PILAR ABARRACÍN. RITOS DE FIESTA Y SANGRE
Maite Méndez Baiges
El Centro de arte contemporáneo de Málaga (cacmálaga) exhibe hasta el 18 septiembre casi una decena de obras de la artista Pilar Albarracín (Sevilla, 1968) reunidas bajo el título de Ritos de fiesta y sangre, una especie de miniantológica de la producción de la artista durante los últimos quince años, comisariada por Fernando Francés. A pesar de que la trayectoria de esta artista daría perfectamente para una exposición de mayor calado, las obras expuestas son representativas de las líneas maestras de su quehacer creativo; especialmente, su forma de hacer visible cómo se conforman las identidades nacionales, de género y de raza, y los efectos que pueden llegar a tener sobre los cuerpos y las subjetividades de las personas reales a las que supuestamente representan. Encierra un gran interés el que sea una institución andaluza, en una de las grandes ciudades de esta región, la que afronte este reto. Y ello porque la obra de Albarracín contiene un carga de profundidad destinada a los procesos colectivos que generan performativamente las identidades de género y nacionales (españolas o andaluzas), así como contra las instancias que las imponen a la fuerza. Por eso, la interpretación de su obra puede variar notablemente dependiendo del lugar desde el que la hagamos. Esas identidades que la artista parodia o sobre las que vuelca un tragicómico sarcasmo, no se dirigen aquí, en el Cacmálaga, a un público foráneo que quizá solo haya experimentado esos tópicos como imágenes, sino a uno nativo que padece a diario en carne propia los efectos que pueden generar los ensueños de las identidades nacionales. Y a veces los ensueños de la identidad producen monstruos.
No olvidemos que el estereotipo de lo español/andaluz no desapareció con el franquismo. Es más, volvió a tomar fuerza en las últimas décadas del siglo XX, y se sigue actualizando continuamente. Hoy en día, cuando el viajero llega o parte del aeropuerto de Málaga, se encuentra de bruces con un enorme cartel en su moderna fachada de cristal que le invita a “saborear Andalucía”, es decir, a probar los productos de la tierra, a saber: el jabugo, el aceite de oliva y, en el mismo orden de cosas, una seductora joven de ojos negros, pelo oscuro recogido con clavel, labios rojos, abanico y traje flamenco.
Y es que también es necesario tener en cuenta que las imágenes de la identidad nacional española o andaluza (de rebote, también la de la gitana) presentan la peculiaridad de haberse encarnado en un cuerpo de mujer. No son tantas las naciones cuyo símbolo más característico es un cuerpo femenino. Esto me parece vital para entender el alcance de planteamientos artísticos como los de Albarracín. Su obra nos hace conscientes de hasta qué punto el estereotipo nacido en las páginas de la literatura romántica extranjera, cultivado a continuación como sinécdoque de la patria entera durante el franquismo, y posteriormente por la autonomía andaluza en alianza con el sector turístico, sigue surtiendo efectos sobre una forma de ser mujer en este territorio; porque contribuye a modelar las subjetividades femeninas y porque deja sus marcas sobre los cuerpos de las mujeres reales que viven en territorio andaluz.
En los orígenes del tópico hallamos por ejemplo la frase de Mallarmé según la cual las mujeres andaluzas son la mar de seductoras porque hablan con los ojos y no con la boca, lo que vendría a suponer que son bellezas amordazadas, sin voz propia, como la propia Albarracín en una de sus obras más difundidas, Prohibido el cante, 2000. Junto a ella, el montaje del Cacmálaga ha dispuesto una instalación reciente, de 2015, titulada El Toro, una especie de máquina pinball en la que se juega agarrando necesariamente al toro por los cuernos, y cuyo galardón es la rendición parcial o incondicional de los encantos propios de la mujer andaluza.
El resto de las obras presentes en la exposición abundan en esta revelación y cuestionamiento de los modos de construcción del sujeto femenino; por ejemplo, mediante obras de bordado (una de las técnicas habituales de Albarracín, también asociada a cuestiones de género) que edifican Paraísos artificiales (2008) o lanzan requiebros, como en Guapa, 2015; o bien mediante el acto de trocar el género de los pavos reales: de modo que en la instalación así titulada el que viste la bata de cola y se pavonea es, al revés de lo esperado, el pavo hembra, que ha asumido aquí el papel de lo que se espera de ese género en la especie humana. En Muro de geranios, 2005, el patio de flores en tiestos de latas, tan familiar para cualquiera que haya crecido en Andalucía, recrea el fruto de una de las tareas invariablemente ligadas en la región al cuidado femenino, solo que aquí convertido en otro de los elementos iconográficos que han pasado a formar parte del parque temático de la región. Una contribución más a ese paraíso artificial que te promete ser “tu mejor tú”, según el eslogan de la campaña turística institucional de la Junta de Andalucía.
Paraísos artificiales, 2008
Asnerías, de 2010, es quizá la única obra que aborda un asunto diferente. Se trata de una instalación de clara inspiración goyesca, donde un asno disecado, asentado sobre una pila de libros desparramados a su alrededor, se aplica disciplinadamente a la lectura. Se supone que esta obra alberga una crítica mordaz, no sin razón, al esnobismo “cultureta” que reina en los ambientes arty. Me remite a la ansiedad que destilan involuntariamente algunos discursos de la crítica causada por al empeño en demostrar soltura en el manejo de los autores y discursos intelectuales de moda. Los libros de esta instalación proceden en parte de donaciones privadas, y el último día de la exposición hay programada una acción para que los retire quien lo desee.
Vista general de «Ritos de fiesta y sangre» en el Cacmálaga
El catálogo de la exposición repasa una mayor cantidad de obras, y enfoca el asunto desde el punto de vista del carácter didáctico de la exposición de acuerdo con lo que se ha dado en llamar el “giro educativo” de la institución arte.
Las obras de esta exposición del Cacmálaga apuntan por lo tanto, como decía, a algunos de los asuntos principales de la obra de Albarracín; sobre todo, desvelar la estructura oculta del tópico, su carácter de mascarada, no natural. Dicho de otro modo, poner de manifiesto que esas representaciones de lo andaluz, y de la mujer, no son el reflejo de una realidad previamente conformada, constatar el carácter imperativo de esos estereotipos y revelar las trampas que encierran sus consecuencias.
“Andalucía es el único lugar donde no solo se viene a hacer turismo. Aquí se viene a ser tú mismo”, dice también la campaña turística de la Junta. Y en justa correspondencia, para que ello sea posible, a la nativa o al nativo se le despojará de todo lo que impida encajar en las medidas exactas del disfraz de la andaluza o andaluz. Si por el camino tiene que sacrificar su “mejor yo”, tanto peor.
Pilar Albarracín, Ritos de fiesta y sangre, Centro de Arte Contemporáneo de Málaga (Cacmálaga), Málaga. Del 17 de junio al 18 de septiembre de 2016.