CATACLISMO

MARINA NÚÑEZ, NADA ES TAN PROFUNDO COMO LA PIEL

MARINA NÚÑEZ, NADA ES TAN PROFUNDO COMO LA PIEL

Daniel Soriano

A principios del 2019 Pablo Sandoval y yo tuvimos la suerte de comisariar el proyecto Inmersión de Marina Núñez en el Centro Puertas de Castilla de Murcia. Inmersión era un viaje en lenta caída libre a través de los infinitos orificios de unos mundos fractales, cuyo fin del recorrido (que no de los mundos) se materializaba en un cara a cara entre las habitantes/ arquitectas y los espectadores/ intrusos. La esencia de este proyecto planteaba varias cuestiones: ¿quiénes son ellas? ¿Han fabricado el entorno a su imagen y semejanza? ¿Es el entorno quien las ha creado a su imagen? ¿Han imitado ellas el paisaje en una piel tatuada? ¿Qué es paisaje, qué es piel?

El paisaje no comienza donde termina la carne. Marina Núñez nos sitúa desde esta premisa. La piel ha sido construida como frontera estanca y esto resulta un absurdo. Es más, este órgano, de manera física y de manera simbólica, se mimetiza, está agujereada y está atravesada por todo, copia al entorno como en Inmersión; es territorio y sirve para la vida como las gigantas colonizadas por árboles en Sin título (ciencia ficción) (2010). Es en la piel dónde se libran estas batallas simbólicas. Más que barrera, deviene en dispositivo por el cual interactuamos con el exterior (aunque no nos case adecuadamente el término en este texto). Hablamos de una relación dialógica, donde se habla y se escucha, donde se araña y se es arañado.

En Nada es tan profundo como la piel la dermis se expone y llega hasta las paredes del Palacio Parque Florido, antigua residencia del matrimonio formado por José Lázaro Galdiano y Paula Florido. Construida a principios del siglo XX con gran influencia ochocentista actualmente se ha convertido en museo que exhibe la colección reunida por la pareja. La arquitectura y el diseño de los interiores se erige como una segunda piel. Una construida. El paisaje -interior- habitado, es expresión del gusto, teatro por el cual se expresa y se presenta el anfitrión a los visitantes. Esta expresión del gusto, el levantamiento de este escenario, era labor femenina. La presentación ante la sociedad era una tarea que correspondía a las mujeres, siendo el artificio y el adorno la gramática usada (esto las incluía a ellas). Como la piel tatuada, los trampantojos conquistan las superficies: escayolas pintadas que fingen ser mármoles, techos inundando de alegorías que enmarcan a la familia habitante de la casa, obras de arte, muebles y colecciones en general reunidas con gusto. Extrañezas y curiosidades para observar y enriquecer las conversaciones, marcos que las contenían para anunciarse, y posicionarse, sin necesidad de mediar palabra.

Marina Núñez construye este proyecto presentado en el Lázaro Galdiano a través de lo intrincado del adorno y su papel como extensión de los cuerpos. Ha invitado a nuevas habitantes del palacio, mujeres cuyas pieles reflejan los artificios de las decoraciones del palacio. Un trabajo realizado por la artista con la comisaria Isabel Tejeda que teje la dimensión estética y social del diseño de interiores burgués con las obras de Núñez. Está pensado como un todo, más allá del site specific es un Gesamtkunstwerk, continuando con el propósito del matrimonio de arte, artesanía y arquitectura como la comisaria relata en el texto de la exposición. Aquí no sólo se adapta a la arquitectura del lugar, sino que se funde con la colección, con el discurso, el espacio y las intenciones primigenias del matrimonio Lázaro-Florido. El éxito reside en la no extrañeza, no son ajenas y parecen formar parte de las compras realizadas por el matrimonio y no una propuesta temporal del museo.

Sobre la marquetería del suelo del Salón del baile, envueltas en sudarios, tres cuerpos yacen tirados en el suelo. Derrotadas, en tensión, muertas, o simplemente, durmiendo. Bajo el manto de rico ornamento asoman manos, piernas y brazos, dejando ver una piel hueca construida por un dorado y metálico brocado. Ornamento (1), (2) y (3) son unos trampantojos de mujeres sucumbidas por la tela estampada, tiradas en el suelo de este salón de baile, escenario de regladas situaciones sociales, de ritos, normas y gestos. Las florituras y las cursilerías devenían en prisión pero en Ornamento se presentan como coraza, como dice Tejeda. Una situación de resistencia de construcción del individuo a través del artificio.

©Juan Lázaro (ICAL)

La piel brocada se une al horror vacui del Salón de Honor, consagrado al arte español de los siglos XV y XVI. El dorado abunda en esta sala, en la decoración, en las obras atesoradas. Deben iluminar porque son Dios y misterio. Aquí, tapando las ventanas del salón, se sitúa Botánica que nos devuelve la mirada desde el fondo de la habitación. Dos gigantas de piel dorada y permeable, el encaje que es su piel permite un fluido tránsito entre el afuera y el adentro. De ellas se emanan -o penetran- esporas que transportan diversas plantas, están llenas de vida.

MARINA NÚÑEZ: Dafne, 2023. Fotografía © Borja Morgado

El encuentro entre artificio y naturaleza continúa en las Dafnes colgadas en el Antiguo recibidor. La metamorfosis apolínea se pervierte, estas Dafnes parecen hacer suya la transmutación en árbol. De las intrincadas formas de las raíces de los árboles que brotan en sus cabezas se dibujan un patrón brocado, se extiende a través de sus rostros y cuerpo construyendo complicados arabescos. La piel es territorio, anula la separación ficticia entre estas dos entidades. No hay fondo ni figura, sólo continuidad rizomática. Sin fin sin fronteras. Frente a Dafnes, que se han adueñado de su condición de mujer plantas dejando atrás el sacrificio de perder sus cuerpos en favor de convertirse en árbol para salvarse de una violación, cuatro bustos de santas, alguno también relicario, ellas que también han ascendido a divinas a través del sacrificio.

MARINA NÚÑEZ: Las herboristas, 2023. Fotografía © Borja Morgado

Camino a los jardines, en el Zaguán, está las arcadas ocupadas por cinco proyecciones: Las herboristas. Éstas se pasean, las cubre un velo dorado del mismo encaje dorado que forma su piel. Serenas y tranquilas cuidan de un jardín de infinitas flores que adornan los azulejos del suelo. Las herboristas, al igual que las gigantas de Botánica y las yacentes de Ornamento, son huecas, translúcidas y no entienden el binomio interno/externo. En este paisaje, al fondo, hay arcos que son árboles y ofrecen una mirilla a un espacio desconocido a extramuros. Más allá del arco, en la oscuridad, se cruza otra mujer que patrulla, de piel como cota de malla. Puede que protejan ellas los jardines en su incesante ronda como las armaduras historicistas que guardan el paso a los jardines del palacio. Armaduras inútiles en su concepción que sólo servían para la decoración.

©  Juan Lázaro (ICAL)

Para finalizar en esta planta, bajo la mirada de dos Inmaculadas de Claudio Coello y Miguel Jacinto Meléndez, en el Comedor de Gala, cuatro cristales se ubican sobre consolas en cada una de las esquinas de la habitación. Dentro de los cristales se encuentran congeladas y en suspensión cuatro mujeres, construidas a través de la asociación y conglomerado de virus, plancton, bacterias y demás fauna y flora microscópica. Son cuerpos habitados, formados por incontables formas de vida. Nuestro cuerpo, al fin al cabo, es paisaje. Y somos colonia.

Subiendo, en los antiguos dormitorios, entre la pintura flamenca de los siglos XV al XVIII se infiltran dos proyectos de Marina Núñez: los bajorrelieves en latón Envidia y las tablas doradas Gótico.

Envidia es una ¿transformación? ¿asimilación? De manos y brazos en las plantas que sostienen. Recuerda a las Dánaes por el proceso de metamorfosis, aunque también nos da a pie a pensar que estos miembros están siendo sustrato de estas plantas, o quizás que son invasoras.

 

Finalizando, al fondo, casi camufladas entre vírgenes flamencas, están colgadas la serie Gótico. Casi camufladas porque el acierto de su ubicación hace creer que serían del gusto y compradas por el matrimonio Lázaro-Florido. Son tres pequeñas tablas en pan de oro, cada una de ellas con una figura inquietante ingrávida. Ellas cubiertas por un manto rojo se les intuye la dirección de su mirada gracias al velo, como si fuera un paño mojado. Su cabello excede el velo, serpentea al modo de Medusa, es tentacular y se mezcla, confunde o prolonga en unas pesadas raíces. Estas mujeres flotan en un vacío divino, recordando al dorado de las piezas del Salón de Honor, rodeadas de Inmaculadas, todas ellas comparten el velo y lo místico.

Volviendo al hilo de Inmersión, alguna vez, en el desarrollo de la exposición hablamos sobre la novela de Jeff VanderMeer Aniquilación -con su correspondiente adaptación cinematográfica-, evidentemente nos interesaba la manera en que en el Área X todo se reflejaba en todo, como si fuera un prisma. De manera poliédrica existían nuevas formas de vida que eran conjunciones de otras, incluyendo el entorno. Sin embargo, me parece que para esta quimerización planteada por VanderMeer sería fundamental entender todo como entes cerrados. En Nada es tan profundo como la piel parece que se aleja de esta idea, aquí se postula que no existe frontera, los límites son ficción, dibujo y texto. No puede haber quimeras porque ya todo forma parte de todo. Esto es visible en el trabajo que han realizado Núñez y Tejeda. Es un injerto (en todas sus acepciones). Un proyecto que sólo puede entenderse con la suma de todos sus componentes, no puede existir sin la colección Lázaro-Florido, sin los artesonados ni las yeserías, ni los frescos, ni los muebles ni relicarios… Recordemos que no hablamos de una relación simbiótica, esto conllevaría la aceptación de unos cuerpos delimitados, aquí es más micelio: ramificaciones cruzadas que se nutren entre ellas, comparten información y construyen un paisaje invisible pero que en su infinitud está constantemente presente. Todo tejido, todo imbricado.

Marina Núñez, Nada es tan profundo como la piel, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid. Del 1 de diciembre de 2023 al 10 de marzo de 2024.

Comisaria: Isabel Tejeda.

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