CATACLISMO

La Bauhaus ¿una nueva era?

Dörte Helm terminando el borrador de su mural (Die neue zeit, 2019)

LA BAUHAUS, ¿UNA NUEVA ERA?

Ana Quiroga.

– Si quiere, hablamos de historia del arte. Cuénteme por qué es Jackson Pollock más famoso que Joan Mitchell. Y no me diga que porque es mejor porque no es verdad. O dígame por ejemplo por qué Charles Eames es más famoso que su esposa Ray. Hacen el trabajo juntos pero él se lleva los elogios. 
-Intenta confundirme…
-No, ¡no es cierto! Es exactamente de lo que quiero hablar con usted. ¿Por qué nadie recuerda a Dörte Helm?.

Stine Branderup y Walter Gropius (Bauhaus, die neue zeit, 2019).

Quién habla aquí es Stine Branderup, periodista de Vanity Fair que entrevista a Walter Gropius, arquitecto y director de la Bauhaus. Una entrada potente con la que la serie Bauhaus, una nueva era (en alemán, Bauhaus, die neue zeii) busca homenajear a la icónica escuela alemana, cien años después de su creación. Como todo buen homenaje, la serie conjuga la reverencia estética con la crítica revisionista. Sí, la Bauhaus representó lo antisistémico de la República de Weimar. Pero también lo ácido de quién puede pero no quiere ser verdaderamente justo.

La Bauhaus, con Walter Gropius a la cabeza, prometía igualdad. Un feminismo, si me apuran, a prueba de balas de los postulados de la Segunda Ola. Pero al igual que en nuestros tiempos, los señores de la Bauhaus se quedaron a las puertas de una revisión real de sus privilegios. Las amenazas de un hipotético cierre de la Academia por parte de la aristocracia artística les acobardaron. Y lo que prometía ser un festín agénero de lo abrupto, terminó por la separación firme de lo masculino y lo femenino. Ellos, creadores. Ellas, musas. Ellos, arquitectos, diseñadores, artistas plásticos, muralistas. Ellas, relegadas al telar.

Dörte Helm (Die neue Zeit, 2019)

En 1919, la Bauhaus prometió a los mujeres un paraíso creativo. Salir de su zona de confort y crear al nivel de sus compañeros. Pero finalmente tal promesa acabaría en una salida de carril único: todas aquellas que quisieran formar parte tendrían que dedicarse sí o sí a los talleres de telares. Coser, es, al fin y al cabo, la salida clásica que el patriarcado deja a las mujeres en el arte. Y así fue para todas aquellas que entraron en la escuela a partir de 1921: clases de costura elevadas como única vía. 

Algunas de ellas, como Gunta Stôlz, aprovecharon con buena gana la oportunidad. Gunta era un apasionada de los telares y la imposición de la única vía no pareció ser un problema para ella. De hecho, lograría convertirse en una de las pocas profesoras de la Bauhaus. Quizá su adaptación al canon binario del género le facilitó las cosas. Quizá Gunta supo sacar tajada del trazo patriarcal para labrarse un futuro. Adaptación y talento. Dos claves que siguen siendo impositivas hoy en día para que una mujer (sea cual sea su identidad o/y corporeidad) pueda hacerse con un hueco en el sistema del arte. 

Trailer de la serie, disponible en la plataforma Filmin.

Para las díscolas, como Dörte Helm, la salida estaba clara: adaptación u olvido. Y en el más privilegiado de los casos, éxito desde los márgenes. Cabe en este punto recordar a artistas rupturistas como Claude Cahun, cuya posición privilegiada de origen le permitió romper con todo e iniciarse en los años veinte como un ejemplo saliente del surrealismo. Puede que la diferencia entre Helm y Cahun no estribe tanto en el privilegio como en el haber jugado bien sus cartas. Cahun, lesbiana y artista que se posicionaba más allá del género, conservaba vínculos con damos como André Breton. Cahun nunca dejó de ver con ojos críticos la actitud de Breton con las mujeres y la sociedad, pero supo diferenciar entre lo personal y lo profesional para sacar lo mejor del vínculo. Pese al juego, Claude acabaría cayendo en el olvido y jamás cosecharía el éxito de André. La caída de Claude fue más lenta que la de Dörte, pero igualmente inevitable. 

En concreto, la propuesta de Kraume y Angerbauer toma el recurso de la entrevista para profundizar en torno al vínculo entre Walter Gropius y Dörte Helm. Según se recoge en la serie, el supuesto romance entre ambos acabaría determinando el ostracismo de Helm, repudiada por Gropius y olvidada entre las voces que pasarían al recuerdo de la Academia. Lo que sí es cierto es que Gropius no parece decepcionar al perfil icónico del creador que busca a una joven musa que lo inspire. Gropius, tal y como se recoge en la serie, se acabaría casando con Ilse, notablemente más joven. Ilse se convertiría en el complemento perfecto: diseñadora de interiores, volcaría su vida en su marido y el proyecto de este. Ilse no destacaba. No molestaba. Ilse sí encajaba en el perfecto y reducto espacio que el sistema del arte reserva a las mujeres: la inspiración del autor.

Puede que fuese este inequívoco destino el que llevase a Helm a replantearse su futuro. Tras un romance oculto con Walter, este le pide matrimonio. Dörte escuda su rechazo en la presión familiar. Pero quizá la pregunta que cabe hacerse es ¿dejaría Walter que Dörte deviniese algo más que su puro reflejo? Ante la presión de la entrevistadora, Walter asegura que solo quería lo mejor para Dörte. Una loable intención que se difumina cuando observamos la reacción de Walter a su rechazo: Dörte es obligada a borrar su mural. Un mural para el que había sido seleccionada y que Walter decide borrar de un plumazo. Poco importa el talento de Dörte. Su esfuerzo y su valor para subirse a una plataforma de varios metros y enfrentarse a las miradas inquisidoras de los capataces. El orgullo de Walter y su poder todo lo pueden. 

Trabajos de Dörte Helm durante su estancia en la Bauhaus (https://doerte-helm.de/leben-und-wirken/)

Quizá uno de los aciertos más reseñable de la serie sea su don para reflejar la desigualdad desde una perspectiva actual. Un logro narrativo que no acaba de fraguar en lo estético. A pesar de sus intentos acertados con las variaciones cromáticas y la descomposición del plano secuencia, la propuesta de Lars Kraume y Judith Angerbauer no logra despegarse del canon con la destreza que sí logró la Bauhaus. El respeto estético a la Bauhaus se desprende en el fondo: decorados, música, el grito desenfado de una generación de artistas que supusieron ver más allá de los límites impuestos. Pero pierde en la forma: la propuesta estética no rompe con el canon, a pesar de los intentos y de acertados guiños expresionistas.

Autorretrato de Dörte Helm y autógrafo.

Es posible que ese cierto conservadurismo estético que desprende la propuesta de Kraume y Angerbauer no sea más que un reflejo de lo cotidiano. Una sociedad que pudo ser pero que adormece en este letargo neofascista que nos domina. Que debe recuperar del olvido a voces como Dörte si quiere enfocar un futuro más justo. Igual somos tan o más modernos que los jóvenes de la Bauhaus, tan solo tenemos que despertar a tiempo. No tengamos miedo. Rompamos y renazcamos. Porque otra revolución sí es posible. 

Recursos:

Web en alemán sobre Dörte Helm:

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