PILAR ALBARRACÍN O LA RESISTENCIA
Carlos Jiménez
Pilar Albarracín es la artista que con mayor coraje y desparpajo asume el tópico español. Ese contra el que se revuelven los modernos a quienes les irrita que a España se la siga identificando con los toreros, las manolas, el flamenco y el Rocío, a pesar de que aún hoy siga siendo un poderoso reclamo turístico. Y a pesar de que todavía se le pueda abonar su carácter popular, su papel como emblema inconfundible de una cultura popular profundamente arraigada en Andalucía, aunque no solo a ella. Pedro G. Romero tampoco la desprecia ni la da por definitivamente obsoleta. Solo que él apuesta por su actualización y revalorización ante el mundo de la alta cultura poniendo en evidencia como investigador los vínculos fructíferos con el mundo del flamenco de las vanguardias artisticas tanto las históricas como las actuales. O colaborando como artista contemporáneo con un bailarín flamenco tan rupturista como lo es Israel Galván.
Pilar Albarracín elude estas elipsis y su renovación del tópico pasa por meterse de lleno en la piel de las folclóricas para poner en escena cuestiones que la conciernen vitalmente como artista y como mujer. Ella es sobre todo una performer, una vibrante cultora de las artes del cuerpo, tal y como lo demuestra sobradamente su exposición antológica abierta actualmente en las salas de Tabacalera en Madrid. Pero su compromiso con una modalidad artística tan contemporánea no la arroja sin más en brazos del cosmopolitismo que se ha apoderado de nuestra escena artística. Ella por el contrario insiste en ser española, en lidiar como artista con esa condición hoy tanto o más problemática de lo que lo fue para los intelectuales de la Generación del 98. Para ellos por el hundimiento definitivo del Imperio, para nosotros por el asedio de un europeísmo que no termina de resolverse como federación de pueblos y naciones. O como Estado abstracto y universal. Ella siente con fuerza su permanencia a un lugar determinado y específico como lo es España, aunque los sesgos irónicos y paródicos de su arte pongan en evidencia la creciente inconsistencia de ese lugar, el deterioro sin aparente remedio de sus fundamentos. Algo semejante ocurre con su condición de mujer, cuyos signos externos, cuyas señas de identidad tradicionales Pilar reivindica a pesar de que lo exagerado de su reivindicación pueda interpretarse como una respuesta reactiva ante la impetuosa disolución de la diferencia entre los géneros que hasta ayer garantizaban o ratificaban dichas señas.
Pilar Albarracín, No comment, 2018
Pero hay otro aspecto de su arte que es obligado tener en cuenta. Es la cuota de dolor que comportan muchas de sus obras y que se manifiesta crudamente en la performance Lunares en la que ella, vestida con un traje de faralaes enteramente blanco, se pincha con una aguja para que su sangre vaya dibujando en el mismo los lunares que le faltaban al traje. Pilar viene a decirnos que ser mujer nunca ha sido fácil ni indoloro y que lo sigue siendo por mucho que pretendan lo contrario quienes dan por consumada la liberación femenina. O quienes no creen que esa liberación sea en realidad necesaria.
Pilar Albarracín, Que me quiten lo bailao, Tabacalera, Madrid. Del 23 de noviembre al 27 de enero de 2019.
Comisaria: Pía Ojea.
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