CATACLISMO

¿QUIÉN ES MADELEINE SPIERER?

Madeleine Spierer hoy. Fotografía: Edegar Correa d’Avila

¿QUIÉN ES MADELEINE SPIERER?
Mª Ángeles Cabré

Es una gran satisfacción constatar que al patriarcado a veces le sale el tiro por la culata, pues la tenacidad de algunas mujeres es capaz de doblegarlo. Sabemos que en el titánico esfuerzo que ha hecho durante largos siglos por acallarnos, destaca su obsesión por no dejarnos entrar en los territorios artísticos, patria masculina donde las haya y de la que hemos sido sistemáticamente excluidas. Ni siquiera las vanguardias que en las primeras décadas del siglo XX transformaron el paradigma del arte sirvieron para cuestionar ese dominio sino que lo confirmaron ya que, en su megalomanía, los Picassos ocupaban mucho espacio y dejaban muy poco para sus colegas femeninas. Algunas francotiradoras lograron –no sin dificultades– plantar allí su bandera (Frida Kahlo, Georgia O’Keeffe, Louise Bourgeois…), mientras una gran mayoría tuvo que conformarse por construir su obra no ya desde la retaguardia sino en la oscura sombra. Es el caso de la nonagenaria Madeleine Spierer, hasta ahora una desconocida y hoy todo un descubrimiento gracias al esfuerzo de quienes han sabido apreciar su silenciosa perseverancia. Una recuperación que comenzó con el documental-entrevista “El cosmos y la gruta”, iniciativa de Bòlit. Centre d’Art Contemporani de Gerona, que pudo visionarse allí a principios de año.

“Esta mañana llegó tu carta de Trieste”, le escribía a principios de 1926 Virginia Woolf a su amiga Vita Sackville-West, que en un viaje a Oriente había hecho parada a orillas del Adriático. Y justamente en el Trieste de Rilke, Joyce y por supuesto Svevo –que hasta el final de la Segunda Guerra Mundial perteneció al imperio austrohúngaro–, en esa Europa de entreguerras, ese mismo año nació Madeleine Spierer en el seno de una familia de judíos franceses. Anochece y estamos sentadas en el jardín de la galería ampurdanesa donde este verano ha podido verse su primera retrospectiva. Me cuenta que guarda gratos recuerdos de su ciudad natal, de la que se marchó a los doce años escapando junto a los suyos del antisemitismo fascista y que jamás la ha vuelto a pisar. Se instalaron en Ginebra donde, exceptuando algunas temporadas que pasó en lugares como París, Londres, Nueva York o El Salvador, vivió hasta hace unos pocos años, cuando se trasladó a vivir a Cataluña en busca de una sociedad más abierta y más espacio para trabajar.

Y si a los doce años comenzó a pintar, cabe decir que desde entonces no ha cejado en el empeño de construir celadamente su obra, que ahora cataliza en una galería campestre situada a pocos kilómetros de donde vive, en esta Toscana catalana que es su nuevo hogar y donde me dice se siente a gusto. Todo un regalo contar con esta huésped ilustre y conocer su silente trayectoria gracias al comisario y galerista brasileño Edegar Correa d’Avila y a su compañera, la artista británica Louise Sudell, que la exponen entre paredes de piedra y techos abovedados.

Madeleine Spierer. Fotografía: Frédérique Hadek. Ginebra, h. 1978

A pesar de su autodidactismo y de las nulas facilidades para desarrollar su talento, Spierer lleva ocho décadas dibujando y pintado sin tregua. Solía salir a pintar al aire libre y allí donde iba, me explica, visitaba infatigablemente todos los museos, empapándose de toda clase de arte. A pesar de su insistencia, las puertas de las galerías tardaron mucho en abrirse para ella. Me explica que antes de exponer por vez primera en Ginebra en 1962, frecuentaba a menudo París, pero que ningún galerista se interesó por su obra alegando que si no exponía en Ginebra no valía la pena ni siquiera echar un vistazo a su trabajo. Ella, desde la prudencia, tampoco hacía el gesto de mostrarlo. No fue hasta finales de los 90 cuando empezó a realizar exposiciones con cierta asiduidad, salvo contadas excepciones siempre en Ginebra.

Ha resultado que su obra vale la pena y mucho y esta retrospectiva lo confirma, pues en ella se exhiben sus múltiples capacidades plásticas, no tan sólo en lo que se refiere a las técnicas empleadas. De algo tiene que servir pagar el peaje del libre albedrío y estar liberada de ataduras generacionales, siempre esclavas y a menudo contraproducentes. Bien es cierto que Spierer fue largos años la compañera del célebre pintor holandés Bram van de Velde, fundador del grupo Cobra. De su influencia ha quedado huella en los guaches de los años 60 que podemos ver en la muestra, aunque está visto que de poco le valió su compañía a la hora de desarrollar su carrera artística. ¿Estamos ante otra artista opacada por la alargada sombra de un varón? ¿Otra Camile Claudel, otra Mary Cassat, otra Sonia Delaunay?

Fotografía: Edegar Correa d’Avila

Con su arte Spierer no ilustra nada, no glosa nada. Pone en relación el yo interior con el mundo exterior, con el que se debate. Para ella el arte es un medio para explorar su propia existencia, una permanente investigación, de ahí las muchas bifurcaciones, las muchas pruebas de artista que no tienen continuidad en series numeradas sino que quedan interrumpidas allí, en el propio impulso creativo: un continuo abrir y cerrar de puertas para explorar nuevos caminos. En esbozos de finos trazos, enmarañados dibujos, pinturas de colores llamativos, collages o esculturas nacidas de la humildad de los cartones retorcidos, advertimos en ella una clara influencia del Art Brut bautizado por Dubuffet –también en parte del italiano arte povera– y asimismo de la abstracción.

Fotografía: Edegar Correa d’Avila

La exposición arranca al pie de las escaleras con un autorretrato que tiene la fuerza de alguno de los de Maria Lassnig, pero que remite más al furioso expresionismo alemán. Y pasa revista a diversas etapas y técnicas, de finales de los 50 a fechas recientes. De la sobria obra gráfica en blanco y negro a las explosiones cromáticas afines a Van Velde. Y por supuesto incluye piezas matéricas que van de los simbólicos enrejados a una larga serie de pequeñas figuras hechas con hueveras –indigentes, mendigos que son retrato de la pobreza–. Destaca un mural que se diría encriptado y nos remite al dolor y al extravío del yo. Comentar que a pesar de que la condición femenina ha marcado su difícil viaje por el sistema del arte, no hay en su obra guiños a la feminidad sino presencias humanas neutras, más espíritu que cuerpo.

En el transcurso de la conversación tengo oportunidad de preguntarle cómo se las ha arreglado para no desfallecer, habiendo sido sus circunstancias tan adversas a su reconocimiento como artista. Me explica discretamente que algunos hombres del mundo artístico pudiendo ayudarla no lo hicieron. Toda serenidad, sonríe cómo diciendo “qué se le va a hacer”. Convenimos en que ser artista siendo mujer no es tarea fácil. Vestida con originalidad y delicada como un pajarillo a causa del peso de los años, transmite el equilibrio de quien ha encontrado su lugar y empieza a recoger los frutos de su impenitente siembra.

Me habla de cómo en sus últimos tiempos ginebrinos deseaba construir una habitación con una gran espiral que su angosto cuarto no le permitía. La pudo materializar aquí en el Ampurdán, en fechas recientes, en una habitación cubierta de papeles pintados –techo incluido–. Se titula “Cosmos” y recuerda, por su carácter simbólico, a “Un mundo”, la gran obra de la catalana Ángeles Santos, que pintó en su propio dormitorio ocupando toda una pared. Aunque mientras para Santos fue su estreno recién salida de la adolescencia, Spierer ha dado vida a su espiral quizás como colofón a su infatigable aventura creativa, en la sombra pero impenitentemente iluminada por su firmeza. Junto a otra habitación empapelada titulada “La gruta”, esta vez dedicada a las máscaras, ambas han podido visitarse en el estudio del artista como complemento a la exposición.

Su artífice cumple estos días 93 años y tal vez por primera vez sabe que su esfuerzo ha valido la pena. Refiriéndose a Maruja Mallo, María Zambrano dijo que no le perdonaban haber sido libre: libre por obligación pero también por devoción, como Madeleine Spierer. Ahora toca dedicarse a la sistematización y a la conservación de su obra, que hemos arrebatado de las rapiñadoras garras del patriarcado. Ojalá alguna institución sepa estar a la altura.

Madeleine Spierer, Vida unánime, La Scala, Sant Martí Vell, Girona. Hasta el 1 de septiembre de 2019.

Comisario: Edegar Correa d’Avila

Más información: http://www.lascalashowroom.com

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