CATACLISMO

LOS COLORES DEL FEMINISMO

LOS COLORES DEL FEMINISMO

Maite Méndez Baiges, Directora del Instituto de Investigación de Género e Igualdad de la UMA.

8 de marzo de 2023

La causa feminista es una revolución, la más importante del siglo XX según Hobsbawn. Y de joven aprendí una importante lección: que las revoluciones no se ganan con las armas, se logran con las ideas. Los símbolos son acompañantes inseparables de las ideas; y para símbolos, los colores. Toda lucha política se ejerce en distintos terrenos y una de ellos es precisamente la arena simbólica. Los  símbolos no son frívolos ni prescindibles, sirven para unir y para separar, para fortalecer o debilitar. Hay quien está dispuesto a dar la vida por un símbolo y hay que está dispuesto a matar por él. Vestirse de un color puede ser una forma de identificarse mutuamente, y también de diferenciarse de otros u otras.

Dentro del universo de  los símbolos visuales, el color desempeña un gran protagonismo. El color es el elemento formal más escurridizo del lenguaje visual y del  artístico. Y también es un significante en su estado más puro, puesto que pone de manifiesto el carácter arbitrario del signo, el hecho de que los signos solo significan por convención. Los colores son polisémicos. El mismo color puede significar cosas distintas para diferentes culturas, momentos históricos, personas. Sus significados son una construcción cultural e histórica, independientemente de que todos los humanos cuenten con los mismos órganos de percepción del color.  Cuando los revisamos históricamente, percibimos que apenas hay acuerdo alguno sobre lo que significan los colores: esos significados pueden ser incluso antitéticos distintas latitudes, culturas o épocas. Los significados de los colores son construcciones sociales, culturales e históricas; porque la percepción visual es de por sí cultural.

Baste pensar en la arbitrariedad de los dos colores que hacen alusión a la condición binaria de los géneros: el rosa y el azul. Hay quien cree que la preferencia de las niñas actuales por el rosa es un rasgo innato, no condicionado, del género femenino. Pero lo cierto es que en Occidente durante siglos el azul fue el color femenino por excelencia, y el rosa, que no es más que un rojo rebajado con blanco, el de lo masculino. Esto es así porque el rojo se ha asociado tradicionalmente a las ideas de fuerza, sangre, valentía, energía, esto es, a nociones viriles. El rosa, puesto que constituye un rojo menos agresivo, se atribuyó a los bebés masculinos. El azul fue en cambio, y también durante largo tiempo, un color femenino asociado a  las ideas de pureza, delicadeza, lo virginal. El origen de esta asociación se debe al hecho de que el manto de la virgen es de color azul, y así lo ha representado habitualmente la pintura occidental. Es ya en el siglo XX cuando se invierten estos significados.

A lo largo de la Edad Media y el Renacimiento el azul  procedente del lapislázuli era uno de los pigmentos más costosos, por eso su uso en la pintura y el atuendo estaba muy restringido, reservado para lo más valioso, como el manto de la virgen. Ese carácter lujoso lo tuvo también el púrpura de Tiro, un color muy cercano al violeta, malva o morado del feminismo. 

La paleta del feminismo se compone fundamentalmente de los colores violeta, verde, blanco, amarillo y rosa.

Las sufragistas utilizaron como emblema la tríada formada por violeta, blanco y verde. De hecho, crearon con ella una verdadera marca sufragista en una operación de marketing sin precedentes. Lo aplicaron a la producción textil y a todo tipo de objetos y accesorios: broches, joyas, medallas, banderines, etc. El emblema tricolor figuraba, por ejemplo, en broches cuyo diseño se inspiraba en los barrotes de la cárcel en el que acababan encerradas algunas de ellas, reconvirtiendo así el escarnio en orgullo, en una operación de inversión de lo ofensivo en la que el feminismo está ya muy entrenado. Emmeline Pethick-Lawrence explicaba así el sentido de su simbología: “El morado, el color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada sufragista, simboliza su conciencia de libertad y dignidad. El blanco simboliza la honradez en las vidas privadas y política. Y el verde, esperanza por un nuevo comienzo”. 

El violeta, malva, lila, morado, es el color por antonomasia del movimiento feminista. Su nombre en inglés, purple, lo pone en relación con el púrpura, uno de los colores más apreciados en la antigüedad. El púrpura real o imperial es un tinte entre el rojo purpúreo y el morado. Hoy en día se desconoce cuál era su auténtica tonalidad, que oscila entre distintos tonos de rojo o violeta. Era el pigmento más prestigioso y caro entre los romanos, reservado para sus élites. Producido por los fenicios, se obtenía de un molusco llamado Murex brandaris, de la sustancia que segrega cuando se siente amenazado o es atacado. Se ha calculado que para producir un gramo se necesitaban unos 9.000 moluscos, por eso era un artículo de lujo.

Circulan varias leyendas acerca de las razones por las que el violeta es el color del movimiento feminista. La más extendida es que es el recuerdo del incendio del 25 de marzo de 1911 de una fábrica de camisas en Nueva York, la Triangle Shirtwaist, donde murieron 146 trabajadores, 123 de ellos, mujeres. Está ligada al nacimiento del día internacional de la mujer. Se trata de un hito en la historia de movimiento internacional del trabajo, porque sirvió para poner de manifiesto las condiciones inhumanas del trabajo textil, en manos de mujeres inmigrantes, o incluso infantil. Uno de sus efectos fue la creación de un sindicato internacional de trabajadoras textiles. No se saben las razones exactas que provocaron el incendio, pero sí que los trabajadores y trabajadoras de la Triangle habían convocado protestas por bajos salarios. La leyenda dice que el humo era morado, debido a los pigmentos que se utilizaban para teñir las telas de las camisas que fabricaba esta empresa. 

Hoy en día no es solo el símbolo internacional del movimiento feminista, sino que además usamos la palabra violeta, morado o purple en el lenguaje corriente para identificar distintos aspectos de la lucha feminista. Por ejemplo, se habla de “capitalismo morado” con espíritu crítico, para denunciar el uso de los eslóganes feministas con intereses abiertamente capitalistas. Grandes corporaciones de moda producen camisetas con frases como “Todas deberíamos ser feministas” sin que sepamos a ciencia cierta si  atienden los principios del “trabajo decente” entre las  trabajadoras textiles del llamado Sur global. En inglés también se usa la expresión purple washing para aludir a un empleo espúreo de argumentos feministas, o, por usar un refrán español, en las ocasiones en las que alguien se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. 

El blanco, por su parte, también lleva asociado al feminismo desde tiempos del sufragismo británico. En sus manifestaciones creaban una auténtica marea blanca, luciendo este color en sus atuendos como signo de pureza y pacifismo. Con posterioridad, ha seguido siendo el color de las demócratas estadounidenses, al menos desde que Shirley Chisholm, la primera mujer afroamericana que entró en el congreso de este país, vistió de blanco el día que juró el cargo en 1969. Fue también el color del atuendo de Geraldine Ferrao, la primera candidata a vicepresidenta de EE.UU., en 1984, cuando junto a Walter F. Mondale perdió las elecciones frente a la candidatura de Ronald Reagan. 

De blanco se han vestido las demócratas norteamericanas durante la presidencia de Donald Trump. Lucieron este color las congresistas demócratas el día del discurso del State of Union pronunciado por el presidente; fue ese mismo día que negó el saludo a Nancy Pelosi, que, en respuesta, rasgó los folios en los que estaba escrito el texto de tan educado mandatario.

Blanco es también el color de los pañuelos de las madres y las abuelas de la plaza de Mayo en Argentina, una prenda nacida de un pañal, personalizada con el nombre de sus hijos y nietos desaparecidos, que aparecen bordados con un primoroso punto de cruz de cariz genuinamente femenino.

El color amarillo de las mimosas, por su parte, es quizá el color más galante y coqueto del feminismo. Desde 1946 es el tono por excelencia del 8 de marzo italiano, 

de la giornata delle donne. Frecuentemente se atribuyen sus causas a que la mimosa florece en esta época, a que es un planta asequible, que crece incluso en los lugares más inhóspitos y a que remite a la delicadeza pero también a la vitalidad, la fuerza y el combate.

En el año 2017 la Women’s March de Washington y otras ciudades estadounidenses se tiñeron de un rosa fuerte y llamativo contra las políticas de Donald Trump. El protagonista de esa marea rosa fue un gorrito que se bautizó con el nombre de Pussy Hat, en referencia a una de los muchos comentarios despectivos de Donald Trump hacia las mujeres, el tristemente célebre “grab them from the pussy”. La iniciativa partió de dos mujeres, Krista Suh y Jayna Zweiman, que decidieron poner en marcha el Pussy Hat Project, con la creación de patrones gratuitos para que todo el mundo pudiera tejer por sí mismo, y mejor si en grupo, esos gorritos rosas. Se trata de una prenda que condensa numerosas apropiaciones de elementos despectivos para provocar su inversión. Juega irónicamente con la expresión Pussycat o “gatita”. Y provoca una resemantización del color rosa atribuido a rasgos “débiles” de la feminidad, como delicadeza, cuidado, dulzura, compasión o amor para convertirlos en rasgos positivos de las mujeres, de su lucha y su fortaleza. En algunos de estos gorros se tejió la expresión que el presidente había usado contra su oponente política durante la campaña electoral: “Nasty woman”. Y se pudo ver incluso una vulva tejida en rosa, la Uterine Wall, como arma tan humorística como eficaz contra la feroz política migratoria de Trump.

A estos colores se ha sumado durante los últimos años el verde de la marea argentina en defensa del aborto legal. Es el color que tiñe los pañuelos de sus partidarias, un verde liso, vital y fuerte para una prenda tradicionalmente delicada, cuya versatilidad produce el efecto de desbaratar sus connotaciones débiles. A juicio de Tununa Mercado: “Es un pañuelo verde hasta que madure. No es un verde de campaña ambiental, no se descarta que sea el verde de la esperanza, palabra a la que hay que recuperar de la gazmoñería para que pueda significar que otra historia es posible. Su verde no es ‘naturalista’, sino desnaturalizador”, porque pretende desenmascarar el supuesto carácter natural de las diferencias impuestas durante siglos: “diferencias de manual de biología, clasificaciones binarias, mandatos sexuales, estereotipos, terror religioso, cuadrículas para insertar probidad en el deseo, etc.».

Por último, es necesario que no dejemos pasar por alto otros dos colores relacionados con el feminismo, aunque en absoluto privativos de esta lucha. Me refiero al rojo y al negro. El rojo para que no se nos olviden los orígenes socialistas y comunistas de lo que se celebra el 8 de marzo, la lucha del proletariado femenino por sus derechos. Y el negro porque es un (no) color que menudea en distintas luchas de las mujeres, dado que a menudo no se dan sino por razones luctuosas. Negro es el color de las Women in Black, movimiento internacional de mujeres pacifistas, nacido en Israel en 1988 contra la ocupación y contra la violación de derechos humanos del ejército israelí en territorios palestinos. Negro fue también el color elegido por las mujeres sevillanas que el 24 de mayo de 2013 rindieron un homenaje a mujeres andaluzas represaliadas durante la guerra civil española. Ese día, con sus atuendos de luto, sobre la reproducción de la lápida de Queipo de Llano, una pareja de mujeres sevillanas se marcó un enérgico zapateao ante un público también de negro y envuelto en un silencio tan sepulcral como digno, contra la indignidad y la infamia.

Si disponemos en cierto orden, sobre un rectángulo, todos los colores aquí mencionados, obtenemos una especie de bandera semejante a la que blande el colectivo LGBT como símbolo de orgullo. Una bandera sin país, una bandera de la paz y la diversidad, una bandera que también es símbolo de una revolución.

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