MAGGI HARRIS. UNO EN EL OTRO
Isabel Garnelo Díez
Sin que pueda considerarse una característica exclusiva de lo que hoy se denomina arte africano contemporáneo, la reutilización de objetos cotidianos es una seña que distinguimos en las piezas que han podido verse en centros de arte europeos. Particularmente, encuentro otros dos métodos o usos materiales que también identifico con el arte africano, tal como nos llega a nuestro continente; se trataría de la aglomeración y la escritura. Sin lugar a dudas, podemos reconocer inmediatamente estos mismos modos de hacer en artistas aborígenes australianos, y en el trabajo de muchas y muchos artistas europeos; pienso por ejemplo en Rauschenberg o Tinguely, por mencionar dos exponentes del arte Pop occidental que reutilizan y aglomeran objetos en sus obras. Igualmente, si no es raro encontrar la grafía mezclada con la pintura en los artistas modernos y contemporáneos occidentales, no suele ser tan frecuente, sin embargo, verla en aglomeración en la superficie del cuadro, o del cuerpo, que sí vemos utilizar con cierta frecuencia en artistas del continente africano o asiático.
Si aislamos estas tres fórmulas plásticas de la aglomeración, la escritura y la reutilización de objetos cotidianos en amontonamiento o seriación en la superficie de la pintura o la escultura, podemos identificar inmediatamente estos mismos planteamientos en el trabajo de la artista sudafricana de origen inglés Maggi Harris, residente en Málaga desde la década de los años ochenta.
En la exposición que presenta ahora en El Estudio dirigido por Ignacio del Río, bajo el título genérico el Uno en el otro, Harris muestra un conjunto de piezas pictóricas alguna de las cuales, por su acusado volumen, se acercan a la escultura a pesar de seguir utilizando la pared como soporte. En esta serie todavía podemos ver el que ha sido hasta ahora el lenguaje de la artista, una gramática compuesta de la materialidad de los productos que utiliza en su ejecución, el dorado como seña de identidad de sus piezas, y los volúmenes de la superficie del cuadro, ocultos por el trabajo del color y el dorado de modo que no siempre permiten distinguir su origen natural o industrial. Tampoco es importante, como señala la propia Harris, no tienen en sí mismos un contenido semántico, son solamente materias que le permiten trabajar el volumen. Lo mismo dice de la escritura en tinta dorada que utiliza en algunas piezas, pareciera que para configurar un marco en sus pictoesculturas, incidiendo aún más de esta manera en su ambigüedad formal.
Es evidente el poder sensorial de las pinturas de Harris, me refiero a su carácter táctil y a su seducción visual. Ambos efectos son acentuados por los volúmenes y la textura grumosa del pigmento natural que utiliza y por la manera en la que usa el color. Pero si los cuadros de Harris nos parecen, en un primer golpe de vista, un conjunto de piezas que se dirigen solamente a nuestra retina, estamos muy equivocados. La artista ha dejado siempre claro que su preocupación y su interés en la pintura lo mueve un profundo compromiso con la realidad de la vida, que muchas veces se despliega ante nosotros desde la historia representada y diferida a través de los medios de comunicación. Es el caso, por ejemplo, de las piezas tituladas “Tankman” y “R.C. 2003”. En ambas, los leitmotiv de la artista han sido dos acontecimientos que no tienen aparentemente nada que ver entre sí, salvo el hecho de darse el enfrentamiento entre el ser humano como individuo que representa en un instante de la historia a la humanidad en su totalidad, y la máquina como metáfora del poder que se ejerce sobre los sujetos sin apenas recursos para contrarrestarlo. “Tankman” nos dice Margaret Harris, se inspira en los sucesos de Tiananmen” y “R.C. 2003” en el caso de la activista norteamericana Rachel Corrie, arrollada por un bulldozer en la franja de Gaza.
En la que me parece una de las piezas más bellas de la muestra, Harris reflexiona sobre la blancura de las bolsas de la compra que el individuo lleva en la mano en la imagen mediática de los acontecimientos de Tiananmen; que ha sido para la artista el punctum de esta imagen. Una figura poética que incide en el interior de la desproporción de dos fuerzas tan desiguales. También una advertencia de lo inmediato que el horror puede ser dentro de la vida cotidiano.
Esta muestra es un ejercicio pictórico de enorme pericia y una invitación al placer de la pintura, desde donde se nos propone una reflexión sobre el duelo desigual entre el cuerpo y la máquina en diferentes conflictos. En esta exposición, Harris trata de resolverlo llevándonos desde lo sensorial a tomar conciencia de esa vulnerabilidad de los cuerpos, de nuestro cuerpo, en la relación con lo que es el afuera del cuerpo y, por ende, el afuera de la pintura que se presenta como lo real.
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Maggi Harris, Uno en el otro, Estudio Ignacio del Río, Málaga. Del 15 de febrero al 15 de marzo de 2019.
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