GALA, ALGO MÁS QUE MUSA DE DALÍ
Mª Ángeles Cabré
Nacida en 1894, Elena Ivánovna Diakónova, a quien conocemos por el nombre de Gala, conoció a un Salvador Dalí aún en ciernes en 1929 cuando este fue a París a presentar la película Un perro andaluz, que había realizado junto a Buñuel. Gala ya formaba parte entonces del grupo surrealista y hacía años que era la pareja de Paul Éluard. Desde entonces Dalí y Gala, Gala y Dalí, no se separarán y la vida del uno no se entenderá sin la vida de la otra. Tras una fecunda unión artística, de la que resultará una cantidad ingente de obras dalinianas, en 1968 Dalí le comprará a Gala un castillo en el Bajo Ampurdán, en concreto en el pueblecito de Púbol, donde está enterrada y que es hoy a Casa-Museo Castillo Gala Dalí. Mientras él reposa en Figueras, en la cripta del visitadísimo museo que lleva su nombre.
Durante lo que duró su unión (Gala murió en 1982 y Dalí en 1989), Gala arrastró una mala fama que ha impedido que la Historia le haya hecho justicia. Se la tiene por una peligrosa bruja que hechizó al tierno Dalí, cuyo talento innegable supo ver y al que supo hacer brillar en todo su esplendor. Se piensa poco en cuál hubiera sido la trayectoria de Dalí sin Gala. Esta exposición que le dedica el MNAC la redime de esta fama –no sabemos si justificada o injustificada– y la muestra como un ejemplo de inspiración. Musa de Dalí, eso fue sobre todo Gala, amén de gestora de su trabajo y administradora de su fortuna. Cuando falleció dejó al inseguro pintor de provincias convertido en genio universal, que como legado no está nada mal.
De modo que dedicarle una exposición en un museo como el MNAC no es ninguna idea descabellada por lo que Gala tiene de responsable última –o primera– de la forja del artista y es una apuesta inteligente porque invita a poner el foco en las mujeres que han contribuido a la construcción de los artistas-genio. Si a ello le sumamos que aparece retratada en algunas de las obras más emblemáticas del artista –aunque algunas se han quedado en Figueras o más lejos aún–, la exposición está justificadísima. Que la comisaria, Estrella de Diego, haya querido darle al título un toque woolfiana aludiendo a la célebre habitación propia, intensifica aún más la voluntad de sacarla del papel de mera musa y llevarla hacia el terreno de la co-creación.
La muestra reúne objetos personales de Gala, ya sean piezas de tocador o piezas de vestir (Dior, Schiaparelli…), algunos libros de su biblioteca rusa personal, objetos decorativos de su entorno más querido y un montón de fotografías interesantísimas que los retratan a ambos y a sus amistades en parajes como Portlligat o Cap de Creus, y que nos muestras cuál era el ambiente que respiraban allí en los años 30, cuando el turismo aún no había hecho mella en la bella Cadaqués. Incluye también fotografías que le hicieron a Gala fotógrafos de renombre como Man Ray o Horst, que la sitúan en su dimensión internacional.
Indudablemente a los dalinianos les llamarán más la atención los estudios a lápiz o sanguina para diversas obras o los muchos óleos que se muestran, entre los cuales vale la pena fijarse especialmente en las obras estereoscópicas realizadas en los años 70, como “El pie de Gala” (1975-76) o “Dalí levantando la piel del mar Mediterráneo para mostrar a Gala el nacimiento de Venus” (1978), que consisten en parejas de óleos que parecen idénticos pero que poseen puntos focales divergentes y que investigan la visión binocular. Una técnica científica que nos invita a imaginar la clase de relación compleja y poliédrica que Dalí tenía tanto con la pintura como con la propia Gala, algo que dificulta enormemente que podamos entrar en la intimidad de una pareja cuya descendencia se mide en millones de euros y número de visitantes.
Gala/Dalí. Una habitación propia en Púbol, MNAC, Barcelona. Hasta el 14 de octubre de 2018.
Comisaria: Estrella de Diego, autora del ensayo Querida Gala. Vidas ocultas de Gala Dalí.
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