓNDE ESTÁ WALLY?*
Marián López Fdz. Cao
Las imágenes crean, reproducen y alimentan significados. Suponen una representación de las conductas, gustos, tendencias y cánones de una época mostrándonoslos como si fuera la verdad indiscutible, no como la construcción de una verdad por un determinado grupo social, económico o cultural. A la vez, marcan la línea correcta a seguir, cuando estas imágenes se incluyen en entornos de poder y hegemonía, al ser responsables en muchos casos de la configuración y reproducción de símbolos de una época. Son un soporte que crea nuevos significados o refuerza antiguos, borrando o minimizando aquellos que pudieran empezar a surgir desde otros ámbitos, haciéndonos ver que la realidad es esa y lo otro, subrrealidades contingentes, prescindibles.
Los movimientos políticos lo saben y algunos han construido cuidadosamente aquellos símbolos culturales que reforzaban y legitimaban su existencia, sobre todo aquellos cuya legitimidad podría ponerse en entredicho. Ejemplos soberbios los conocemos en distintas geografías y en el corazón de nuestra Europa insolidaria. Poco podía hacer un Heartfield o una Hannah Hoch contra la impresionante maquinaria de construcción nazi de símbolos omnipotentes y omniscientes.
En fin, la imagen a la que queremos hacer relación nos debería hacer reflexionar sobre todo lo anterior. No acierto a comprender si es una advertencia, un refuerzo al conservadurismo cultural o un lapsus freudiano.
Lapsus freudiano o acto fallido, creo que no. No tiene mucho que ver con procesos inconscientes un museo del Prado que lleva años ocultando toda presencia autoral femenina en su discurso museográfico y sólo en los últimos años se ha atrevido a subir de sus almacenes alguna imagen realizada por mujeres, a pesar de los esfuerzos encomiables de crear itinerarios en femenino y haber comenzado a repensar sus fondos desde otras perspectivas. Pero nunca como para que haya habido una mujer directora desde 1817. Y son muchos años, doscientos casi.
Del museo Reina Sofía tampoco podemos decir algo diferente, sino destacar su posicionamiento de sobrerrepresentación masculina. Su discurso museográfico, ahora ya todo del S. XX tras el acuerdo, incluye un alarmante 90% de arte de autoría masculina contemporánea y cuando tras haber sido denunciado ante la defensoría del pueblo por sus marcadas elecciones androcéntricas, su respuesta ha sido que “los sistemas de educación, producción y valoración artística han estado tradicionalmente (y aun están) estructurados según un modelo patriarcal”. No se si toda la sociedad española está impregnada de ese patriarcado que parece surgir por esporas, pero el Museo Reina Sofía está claro que sí. Incluso la autoría de su itinerario feminismo en las vanguardias, disponible en papel, realizado mediante el contrato de investigación entre el Ministerio de Cultura y la Universidad Complutense en 2009, y realizado por tres investigadoras del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense, ha sido eliminada de sus páginas al igual que la colaboración institucional.
Y qué decir de un Ministerio de Cultura que realiza un análisis de sus trabajadores y no realiza una desagregación de género[1], máxime cuando la mayoría del cuerpo de conservación de la base –al que se accede por una política de transparencia a través de oposición– es femenino, pero la cúpula es, tediosamente y una vez más, masculina. Queda por analizar la representación de las artistas en las muestras realizadas en el exterior, por la Agencia Cultural Española. Crucemos los dedos.
Cuando observo los rostros de los firmantes, contentos y satisfechos por el acuerdo, no puedo desasirme de la singularidad que acompaña a cada uno. Nada en contra de sus vidas, sus elecciones vitales y profesionales; su, no me cabe duda, impecable trayectoria y buena voluntad. Pero uno es y significa con su indumentaria y su imagen en un momento determinado. Tiene una significación individual, pero también social.
Recuerdo que cuando ví a Carmen Chacón, recién nombrada ministra del ejército y embarazada, pasar revista a las tropas, supe que, definitivamente, una imagen puede cambiar conciencias, porque remueve símbolos que parecían estáticos y nos hace preguntarnos por qué no, o por qué sí. Nos moviliza. O cuando he visto otros gestos, indumentarias y formas en la constitución del nuevo –y quizá efímero– parlamento español. El que más mujeres tiene, por cierto.
Espero que la imagen no sea una advertencia, y que sea más bien, como siempre dicen, fruto de una casualidad sin mala fe. Imagino que los grupos que se resistían al sufragio universal masculino, allá por el XIX, más allá de aquellos que tenían propiedades, no tenían nada en contra de los pobres que confeccionaban sus camisas y servían en sus casas. Lo suyo también era buena fe.
Sin embargo quiero recordar que quien no es consciente de las consecuencias de sus actos o presencias, es igualmente responsable de ellas. Que, quien no es consciente de los privilegios que ostenta participa igualmente de la desigualdad[2] que supone mantenerlos.
Notas:
[1] Los profesionales de los museos, un estudio sobre el sector en España, 2012.
[2] Un día me llamaron sexadora, porque con mi asociación y alguna más, analizábamos el sexo de los miembros de los grupos de poder, al igual que la profesión que consiste en analizar el sexo de los pollos. Bueno, puede ser, al igual que aquellos que confían en el Estado del Bienestar analizan si todos los pertenecientes a los grupos privilegiados provienen del mismo extracto económico, social o cultural, analizando sus declaraciones de renta, y tratan de compensar la desigualdad de partida con políticas redistributorias, con becas al estudio o asistencia a los comedores infantiles. Animo a que a ellos les podrían llamar pobrólogos o marginólogos.
* En respuesta a la polémica surgida tras la foto publicada con ocasión de la firma del acuerdo del Museo del Prado y el Museo Reina Sofía para reordenar sus colecciones. Y avivada en El Español con las opiniones de María Corral, Jazmín Beirak, Concha Jerez, Martina Millá, Eva Fernández del Campo, Rebeca Blanchard, Marta Soul, Carolina del Olmo, María Ruido, Cristina Fontaneda y María José Magaña.