CATACLISMO

LA LECTORA. LALE ALTUNEL

LA LECTORA. LALE ALTUNEL
Andrés Isaac Santana

“[…] Comprendió en un instante de lucidez que nada puede expiarse. Tarde o temprano, el tiempo y el pasado nos alcanzan. De nada servía esconderse. De nada servía correr”. Camilla Läckberg

La obra de la artista turca Lale Altunel es, sin duda alguna, un ejercicio de interpretación y de (re)escritura. Su operatoria responde a lo que podríamos llamar la exigencia de una arqueología poética. Esa que, a diferencia de la rectitud de la obra, no se acerca al mapa con el afán de hallar el tesoro perdido ni para fundar el discurso conquistador de rancio tinte falocentrista. Lale, es una lectora de huellas, es una escritora de muros, es una sofisticada editora que sienta cátedra en el intersticio que habita entre el accidente y su interpretación visual, entre la huella y su reescritura. Su trabajo, hermoso y sutil, sentencia una patología contemporánea cuya proliferación resulta alarmante: la terrible agudeza de nuestra miopía. Allí donde no vemos nada, allí donde nuestra mirada se descubre absorta en la nada, ella, por el contrario, advierte las siluetas galopantes de un imaginario singular. Un ramillete de formas, de figuras, de seres extraños y de entidades antropomórficas, saltan a la vista una vez que ella ha advertido de su existencia y le confiere autonomía, vida propia.

Hablamos de un posicionamiento más lírico que conceptual, más emocional que racional, más subjetivo y –por tanto– más libre. La dramaturgia parte de un principio básico: la observación silenciosa y sagaz de cada superficie en la búsqueda de esas otras realidades que habitan allende de la rapidez y del desgaste de los abecedarios convencionales. Su mirada parece establecer un vínculo basado en una lealtad encomiable entre el paisaje en bruto y la observación serena. La obra articula un mecanismo de interpretación que se centra en el levantamiento de cada huella. Es a partir de ahí que se teje un discurso visual sujeto a la construcción, la fabulación y la fundación. Lale funda imaginarios, escribe historias, revela mundos ocultos, construye nuevos mapas.

La exhumación, para ella, se traduce en un permanente estado de indagación entre el yo y el otro, la imagen y su lectura, la huella y su interpretación (recreación), la identidad de lo reconocible y la alteridad de aquello que se desvanece y se fuga. Creo que su propuesta es traductora –en sí misma– de una gran virtud: la paciencia. En medio de una dinámica cultural y social asediada por la rapidez y el instinto predatorio de lo inmediato, el ejercicio de esta artista, que viene a ser ella misma la otra (por mujer, por artista y por turca), es un canto a la serenidad y a la elocuencia, un gesto poético de restitución de lo alterno. Un tributo, si se quiere, a la importancia (y trascendencia) de las relaciones de permanencia respecto de las relaciones expeditas.

Es el ademán reactivo, tan propio de este tiempo, el que más honda laceración provoca a la nueva escritura de la historia. Las grandes narrativas, pese a los esfuerzos de los microrrelatos, se siguen perpetuando, incluso, en manos de sus mismos detractores. Toca a mujeres como a Lale el cambiar, en lo posible, esa relación de poder que se traba entre lo grandilocuente y lo presuntamente menor, entre “lo importante” y lo tenido por “banal”. Los mejores relatores de este tiempo serán, precisamente, quienes alcancen a comprender el valor de lo minúsculo frente a la gigantografía, el sentido de lo elocuente frente a la estridencia que resulta de todo ruido. La vandalización y la retorización de los referentes en aras de una generosa rentabilidad y del mercadeo de la opinión termina, al cabo, ejercitando una gramática de la esterilidad y de la ignorancia.

Rescatar, perpetuar, leer, interpretar, asistir, reescribir, poetizar, parecen ser las formas verbales que mejor se avienen al trabajo de esta artista. Creo, sin temor a equivocarme, que su obra pierde el sentido de la puesta en escena para potencia –con gracia y espesura– la densidad del gesto. Lale mira las nuevos o las pieles de un edificio o de un muro no para fijar en él las huellas de un grafiti o las evidencias de un arrebato. Lo hace, por fortuna, para descubrir en la prolijidad de ese palimpsesto, la existe de otros mundos, de otras entidades, de otras narrativas.

Sigo el curso de la huella y aparezco, estupefacto, en esta sala oscura y sugerente. Se escribe el nuevo texto, solo falta su lectura.

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Lale Altunel, El espacio interior, La Neomudéjar, Madrid. Del 21 de noviembre de 2018 al 16 de diciembre de 2019.

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