LA FLOR DE UNA PENA
Elvira Rilova
“Ramona es una víctima de la sociedad, es cierto; pero es, también, alguien que conserva un margen para vivir su vida”.
Andrea Giunta
No es difícil imaginar a Ramona Montiel cantando milongas entre las mesas cubiertas de humo de un café del viejo Buenos Aires. Antonio Berni concibe a este personaje en 1962, mientras vivía y trabajaba en París, repitiendo una fórmula que ya había utilizado con el niño Juanito Laguna, una figura a la que recurre para denunciar la realidad de la miseria en Latinoamérica. Ramona, tal y como la imagina Berni, es una joven costurera que vive en el corazón de la ciudad porteña, y que acuciada por la pobreza y seducida por los lujos y las promesas de una vida mejor, decide dedicarse al mundo del espectáculo. Inspirado por las coristas que el pintor había conocido en París, convierte a Ramona en una cabaretera -eufemismo de prostituta-, a la que el artista representa acompañada de su poderoso círculo de influyentes amigos de todos los sectores de la sociedad: militares, empresarios, mafiosos, embajadores e incluso, miembros del clero. Representa a Ramona como una estrella del circuito del café-concert y le hace viajar al extranjero, donde mantiene affairs con toreros y otros personajes importantes. A través de numerosos soportes como el collage, el lienzo o la gráfica, Berni desarrolla su protagonista, explorando su vida, el entorno familiar e incluso su infancia.
El nutrido universo de la corista le sirve a Berni para sondear, por un lado, las presiones históricas y sociales que recaen sobre la mujer; la belleza efímera, el paso del tiempo, las relaciones de poder, el consumismo y el peso de la publicidad…Sin embargo, la Ramona berniana se aleja del estereotipo de prostituta sórdida; ella es una obrera, toda una superviviente de la vida.
Los clientes y protectores de Ramona representan, en cambio, la hipocresía y los vicios de la sociedad; Berni los metamorfosea en figuras monstruosas para mostrar el carácter grotesco de estos hombres que a pesar de sus diversas circunstancias vitales comparten perfil de puteros. Berni nos muestra el descarnado cinismo del señor Embajador, del Confesor, a Don Juan, el hombre de bien, todos ellos situados a la misma altura que el mafioso Maleante. Todos ellos varones poderosos unidos por sus amoríos con la cabaretera.
El trabajo de María Ortega existe como una extensión de la memoria de Berni. Sus imágenes surgen como una epifanía de la confirmación del personaje; su mirada personal posa sobre el análisis de los argumentos e instrumentos del pintor. El estudio de sus razones le conduce así a imaginar a ésta Ramona contemporánea y sentimental. La mirada melancólica que imprime al personaje tiene vocación casi de registro, con una actitud real de recordación de la dura realidad de la prostituta, un elemento que Berni no suele retratar. El formato elegido para este diálogo con el artista argentino es fotografía impresa sobre tela, que se apoya en el blanco y negro para subrayar el elemento estético, contraponiendo luz y sombra y encontrando la poesía en la fragmentación del cuerpo.
Al igual que Berni con sus personajes, también la artista ofrece una mirada crítica pero distanciada, que tiene como objetivo mostrar para que el juicio sea emitido desde el otro lado de la obra, nuestro lado, pero siempre dejando una profunda comprensión de su mensaje y la memoria que transporta.
Y en este diálogo entre pasado y presente aparece ubicua la figura de un Antonio Berni transfigurado en una serie de imágenes donde María Ortega, casi invocándolo, recrea al artista porteño que parece que no quiera alejarse de los personajes por él creados.
Y con Ramona como excusa, los dos creadores se alían en pro de la denuncia y la justicia social.
María Ortega, La flor de una pena, Fundación Antonio Berni, Madrid. Del 21 de abril al 21 de mayo de 2022.
Comisaria: Elvira Rilova.