UNA PINTORA DISCRETA: MARIA GIRONA
Mª Ángeles Cabré
Ahora mismo hay una exposición en Barcelona que le hace justicia a una pintora que siempre mantuvo un perfil bajo y que sin duda merecía una retrospectiva como esta que puede verse en una de las sedes barcelonesas de la Fundación Vila Casas. Cuando pienso en Maria Girona (Barcelona,1923-2015), que nos dejó cuando era ya nonagenaria tras una vida dedicada a la pintura -a la suya propia y a la de su marido, Albert Ràfols Casamada-, siempre me viene a la cabeza la pareja formada por María Teresa León y Rafael Alberti. En concreto veo a estos últimos regresando de su largo exilio y en el aeropuerto, tras bajar la escalera del avión, oigo al poeta decirles a los miembros de la prensa que los aguardaban: “María Teresa también viene conmigo”.
Salvando las distancias -porque a Alberti le gustaba figurar mucho más que a Ràfols Casamada, que era un hombre mesurado-, hasta fechas recientes ante la mayoría de las parejas de artistas hemos tenido la misma sensación: que ellas se ocupaban de que ellos pudieran cumplir sin impedimentos con sus vocaciones pagando el precio de renunciar parcialmente a las suyas. Ni dejaban de escribir ni dejaban de pintar, pero rebajaban sustancialmente sus expectativas y se ocupaban de quedar en segundo plano. Hay excepciones, por supuesto. Pero si cuando hablamos con artistas que han desarrollado sus carreras durante la segunda mitad del siglo XX sin ataduras de medias naranjas ya nos cuentan terroríficas historias de machismo, parece lógico pensar que las que convivieron con hombres brillantes también sufrieron en sus carnes coyunturas similares.
A Maria Girona la vemos desde sus comienzos rodeada de artistas varones. Emergió en los años 40 participando en la sala Pictòria en una exposición colectiva del grupo Els Vuit, donde era la única mujer. Decir que como grupo artístico, aunque se disolvió pronto, Els Vuit antecedió a Dau al Set. Bien es cierto que a inicios de los 50 fue a París con una de esas becas del Instituto Francés que también llevaron allí a Antoni Tàpies y Modest Cuixart, entre otros. Fue inmediatamente después cuando se casó con el pintor Ràfols Casamada, junto a quien en los 60 sería una de las fundadoras de la escuela de diseño gráfico Elisava y después de la Escuela de Diseño y Arte EINA, inspirada en la moderna Bauhaus.
Aunque en 1977 recibió el Premio de Artes Plásticas Ciudad de Barcelona, expuso individualmente en galerías de prestigio (Parés, René Metras, Joan Prats…) y en 1988 recibió la Creu de Sant Jordi, siempre pareció estar a la sombra de su marido. Su obra es comedida, prudente, como la música de Mompou que tanto le gustaba. Parece que pinte en minúsculas: escenas cotidianas, íntimas, armónicas. Podríamos afirmar sin miedo a equivocarnos que la suya es una pintura “callada”. Ràfols Casamada siempre hizo obras de mayor envergadura, vistosas, y se diría que de mayor ambición artística. Que conste que contraponerlos me sirve para situar sus obras, no para minusvalorar la de Girona.
Esta Berthe Morisot catalana -que ocupó un lugar semejante al de aquella en el impresionismo-, fue sobrina del pintor figurativo Rafael Benet y de niña le enseñó a dibujar la también poeta Palmira Jaquetti, que por cierto estuvo casada con un pintor belga. En su obra encontramos muchos bodegones, flores, rincones urbanos que con el paso de los años van volviéndose más abstractos. Le gusta la práctica del humilde collage e introduce elementos más propios de la artesanía, como por ejemplo cenefas. Y pinta los paisajes que ama, como el bello Cadaqués o el Calaceite de José Donoso.
Como dice J.F. Yvars en el catálogo, en ella “la línea continuada no limita jamás un campo cromático ni sugiere un proyecto constructivo. Las líneas se afirman en su obra pictórica como vectores definitivos del gesto plástico y cobran volumen sobre un espacio de color que protagoniza la gradación lumínica”. De sus puntos de contacto con la obra de Ràfols Casamada convendría hablar algún día. En su aparente simplicidad, Maria Girona hizo poesía con los objetos cotidianos (una copa, una fruta, un libro) y derivó hacia la sabiduría de la síntesis. En su sencillez expresiva, pasó de ser discípula del primer Cezanne o de Joaquim Sunyer a ser discípula de sí misma.
Maria Girona, Contemporánea de ella misma, Fundació Vila Casas (Espai Volart), Barcelona. Hasta el 14 de enero de 2024.
Comisariado: Victoria Combalía y Àlex Susanna.
Más información:
https://www.fundaciovilacasas.com/es/exposicion/contemporanea-de-ella-misma