LA NUEVA ARMADURA: DIÁLOGOS EN PANDEMIA.
Por Ana Quiroga.
Entrevistamos a Monica Mura, artista multidisciplinar italiana con una larga trayectoria en los ámbitos de lo transmedia y los espacios como continentes de significantes. Su última propuesta, La nueva armadura (en gallego, A nova Armadura) propone un diálogo ambiental y personal con la pandemia y la crisis sanitaria. Una apuesta decidida que invita a la reflexión y que nos lleva a replantearnos cuestiones como la conformación de una memoria colectiva en tiempos de crisis o la necesidad de una apuesta real por los trabajadores de la cultura desde las instituciones.
Una de tus últimas propuestas, La nueva armadura, busca dialogar con el espacio físico en tiempos de pandemia. ¿Cómo surge este proyecto?
La nueva armadura es un proyecto que nace durante la cuarentena impulsado por esa incipiente primera apertura de cara a la nueva normalidad. Es una respuesta a la necesidad de afrontar la nueva situación, en esos últimos días de confinamiento total. Nace como una necesidad real y ciertamente personal. La dificultad de salir de casa tras dos meses de encierro a un espacio en el que había un enemigo común, un enemigo no visible. El hecho de enfrentarse a algo que no se sabía dónde estaba ni cuándo nos podía atacar. Un enemigo, por así decirlo, que podíamos llegar a tener nosotros mismos como portadores asintomáticos del Covid-19. Esa posibilidad real de ser super contagiador. En este sentido, salir a la calle era y sigue siendo renunciar a la zona de control que es el hogar, para entrar en un espacio publico potencialmente peligroso. Un espacio marcado por la distancia física y personal, que pasaría de los dos metros iniciales al metro y medio actual.
En esos primeros días en los que volvía a salir a la calle, me pasaba a menudo que la gente se acercaba y era casi imposible mantener la distancia de seguridad personal. Este tipo de comportamiento vendría dado en parte por la dificultad de visibilizar en el exterior lo que realmente es un metro y medio, dado lo complejo de medir el espacio en el exterior sin elementos de referencia que nos guíen. El efecto de percepción acaba siendo muy personal, ante la dificultad de acatarlo se tiende a acortar.
Por otra parte, teníamos que hacer frente también a otra medición: la que indicaba hasta dónde nos podíamos desplazar del hogar en esas primeras fases. Ese kilómetro a la redonda era igualmente difícil de marcar. Lo complejo venía a la hora de conjugar ambas restricciones. Saber hasta dónde uno podía desplazarse sin perder de vista la distancia interpersonal. Vivo en una zona nueva, aparentemente bien adaptada, con amplias aceras, y aún así me di cuenta de que era imposible mantener en todo momento los limites de seguridad, ya que las propias estructuras arquitectónicas a menudo no lo permitían.
Para ello, lo primero que hago es preguntarme cómo puedo solucionar estos problemas, cómo puedo conservar esa distancia en el exterior. Empecé midiendo un palo de escoba, que justamente medía un metro y medio, lo cual era perfecto como primera aproximación. Tras ese primer utensilio, pensé en un aro de juguete o hula hoop. Una idea previa que, una vez enlazada con la distancia longitudinal de la escoba, encontró en el miriñaque el elemento perfecto para dar cabida a este proyecto. El objetivo no era otro que lograr construir un artefacto de esas dimensiones.
¿El hecho de haber elegido el miriñaque como soporte de esta Nueva Armadura tiene algún vínculo con el uso inicial que hacían de él las mujeres en el siglo XIX?
Si bien esta pieza no tiene un enfoque de género inicial, sí que es cierto que el miriñaque tenía el propósito de alejar a las mujeres del posible acoso masculino en eventos sociales de la época. En ese caso, el miriñaque se convertía en un modo de protegerse del otro. Una función que se extrapola en La nueva armadura a esa doble función de proteger y protegerse, ya que el mismo portador puede ser contagiado y contagiar al mismo tiempo.
Para llevarlo a cabo, la única opción en esta situación era realizar la acción en la ciudad en la que resido, Santiago de Compostela. Una ciudad con dos tipos de realidad en su mapa urbano: la del casco histórico, con sus calles estrechas; y la más nueva, aparentemente mejor adaptada a la nueva realidad.
Respecto al armazón, lo construí sola, ante la imposibilidad de contar con la presencia de gente externa. El problema surgió a la hora de montarlo. Era de unas dimensiones tales que yo no lo podía hacer en casa. No era físicamente viable. El tamaño de la estructura era tal que hubo calles del casco histórico de Santiago en las que no se pudo transitar con él.
A la hora de realizar el proyecto, realicé un boceto a escala y dialogué con personalidades de la moda para intercambiar opiniones y adelantarme o solucionar los problemas técnicos que podían surgir: se descartó el uso de las típicas varillas de ballenas y se optó por varillas de vidrio, las mismas que puedes encontrar dentro de la estructura de una tienda de campaña. En este punto, la varilla de abajo, que marca la base, medía casi diez metros (9,42 metros de diámetro). Estas varillas de vidrio se cubrieron con unas cintas amarillas que son usadas habitualmente para confeccionar ropa de seguridad industrial. Un material de alta calidad que cumple con las certificaciones correspondientes y que gracias a su color amarillo limón reflectante, llama la atención y ayuda a esquivar el peligro potencial.
Finalmente, logramos montarlo en un mes. En ese momento, sentía que había que apresurarse en la medida de lo posible con este proyecto, temiendo que la distancia fijada variase o que la situación evolucionase hasta el punto de que esa Nueva Armadura dejase de ser vigente. Por eso mismo, se apresuraron en la medida de los posible los trámites con el Concello de Santiago para poder llevar a cabo la performance, que consistió en transitar con esta estructura puesta a lo largo de las calles de Compostela. Hoy vemos que seguimos en ese punto, con las mismas medidas y las mismas distancias. No deja de ser irónico.
¿Hasta qué punto consideras que se refleja tu trayectoria como artista y mujer en este proyecto? Especialmente en relación a esa performance que consistió en transitar por las calles compostelanas con la armadura.
La idea de ocupar el espacio público siempre está presente en mi trabajo. Ahora bien, en este caso no creo que la cuestión de género como tal sea una cuestión central en este proyecto. Quizá lo que sí es decisivo es ese diálogo entre yo, en tanto que artista, y esos espacios, públicos y privados, con los que interactúo. Creo que, más allá de las posibles lecturas válidas que se puedan hacer de mi obra, la idea más interesante con la que me gustaría que se quedase es con esa necesidad de diálogo, tanto con el espacio que transitamos como entre nosotros. De hecho, veo en esta Nueva armadura un valor utilitario que trasciende géneros, que va más allá de lo binario.
Con todo, sí que es cierto que hay una suerte de pequeño homenaje en el modo en el que deambulo por las calles compostelanas durante la performance de La nueva armadura. Y es que la postura que asumo en esos paseos es ciertamente similar a la que guardan las mujeres de Cerdeña en los desfiles y bailes populares. Es un homenaje asumido a mi tierra.
Un modo de mostrarme tal y como soy, se podría decir. Algunos artistas optan por la máscara, el disfraz, la identidad ajena asumida. En mi caso, yo me muestro tal y como soy. Accedo al espacio creativo desde mi subjetividad. No hay imposturas.
¿Cuál es el objetivo último de La nueva armadura?
La idea última de la estructura es buscar ese punto de diálogo, buscar un modo para poder juntarnos desde la distancia. En estos tiempos, creo que la búsqueda real no es otra que encontrar el modo para sentirse y juntarse asumiendo esa distancia y adaptándose a ella. En este sentido, es curioso cómo el peso que tengo que cargar y el tamaño de la estructura podrían reducirse a la mitad si esta misma se concibiese como un elemento en común que todos llevásemos.
¿Un guiño a esa posible corresponsabilidad?
Sí, es cierto. Si todos guardásemos la distancia, el peso físico y simbólico que tendríamos que llevar se reduciría a la mitad. La ausencia de responsabilidad del otro te lleva a tener que caminar con el doble de peso y de medidas. Quizá sería interesante una acción colectiva en la que todos llevásemos una armadura de tres kilos en lugar de los seis kilos que tuve que llevar yo.
En este punto, la reacción de los demás durante esa perfomance en vivo a lo largo de las calles de Santiago forma igualmente parte de ese proyecto, ¿no?.
Estaba muy centrada en esa acción y en cómo se movía la gente. Por supuesto que la reacción de los demás importa. Es más, no concibo el espacio arquitectónico si este está vacío, si no hay presencia humana, si no hay interacción. En general, creo que la mayor parte de los transeúntes entendió el significado de la performance y se apartaban para dejarme pasar sin quejarse. En el plano personal yo me sentí muy tranquila, al poder transitar con la distancia asegurada, pero aún así llevaba mascarilla, buscando fijar la importancia de llevar a cabo las dos medidas al mismo tiempo.
En este punto, cabe recalcar que las posibilidades arquitectónicas resultaron determinantes. En la calle del Franco tuve que pasar sola y los peregrinos se tenían que apartar. El recorrido se modificaba en función de los obstáculos urbanos. Volviendo a la reacción general, los más pequeños lo veían como una atracción. Como decía, la acción fue comprendida por la mayoría de las personas, aunque hubo excepciones. Una mujer, por ejemplo, se sintió molesta por tener que esperar a que yo pasase. Podríamos decir que hubo todo tipo de interacciones. En ese sentido, fue un éxito. Quizá lo único a lamentar fue la imposibilidad de llevarlo por ciertas zonas debido a las limitaciones físicas.
Tu trabajo con La nueva armadura parece conducir a un nuevo estado la intervención con el espacio. ¿Hasta qué punto crees que afecta al arte la nueva normalidad?
A nivel práctico yo ya trabajaba en casa, no tuve problemas para ir al estudio, pero sí que se cancelaron proyectos y las exposiciones que estaban pensadas para un mes se trasladaron a tres meses. Otras propuestas ya no se sabe si se van a llevar a cabo. También es cierto que se han creado nuevas oportunidades online, convocatorias pensadas para crear movimiento a través de las redes e Internet. Pude participar en catálogos, uno en Argentina, para el CAAT, Centro Argentino de Arte Textil de Buenos Aires, en la Convocatoria Virtual de Barbijos Intervenidos. Para este proyecto ya tenía mi mascarilla. En ella, había estampado mis labios para reflexionar sobre los obstáculos que nacen a la hora de tapar la boca a las personas. Entendía también las dificultades de comunicación verbal que esto implicaba. Crear y llevar puesta una mascarilla con mis propios labios rojos impresos encima es una declaración de intenciones y un pequeño gran gesto de resistencia feminista cual homenaje a las mujeres de la historia que han hecho del pintalabios rojo un símbolo de independencia, rememorando así “The Lipstick Effect”, el fenómeno por el cual, durante las recesiones, se dispara la venta de lápices labiales. Es un gesto también a todas aquellas mujeres que durante la cuarentena tuvieron que estar encerradas con sus maltratadores. Como resultado de esta acción nace también una segunda obra, Identidad vs nueva identidad, realizada sobre tejido sanitario certificado.
La pieza de La nueva armadura también formó parte de un proyecto en Portugal titulado MASKollektive, digital multidisciplinary art gallery 2021 y fue seleccionada en Ecuador y Bélgica por la Muestra Internacional de Vídeo Arte y Vídeo Performance 4’33. El problema es que no todos los proyectos fueron retribuidos, por lo que si bien contribuías a una suerte de resistencia colectiva desde la cultura, no dejaba de ser precario. La performance sí tuvo el apoyo económico del Concello de Santiago, que cubrió la intervención artística dentro del espacio público, y fue presentada en CO(M)XÉNERO, el IV Seminario Permanente de Comunicación y Género de la Universidad de Santiago. Estuve invitada igualmente en el CulturGal, que también se acabó transformando en un evento online. Al final lo que resultó fue una intervención cohibida por las restricciones aplicadas al espacio, por lo cual fue un un desfile en el que mostré la estructura más que una acción íntegra.
Personalmente, creo que llega un momento en el que todo esto te afecta a nivel anímico. Yo soy una artista que trabajaba ya mucho virtualmente ante de la pandemia, y el hecho de llegar a tener esa obligación de estar en internet los siete días de la semana es extenuante. La imposibilidad de expresarse a través de otro canal que no sea virtual resulta agotador. Llega un momento en el que se crea una situación redundante, la imposibilidad de una vía de expresión otra que no sea la impuesta.
En este sentido, ¿crees que hay una vía alternativa para una cultura segura más allá de las armaduras asumidas dentro de los espacios físicos o instituciones?
En general está bien tener una visibilidad online, trabajar en red. Pero llega un momento en el que se necesita de esa otra vertiente creativa, más física. Necesitamos la interacción, el contacto. Un hecho que cobra más peso si cabe en mi trabajo, dado el carácter social de mis obras, que necesitan sí o sí de ese público para cobrar sentido. Esta manera de limitar a la sociedad es demasiado total, absoluta, imparcial. Nos afecta tanto a nivel profesional o personal. La imposibilidad de lo físico impide la plena realización personal. La ausencia de contacto social nos lleva a crear a veces proyectos carentes de afecto real.
Creo que se podría construir una cultura realmente segura, cambiando el modo en el que se están proyectando las medidas desde las instituciones. El problema reside en que las decisiones tomadas en nombre de la seguridad están pensadas para gestionar en términos generales, aludiendo a la coacción colectiva en lugar de la responsabilidad de cada individuo. En cuanto se ve que se saltan las normas, en lugar de buscar educar y responsabilizar a quién se las ha saltado, se aplica una restricción general que nos afecta a todos.
En el ámbito del arte, considero que hubiera sido importante ofrecer propuestas que permitiesen una cultura segura. Creo que con adaptar el espacio y concienciar al público se podría haber logrado más que con simplemente limitándose a cerrar todos los centros. Cerrar los centros es más sencillo para las instituciones, pero enormemente perjudicial para la sociedad y la cultura. En todo caso, creo que habría sido más justo un bloqueo total como el que se vivió en los primeros meses, por lo menos habría afectado a todos por igual.
Considero que tomar el cierre de museos e instituciones culturales como medida es injusto. Entiendo que hay quién no respeta las reglas, pero en ese caso se deberían aplicar multas o coacciones individuales. Creo que el fallo del sistema es esa idea que aún pervive en España de ofrecer un turismo básico y primario, y eso tiene que cambiar. La oferta turística tiene que ir más allá de la hostelería. Y para eso necesitamos una nueva conformación del sistema cultural. Medidas ajustadas que se adecuen a cada caso concreto en la medida de lo posible. Faltan soluciones a largo y medio plazo, que ayuden y agilicen la tarea de las artistas. En este punto, considero vital que las becas y residencias consideren el pago de PCR a las seleccionadas, cosa que no siempre sucede.
A propósito de la instalación El muro del silencio, es interesante cómo esa presencia de la pastilla de jabón nos devuelve irremediablemente a los primeros días de la pandemia, donde la limpieza obsesiva se convertía en un hábito adquirido. Una se aproxima de un modo diferente a este tipo de propuestas tras lo sucedido, ¿no?
Es interesante como la pieza audiovisual en la que se me ve lavándome las manos adquiere en estos momentos un significado especial. En el vídeo, me limpio las manos a conciencia, repitiendo un gesto que hemos visto hasta la saciedad en todos esos vídeos explicativos que nos indicaban cómo mantener una higiene correcta. Es curioso como ese mismo ritual se presenta ya en esa pieza, quizá a modo de preludio de lo que nos iba a pasar.
¿Cuál crees que es el muro del silencio en el mundo del arte?
En la línea de lo que comentaba anteriormente, creo que hay una cierta tendencia de parte de algunas instituciones, gran parte de ellas, aunque hay excepciones, que literalmente se lavan las manos para no apoyar a las artistas. Dentro del nuevo contexto, hay muchas necesidades, desde desplazamientos hasta paga de PCR, que no están siendo cubiertas. Es más, en muchos casos los museos e instituciones se hacen eco de convocatorias con las que se jactan de estar ayudando a las artistas, cuando en realidad lo que están haciendo es agenciarse el trabajo de tantas para ampliar a mínimo coste su colección particular. Se aprovechan de la situación actual para sacar material. Y de eso poco se habla.
Por otra parte, creo que uno de los mayores silencios es la ausencia de medidas reales para apostar por una cultura segura, la ausencia de soluciones a la situación generada por el Covid-19. Más allá de ayudar, se escudan en la imposibilidad. Se eluden responsabilidades institucionales. No estoy viendo una arquitectura Covid, diseñada para esta situación, lo cual es un fallo muy importante que muestra las carencias reales del sistema del arte en Galicia y en España.
Creo que la clave está en reenfocar estas medidas de forma honesta y tomar la situación para afrontar estas responsabilidades, buscar esas nuevas armaduras necesarias para volver a juntarnos desde la distancia. Asumiendo siempre un peso colectivo.
La ausencia de estas medidas, la incapacidad de hacer frente asertivamente a esta situación, nos está llevando a levantar nuevos muros dentro de nuestro territorio, como resultado de las medidas de limitación de movilidad impuestas por los gobiernos locales y regionales. Levantamos muros para evitar asumir responsabilidades y cambiar espacios, adaptar espacios. Estamos siendo muy poco resilientes. Estamos intentando mantener una estructura rígida. Esperando a que este pase. En lugar de aprovechar el momento y de readaptar estructuras fijas viejas que ya no estaban funcionando. Quizá sea el momento de hacer un trabajo de decrecimiento y de adaptación.
¿Crees que el miedo actual de la pandemia nos ha llevado a recordar los justo y presencial? ¿Hemos automatizado la memoria?
Creo que estábamos en un momento muy complejo. Nuestra generación, y las generaciones más jóvenes, no habíamos vivido una guerra o algo catastrófico y de repente llegó esto. Y reflejó la poca memoria que podamos tener las personas. Nuestra incapaz para recordar. Sentíamos el Holocausto como un acontecimiento cada vez más lejano, nos alejábamos del dolor, tanto del de nuestros antepasados como el de aquellos que habitaban más allá de nuestras fronteras. Nos habíamos acostumbrado a esa suerte de tranquilidad asumida, no había preocupación por perder nuestras libertades más básicas.
En relación a la memoria, creo que no habrá una memoria colectiva. Cada uno recordará esta experiencia en función de la responsabilidad asumida. Las que hemos asumido esas restricciones, lo viviremos como una época de represión, de cierta soledad. Las que hayan vivido al margen, en la medida de lo posible, lo recordarán como una época compleja, sin más. Y luego están todas las que han perdido a familiares y amigos. O las que hayan pasado la enfermedad e incluso hayan estado al borde de la muerte. Creo que va a ser muy difícil que construyamos una memoria colectiva de todo esto, teniendo en cuenta la diversidad de experiencias individuales.
En este punto, lo más peligroso de esta situación es la ausencia de información. Un desconocimiento que genera incertidumbre y nos tiene asolados. Por no hablar de los negacionistas o del surgimiento de la extrema derecha. Sin duda vivimos una época decisiva.
Para más información, aconsejamos visitar la página web de la artista: http://www.monicamura.com/