DESEAMOS, LUEGO EXISTIMOS
Por Ana Quiroga Álvarez
Una aproximación a la disidencia sexual en el arte de la mano de Cristina Domenech y su última obra, Mujeres ilustres que se empotraron hace mucho.
Fue una de las fotógrafas más destacadas de su periodo. Hizo arte del periodismo de guerra y superó el estado de eterna musa. Lee Miller era todo ello y más. Lee Miller era todo. La frase maldita con la que alcanzamos el cielo y deshacemos nuestra subjetividad. Lee como eterna musa de Man Ray, el artista con el que comenzó una peculiar relación donde, como todo en su vida, lo emocional y lo pragmático se entremezclaron sin fin.
Lee Miller, tal y como recogen diversos medios, habría ido directamente hacia Man Ray para pedirle trabajar con él. Un gesto proactivo que la distancia de toda sublimación onírica. Ella tomó deliberadamente ese camino y otros tantos, como hacerse reportera de guerra durante la Segunda Guerra Mundial. A Ray dicen que lo conoció en una terraza parisina y que le solicitó colaborar con él. Un gesto que la convertiría en la otra, pero que no roba su valor como copartícipe en la invención de la técnica de la solarización.
Recientemente, la noticia de una nueva película sobre la vida de Miller rescataba su voz y una piensa: por fin, entramos en escena. Y entra en júbilo. La alegría termina con el primer click: Lee Miller, la musa. La inspiración. La magnánima. En su mistificación, Lee desaparece y surge la impostura, la estatua imposible que no muta. Una veneración que se ha dejado conquistar por el feminismo y nos habla del trabajo foto-periodístico de Miller, pero sin dejar el papel couché. Así, Miller se desprende de su voz activa para ser esa mujer de belleza desorbitante que se llegó a colar en la bañera de Hitler. La anécdota eclipsa a toda acción, a toda sujección.
Reviso titulares mistificados y plastificados. Y río, al recordar esas instantáneas de Lee con sus amantes, perfectamente conservadas en los fondos del Museo Georges Pompidou. Lee y Tanja. Lee y Valentine. El deseo sáfico que supera toda mirada masculina. Molesto y directo. Independiente. Satisfactorio y propio.
Lee como bisexual. Lee al margen del alcance de lo binario. ¿Lee libre? Más allá de elucubraciones violetas, asumir la sexualidad nómada de Lee Miller es necesario para afrontar un nuevo relato. Parafraseando a Kate Millet, el sexo es un acto político. Al leer a Miller como bisexual, asumimos un nivel de acción que se escapa de los marcos impuestos por la mirada patriarcal. El cuerpo de Lee como intersección pulsional rompe el deseo. Man Ray reconoce el fallo y acepta que jamás podrá acceder a ella como sí lo hicieron Tanja Ramm o Valentine Penrose.
Devenir bisexual es una fortuna estructural. Duro en su pragmatismo social, pero perfecto en su ejecución. Salvarse del juego patriarcal y asumir un rol ajeno al deseo. Una asunción sujeta del deseo que tan solo presenta una quiebra: dejarse asumir por las pautas del otro, recaer en la fantasía masculina de lo pasivo. Un fallo salvable a través de la antropología. Saberse dueña de un cuerpo y de un destino ya vivido por otras alivia la duda y conduce irremediablemente hacia el avance.
Es por ello que el trabajo de investigadoras como Cristina Domenech es esencial. Su trabajo híbrido, que conjuga lo académico con las redes sociales, permite a muchas acceder a una ontología de lo sáfico que refleja el camino andado. En esta ocasión, Señoras ilustres que se empotraron hace mucho nos trae las vivencias de celebridades de las artes plásticas, la escritura o el cine que se desmarcan de la heteronorma. Una aproximación que en su anterior obra, Señoras que se empotraron hace mucho, ahondaba en la disidencia sexual desde un enfoque plural, que rescataba las vivencias de la artista francesa Rose Bonheur junto con la historia de Elisa y Marcela, dos maestras gallegas que se convirtieron en el primer matrimonio homosexual de contrabando.
En esta nueva publicación, cabría destacar nombres como el de Greta Garbo, Frida Kahlo o Tamara de Lempicka. Por su resonancia simbólica, pero también por el modo en el que su obra refleja ese modo propio de verse, de leerse, de existir.
Como cinéfila, la figura de Greta Garbo sana y reconforta. Tal y como recoge Cristina Domenech, la posición de Greta resquebraja el sistema binario. Lesbiana, o bisexual para aquellos académicos empecinados, Garbo trascendió por su mirada propia. Amante de los círculos de costura vespertinos donde lo sáfico imperaba, Greta trasladó a la cámara su disidencia sexual. El temple de su voz traía ecos soviéticos y molestos en Ninotchka (Lubitsch, 1939) e imponía un código propio. Garbo es presentada en las aulas como la quinta esencia de lo cinematográfico, pero suele eludirse toda referencia a su gesto. Cómo su mirada rompe el código y asume una narrativa propia, cómo se adueña de los ambientes y los hace suyos. Cómo supo vivir una vida propia, ajena a los focos, en pleno auge reaccionario del fascismo. Un ejemplo para aquellas que quieran ir más allá del sexo o género impuesto. Quizá, por ello, dulcemente metamorfoseada en la elipsis estética del primer plano.
En el campo de las artes plásticas, la presencia de Frida Kaho es recogida por la autora desde la ausencia. La falta no tanto de una obra vastísima en cuanto a producción artística se refiere, sino de un recorrido bibliográfico justo. Frida es presentada desde el dolor de un cuerpo roto. Un planteamiento interesante pero que es rápidamente tomado por el marco lacónico de la feminidad decimonónica. Ya saben, el sufrimiento femenino no era otra cosa para los señores de antaño (y de hoy) que la vía de acceso a la histeria. Como eterna enferma, se imposibilita a Frida de todo jolgorio posible. Olvídense de ver más allá del dolor. El dolor del aborto. De Diego. Dolor acumulado que no deja sitio para todos aquellos posibles amantes que pasaron por su cama, dejándonos a penas con un recuerdo de lo que fue su relación con Chavela Vargas.
En cuanto a Tamara de Lempicka, sobran las palabras. Como bien indica Cristina, esa el caso de Tamara las esferas de lo público y lo privado cristalizan en un nuevo estado: la autoficción como respuesta. Tamara de Lempicka no solo crearía un estilo propio, sino uno modo de percibirse a prueba de balas de la mirada masculina. Adelantándose a la performance contemporánea de nuestros días, Tamara se hizo un hueco en la escena francesa tanto por la calidad artística de su obra como por su excentricidad creativa y sexual. Su posicionamiento como mujer bisexual resquebrajaba conciencias, llegándose a decir de ella que se acostaba con sus modelos y que partía de orgías para inspirarse en su trabajo. Una fama explosiva que Tamara supo canalizar para hacerse un nombre propio.
Son muchas otras mujeres las que menciona Cristina en su trabajo, sin olvidarnos de la grandísima Rose Bonheur, citada en su primera obra. Si bien es cierto que posicionarnos desde lo privado de nuestros cuerpos puede parecer arriesgado, asumir desde el origen nuestro deseo nos hace infranqueables ante la mirada ajena. O quizá al menos, nos proporciona el espacio necesario para crear al margen del poder simbólico de lo masculino. Puede que lo sáfico no sea siempre la respuesta, pero ayuda bastante.
Referencias:
- Domenech, C. (2019) Señoras que se empotraron hace mucho. Madrid: Plan B.
- Domenech, C. (2020) Señoras ilustres que se empotraron hace mucho. Madrid: Plan B.
Referencias online:
http://littleatoms.com/more-muse
https://www.miradorarts.com/lee-miller-i-would-rather-take-a-photo-than-be-one/
https://www.elnacional.cat/lallanca/ca/profunditat/lee-miller-fundacio-joan-miro_321156_102.html
https://elpais.com/cultura/2020/01/19/actualidad/1579449418_309297.html
https://www.centrepompidou.fr/es/ressources/oeuvre/crjk68
*Las fotografías indicadas con asterisco han sido modificadas y recortadas para adaptarlas al diseño.