CATACLISMO

ENTREVISTA A PIEDAD SOLANS (1ª parte)

ENTREVISTA A PIEDAD SOLANS (1ª parte)

LA MORDAZA DE IFIGENIA. MATERIALES PARA UNA CRÍTICA FEMINISTA DE LA VIOLENCIA

María José Aranzasti

PIEDAD SOLANS (Madrid, 1954)[1], Doctora en historia del arte, Premio MAV de teoría y crítica feminista en 2017, comisaria de importantes proyectos expositivos como Waste Lands. Tierras devastadas; Contraviolencias. Prácticas artísticas contra la agresión a la mujer; Tecnologías de la violencia; War Machines; We, Refugees; Indésirables. Del bombardeo al “campo”. Trayectos del exilio, entre otras.

Piedad Solans presentó el pasado 15 de junio en el la Central del Reina Sofía, acompañada de Antonina Grzegorzewska y Marian López Fdez. Cao este exhaustivo ensayo La mordaza de Ifigenia. Materiales para una crítica feminista de la violencia, publicación en la que ha trabajado intensamente estos últimos sieteaños donde se analiza con verdadera disección las estructuras de la violencia: el patriarcado, las construcciones históricas, filosóficas, religiosas y culturales sobre la exclusión de las mujeres del espacio público.

Inicia su discurso con ¿Puede hablar el subalterno? de Gayatri Ch. Spivak donde el/a subalterno/a no puede hablar, no puede ser escuchada/o ni oída/o, para a continuación realizar un largo trayecto en el que discurren un gran número de autoras, literatas, científicas, políticas, artistas que van desgranando todo tipo de argumentaciones para subrayar los sometimientos y las más grandes injusticias sufridas por las mujeres a lo largo de la historia.

Nos remontaremos a las narraciones mitológicas, a las tragedias griegas, a diferentes escritos históricos e hitos literarios para comprobar los discursos misóginos que, incluso en la Ilustración y en el Romanticismo hacen visible de manera contundente la imposición de silencio, la violencia sistemática y organizada a través de muchos siglos, de sometimientos y de castigos infligidos.

“¿Cómo construir un lenguaje desde el silencio y la ausencia de voz”¿Cómo adquiere habla aquel que históricamente no ha tenido voz?” Estas preguntas son precisamente el núcleo fundamental de este ensayo en el que el que contaremos con innumerables materiales, textos y escritos para poder ampliar y extender las ideas que contienen.

 

Portada del libro con la foto de la artista Tamara Abdul Hadi, War Machine Graveyard, Sulimaniyah-Kurdistán, norte de Iraq, 2012

¿Cómo nos acercamos las mujeres a la historia con esta voz que ha sido silenciada?

Lo que he querido es romper precisamente el concepto de historia como cronología y evolución. Romper con el concepto de historia que procede del poder, un concepto de historia masculino. Hay un problema epistemológico de cómo accedemos al conocimiento y cómo vamos nosotras a reconstruir ese conocimiento desde nuestra ausencia histórica. Ésta es la cuestión fundamental del libro. Por eso mezclo y asocio constantemente las cronologías. Mi intención es unir, revelar por un lado que hay un núcleo fundamental, de la guerra de Troya a la guerra de Ucrania, del rey Agamenón al Jefe de Estado Putin, la misma estructura patriarcal de una cúpula de poder, digamos, una aristocracia de “guerreros” cuya mentalidad se perpetúa, bien dentro de un autoritarismo, de una sociedad monárquica e incluso de una democracia.

 

La violencia ligada a las estructuras de la guerra. Las guerras como estructuras de la violencia.

Hay unas cúpulas que, de Troya a Ucrania, organizan la economía y la sociedad en torno a la rapiña de la guerra y de la violencia. Esa es la estructura. Putin lleva corbata y utiliza un armamento de tecnología moderna y Agamenón llevaba casco y coraza y utilizaba otro tipo de armamento. Pero la estructura es nuclear y está basada en la violencia de la conquista, en la apropiación violenta del territorio, de los bienes, de los cuerpos de otra/os y de su poder sobre la distribución de la vida y la muerte.

 

“Combatir, dominar, vencer y expoliar. Troya retorna modernizada. ¿La consigna?: Exterminar”, así lo afirmas en tu ensayo.

La guerra conlleva la violencia. Una tecnología de dominación. Nuestro concepto de tiempo lineal evolutivo, por el que pensamos que no tenemos nada que ver con los hechos de hace 2000 años, no es cierto, porque la estructura patriarcal permanece inmóvil: está basada en la violencia, en la conquista, en el dominio, en la competitividad, en una economía de rapiña. Porque, con variaciones formales o a veces más sofisticadas, sigue siendo una rapiña como lo fue en el feudalismo o lo fue en Grecia o en Roma. La guerra es rapiña, consiste en apoderarse de los bienes del otro, de su territorio, de sus animales, de sus mujeres, de sus bienes, de su oro, etc. Tiene una estructura además paranoica: reaccionar a la “amenaza”, eliminar al “enemigo”.

 

La mitología está siempre presente en el ensayo, vuelves una y otra vez a ella. Estas figuras de Antígona, Casandra, Ifigenia, Medea, Eurídice, Clitemnestra van y vienen de distintas maneras, en un constante vaivén, entremezclándose, pero siempre estas mujeres calladas, silenciadas, están presentes.

Hay una sensación, como tú dices, de que todo va y viene, desaparece y luego vuelve a emerger, de que va girando, circulando, asociándose, en flujos, en torno a lo mismo. Por un lado, está el núcleo de una estructura patriarcal, basada en la dominación, y por otro, el texto se rompe porque no recurro al discurrir cronológico lineal, propio de un discurso histórico en el que vamos evolucionando, en el que se supone que vamos siendo “mejores”, que las democracias van avanzando, que hay paz, justicia social… Estamos viendo que hay una violencia dilatada e incesante, ahora incluso en aumento.

 

Eso pienso yo, en que, en esa violencia en aumento, las mujeres son las que más pierden…

Lo que hay que poner también de relieve es que el patriarcado es violento con los propios hombres, con los soldados que utiliza para sus guerras. ¿Cuántos soldados murieron en la Segunda Guerra? ¿Cuántos maridos, padres, hijos fueron encarcelados, concentrados en campos, torturados, exiliados? ¿Cuántos niños sufrieron a consecuencia de la pérdida de sus padres? ¿Cuántas mujeres se vieron solas? Los hombres, los propios hombres son víctimas del patriarcado. El clan de la aristocracia de guerreros, llámese G20… son clanes masculinos. El poder está masculinizado.

 

¿Ellos entonces son sus propias víctimas?

 Ellos son víctimas porque se utiliza a los propios hombres también para llevarlos a la guerra y defender sus intereses, obtener sus beneficios. Hasta que los jóvenes y los hombres no se den cuenta y reaccionen a esto… No puede recaer todo el peso de la responsabilidad en las mujeres, los hombres tienen que luchar contra una estructura patriarcal y abrirla a otros sistemas de organización, más horizontal, más colaborativa, donde la ciudadanía tenga una participación real. Las mujeres hacemos una revolución desde hace siglos y los logros se sustanciaron con la revolución francesa, en la República y la guerra civil española, con las revoluciones socialistas y comunistas rusas y el anarquismo en Alemania, en Inglaterra, en Francia, etc. Pero siempre volvemos a tener esta fuerza o muro de oposición que son los propios hombres, y el avance, aparte de que es lentísimo, es el esfuerzo de luchar contra una resistencia que constantemente nos está poniendo un muro de contención.

 

Podríamos resumir esto que dices: ¿quien detenta el poder, es quien tiene las armas y también el acceso a la técnica?

Desde el principio, en sociedades patriarcales se negó a las mujeres el acceso a las armas y a la técnica, ya en sociedades fundamentales como Egipto, Mesopotamia, Grecia (excepto algunos casos). Las mujeres son utilizadas sexualmente y como cuerpos de reproducción del linaje y han sido una mano de obra muy barata: la doméstica. Son ellas quienes han mantenido la estructura del hogar, de la familia y han permitido que los hombres trabajaran y se desarrollaran en los demás aspectos, y esto es muy importante. ¿Por qué se les prohibió el acceso a la técnica? Porque estando semi o esclavizadas en muchos casos, al igual que las personas esclavas no podían tener acceso a la técnica, ni al espacio político, ni a la ilustración, ni al salario. No podían tener las armas. Las mujeres eran peligrosas pues si las mujeres se armaban, como pasó en la revolución francesa, lo primero que hicieron fue rebelarse contra su condición o como Charlotte Corday, matar a Marat para “defender la Nación”, enfrentarse a los hombres y reclamar leyes, ciudadanía, libertad y justicia para sí mismas. Salir del espacio doméstico. Como declaró Manolita, una miliciana republicana española, “Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano”.

Eso no podía ser permitido por unas estructuras de cúpulas masculinas. Pero en algún momento dado, sí se necesita mano de obra trabajadora, como pasó en 1910, 1920 y 1930, o durante la Segunda Guerra, se necesitó que las mujeres accedieran al trabajo especializado, trabajaran en las fábricas e incluso que cogieran las armas. Después, de nuevo se las relega, se las acusa de “desorganización funcional”, se las subordina al silencio. Hoy en día, cuando hablamos de Amazon, de Google, de empresas y redes digitales, los protagonistas son figuras masculinas. Pero todas las mujeres que hay detrás, sosteniendo esa estructura, un número inmenso de mujeres inteligentísimas de las que apenas se habla. Cuidado, las mujeres acceden a la técnica, a la industrialización, al trabajo, a la fábrica, pero en condiciones mucho peores que los hombres, de horarios y de salarios. No hay igualdad real y son silenciadas constantemente.

 

¿Cómo podemos construir un lenguaje desde el silencio y la ausencia de voz? ¿Cómo adquirir el habla cuando históricamente no la hemos tenido? ¿Cuál va a ser nuestro proceso ahí?

Es un proceso que comenzó prácticamente desde antes de la Ilustración. Es la cuestión que voy desgranando, planteando, en el texto. Yo no soy una ideóloga, rehúyo conscientemente la figura de intelectual como sujeto del saber que tiene las respuestas.

 

A lo largo del ensayo estas figuras mitológicas y personajes van desgranando todo tipo de argumentos y subrayan todos los sometimientos y las grandes injusticias sufridas por las mujeres. Obligadas y sometidas al silencio, todavía hoy asistimos a que muchas mujeres no puedan salir del espacio doméstico al espacio público.

La cuestión sobre cómo construir una voz está planteada a lo largo del ensayo, desde el primer capítulo, junto a otras culturas y otras sociedades, esa voz se va construyendo, por un lado, porque las mujeres se ilustran y pueden hablar, pero también porque se rebelan a su condición subalterna, injusta. Se ilustran a través de la voz construida del otro y ahí tenemos que tener mucho cuidado en cómo utilizamos y colaboramos con ese saber. Comprobamos la terrible injusticia y la exclusión que hay en él. Los feminismos nunca deben dejar de lado esa injusticia. Se trata de utilizar ese saber, pero siempre con una distancia, y de no reproducir lo mismo que hemos rechazado.

El lenguaje legitima, ordena, da rangos y niveles y ello se acepta. Hay que romper, dar la vuelta a ese lenguaje, abrir el silencio, hacer emerger las palabras a través de la negación, de la pregunta, de la escucha. Hay que estar alerta, ser críticas, no podemos dormirnos.

 

No podemos dormirnos en los laureles. En cualquier momento todos los logros conseguidos se nos pueden ir, lo estamos viendo continuamente en EEUU con el tema del aborto. Aquí asistimos a un aumento de la ultraderecha con el beneplácito de la derecha tradicional. Quieren cercenar los derechos y los logros conseguidos en educación, en sexualidad, en igualdad, etc. Parece que hay un freno que se nos echa encima.

Por un lado, está la propia estructura patriarcal que da igual que sea comunista, socialista o de derechas. La figura de Lenin, por ejemplo, con respecto a la sexualidad de las mujeres en la revolución rusa. En una carta a Clara Zetkin, le dice que “no podía dar crédito a lo que oía” y acusa a las dirigentes marxistas-feministas y obreras de ocuparse en sus reuniones de “problemas sexuales y matrimoniales”; o el control de las milicianas españolas cuando comienza la guerra civil. Las mujeres quieren ir al campo de batalla, quieren defender la República y el primer año se las acepta y luego, ¿qué pasa en el frente?, ¿quién lava la ropa?, ¿quién hace la comida?, ¿quién cura las heridas?, ¿quién limpia? Las mujeres. Excepto algunas, muchas son destinadas a la retaguardia.

Con el pretexto de que las mujeres son más vulnerables, más emocionales, de que tienen menos fuerza corporal, de que el frente es peligroso, de que deben ser protegidas, las retiran al papel de enfermeras y de cuidadoras. Las mujeres tienen que seguir haciendo su función. Siempre hay este juego: las mujeres avanzan, pero cuando los hombres lo consideran demasiado intentan hacerlas retroceder hacia el papel de la domesticidad y la subordinación porque les es necesario para mantener la estructura. Lo mismo sucedió en la Revolución francesa. El anarquismo, que prácticamente ha desaparecido, pretendió romper esa estructura y una horizontalidad. Las mujeres tenían una voz fuerte, decisoria, como Teresa Claramunt o Federica Montseny. Cuando esa estructura piramidal se rompe hay mucha más colaboración pero se rompe el poder y eso no se puede permitir.

Aunque sean comunistas, socialistas, de derechas siempre hay una estructura política patriarcal. El hecho de que accedan al gobierno, o de que haya ministras en el ejército, esto no quiere decir que transformen las estructuras, cambien. Las mujeres se integran en unas estructuras que ya están construidas, en las que ellas participan solamente como elementos que las sostienen, aportamos poco y lentamente.

 

Y, ¿tendríamos que llegar, por ejemplo, a una situación en la que fuéramos iguales de verdad, en la que no hubiera sexo, en la que no hubiera género? ¿Bueno, así se acabarían los males y a partir de entonces no contabilizaríamos el sexo? ¿Sería posible, nos iría mejor?

Esas son posiciones, como las que tiene Chantal Mouffe, o la propia Judith Butler: hay que construir la ciudadanía. No es que no haya sexo ni género, sino que hay que construir nuevas formas de relación y asociación. Lo que pasa es que no se puede hacer borrón y cuenta nueva y proclamar la ciudadanía cuando subterráneamente no es cierto que haya plena igualdad, cuando hay violaciones y violencia contra las mujeres, desigualdad laboral y salarial, cuando las prostituidas son las mujeres, quienes sostienen los cuidados son las mujeres y las que siguen teniendo la responsabilidad y el trabajo de la/os hija/os son las mujeres.

 

Cuando hablamos de la violencia a las mujeres hablamos de un mal endémico, global, que no tiene fin, que va en aumento, sobre todo con los jóvenes. Es siempre un suma y sigue que no tiene fin. ¿La violencia de las mujeres acabaría con la igualdad? Yo, lo dudo.

La violencia semiótica, el desprecio o las violaciones que hay hoy las había en la Grecia clásica o en el Medievo, si bien entonces se les imponía silencio; también en la violencia de las guerras. Aunque evidentemente ha habido cambios, empoderamiento de las mujeres y protección legal, se ha desatado porque en las redes no hay ningún tipo de filtro. Favorecen a ello un acceso fácil a la prostitución con la creciente trata y esclavitud sexual de mujeres y niñas de países en que las poblaciones se desplazan por el hambre, el terrorismo religioso o las guerras, la imagen publicitaria de las mujeres como objetos cosméticos y decorativos, los videos pornográficos llenos de violencia hacia sus cuerpos de “consumo” sexual …

 

Sobre todo, en los jóvenes. Desde muy niños hay un acceso directo y fácil a la pornografía, ¿no hay una manera de frenar esta violencia? ¿Es un mal endémico que no tiene fin? Es una cuestión global, generalizada y en muchos países no sale a la luz.

Yo no puedo decir que sea un mal endémico. Es un mal sistémico, estructural. La violencia no es biológica, la violencia no es una explosión emocional, es una tecnología, hay muchas violencias que tendríamos que diferenciar. Todas ellas significan el abuso o la violación de los límites psíquicos, emocionales, sexuales, físicos. De su consentimiento. La violencia semiótica se produce a través del lenguaje y a través del silencio, silenciando a través del olvido, la supresión, la exclusión. Hay muchísimas formas de violencia que tenemos que tener en cuenta porque si pensamos que solamente hay violencia física (que ya es mucho) perdemos de vista la estructura imaginaria, simbólica, política y de lenguaje que hay que cambiar.

Pero esto no es una máquina que va por si sola. Aquí hay responsables, aquí hay sujetos de acción. ¿Quién ejerce la violencia? No es una abstracción. Hay hechos concretos, actos, comportamientos, responsabilidades. Hay que enfocar ahí, entrar en ello, apuntar las causas y dirigirse a esos sujetos específicamente, hacerlo visible, realizar cambios. Mientras sigamos viendo esto como una máquina imparable que no tiene fin, no va a cambiar.

El segundo paso, la cuestión no siempre aceptada, es el diálogo, la pluralidad del diálogo. No somos realmente sociedades de diálogo y colaboración, somos sociedades que seguimos estando estructuradas con poderes piramidales. El poder de los gobiernos, de las instituciones que organizan y deciden los diálogos, ¿es el poder civil? Estos diálogos, el lenguaje, las diferencias y los consensos, tienen que venir, manifestarse a través de la sociedad, de grupos, de colectivos y colectividades, de células, de barrios y de cooperativas… Hay muchas personas que no quieren acceder a ese tipo de poder piramidal.

[1] Ver trayectoria más completa en https://es.wikipedia.org/wiki/Piedad_Solans.

 
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