CATACLISMO

HELMUT NEWTON Y SUSAN SONTAG

HELMUT NEWTON Y SUSAN SONTAG

Marian L-F Cao

Sabía que para acercarme a la exposición de Helmut Newton en Coruña tenía que tragar saliva antes de entrar. Quería conocer el espacio de la fundación Marta Ortega (FMO), entrar en esos espacios que algunas personas habían señalado como extremadamente bien concebidos y diseñados y esperaba que el comisariado respondiese al cambio de mirada -más feminista, igualitaria, inclusiva, menos colonialista y jerárquica-, que marcan los tiempos de una cultura cansada de patriarcado y ansias de poder. La entrada, el espacio -que recuerda al espacio PROA en Buenos Aires, en los muelles desvencijados con sabor a salitre y aceite de máquina- mezcla la recuperación de la arqueología industrial -no se hasta qué punto una recuperación auténtica o cosmética- con las élites del arte. El espacio es atractivo, sobrio, bien articulado.  Me adentré sabiendo los riesgos, pero después de la magnífica exposición de Maestras en el Thyssen, que ha batido todos los récords de visitas y reconoce, por fin, una mirada refrescante en la cultura, pensé que las cosas estaban cambiando.

Decía Spinoza que se piensa, siempre, con los afectos, y coincido plenamente con él. El pensamiento y la recepción de una imagen -que influye a nuestro hemisferio derecho, que rige las emociones- recorre nuestro cuerpo y éste reacciona inmediatamente ante el afecto al igual que al desprecio. Las imágenes de polaroid que Newton utiliza a modo de bocetos, en el espacio aledaño al lugar principal de la exposición, junto a la librería, no prometían ningún lugar para el pensamiento y la dignificación de las mujeres: en alguna de ellas, la mirada masculina, al más puro estilo talibán del juicio de Paris, donde los hombres juzgan y deciden sobre los cuerpos femeninos, emiten criterios, cánones y establecen taxonomías sobre validez, o no, de los cuerpos tolerables. En otros, inaugura lo que Yolanda Domínguez criticó en su serie “poses” o en las redes “modelos con ciática”: modelos a las que el fotógrafo hace contorsionarse sin piedad en las más absurdas posiciones. Sin embargo, su pequeñez ayuda a no verse abrumada por ellas.

La entrada al edificio que alberga la exposición introduce un espacio que ayuda a cambiar el tiempo y la disposición, a través de una luz mucho más tenue y baja, donde el espectador y espectadora se prepara para acercase a algo con tiento y cuidado. Hasta ahí, perfecto. Un personal amabilísimo se encarga de señalar y despejar las dudas posibles. Entonces se accede al espacio donde, rodeada por imágenes esparcidas a lo largo de las paredes, distintas entrevistas nos hablan del fotógrafo, de su importancia y cualidades. Es una explosión de imágenes en el frente, al fondo, la derecha y la izquierda. No hay escapatoria. La prolijidad de culos, vulvas y tetas femeninas en blanco y negro llena las pantallas, cambiando de una imagen a otra. He de decirles que no me considero una persona que esté desacostumbrada a los desnudos. Paso, de hecho, tres semanas de mi plácido verano en un espacio naturista desde hace más de veinte años y en esos años, habré visto más genitales -femeninos y masculinos- que los que pueda imaginar el lector o lectora. Es la vida misma. Pero esa proliferación de imágenes de mujeres desnudadas -que no desnudas- en las posiciones menos naturales posibles, donde, como reclamaba arrogante Newton, hacía poner a las mujeres, pudo con mi capacidad de ver.

Salí del espacio rápido, sintiéndome profundamente agredida y humillada. Como mujer, como profesional de la cultura, como defensora de los derechos de las personas. Me sorprendió de hecho reconocer esa sensación en mi cuerpo, con mi edad y mi experiencia. Decidí, entonces, aprovechar el espacio del café que ofrece el complejo FMO, y tomarme un capuccino. Me senté frente al mar, tratando de comprender la mezcla de dolor e indignación que sentía, mientras mi pareja y mi hijo de 24 años continuaban viendo dentro la muestra. Me lo sirvió un chico la mar de agradable. Le pedí azúcar, pero me dijo que probara el café antes. Efectivamente, un café delicioso que no necesitaba azúcar. Y este chico me ayudó, poco a poco a sentirme reconciliada con la vida, la cotidianeidad. El café tenía, en la espuma, la forma de un corazón. Mientras me lo tomaba decidí que el único modo de pensar por qué el dolor y la humillación, era volver a entrar. Eso sí, ahora, sabiendo que no entraba para disfrutar, sino para comprender. Y entré de nuevo.

El fantasma masculino de la plena disponibilidad o del miedo a las mujeres – con una raíz común, la diferencia- y su sexualidad recorre la historia del arte occidental y no es nada nuevo. Ese fantasma oscila desde la “vagina dentata” medieval, donde las vaginas con dientes hechas esculturas románicas atemorizaban las pesadillas de los hombres que no habían podido superar sus personales edipos, a las fantasías de sumisión encarnadas por el control de la sexualidad femenina para asegurar la linealidad de su patrimonio. Las imágenes que oscilan entre Lilith, Eva, Salomé, la mujer caída, la mujer (ajena) raptada y la virgen María llenan el mundo simbólico que hemos estudiado en manuales de arte. Hay un común denominador que estriba en la necesidad de designar a las mujeres, eliminar su “diferencia”, su “otredad” y plegarlas a la visión y conceptualización del autor.

La exposición de Helmut Newton en el espacio FMO es un ejemplo de la reactualización de la cultura como instrumento de normativización de los cuerpos, como régimen de lo visible -diría Rancière-, y de una voluntad de poder -diría Foucault- de decir lo que se le antoja con los cuerpos femeninos a su entera disponibilidad: doblados, estirados, atados o abiertos a disposición de la cámara.

Los guiños a la historia del arte son garantía de legitimidad: imágenes que recuerdan a la venus del espejo donde el espejo es sustituido por una pantalla de televisión; los encargos a Courbet del erotómano Khalil-Bey donde aparecen mujeres en posiciones sexuales o lésbicas; tantas que nos recuerdan a las Liliths, Evas o mujeres desafiantes como la prostituta de Manet. La mayoría nos recuerdan las imágenes más cercanas de los hombres artistas surrealistas que, temerosos de los avances sociales y políticos de las mujeres de carne y hueso, que reclamaban el voto femenino y la participación en igualdad, dan rienda suelta a las fantasías del miedo por un lado y la necesidad de control, por otro: las mujeres atadas de Bellmer, las mujeres fragmentadas -de Dalí, Magritte y tantos otros- ahora en distintos aparatos audiovisuales, replicados y repetidos. Nos hace guiños también a la vulgaridad que usan los expresionistas alemanes -Grosz en especial, pero no sólo- para vincular la putrefacción del estado alemán a la putrefacción de los cuerpos femeninos que enseñan, en plena decadencia alemana de entreguerras, sus pechos de forma obscena. Newton ofrece una fantasía que es pionera del control sádico, de dominación, de sumisión, de disciplina, de sadismo y de masoquismo. El tristemente famoso BDSM.

No acierto a comprender bien las limitaciones psíquicas del fotógrafo, ahora encumbrado a genio, por las que necesitaba plegar y dirigir a esas mujeres de cuerpos monumentales, a veces situándolas como diosas desnudas con tacones -siempre los tacones- y al rato, haciéndolas vulgares, reducidas a sus pechos o sus nalgas o bajo la inspección de la mirada militar/masculina. Hay una sensación francamente perturbadora y cercana a la patología. Igual que Nastaglio degli Onesti de Botticelli responde a un ejercicio de control ante el miedo al avance de las mujeres en la querelle de femmes, donde la fantasía masculina imagina un escarmiento sin igual a las mujeres que no obedecen y lo transforma en cultura museográfica, Newton encarna el miedo a la diferencia de las mujeres. En un modo altamente desasosegante que se parece al analizado por Melanie Klein en su ciclo paranoide-esquizoide, donde el niño ama y odia a su madre, queriendo que le ame y soñando con destruirla porque no le ama suficientemente, el fotógrafo las encumbra a la vez que las denigra. En algún momento de su vida dice “soy un voyeur profesional pero no me interesan para nada las personas que fotografío, ni las chicas, ni su vida privada ni su carácter”, “Solo me interesa el exterior, lo que vemos mi cámara y yo. Me dicen que no capto el alma en mis fotos. ¿Qué es eso de fotografiar un alma? Fotografías un cuerpo, una cara. Me interesan los pechos, las piernas. En mis fotos, lo que se ve es eso, y puede que más, pero ¿almas? Eso no lo entiendo”[1]. Lo que vemos “mi cámara y yo”.

 

No es mi lugar saber las causas del “modo de ver” de Newton. Pero sí sus efectos. Y sobre todo, de una cultura que justifica, a través del encumbramiento a genio o artista, las obras sin crítica, carentes de educación visual, o que invite a la relación entre los comportamientos reales y las construcciones simbólicas que proceden, muchas, de la cultura. Porque los efectos de convertir en cultura de élite determinados comportamientos personales que manejan a los otros a su antojo es altamente problemático.

Susan Sontag se atrevió a caracterizar las imágenes de Newton de “misóginas” y “desagradables”, y respondió frente a la defensa de Newton “Yo adoro a las mujeres”, “Hay muchos misóginos que dicen que adoran a las mujeres, pero las representan con imágenes humillantes”[2].

El equilibrio estético es una herramienta extremadamente peligrosa cuando hablamos de ética. Newton es, en términos estéticos, un gran fotógrafo. Y en términos éticos, muy muy cuestionable. Mostrar determinados comportamientos de forma bella legitima los mismos, del mismo modo que cuando se muestra a la guerra con heroicas imágenes. La guerra responde más a los niños muertos y mutilados de Gaza que a Napoleón cruzando los Alpes.

La exposición de la FMO está montada de modo exquisito, cuidado a la perfección, una iluminación perfecta acompaña a cada imagen. La exposición no da pie ni una mínima interrogación, ni una grieta en la contemplación de esa posición del artista, ni una invitación a preguntar. Después de tantos #metoos. Una vitrina con unas tetas de silicona y unos zapatos de aguja, junto a unas barbies, propiedad del genio, dan la bienvenida y la despedida. Me pregunto qué tiene que ver esto con la moda.

Salí triste y derrotada de mi segundo intento, pensando que todo el trabajo por educar la mirada ética y estética se desmoronaba. Vi a un hombre que salía de la muestra con una niña de apenas nueve años.

Como tú, Susan Sontag, algunas personas seguiremos intentando quebrar la mirada de una cultura que, si no es crítica, si no nos interroga, si no nos invita a respetarnos, no es sinónimo de libertad.

 

[1] https://elpais.com/gente/2020-11-29/helmut-newton-el-hombre-que-miro-a-la-mujer-de-otra-manera.html?event_log=oklogin

[2] Ibidem ant.

 

Helmut Newton – Fact & Fiction, Fundación MOP, A Coruña. Del 18 de noviembre 2023 al 1 de mayo 2024.

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