CATACLISMO

AMPARO GARRIDO Y EL AMOR A LOS ANIMALES

AMPARO GARRIDO Y EL AMOR A LOS ANIMALES
Carlos Jiménez

El silencio que queda es un haz de historias de amor expuesto como si fuera un documental sobre los pájaros. La primera de estas historias y que apenas se entrevé es la de un amor cuyo fracaso quiso la muerte clausurar para siempre, sin lograrlo. Pocas semanas antes de morir el periodista Juan Carlos dejó en el buzón de quien fue su novia un recorte de prensa y una nota. Nada inusual. Él venía dejando esa clase de mensajes en el buzón sin siquiera llamar a la puerta desde cuando dieron por terminada su historia. Era su manera de mantener vivo un vínculo que se había convertido en amistad o en afecto y que su repentina muerte transformaría en nostalgia o melancolía. Las formas del amor o del deseo sin correspondencia ni aparente remedio. “Llaga de amor que no puede sanar porque me faltas tú” como se lamenta el bolero. Pero no teman ni se entusiasmen: esta película no es un bolero porque a pesar de su dedicación al amor no es una película romántica. Al contrario: se aparta deliberadamente de la estructura narrativa propia de los dramas románticos, articulada por la apertura, el nudo y el desenlace, lubricada por las desgracias e intensificada por el suspenso. Si algo queda en ella de este modo de enfatizar y conmover es tan escueto y contenido que permite que se despliegue sin producir ni inducir excitación o desbordamientos sentimentales la otra historia de amor, la que ocupa a plenitud la pantalla, la historia de amor a los pájaros.

Hay entonces dos historias: la ausente –evocada por la noticia sobre el recorte de prensa y la nota– y la presente, la de los pájaros. Que, como suele ocurrir en las historias de amor, es triangular: el ornitólogo José Carlos Sires, protagonista, y Amparo Garrido, la directora, comparten el amor por los pájaros, que los acerca y los une. La directora busca al protagonista porque sabe que él sabe de pájaros. Y lo sabe aunque es ciego o lo sabe precisamente porque es ciego. Cabe leer esta triangulación en clave psicoanalítica a partir especialmente del “Análisis de un sueño infantil de Leonardo” de Sigmund Freud que, en el célebre cuadro La Virgen Santa Ana y el Niño, descubre la figura camuflada de un cisne que, al igual que el cisne de Leda, copula con la Virgen. O hacerlo a partir del mito de Horus –el rey halcón o el hombre que se desdobla en halcón– engendrado por Osiris después de muerto gracias al pene con el que Isis, su esposa, reemplazó por arte de magia al que su hermano Seth le había amputado y que ella jamás recuperó a pesar de la búsqueda exhaustiva de los 42 trozos del cuerpo de su marido que su asesino había dispersado por todo Egipto. La denegación del pene cortado, del pene ausente, del Falo, es un tema crucial en el pensamiento de Lacan y que cabe cifrar o condensar en el desplazamiento de la figura del Edipo parricida y ciego entronizada por Freud por la de Horus, el hombre pájaro, el hijo póstumo de un padre castrado, que actúa en su nombre.

Pero ninguna de estas pulsiones y pasiones perturba visiblemente la relación entre el entomólogo ciego y la realizadora, tan casta y profesional en la película. En donde sí tienen lugar es en la vida de los pájaros tal y como es captada y exhibida en la misma. Porque es evidente que ni la mirada amorosa que Amparo Garrido les dirige, ni el sometimiento de la imagen que ofrece de ellos a un cierto régimen de belleza impiden que en El silencio que queda se hagan presentes las pasiones y las pulsiones que entrelazan la vida y la muerte en la vida de los pájaros.

Aquí es indispensable citar un antecedente. Amparo Garrido es una artista que ha dedicado una parte decisiva de su obra fotográfica a los animales. Primero en la serie de los perros y luego en la de los gorilas ha demostrado que –tal y como lo corrobora este primer filme suyo– sabe mirar a los animales con una mirada distinta a la de quienes los consideran simples instrumentos del trabajo y la acumulación de capital o meros juguetes de sus arbitrariedades y caprichos. Para ella los animales tienen la imponente soberanía cuyo reconocimiento le permite a Gustavo Bueno en El animal divino concederles el estatuto de númenes, origen y de fuente de toda religión. Y la propia Amparo ha reconocido como fuente de inspiración de su película el libro El lenguaje de los pájaros del poeta sufí persa Farid al Din Attar, que concede a los pájaros el don del lenguaje articulado mucho siglos antes de que Bernard Rensch –citado por Bueno– afirmara que “Podemos comprobar, por tanto, que incluso en las aves existe ya un comportamiento que hace pensar en la existencia de un complejo del yo y una consciencia de la personalidad, al menos en sus estados previos”.

Cierto, nada de esto hubiera podido ocurrir antes. O sea sin la crisis actual de las religiones del espíritu, las religiones terciarias como las clasifica Bueno, que está permitiendo tanto el trabajo de los etólogos que “nos han acostumbrado a reconocer, en el plano científico, la inteligencia de los animales (y no en sentido figurado sino real)” (G.B), como el retorno de la religión primaria, la religión del culto a los animales. Y desde luego la consagración del amor a los mismos como un lazo privilegiado por su capacidad de re-ligarnos tanto con ellos como con nuestros semejantes.

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