CATACLISMO

SUSANA GUERRERO. LA DESOLLADA

Bomba de leche, 2016. Cerámica esmaltada con oro. 14,5 x 13 x 13 cm

SUSANA GUERRERO. LA DESOLLADA
Daniel Soriano

Un cierto olor a formol, a productos químicos para conservar cuerpos vivos, parece que te va a envolver de un momento a otro al entrar en La Desollada. La imagen de un theatrum anatomicum se hace viva gracias a los múltiples “cuerpos” colgados que habitan la sala, así como una pequeña urna que contiene la pieza Guantes (2017) para dar la bienvenida al recorrido. A su vez, en uno de los textos del pequeño catálogo que acompaña a la exposición, Isabel Tejeda recuerda y hace referencia a las macchine anatomiche del siglo XVIII localizadas en la Capilla de Sansevero de Nápoles. Dos máquinas que describen el sistema circulatorio de un hombre y una mujer, a falta, se dice, de un tercer cuerpo, el de un bebé.

La construcción de estos objetos anatómicos y su coleccionismo se convertiría en una actividad muy popular en el siglo XVII, sobre todo en los países con tradición protestante. Colecciones que reunían esqueletos, ceras reproduciendo cuerpos abiertos en canal, grabados, miembros embalsamados… Reuniones de objetos que se construían a modo de vanitas. Un dispositivo educativo, o incluso disciplinario que, de manera simultánea, buscaba entender los mecanismos de la creación divina e impartir clases de moral. La vida es corta y los placeres son vacuos. Incluso, en estos theatrum anatomicum se practicaban autopsias para un público no médico, disecciones en directo de cadáveres que acercaban a los espectadores y visitantes a su humanidad, a su terrenalidad. Acortaban el espacio que separaba cuerpo y alma para hacerles tangibles su cuerpo, su tiempo y su mortalidad.

Susana Guerrero, al igual que los theatrum anatomicum, acorta la distancia con nuestra fisicidad y humores que genera el dualismo cartesiano que invade nuestra cultura, se hace carne, nos hace carne. Abrir la piel, arrancársela, deshacerse de las vísceras y dejar al aire y desnudo el sistema circulatorio. Mecanismo que pone en circulación la sangre, la distribuye y la filtra, eliminando las toxinas en un recorrido infinito que sólo se detiene con la muerte. La aproximación de Guerrero hacia su cuerpo parece realizada desde lo ajeno, no desde lo desconocido, pero sí marcando distancia. Así, vemos que titula piezas como Corsé, bomba y filtros de sangre (2018) o Filtros de sangre (2018), un ejercicio lingüístico que le sirve para eliminar cierto romanticismo sempiterno sobre estos órganos: los ha nombrado por su función, los ha relegado a piezas de una maquinaria más grande.

El cuerpo está presente, cuerpos de los que sólo quedan suspiros, y para hablar de él Guerrero se sirve de un lenguaje táctil y físico. Los materiales invaden la visión del espectador consiguiendo, de manera muy limpia, sumergirlo en este recorrido por lo corporal. Lejos de parecer gore, sangrienta o carnicera, Guerrero ha sabido utilizar el lenguaje visual que la anatomía ha dibujado a la hora de describir el territorio del cuerpo; cables rojos y azules construyen un mapa de arterias y venas, el oro abunda y la cerámica materializa bombas –corazones– y filtros de sangre –riñones–.

El vínculo con el cuerpo que aquí se describe es una continuación, o incluso una apropiación a conciencia, del sino de las mujeres con su cuerpo, un destino ligado a lo físico, a lo animal, al dolor y al sacrificio. Aunque todos los cuerpos produzcan flujos, los producidos por los leídos como femeninos han sido considerados mundanos; si el semen era vida, humor destilado que seguía los designios de los dioses para reproducirnos, la menstruación era un fallo emanado de un defectuoso no-hombre y el mito que se le construyó se acerca más a un castigo eterno que a un mecanismo natural. Esto sin olvidarnos del castigo divino que el catolicismo proyecta en el hecho de que hay que alumbrar con dolor para pagar todas las mujeres que Eva comiera del fruto prohibido. El cuerpo femenino y su funcionamiento acercaban más a las mujeres al mundo animal que a la esfera elevada e intelectual de los hombres; ellos no paren hijos, ellos no dan de mamar.

Las relaciones desde la otredad con el cuerpo son siempre convulsas, y no es de extrañar, porque nuestros cuerpos son descritos y controlados desde la norma; así reconocernos a nosotros mismos es un proceso peligroso en el que se rompen ideas, textos y cánones hasta que alcanzamos asimilar, de manera orgullosa, el cuerpo monstruoso en nuestras entrañas.

Susana Guerrero se hace con el relato del sacrificio impuesto y asumido a su otredad femenina, pero es que Guerrero vive en un sacrificio. Desde la desdoblación del cuerpo que se efectúa en un alumbramiento, donde el cuerpo de las mujeres deja de ser uno para prolongarse a un segundo cuerpo, donde se comparte sangre, un vínculo somático que no se rompe con el cordón umbilical. Guerrero, debido a un susto, perdió su leche materna, que provocó una grave deshidratación en su hijo. Piezas como Bomba de leche (2010) o El mal que hay en mí (2018) muestran lo que parecen ser dos pechos caídos, secos y vacíos, con los pezones rojos e irritados, exhaustos de una boca que busca alimento pero que no lo encuentra.

La Mare dels Peixos desmembrada, 2017. Xilografía sobre piel y cerámica esmaltada. 200 x 180 x 8 cm

Bajo esta relación de dar, Susana Guerrero habla de la ofrenda y el sacrificio y sobre todo de “sobrevivir a ‘la entrega”. Mujeres que dan. Vemos una muestra llena de referencias a mitos de mujeres sacrificadas y desmembradas; sin embargo, en la nueva lectura que Guerrero entreteje en su obra el sacrificio no las mata, las hace más vivas y las honra. Sikán, Coyolxauhqui y Medusa (2012) o una predominante La Mare dels Peixos (2017) en la sala, conservan su aliento tras el sacrificio al igual que Susana Guerrero conserva el suyo, y todas se curan sus heridas. Una reunión de diosas al que sólo sabe responder un acerbo cultivado desde el nomadismo.

Lo matérico inunda la sala, y el tejer se hace omnipresente, se cuela entre estructuras y piezas de cerámicas. El material está ahí porque también es cuerpo, Guerrero manifiesta que tejer se construye como un ritual, exorciza sus males, a su vez la hace consciente de su cuerpo. Las infinitas venas y arterias son cables de camión regalados y la acción de entretejer el duro material se aprecia agotador y doloroso, algo que Guerrero entiende y experimenta como ritual.

La desollada se encuentra desnuda sin piel que la proteja, pero ha abrazado esa vulnerabilidad y la ha hecho fortaleza. Dar y sobrevivir, dar y vivir.

Susana Guerrero, La Desollada, Casa de Cultura, El Campello, Alicante, octubre-noviembre de 2018.

La Desollada, 2018. Cable tejido, cerámica esmaltada en oro y latón. 200 x 170 x 45 cm

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