CATACLISMO

EVA SANTOS. TIEMPO ANUDADO

Cholita, 2007. Performance en Kassel (Alemania). Documentación: Justo Montoya

EVA SANTOS. TIEMPO ANUDADO
Daniel Soriano

Rasgar las costuras, hacer retales, tender la urdimbre, anudar y construir nuevos tejidos, nuevas vestimentas, nuevos diálogos y nuevas relaciones. La costura se ha erigido tradicionalmente como una labor femenina, las mujeres, que el patriarcado subordinaba a los varones, tenían la confección del vestuario de la familia como una de sus tantas labores. Ser el ángel del hogar era, y es, un símil que personifica una esclavitud gratuita, condición construida a través de distintos mecanismos: unos grilletes construidos desde la medicina hasta la religión. Relatos construidos desde lo “natural” para dominar el cuerpo y el alma.

Lejos de poder ocupar el espacio público y empujadas al ostracismo las posibilidades de crear comunidad de las mujeres se vieron mermadas, contexto que dejaba pocas vías de escape. Sin embargo, fue a través de las labores desde donde las mujeres construyeron relaciones. Vemos como en la década de los años 60 las feministas utilizarían el estereotipo del ama de casa y la idea del propio hogar para subvertir su significado y apoderarse de esos códigos para articular un discurso que desmontara la naturalización del papel asignado tradicionalmente a las mujeres. Womanhouse, proyecto de Judy Chicago y Miriam Schapiro realizado con un grupo de sus alumnas en 1972 en Estados Unidos, está repleto de acciones de las artistas en las que las tareas del hogar, y la casa en sí, son elementos centrales. Además, jugaron con el voyerismo, o tal vez se acerque más a un concepto de vigilancia foucaultiano, cuando el grupo de mujeres se exhibieron, intencionadamente, reparando la casa que iban a utilizar como contenedor para el proyecto. Evidentemente provocaron comentarios negativos en el vecindario por hacer “cosas de hombres”.

Empoderándose a través de la apropiación, los movimientos feministas ofrecieron una nueva lectura a las labores. Efectuar una metamorfosis semiótica es un hermoso ejercicio que suelen realizar los grupos oprimidos. Veremos una utilización del lenguaje de la costura en piezas de Isabel Olivier que utiliza el punto de cruz en la serie De profesión, sus labores (1972-1974), los patrones en la pieza Patrones (ca. 1977) de Ángela García Cordoñer o, adentrándonos en el nuevo siglo, la utilización por parte de Eva Santos del bordado y el tejer. Que apunta a estas acciones como uno de los marcos que ha servido a las mujeres para generar comunidad, marcos enclaustrados en espacios domésticos que han construido y transmitido conocimiento, un saber otro, popular o fuera de la regla: recetas, medicina, cuidados… Y es que no es baladí que las brujas se reunieran en el imaginario popular en torno a un caldero.

Eva Santos ha construido en el ático y tercera planta del Museo Regional de Arte Moderno de Cartagena un recorrido por parte de su obra producida en estos últimos quince años. Un conjunto de piezas que, a través del tejer, busca hablar sobre otredades.

Tiempo anudado rompe, precisamente, con la lectura lineal que se desprende de nuestra concepción contemporánea del tiempo desde la que Eva Santos nos presenta un recorrido desligado del tiempo, pero que, no obstante, le permite entretejer y cruzar distintos relatos, los consigue solapar y configurar un caleidoscopio que describe su experiencia en la otredad que le ha tocado vivir, donde se deshace, descompone, analiza y construye como mujer, hija, madre, educadora y ciudadana. La ropa que está presente actúa además como indicio del cuerpo ausente, es testigo y recoge la memoria. La prenda existe como herramienta para resistir (y construir) el entorno.

La empatía hacia otras otredades se entreteje con su propia otredad, Santos reconstruye Cholita, una acción realizada en Kassel de manera paralela a la documenta 12 en 2007. Ella se trenza el pelo siguiendo el peinado de las cholitas: peinan su pelo añadiendo distintas lanas y unen sus trenzas con un cordel, llamado tullma, para evitar que los mechones les molesten al trabajar. Esta acción también adquiere una naturaleza ritual e identitaria indígena en Bolivia. Imitando esta tradición de las cholitas Eva Santos ocupa el tiempo y el espacio trasladando a la esfera pública y normativa la otredad de unos cuerpos y tradiciones excluidas.

Así, la llegada a sus manos de una falda de una adolescente refugiada, una falda manchada de sangre posiblemente menstrual, detona la necesidad de hablar sobre la experiencia de tener el primer periodo en un contexto de guerra y exilio. Si los conflictos bélicos se presentan horribles para los hombres, para las mujeres la pesadilla se multiplica exponencialmente: su condición de seres humanos desaparecen se las transforman en objetos y vientres, en moneda de cambio, en esclavas, en armas. Aun consiguiendo huir, la violencia continua, se perpetúa en los campos de refugiados, se presenta en el camino hasta países seguros como Alemania y continúa de manera sistémica en los países de acogida a través de la xenofobia y misoginia –que nunca las abandona–. Sumergidas en el caos muchas niñas experimentan su primera menstruación, si los cambios físicos se suman al estrés de la guerra, la pérdida de absolutamente todo construye un espacio inseguro para afrontar tal transformación corporal. Eva Santos construye una instalación con prendas colgadas de perchas, algunas de ellas han pertenecido a refugiadas en Grecia, otras son suyas, otras de su hija; sobre estas ropas ha bordado con hilo rojo los distintos países que deben recorrer hasta llegar a un territorio, a priori, seguro. Desde Siria hasta Alemania, en estos pantalones y faldas están marcadas manchas de sangre, pero no emanan de heridas abiertas, sino que describen la violencia sobre los cuerpos.

Obras que dibujan la preocupación de Santos por su tiempo y contexto; ella se convierte en un nodo que une distintos agentes sociales para eliminar las barreras artificiales fabricadas por la norma. Existe una búsqueda de crear ciudadanía y comunidad en la obra de Eva Santos sobre todo cuando desarrolla talleres con distintos colectivos: personas con discapacidad, asociaciones de mujeres, asociaciones de barrios empobrecidos. Espacios creativos que sirven de vehículo para explorar conceptos como identidad y colectividad, cómo se ligan al territorio y qué acciones nos ayudan a resolver problemáticas como la de la no convivencia, ya sea creando murales en el suelo en el barrio de viviendas sociales que los participantes en la actividad re-nombrarían como Barrio de la Luz en Archena, vistiendo árboles o construyendo un parasol en el patio de un colegio en Del jardín al colegio. El trabajo comunitario y colaborativo forma un núcleo duro en la producción de Santos porque tejer es entrecruzar distintos hilos, y en la construcción de una experiencia se cruzan distintas realidades; verdades descritas por colectivos sociales, o por su madre, su hija, o su hermana, que crean y afianzan lazos.

¿Por qué mi uniforme tenía corbata?, 2010. Corbata bordada y cascabeles, 20 x 6 cm

Lo biográfico y personal también entra en los muros de estas salas, la intimidad de la artista cuelga de las paredes y se vuelve partícipe del “lo personal es político”. Eva Santos, desde su experiencia, habla de su ser-mujer: de su cuerpo, de sus relaciones, de su psique, de su infancia y de su lucha. Piezas como ¿Por qué mi uniforme tenía corbata? o Hasta el cuello desgrana cómo desde niña le construían su cuerpo a partir del uniforme de su colegio concertado; indumentaria como la corbata, que compartían el uniforme de las niñas con el de los niños buscando una supuesta igualdad, chocaba con la obligación de usar faldas para ellas, prenda que limita los movimientos y de la cual se desprenden unos comportamientos obligatorios: debes sentarte de esta manera, no debes correr, no puedes hacer el pino… Estas limitaciones físicas a los cuerpos de las niñas tienen el claro objetivo de coartar libertades e interiorizar en ellas conductas, convertidas en asunciones a través de ciertos discursos de lo “natural”. A través de la ropa se las despoja de su cuerpo, se les impide participar en las actividades físicas (“un cuerpo femenino nunca será un cuerpo musculado”), y se las alienta a supeditarse al deseo masculino. Y con el tiempo ellas no serán capaz de ejercer fuerza, porque no la han podido ejercitarla y tendrán que vigilar cómo exhiben su cuerpo en público so pena de que se exciten los hombres. Hasta el cuello construye esta realidad de cómo existen distintos dispositivos que construyen una mujer anulada y sumisa: esta pieza simula con cuellos de las camisas de niña a mujer de Santos un collar de aros como los que se colocan las “mujeres jirafas”; una acumulación de estas joyas que empuja hacia abajo la caja torácica de estas mujeres para hacerlas cumplir con un canon, práctica impuesta que las modifica físicamente y que les acarrea problemas de salud llegando a la asfixia si se desprenden de su tortura. La voz masculina omnipresente se encarna en otra pieza titulada Fundas para dedos que señalan, un espejo invadido por incontables dedos, tejidos a partir de un jersey de la artista adolescente, que señalan, apuntan y acusan y te dicen qué es lo que tienes que hacer para ser mujer “correcta”. Así, en un giro butleriano, Eva Santos huye de la idea de la mujer “como Dios manda” para construir un nuevo sujeto crítico, libre y autosuficiente que se despoja de lo normativo y pone en valor su fisicidad, una mujer que entiende que el papel que le ha tocado interpretar es puro artificio, que sólo sirve para convertirla en servidumbre.

El tríptico en proceso Primera menstruación y Glándulas mamarias (faltaría la pieza referente a la menopausia), se zambulle en experiencias físicas dolorosas que se desprenden de su cuerpo: la primera menstruación, dar el pecho… rompiendo con la dulcificación con la que se disfrazan estos procesos desde el imaginario. La invisibilización de procesos corporales normales que implican dolor, flujos, u otros elementos “antiestéticos” desemboca en una desinformación intencionada de dichos procesos. Construir relatos donde la menstruación no es tan dolorosa, que el parto es soportable, o que dar el pecho es indoloro, desemboca en culpabilidad por parte de estos cuerpos que sufren. Porque, de manera generalizada, la literatura médica tiene autoría masculina, y por ende es una literatura no empática, pues hablamos de cuerpos que nunca han procesado esas experiencias.

Open the borders, 2017. Prendas bordadas y perchas, 190 x 150 x 23 cm

Las relaciones entre mujeres crean una comunidad que permite el apoyo mutuo y un espacio seguro donde refugiarse para aliviar la violencia omnipresente. La familia –su hija, su madre, su hermana–, se presentan en la sala colaborando en distintas piezas, aunque también ocupan el espacio a través de prestar su ropa. De la abuela atraviesa la sala de la tercera planta y se dibuja como un camino invadido de flores; esta obra, realizada con la ropa de su abuela fallecida, es un ejercicio de luto, donde ambas hermanas trabajan en un recorrido lleno de memoria. Eva entreteje los vestidos, su hermana borda las flores anudando y atando los buenos recuerdos. A su vez, a esta pieza la acompaña Elena y yo, una serie de fotografías, donde Eva Santos y su hija, ambas vestidas con toda la ropa de la abuela de Eva, se desvisten la una a la otra construyendo un momento de complicidad y unión entre madre e hija devenida por la ropa de la abuela, ahora ausente en cuerpo pero presente en memoria. Esta intrincada –no por complicada sino por cruzada y complementaria– relación entre madre, hija y abuela se presenta en Entretejidas, dónde ropa de las tres se cruza y construye tres círculos que se entremezclan para crear un todo.

Tiempo anudado está construida desde la perspectiva única y personal de Santos en su experiencia de ser mujer; se deshace y desgrana, se desnuda y nos cuenta qué hace, qué siente y qué ve. Eva Santos nos describe una mujer otra, que escapa del convencionalismo normativo, que abraza su otredad e invade el espacio público y privado, que genera comunidad, ya no sólo en el hogar, se preocupa, propone soluciones. La otredad la viste, y desde ella nos invita a construirnos al margen de de lo normativo. Desde la carne a lo público, la construcción como individuo y ciudadana recorre distintos estratos que comienzan en su sangre y terminan fuera de ella apaciguando violencias innecesarias emanadas de un sistema patriarcal.

Crear comunidad permite crear resistencia a violencias implícitas o explícitas, y aunque no deje huella en la carne, se marca de otra manera. Y no deja de ser revelador que temas que trata Eva Santos como la conquista del espacio público por parte de las mujeres o reescribir los cánones para poder alcanzar una sociedad sin corsés normativos, son relegados a un espacio menor dentro del Museo Regional de Arte Moderno de la Región de Murcia. El ático de este edificio se ha convertido en el espacio por excelencia para las mujeres artistas. Si miramos de manera retrospectiva la programación realizada en este centro, que el año que viene cumplirá su primera década, las exposiciones individuales de mujeres en sus salas principales es de un ridículo 7%; es decir, en diez años tan sólo (según datos oficiales de su web)[1] han expuesto de manera individual tres mujeres en las salas principales del museo; si contabilizamos también las exposiciones realizadas en el ático –una zona dedicada en exclusiva a proyectos de artistas actuales– el porcentaje sube hasta 21%, si finalmente incluimos a la suma las exposiciones colectivas con una participación de las mujeres en un porcentaje superior al 50 (4 exposiciones), la presencia femenina en este centro es de un 31% –de 42 exposiciones contabilizadas como realizadas por el centro[2] desde 2009, 13 las han protagonizado mujeres–, claramente insuficiente respecto a la realidad artística actual. Además si buscamos alguna temática lésbica o trans el porcentaje se hunde hasta el 0%.

Debemos exigir un compromiso real a las instituciones públicas y privadas, que aborden su gestión desde una perspectiva de género. No se puede tener un programa de actividades culturales donde las artistas, ponentes, comisarias, investigadoras, gestoras, directoras… participen por debajo del 50%. Tampoco debemos permitir la utilización de las artistas por parte de instituciones para disfrazar o justificar una agenda supuestamente feminista. Tiempo anudado no nos sirve para describir una gestión realizada desde una perspectiva de género del MuRAM, en todo caso, esta exposición de Eva Santos nos sirve para demostrar lo contrario. Haber relegado a las mujeres a un espacio secundario en el museo, haciéndolas partícipe sin hacer ruido, se parece más a que te permitan ser maricón pero sólo en tu casa.

.

Notas:

[1] MuRAM. Museos de la Región de Murcia [web oficial] Disponible en: https://www.museosregiondemurcia.es/museo-regional-de-arte-moderno-de-cartagena [Última consulta: 02/11/2018]

[2] En la web del museo hemos encontrado algunas carencias en el registro de exposiciones pasadas por lo que nos hemos vistos obligados a solventar recurriendo a la hemeroteca de periódicos locales (La Opinión y La Verdad).

.

Eva Santos, Tiempo anudado, MuRAM, Cartagena, Murcia. Del 5 de octubre de 2018 al 6 de enero de 2019.

.

1 reacción a esta entrada
Introduce tu comentario

Por favor, introduce tu nombre

Debes introducir tu nombre

Por favor, introduce una dirección de e-mail válida

Debes introducir una dirección de e-mail

Por favor, introduce tu mensaje

MAV Mujeres en las Artes Visuales © 2024 Todos los derechos reservados


Diseñado por ITCHY para m-arte y cultura visual