Suzanne Valadon, El cuarto azul, 1923
SUZANNE (VALADON), ENTRE LOS HOMBRES (PINTORES)
Amparo Serrano de Haro y África Cabanillas
Suzanne Valadon (1865-1938) es una mujer ligada a la leyenda de Montmartre; de sus diversiones, de sus desgracias y, sobre todo, de sus artistas: Henri de Tolouse-Lautrec, Erik Satie, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Picasso, Amadeo Modigliani… y también de Maurice Utrillo —su hijo—. En definitiva, de esa época que ahora se nos aparece gloriosa, colorida, fragante de descubrimientos sensoriales y alegría de vivir. Todo aquello que corresponde a nuestra idea de la vida bohemia tal y como algunos escritores, Henri Murger, Alexandre Dumas hijo, Honoré de Balzac o Émile Zola, nos han transmitido. Entre ellos, Suzanne era una bella mariposa, condenada, como muchas de las mujeres de aquella época (modelos, actrices, cantantes, bailarinas, demi-mondaines, prostitutas) a la miseria y al olvido. El hecho de que Dumas hijo salvase para siempre en los rasgos de Marguerite Gautier en La dama de las camelias el encanto irresistible y la fragilidad de esas mujeres, que luego encontró su eco en la ópera de Giuseppe Verdi La Traviata o Marcel Proust las inmortalizase en su Albertine de En busca del tiempo perdido, no resta verdad al hecho histórico de que esas mujeres eran consideradas por el estado y la sociedad como prostitutas a secas, cuyo fin solía ser profundamente desgraciado, lo que todo el mundo consideraba, además, moralmente muy merecido, con esa crueldad que domina los juicios de las convenciones sociales.
En todo ello, Suzanne, muy bella, pero además inteligente y obstinada, logró cambiar la suerte a la que estaba condenada de antemano por sus orígenes humildes y humillados, sin dinero ni padre, resistió con valor los embates de su época en la que logró un cierto triunfo artístico y social. Sin embargo, y a pesar de ello, pareciera que no lograría eludir esa maldición que pesaba sobre las mujeres de conducta no convencional.
Suzanne Valadon, Autorretrato, 1883
Suzanne, modelo
En la reciente exposición Suzanne Valadon. Un mundo propio del Centro Pompidou-Metz no se acaba de incluir a la pintora en el canon de la historia del arte, lugar que merece sobradamente. A pesar de las apariencias, y de lo que sería de justicia histórica, esta muestra, en la que se exhiben más de doscientas obras, no contribuye a su definitiva entrada en el mundo de los grandes artistas de esa época tan fascinante y con tantas personalidades relevantes y originales. La pintora tiene todo para ser una figura de primer orden y cumplir con creces su incorporación al arte mayor de finales del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, no es así.
Antes que pintora, Suzanne fue modelo, y esta exposición no permite que lo olvidemos. Al contrario, buena parte de ella está dedicada a resaltar este hecho y a dar un protagonismo, en nuestra opinión excesivo, a todos aquellos artistas hombres que la pintaron, por encima de su papel como creadora. En efecto, vemos que fue una mujer bella, de cuyo físico tanto Pierre Puvis de Chavannes como Vojtěch Hynais, Federico Zandomeneghi y Renoir, se aprovecharon para crear con su rostro fino y cuerpo armónico unas mujeres de belleza clásica, fría, tradicional. Pero también era una modelo con una gran capacidad de dotar a su rostro de distintas expresiones y matices, rondando las cualidades actorales, como vemos en las obras de Tolouse-Lautrec en las que, a veces, es una bella e insolente joven y, otras, una malhumorada prostituta. También Utrillo y Santiago Rusiñol supieron sacar de la plasticidad de su expresión distintos matices en sus obras pero, sin duda, nadie como Tolouse-Lautrec que, además de pintarla, posiblemente la amó. Además, fue él quien le cambió el anodino nombre de Marie-Clémentine por el inolvidable de Suzanne, cuando dijo, haciendo alusión al episodio bíblico y, probablemente en un arranque de celos y rabia, que debía llamarse así, ya que “posaba desnuda para los viejos”.
Henri de Tolouse-Lautrec, Polvos de arroz, 1887
Suzanne, adalid del sexo
Todo esto aparece en la exposición bien desarrollado, pero también aparece su pintura bajo ese prisma… La primera parte de la muestra, aquella dedicada a su papel de modelo, sigue la argumentación y la ejemplificación adecuada, cumpliendo con los preceptos de una historia del arte documentada y seria, pero no se puede decir lo mismo, desgraciadamente, de la segunda, la que atañe a sus credenciales como pintora, que quedan difuminadas y desatendidas por una idea central que es, además, a nuestro entender, una idea equivocada: Suzanne Valadon se presenta como una “innovadora”, pero ¿en qué? En ser la primera mujer que hace desnudos masculinos y femeninos. Ese toque salaz y desvergonzado que se quiere dar a su pintura no podría estar, pensamos, más lejos de la propia intención de la artista y de una lectura rigurosa de su obra. Pues bien, históricamente ella no es la primera mujer que pinta desnudos masculinos y femeninos, otras pintoras lo han hecho con anterioridad. Así, Artemisia Gentileschi es autora de unos desnudos femeninos que conmocionan por su fuerza y originalidad y Lavinia Fontana, aunque con menos talento, también hace desnudos de los dos sexos. Es decir, que desde finales del Renacimiento hasta el siglo XIX podemos encontrar una serie de mujeres que trabajan el desnudo con distintas características y niveles de calidad. Pero la exposición, como si no fuese suficiente mostrar la integridad artística de Suzanne, lo adereza de esa publicidad tan engañosa como nociva de pretender poner los desnudos hechos por ella en primera línea. Y ella, sí es verdad que pinta desnudos, pero no más que retratos, bodegones y que algunos paisajes.
Suzanne Valadon, Verano (Adán y Eva), 1909
Suzanne Valadon, Desnudo con paleta, 1927
Para incidir en este atractivo sexual, se trae a colación a este artista justamente controvertido que es Balthus con el cuadro Alice, en el que una adolescente aparece peinándose mientras muestra uno de sus pechos y su sexo de forma explícita y provocativa. Y esto quizá es lo más indignante de esta exposición. Balthus y Suzanne Valadon no tienen absolutamente nada que ver desde un punto de vista estilístico o artístico. Balthus cuyos desnudos sí son en su mayoría claramente sexuales y eróticos versan sobre la mirada pornográfica de un hombre mayor sobre una joven, y se utiliza para “ensuciar” la obra de Suzanne, que, al contrario, no tiene nada de sexual, ni siquiera en sus desnudos, y para “blanquear” la de él, después de las polémicas a las que han dado lugar sus últimas exposiciones, creemos que de forma interesada, pues este cuadro pertenece a la colección del Centre Pompidou. En la cartela que acompaña al cuadro, así como en el catálogo, se intenta justificar (a nuestro juicio sin éxito) la supuesta relación entre ambos artistas: Excusatio non petita…
O quizá aún más indignante sea el pequeño cuadro de André Utter, una escena sexual en la que supuestamente aparecería Suzanne. Aunque eso sea lo que afirman los organizadores de la exposición, lo cierto es que se trata de un apunte en el que nada de forma objetiva lleva a pensar que se trate de ella, puesto que no tiene otro título que el de Escena erótica y los rasgos de los personajes no existen, sino que son solo dos manchas casi sin forma, por lo que, de manera evidente, ninguno de los personajes se pueda atribuir a una persona concreta. Una obra de pequeño formato que, por otra parte, no tiene ningún interés, ni artístico, ni histórico. Lo único que queda claro es la violencia simbólica que se ejerce todavía hoy sobre Suzanne
Suzanne solo tiene un problema y es que antes que pintora fue modelo de pintor, costurera, camarera, trapecista… y sí, quizá prostituta, aunque no se tenga constancia de esto último. Pero es verdad que, proveniente de un medio muy modesto y en una situación de total desprotección y vulnerabilidad, es posible pensar que en algún momento recurrió a ello por motivos de su propia supervivencia. Ahora bien, ¿es necesario que esta sea la etiqueta bajo la que se juzgue toda su persona y su obra para siempre?
Suzanne Valadon, Bodegón con flores y una piña, 1922
De Suzanne se han dicho muchas cosas erróneas y algunas se perpetúan en esta exposición. La realidad es que ella aprendió y supo hacerse con los conocimientos de los hombres que la usaban solo como un cuerpo anónimo. Ese conocimiento lo fue atesorando en secreto con escasos medios y, seguramente, escasas esperanzas. Ella misma aprendió sola a dibujar. Algunos de esos dibujos aparecen en la exposición, pero no se muestra ese largo camino de diez años que tardó en hacerse con un estilo propio. Sus dibujos, increíblemente bellos, realistas y delicados a la vez, se caracterizan por un trazo más grueso de lo normal que separa cada elemento de su entorno. Es posible pensar que con ese trazo grueso Suzanne protegía su propio arte de todo aquello de lo que no podía protegerse ella misma, ni a sus seres queridos, de los que se hizo cargo tempranamente y a los que nunca abandonó. Degas, uno de los observadores artísticos más finos y el dibujante más elegante de todo ese periodo, al ver estos trabajos se emocionó y le prestó una ayuda tanto técnica como comercial (comprándole obra y presentándole a marchantes y coleccionistas), lo que dice mucho de él como creador y como persona. Suzanne fue progresando y de los dibujos pasó a hacer pinturas grandes. También su vida fue progresando, dejó atrás las penurias, se convirtió en una mujer artista que procuró, aunque siempre protegiendo a su familia, vivir la vida plenamente. Sus cuadros, pese a que están agrupados en distintos puntos de la exposición sin que se les conceda el espacio y la atención que cada uno de ellos merece individualmente, atestiguan de esa pasión y de esa capacidad por reunir en un entorno complejo distintos colores y originales estructuras plásticas.
Suzanne Valadon, Marie Coca y su hija Gilberte, 1913
Además de la perspectiva erótica de la que se quiere dotar a su obra, el resto de sus dibujos y pinturas se agrupan temáticamente, un “orden” anticuado y poco respetuoso con cuestiones que deben de atenderse al hacer la muestra de un artista importante, como son las de la evolución de su producción y las distintas etapas en las que se conforma su quehacer artístico.
En lo que respecta a sus numerosos autorretratos, catorce en total, elemento siempre tan revelador en la obra de un artista, aquí aparecen diseminados al buen tuntún a lo largo de la exposición, si bien pareciera un elemento suficientemente significativo como para presentarlos agrupados para poder estudiar tanto su evolución artística como su propia evaluación de sí misma.
Exposición Suzanne Valadon. Un mundo propio, Centre Pompidou-Metz
Suzanne, ¿la única?
Entre los numerosos artistas masculinos, Suzanne aparece como una mujer aislada, sola. Ninguna de las múltiples creadoras de su entorno y generación son representadas en esta exposición, ni siquiera mencionadas. Por ejemplo, Louise Abbéma, Seraphine de Senlis, Georgette Agutte, Élisabeth Sonrel, Jeanne Bardey, Berthe Morisot, Lucie Costurier, Louise Breslau, Romaine Brooks, Jaqueline Marval o Camille Claudel; muchas de las cuales también hicieron desnudos. Y no tan estrictamente contemporáneas, pero de época similar, como Mary Cassatt, Marie Vassilieff, Marie Laurencin, María Blanchard o Tamara de Lempicka. Es la sempiterna supuesta excepcionalidad femenina que reconoce a una sola mujer para negar, excluir la posibilidad, de la existencia de las demás, esto es, de la realidad histórica de que hubo mujeres artistas, aún más a partir de la segunda mitad del siglo XIX. De ahí la insistencia en que se trata de la “primera” que… o la “única” que…
Tampoco se incluyen o se alude a creadoras ni anteriores ni posteriores, con las que, sin embargo, se pueden establecer lazos de parecido estilístico y temática iconográfica, y estamos pensando, claro está, en Alice Neel, cuya similitud tanto en la forma de las obras como en el su contenido es casi inevitable mencionar. Ninguna de esas artistas tiene cabida en esta exposición. Ni, por supuesto, se hace mención a que la propia Suzanne dio clases y tuvo discípulas. Como es habitual, se niega la existencia de una genealogía de mujeres creadoras.
Por todo lo dicho, sigue siendo necesaria una verdadera muestra sobre la obra extraordinaria de esa gran pintora que fue Suzanne Valadon.
Suzanne Valadon, Un mundo propio, Centre Pompidou-Metz, del 15 de abril al 11 de septiembre de 2023; Musée d’arts de Nantes, del 27 de octubre de 2023 al 11 de febrero de 2024; Museu Nacional d’Art de Catalunya, del 18 e abril al 1 de septiembre de 2024.