CATACLISMO

BERENICE ABBOTT, DE PARÍS A NUEVA YORK

BERENICE ABBOTT, DE PARÍS A NUEVA YORK
Mª Ángeles Cabré

Hubo un tiempo en que París fue la capital del mundo y después pasó a serlo Nueva York. La fotógrafa norteamericana Berenice Abbott (1898-1991) vivió esos dos momentos históricos como protagonista y testigo de excepción, y con su cámara dejó testimonio de ambos. Un testimonio impagable que ahora expone la Fundación Mafpre en Barcelona y que antes del verano viajará a Madrid.

Procedente de Ohio, Abbott había coincidido en el Greenwich Village neoyorquino con el círculo de Djuna Barnes y Edna St. Vincent Millay, que era entonces una joven y exitosa periodista que a veces ilustraba con dibujos sus propios artículos. Abbott, en cambio, optó por la cámara y se dispuso a retratar lo que tenía a su alrededor, ya fueran seres de carne y hueso o edificios, con especial predilección por los intelectuales y por los esbeltos rascacielos de cristal y cemento.

También como Djuna Barnes en los años 20 se marchó al bullicioso París, el París de Gertrude Stein, Picasso y tantos otros. En Nueva York ya había sido modelo de Man Ray, pero en su etapa parisina se convirtió en su ayudante –como lo fue también Lee Miller, cuya obra hasta hace poco pudimos admirar en la Fundación Miró–. Pero mientras Miller escogió el camino de la imaginación, bajo la influencia de Eugène Atget por su parte Abbott adoptó el documentalismo, aunque lo ejerciera con una mirada singular, convirtiéndose en una artística fotógrafa documental, si se me permite la expresión. Y es que justamente sobre esta dicotomía del documento estricto y la aportación artística reflexiona esta muestra.

Del París de los expatriados, ese París de entreguerras que en su versión femenina y bastante sáfica se ha bautizado como el París de la Rive Gauche, dejó constancia en las muchas fotografías que realizó de sus más ilustres y transgresores personajes. Empezando por la periodista Janet Flanner, que luce sombrero de copa y doble antifaz en la fotografía utilizada para publicitar la exposición, que allí y en esos años fue corresponsal de The New Yorker, hasta el Jean Cocteau de cabellos encendidos que afirmaba que de un incendio de su casa salvaría el fuego. Abbott retrató, cómo no, a Djuna Barnes e hizo la que después ha sido la más célebre fotografía de la hermosa autora de El bosque de la noche, uno de los personajes más singulares de esos tiempos parisinos. Por supuesto también está en su colección la filántropa Peggy Guggenheim, quien financió la escritura de la citada novela. Y asimismo podemos contemplar a otra ilustre mecenas, Sylvia Beach, la librera que editó el Ulises de Joyce –a quien también Abbott retrató– y que convirtió la Shakespare & Company en un impagable centro de reunión.

Muchos de esos retratos son oscuros, algunos de pequeño tamaño, pero la fuerza de los retratados emana una gran luz. De entre sus singularidades destaca el espíritu queer de muchos de ellos, una fiesta para la androginia donde a la notable la masculinidad de algunas de sus féminas se suma la feminidad de algunos de sus representantes masculinos. Sin quererlo hizo pues el retrato de unos años fértiles en lo que hoy se ha dado en llamar género fluido y que retrospectivamente leemos como una exhibición de libertad.

A su regreso al Nueva York de los años 30, cuando la ciudad se preparaba para tomarle el relevo artístico a París, se instaló en el Greenwich y se concentró en plasmar la arquitectura en crecimiento. Hizo de Manhattan su paisaje favorito y lo fotografió del derecho y del revés, inmortalizando los últimos carros tirados por caballos que se pasearon por Wall Street o captando la Gran Manzana desde el aire, en una vista aérea que nos recuerda más a las actuales grandes ciudades orientales, que se supone que son ahora las más punteras en arquitectura.

Está claro que a Berenice Abbott le gustaba la modernidad. Y mientras su admirado Atget retrató personas anónimas por las calles, ella retrató a lo más transgresor de la clase intelectual; mientras él inmortalizó rincones urbanos de la vida cotidiana, como por ejemplo los escaparates, ella elevó su lente hacia la verticalidad de los gigantes de la arquitectura. A la muerte de Atget –quien murió en la miseria–, Abbott adquirió parte de sus negativos para ponerlos en valor y le dedicó varios libros. Por lo que respecta a su propia obra fotográfica, en 1970 el MoMA le dedicó su primera retrospectiva. Justo antes había publicado su libro de fotografías de Maine, donde se retiró después de haber sido arte y parte de dos de los momentos más estelares del siglo XX cultural.

Berenice Abbott. Retratos de la modernidad, Sala Fundación Mapfre, Casa Garriga Nogués, Barcelona. Hasta el 19 de mayo de 2019 / Fundación Mapfre Recoletos, Madrid. Del 1 de junio al 25 de agosto de2019.

Comisaria: Estrella de Diego.

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