CATACLISMO

YOLANDA RELINQUE: ANATOMÍA DEL DOLOR, O LA CICATRIZ COMO RESISTENCIA Y RELATO

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YOLANDA RELINQUE: ANATOMÍA DEL DOLOR,
O LA CICATRIZ COMO RESISTENCIA Y RELATO
Suset Sánchez

Cuentan que las amazonas se mutilaban o quemaban el seno derecho para ir a la batalla sin el supuesto impedimento que éste podría causar en el manejo de las armas. Evidentemente, esto es lo que ha trascendido en las narraciones hechas por hombres, historiadores y escritores que han amoldado el cuerpo de la mujer al canon masculino y a una acción -la guerra- codificada también como varonil. Más allá del relato, lo cierto es que la anatomía femenina ha sido pasto literario, social e histórico para sucesivos ejercicios de dominación y control biopolítico, que a su vez han generado un imaginario de arquetipos perversos en los que el cuerpo de la mujer aparece constantemente como objeto de sometimiento, de vigilancia y castigo: ya sea el de la puta o la pecadora, la bruja que representa el mal y el oscurantismo, o la loca símbolo de lo irracional en el episteme moderno… En un régimen hetero-patriarcal, el cuerpo de mujer ha devenido permanentemente en objeto de la mirada masculina y territorio mínimo de expresión de las lógicas de la colonialidad que se expanden del espacio público al privado para atravesar las subjetividades femeninas.

En todo caso, y también más allá de cualquier construcción de una culpa cristiana y/o mística, o de toda narración sacrificial, las corporalidades de las mujeres efectivamente alimentan la experiencia del dolor en tanto es ésta una realidad que afecta y modula la relación física y psicológica con nuestra propia anatomía y el conocimiento íntimo y social del cuerpo femenino. El dolor es una experiencia visceral, particular y objetiva, que aunque participa del grito colectivo y compartido de los feminismos, no se limita al espacio de la macro-política, sino que, por el contrario, llega a éste a través de las historias de vida de las “adoloridas” y “dolientes”. Nuestros dolores son tan físicos, psíquicos y concretos como aquellos que experimenta cada mujer con la menstruación durante décadas, mes tras mes, año tras año, desde que apenas somos niñas; los que anuncian y regulan el proceso del parto; la punzada en el pezón que succiona el lactante; el ardor de las varices durante el embarazo; la sensación de quemazón tras una mastectomía y el dolor inevitable de una cicatriz que recuerda el trauma de un proceso de intervención química y de la enfermedad; la violencia de los métodos de reproducción asistida…

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La obra de Yolanda Relinque se estructura a partir de una condición donde el dolor es una metáfora del género en sí mismo. Y ello se encuentra no solo en sus sobrecogedoras imágenes, sino en la propia elección de los materiales y las metodologías de trabajo de la artista, en la opción de técnicas artesanas que describen el oficio del detalle en la creadora y la paciencia para sortear procesos creativos que, como la vida misma, participan del tiempo y de sus azares con una lógica que evita la pragmática productiva del capitalismo y la instrumentalidad de la institución arte. Costuras parece el título más apropiado para nombrar un gesto artístico que se origina en la arquitectura biográfica de Relinque y en la casa familiar habitada por varias generaciones de mujeres entregadas al antiguo hacer con las agujas y los hilos. Entonces, esas costuras equivalen a derivas, flujos y rizomas que exploran la genealogía femenina del hogar, las relaciones y el trasvase de conocimientos de madres a hijas. Recordemos, a modo de anécdota, que el imaginario de la feminidad está plagado del nombre de otras mujeres de nuestras culturas literarias y visuales que también han estado atadas por un hilo: Ariadna, Penélope, las hilanderas de Vermeer, Velázquez, Millet, Maes, etc. No en balde, el trabajo de esta artista recurrentemente arriba a imágenes en las que la figura del nido, la caracola, los estados larvales y de incubación, las formas ovoides y el útero se convierten en signos centrales de una poética sobre el cuerpo.

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Sin embargo, lejos del habitual recelo y ocultamiento del dolor y de los procesos físicos, biológicos, psicológicos y sociales que los ocasionan, tal como dictan las “buenas costumbres” sobre las “cosas de las que no se habla”, o que quedan constreñidas al espacio privado en una moralista sociedad impresa con los tabúes heredados en un sistema hetero-normativo, patriarcal, burgués y cristiano, Riquelme traduce sus desasosiegos a través de un particular bestiario antropomorfizado que la emparenta con figuras emblemáticas de la cultura visual tales como Frida Kahlo, Louise Bourgeois, Annette Messager o Kiki Smith, por apenas mencionar algunas firmas. Sus aguafuertes, objetos, esculturas textiles, dibujos e instalaciones describen la ambivalencia de procesos vitales en los que el cuerpo femenino se transforma y es sometido a una violencia que permea la memoria de las mujeres y su existir cotidiano. La artista establece su propio gabinete de ciencias naturales emulando una de las disciplinas científicas que la modernidad impuso con mayor terror para crear una taxonomía del cuerpo femenino, despreciando aquellos órganos que supuestamente nos hacían más débiles e inferiores a los hombres a tenor de criterios dispuestos artificialmente, como la talla, la forma, etc., para justificar históricamente a través de la diferencia sexual las desigualdades sociales, económicas, políticas y culturales entre los individuos y las categorías generizadas, entendiendo éstas, lógicamente, como construcciones sociales arbitrarias que atienden a ideologías dominantes donde las mujeres devendrían en subalternas.

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Quizás por ello los corazones, pulmones, costillas, estómagos y cerebros -presuponemos que femeninos- de Relinque se ennoblecen y embellecen con el tejido de sus textiles, ganan textura y complejidad, florecen en medio del silencio, la invisibilidad social y la violencia epistémica falocrática. No obstante, no pensemos que las de esta artista son imágenes nobles o fáciles, porque incluso la delicadeza de sus materiales y la sutileza del dibujo no logran aplacar el aliento perturbador de figuras que por momentos se tornan monstruosas, pesadillas oníricas que bien pudieran formar parte de una escena rebuscada, gótica y grotesca de un filme de ciencia ficción, una atmósfera claustrofóbica kafkiana o un cuento de Lovecraft.

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Los personajes que crea Relinque con cierto olor subconsciente, tal vez atraviesan la propia biografía de la artista mujer, parasitan su imaginación al tiempo que le alimentan, desempeñando un juego donde ninguno -o todos- pierde o gana, porque se saben condenados a la coexistencia y la retroalimentación. Rata-feto, feto-madre, cuerpo total y órganos-partes, niño-huevo-dragón, mujer-pájaro, mujer-rana…, todos formando un universo personal cuasi mitológico donde la única constante es el cuerpo en tanto símbolo y contenedor de vida y muerte, depósito de las múltiples violencias que se ciernen sobre la fémina.

Sin embargo, estas uniones y copulaciones paradójicas, a veces armónicas, como las alas de mariposa que crecen en el torso femenino; o en ocasiones problemáticas, casi escatológicas, en muchas oportunidades apenas deben su utópica o distópica connivencia a una fina hebra de hilo que hace posible la intersección de los cuerpos, las formas y las ideas. Y quizás reside ahí la mejor estrategia de Yolanda Relinque: ella, como Penélope, puede romper las costuras, destejer lo que antes ha sido tejido.

 

Yolanda Relinque, Costuras, Theredom, Madrid. Del 9 de febrero al 18 de marzo de 2017.

Comisario: Andrés Isaac Quintana.

 

 

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