IRUÑA CORMENZANA, LOS REFUGIADOS Y EL MAR
Asun Requena Zaratiegui
Muy cerquita, a escasos metros de los principales museos de la villa, Iruña Cormenzana colocó sobre las paredes exteriores de la Basílica de Jesús de Medinaceli sus grandes cartones con una temática de rabiosa actualidad, los refugiados y el mar. La plaza de Jesús, en el barrio de Las Letras, ha acogido desde marzo y durante todo el confinamiento el conjunto pictórico que consta de diez obras organizadas en tres grupos. Los diferentes niveles de la instalación en las paredes de la arquitectura, nos llevan a plantearnos nuevos lugares expositivos o espacios concebidos en el arte como no lugares. Si a ello le unimos las medidas de una propiedad privada y además eclesiástica, el asunto no dejar de ser, al menos, sorprendente aun sabiendo que la apertura de las diferentes órdenes es distinta en cuanto a libertades y compromiso. Esta apertura ha tenido lugar gracias a la Orden Menor de los Capuchinos que han confiado en la artista navarra para comprometerse con la situación social de tanta y tanta gente que pierde su vida.
Las cinco obras inferiores y que tienden a la horizontalidad poseen un tamaño aproximado de 1,30 x 4 metros que disminuyendo de tamaño conforme sube la calle. Hay que decir que la lectura de las obras desde la calle Lope de Vega no es la misma que desde la calle Cervantes. Mientras de una calle muestra un tono sereno que a priori te engaña con un azul verdoso relajante y una única mancha azul cobalto, en unas aguas de serenidad, la otra calle muestra cuerpos en movimiento entre aguas cristalinas que ponen en alerta al espectador. Estas obras, de un tamaño aproximado de 1,20 x 6 metros muestran en toda su verticalidad el descendimiento de esos cuerpos hacia el fondo.
En un segundo nivel y junto al mar en calma horizontal cuelga una obra vertical, el cuerpo de una mujer que parece perseguir el descendimiento de un niño pequeño. Esta imagen hace volver al espectador la vista al mar en calma y descubrir la historia. En ese azul relajado, en el primer cartón, se ve el efecto de algo que se ha hundido. No se ve más, solo paz. La escena de la mujer-madre muestra la reminiscencia de la iconografía mariana. Cormenzana pinta los cuerpos de sienas y sombras en una reducción de manchas basada en la maestría de las lecciones de anatomía bien aprendidas. Contiene ese desdibujar que solo alguien que sabe hacerlo puede borrar. Amante de la pintura mural, de Buonarroti y de Sert, no es la primera vez que utiliza esta base de color para sus cuerpos. La ha utilizado desde la pintura mural dorada del baptisterio de la iglesia de Lumbier (Navarra), pasando por su última exposición en Ciudadela de Pamplona pero con fondos naranjas y amarillos, su obra magistral descolgada de la fachada del Hospital San Juan de Dios de Pamplona, porque al parecer a alguien le había parecido inquietante, y por último el conjunto instalación en esta fachada del Cristo de Medinaceli en Madrid.
La artista trabaja casi en su totalidad con soportes como el cartón y sobre todo el papel que choca con la idea universal de la dureza de la pintura de gran formato o mural que desecha los materiales blandos. Su obra la traduce en pintura acrílica que para exteriores es la mejor opción ante los agentes atmosféricos. Será a partir de 2016 cuando cambie los rojos y amarillos por los azules y verdes.
El relato que nos muestran las cuatro obras restantes forma una apoteosis de la salvación. ¿Por qué lo sé? Porque lo he leído en unas declaraciones de Cormenzana donde le hablaban de la muerte y la agonía. Donde el espectador veía un mar agónico, la pintora contempla gente que se ayuda. Donde nosotros podemos ver a simple vista la cercanía de la muerte, ella ve y representa vida. Al contemplar la obra in situ lo curioso de nuestro punto de vista es la perspectiva. Siempre utiliza posturas muy forzadas, primeros planos y escorzos, pero en este caso el espectador se encuentra en el fondo del mar, produciendo un plano contrapicado y segmentado de la representación. Sus personajes a veces nos dan la espalda y otras nos interpelan mirándonos directamente o señalándonos, o casi cogiéndonos con sus manos. Entre ellos una mujer embarazada. Es la única que no se comunica con nosotros. Ella se comunica con su vida interior. La luz aérea la plasma sobre los cuerpos hundidos con amarillos pálidos. La escena contrasta con los vanos organizados de la fachada del convento y su tono rojizo.
Si queréis ver esta instalación pictórica, la podréis disfrutar hasta mediados de julio en la plaza de Jesús, esquina con calle Cervantes y la calle Lope de Vega.