CATACLISMO

A PROPÓSITO DE CEIJA STOJKA

Ceija Stojka.

A PROPÓSITO DE CEIJA STOJKA
Ana Quiroga Álvarez*

Gracias a la lucha feminista, hemos visto resurgir a grandes mujeres artistas, hasta ahora conocidas únicamente en pequeños círculos. Se ha dado a conocer la obra de autoras como Artemisia Gentileschi, Clara Peeters o Rose Bonheur. A pesar del largo recorrido que aún queda por recorrer, muchas percibimos ya un cambio de paradigma en el sistema del arte donde la hegemonía masculina parece tener sus días contados.

Las mujeres hablan, escriben, pintan. En definitiva, crean. Sí. Pero, ¿estamos visibilizando a todas las mujeres? ¿o simplemente estamos repitiendo el viejo esquema hetero-patriarcal, donde el señor hetero, cis (es decir, no transexual), blanco y de clase media sería sustituido por la mujer que lo iguala, es decir, mujeres acomodadas, cis, heterosexuales y blancas? Y si esto así fuese, ¿cómo cambiar las tornas? ¿cómo “dar voz” sin acabar instrumentalizando la lucha de otras, apropiándonos de sus discursos y poniéndonos la medalla al mérito de la inclusión?

Quizá la clave sea ese “dar voz”, tan mayestático y altisonante. En lugar de “dar voz”, puede que nuestro rol en determinadas ocasiones sea escuchar, dejar que nos lo cuenten ellas. Y si ellas no están ahí para transmitirnos su conocimiento, dejar que lo haga su obra. Sin más.

Recién instalada en París, busqué entre sus calles la voz de las mujeres. Pensaba encontrarme con mil maravillas. Desde Louise Bourgeois a Niki de Saint Phalle, del hijo no nacido a las “nanas” que lo invaden todo con su presencia. Y entonces, ante la apabullante presencia masculina en la mayoría de museos y galerías, descubrí a Ceija Stojka.

Nacida en 1933 en el seno de una familia romaní, Ceija fue una de las escasas supervivientes al Samudaripen/Porrajmos, nombre bajo el que se conoce el holocausto nazi sufrido por el pueblo gitano. Pertenecía a una familia Lovara de la región austríaca de Burgenland, dedicada al comercio de caballos, un trabajo que les llevaba a recorrer los campos de Austria en verano, resguardándose en invierno en Viena.

Carnet con el que Ceija Stojka fue clasificada por las SS

La vida nómada de la familia Stojka daría un vuelco en 1938. Con la anexión de Austria a Alemania, los gitanos nómadas fueron obligados a llevar una vida sedentaria, obligándoles a partir de 1940 a registrarse como miembros de otra raza. Poco más tarde, se llevaron al padre de Ceija Stojka, cuyas cenizas devolverían a su madre poco después.

Posteriormente, Ceija y el resto de su familia serían llevadas a los campos de concentración. De los 200 miembros de su grupo familiar, apenas sobrevivieron seis: Ceija, su madre y cuatro de sus cinco hermanos. Una muestra más que representativa del Samudaripen, que buscaba la aniquilación total del pueblo romaní. Pese al horror vivido, Ceija Stojka logró sobrevivir. Con el grito callado, su necesidad de comunicar lo vivido la llevaría a volcar todo ello a través del lienzo. Y es así como, con 56 años, Stojka usó sus dedos como pincel para dar lugar a más de cien óleos de distinta naturaleza, los cuales se pueden contemplar en la Maison Rouge de París hasta el próximo 20 de mayo.

En ella, se nos invita a sumergirnos en la obra de Stojka a través de las diferentes etapas de su vida, desde sus años de infancia nómada hasta la liberación final en 1945. En este estremecedor viaje, las formas se desdibujan y la perspectiva deja paso al color. Más que visual, el trabajo de Ceija Stojka es táctil. En sus lienzos, prescinde de pinceles y usa sus propios dedos como utensilio de pintura. Gracias a ello, el cuadro sobrepasa el marco y se vuelve pulsión pura.

Y es que si hay algo que caracteriza a esta artista es lo inclasificable de su arte. En un alarde académico, podríamos definir su obra como post-fauvista, quizás. Los más condescendientes se atreven a tratarla como una artista “naïf”, pero lo cierto es que la dureza pictórica de Stojka supera toda etiqueta. Ceija supera el academicismo de las escuelas de arte, la obsesión gala de encasillarlo todo, superando el marco y construyendo un relato propio, auténtico.

En sus trabajos, los rostros se desfiguran y el cuerpo se antepone al nombre. En este sentido, se nos muestra dos mundos, el de las SS y el de las víctimas. Dentro de esos dos grupos, no hay apenas diferencias, propiciando así la aparición del colectivo por encima del sujeto individualizado. La perspectiva clásica desaparece y se diluye entre prados de un verde intenso, plagados de girasoles vivaces. Una intensidad que se percibe igualmente en sus obras más duras, realizadas a partir de sus vivencias en los campos de concentración. En ellas, los cuervos lo devoran todo y las botas militares de las SS reflejan la fiereza del poder ante un pueblo sometido.

En la última de las etapas, la salvación adquiere un cierto matiz mariano. Y es que, tal y como la autora ha reconocido en numerosas ocasiones, su fe en la Virgen María fue lo que llevó a su madre a superar las adversidades y el terror de aquellos años. Un misticismo heredado por su hija y presente en varias de las obras que reflejan los años posteriores al calvario nazi. En ellas, los girasoles retoman su fuerza y campos plagados de amapolas nos conducen hasta la Virgen María, ataviada con su manto azul característico. Su devoción a la Virgen se refleja en esa estatua mariana con la que nos despedimos de la exposición.

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Más allá del notable valor artístico de la obra de Ceija Stojka, la propuesta de la Maison Rouge adquiere un indudable valor histórico. Sin olvidar el dolor de las víctimas del Tercer Reich, el pueblo gitano ha sido el gran olvidado de la masacre. Mientras unos protagonizan memoriales, libros de historia y películas, los otros son condenados al olvido. Quizá a Hollywood y a la sociedad occidental no le hace mucha gracia reconocer su fuerte antigitanismo. Si bien el samudaripen llevado a cabo por los nazis fue el más sangriento, el pueblo gitano ha sido igualmente fieramente perseguido en otros momentos históricos. Sin ir más lejos, en el año 1749 tuvo lugar en España la Gran Redada, mediante la cual se pretendía exterminar al pueblo gitano.

Conocer estos datos, si bien no es suficiente, puede quizá hacernos reflexionar acerca del valor del arte más allá de los estándares patriarcales, trabajando juntas para forjar un nuevo imaginario. Ojalá el libre y fuerte trazo de Ceija Stojka pueda ayudar a la construcción de un sistema del arte más justo y representativo. Un nuevo estado de la creación donde la interseccionalidad sea la regla.

La exposición «Ceija Stojka (1933-2013): une artiste rom dans le siècle» permanecerá en La Maison Rouge de París hasta el próximo día 20 de mayo.

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* Este trabajo ha sido realizado gracias a las investigaciones y artículos de Ana Giménez Adelantado, Silvia Agüero Fernández y demás compañeras de la Asociación Gitanas Feministas por la Diversidad.

Webs consultadas: 
https://gitanizate.wordpress.com 
http://lamaisonrouge.org

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