Campos de cultivo de Especias Crespí.
TAPÍS. MÓNICA FUSTER
Piedad Solans
Al comenzar este artículo, miles de tractores conducidos por agricultores circulan y bloquean las carreteras y autopistas de Europa.
La extinción de tradiciones agrícolas y artesanas, el dolor y el cansancio del cuerpo de las mujeres, sometido milenariamente a la carga y a un duro trabajo físico, la soledad y la colectividad en las labores del campo, la repetición de los gestos y de los ciclos de la naturaleza, las caligrafías entre lo textil y lo textual confluyen en un proyecto multidisciplinar titulado TAPÍS, realizado desde 2020 por Mònica Fuster en la isla de Mallorca: “un grito de auxilio”, dice la artista, que reclama escuchar “el dolor de la tierra” así como “un contacto más íntimo, espiritual y respetuoso con el cosmos”. Pues la manera de entender la tierra de Mònica Fuster no tiene que ver con la explotación de la corteza del planeta, sino con una antropología que investiga en las relaciones colectivas y anímicas humanas entre sí, con la naturaleza y con las formas orgánicas y nutricias de la vida a través del trabajo.
Seleccionado en la convocatoria Crida 2020 del Ayuntamiento de Palma y posteriormente por el equipo curatorial de la Bienal de La Habana (2021), TAPIS explora, desarrolla y reúne registros etno-culturales, tradiciones y prácticas artísticas como acciones, video, instalación, fotografía, piezas escultóricas y textiles, en un tejido de símbolos, caligrafías, experiencias y significados donde convergen el arte, la producción agrícola y textil, el cuerpo y la ecología. A través de investigaciones botánicas y tinturas de plantas autóctonas (algunas de ellas en extinción) utilizadas en las tradicionales telas mallorquinas de llengües por la industria textil, y de técnicas, cultos arcaicos y rituales del trabajo agrícola en el Mediterráneo, Mònica Fuster entrama una diversidad de actos, sustancias, materias y gestos repetidos –cavar, plantar, caligrafiar, enristrar, transportar, enjabonar, lavar, enjuagar– en su propio cuerpo, elaborando “un canto elegíaco por la tierra, arraigado en el más profundo acervo instintivo que enlaza espacios sociales, sacros y cosmogónicos en los que el cuerpo en movimiento piensa el Universo que nos une”.
A través de una serie de diez acciones realizadas individual y colectivamente en el campo y en lugares de Mallorca vinculados al mundo agrario, rural y a la industria textil –los campos de cultivo de Vilafranca de Bonany, el Salobrar de Campos, los lavaderos o rentadors de Randa–, Mònica Fuster efectúa procesos corporales de metamorfosis y trasmutación de las materias, lo textil y lo textual. Recogidas en un video, sus títulos corresponden a palabras –antiguos verbos utilizados en Mallorca– asociadas a la repetición cíclica de gestos, movimientos y sensaciones físicas y anímicas que tienen que ver con faenas agrícolas y textiles: Cal.ligrafiar, acción de mensurar, cercar y surcar la tierra antes de plantar las semillas; Assecar, acción de caminar cargando sobre el cuerpo la cosecha recogida; Ensabonar y aigualejar, acciones de lavado, limpieza y purificación de los tejidos y de sí misma; Pentinar, Eixalbar, Desnuar, Arreplegar, Enristrar, Aigualejar, Tenyir o Tintar.
Desnuar, foto Izabella Jagiello
Enristrar, foto Ita Pou
Arreplegar, foto Ita Pou
En Cal.ligrafiar, una vez mensurada la tierra en los tradicionales campos de cultivo, Mònica Fuster socava surcos en el suelo figurando las letras de la palabra TAPÍS, y rellena las cavidades, como en una siembra, con polvo del tap de cortís –pimientos originarios de Mallorca cuyo cultivo estuvo en declive, tradicionalmente utilizados en la gastronomía de la isla: “La acción titulada CAL.LIGRAFIAR explora la palabra como soporte artístico. Consiste en la acción colectiva de caligrafiar la palabra TAPÍS en los campos de cultivo del tap de cortí en Vilafranca. La acción se centra en una palabra que me sirve para unificar el mundo agrícola y textil (el ítem del proyecto es el uso del tap de cortí como material tintóreo aplicado al mundo textil). Trabajé el tema de la extracción del material tintóreo en varios proyectos anteriores a TAPÍS con sustancias como el acebuche, la cúrcuma, el azafrán o los posos de uva fermentada. Sobre todo me interesa la transmutación de la materia. En mis acciones y en toda mi obra, como hice en INCERTIDUMBRE con semillas de mostaza y en From cause to consequence, and back again con carbón, leche y cúrcuma, la palabra, relacionada con la materia orgànica, acaba disolviéndose, disipándose.
Incertidumbre, foto Mónica Fuster
Incertidumbre, foto Mónica Fuster
From cause to consequence (and back again), foto Paula Pinya
En el caso de TAPÍS, se cierra un ciclo en el que el polvo, último proceso de molido del tap de cortí, regresa a los surcos de la tierra para fusionarse en su oscuridad y desaparecer”.
Assecar, foto Paula Pinya
Acción Cal.ligrafiar, foto Biel Servera
Los gestos repetidos por el cuerpo o con las herramientas en la tierra se vinculan inmemorialmente a los sonidos que se reproducen en las tonadas y en el cante de la/os agricultora/es, congregada/os para cavar, recoger, acumular, seleccionar o enristrar los frutos. –“Los cantos, casi como lamentos…”, dice Mònica Fuster–, se vinculan a una cultura ancestral en la que las narraciones eran oralmente transmitidas por la memoria colectiva en las letras de canciones, tonadas, refranes y dichos, que pasaban de boca a boca y contaban de padres a hijos, de pueblo en pueblo, leyendas, historias, fábulas. Así, en las rondalles mallorquines, a través de personajes humanos, animales parlantes, gigantes, santos, dragones y demonios relataban con humor las aventuras familiares y vecinales, las burlas o las críticas de la población campesina al poder aristocrático y clerical, con un carácter moralista. En su acepción más arcaica y antropológica, muchos de estos sonidos –como en Les Archives du Coeur, una intervención realizada por Christian Boltanski en El Aljub del Museu Es Baluard de Palma en 2011, cuyos sillares fueron levantados con mano de obra semi-esclava de presos, mujeres y niños[1]–, recreaban ritmos y tonos del cuerpo: los latidos del corazón, el batir de las palmas, el chasquido de los dedos, el cascar o machacar de la piedra, el golpe del azadón o la percusión del martillo, monótonamente repetidos en el trabajo. En las acciones de TAPIS vinculadas al mundo agrícola, la cantante Julia Colom ha colaborado aportando y reinterpretando a capella cantos inspirados en la Mallorca agrícola.
Assecar, foto Paula Pinya
ASSECAR es una acción solitaria en la que la artista arrastra a sus espaldas una capa confeccionada con cañas y ristras de tap de cortí, atravesando terrenos en desuso del Salobrar de Campos. Llevando el peso de la capa, su figura evoca mitos agrarios relacionados con el cultivo, con la abundancia de la tierra o con los ciclos sacrificiales, en la carga de una materia pesada de soportar por la fragilidad del cuerpo. Su peso produce dolor, sudor, cansancio. En la intensidad de un acto tan arcaico como caminar transportando el peso de la cosecha, durante siglos repetido, condensa el dolor que durante cientos de años, han sufrido la/s campesina/os encorvando sus cuerpos con el trabajo y la carga de las cosechas. El grito ahogado de quienes abrumada/os por su sometimiento a los “amos” y a soportar un trabajo irreversible, no podían gritar. ASSECAR es también un grito frente a una tierra contaminada y explotada y un mundo en extinción. “Hay dolor. Mi dolor y el dolor de la tierra. Se trata de un grito de auxilio, una forma de alzar la voz con un gesto artístico a través de la creación de una imagen”.
Assecar, foto Paula Pinya
Assecar, foto Paula Pinya
Ensabonar, foto Paula Pinya
ENSABONAR, una acción en la que Mònica Fuster enjabona, restriega, frota, enjuaga las telas y su cuerpo, seguida por AIGUALEJAR, en la que lava las telas en un antiguo lavadero de piedra donde solían lavar las mujeres, para posteriormente escurrirlas y tenderlas para el secado, representan las acciones previas a la labor del teñido en la industria textil, comprendidas en la acción TENYIR. “Estas acciones tienen un trasfondo más espiritual, en cierta manera voy de la materia hacía mi, ello ocurre sin buscarlo, en otros proyectos en los cuales realizo alguna acción en el espacio con materia líquida y esta acaba derramada sobre mi, o interactuando conmigo, surge una necesidad innata de fusionarme y desaparecer con la materia; de lavar y de lavarme, de purificar y de purificarme, fuí habitando esas telas a medida que las limpiaba. La obra se va haciendo a sí misma: aunque mi intención primera era limpiar los tejidos, finalmente sentía que estos se envolvían en mi cuerpo como un sudario de lino y algodón, sentía esa transformación, como un rito funerario”.
Aigualejar, foto Izabella Jaggiello
Tenyir in Teixits Vicens. Foto Ita Pou
Tintar, foto Ita Pou
En TAPÍS se unen la germinación y el fruto, el trabajo y el esfuerzo, la tradición y los ciclos de la cosecha y del campo con la extinción de una agricultura acosada por la especulación del suelo, la urbanización del campo, y la construcción desenfrenada, la erosión producida por un turismo masivo y depredador, la automatización, maquinización y abandono de las industrias tradicionales, la intoxicación del agua por pesticidas y fertilizantes químicos, la sequía y la degradación del clima y recientemente, por las instalaciones fotovoltaicas que invaden las zonas rurales, denunciado por asociaciones ecologistas. Una isla, Mallorca, que como tantas otras en el Mediterráneo, ha sido destinada desde los años sesenta a servicios turísticos y vacacionales, viendo transformarse su sociedad, su arquitectura, su paisaje y su economía. Un aparente paraíso de ocio y diversión con problemas de escasez de agua y gestión de residuos, masificación de coches, de aviones y de construcciones y sobreexplotación de recursos. TAPÍS es una elegía de la tierra al tiempo que un grito por la agonía de su extinción.
Assecar, foto Paula Pinya
Frente al ruido de motores y bocinas, el grito de Mònica Fuster resuena en el silencio sin ser escuchado. Vuelven, o están siempre aquí, las figuras femeninas fundamentales: Antígona, que alza la voz enfrentando el culto ancestral del enterramiento al poder del tirano; Medea, la maga, considerada maldita por su relación con el cosmos y castigada a errar fuera de las murallas de la ciudad; Ifigenia, que al comprender que va a ser sacrificada, intenta gritar; Casandra, a quien los dioses dieron el don de la clarividencia y de ver el futuro sin ser escuchada ni creída al hablar. ¿Es casual que, oponiéndose a la fuerza bruta de un capitalismo patriarcal que propugna un progreso arrasador –el colapso ambiental, el control por la tecnología, la guerra– sea una mujer quien asume, siempre aún hoy, como Casandra ayer, la voz de una profecía –la catástrofe– ya cumplida? La figura de Mònica Fuster, caminando sola en un lugar desierto y árido de la isla mallorquina bajo el peso de la carga que lleva sobre su cuerpo, evoca figuras femeninas mitológicas y literarias que transitan por submundos sumidas en una destrucción no natural sino consecuencia de las acciones violentas de los hombres. Su imagen recuerda el poema de la poeta rumana Wislawa Szymborska, Monólogo para Casandra, que otra artista, la cineasta italiana Sara Tirelli, recitó también en video en la Bienal de Venecia de 2017, frente a la degradación de la ciudad italiana: “Soy yo, Casandra, / y esta es mi ciudad bajo las cenizas / y este es mi bastón y mis cintas de profeta. / Y esta es mi cabeza llena de dudas. (…) Es verdad, triunfo. / Mi cordura llega a golpear el cielo con un rojo resplandor. / Sólo los profetas que no son creídos / tienen esas vistas (…) / Ahora recuerdo con claridad / cómo la gente, al verme, callaba en mitad de la frase / La risa se cortaba. / Se separaban las manos. / Los niños corrían hacia sus madres. (…) Yo los amaba. / Pero los amaba desde lo alto. / Desde encima de la vida. / Desde el futuro. Un lugar siempre hay vacío / de donde qué más fácil que divisar la muerte. / Lamento que mi voz fuera áspera. / Mírense desde las estrellas -gritaba-, / mírense desde las estrellas. / Me oían y bajaban la mirada”[2].
En una sociedad en la que –de nuevo– guerreros enloquecidos toman el poder para conquistar, amenazar, asesinar, encarcelar, propagar el odio y la guerra y explotar la tierra, es importante evocar las figuras fundamentales de mujeres, tanto míticas como literarias, que como Antígona o Casandra se alzaron solitarias contra el tirano. Y es también imprescindible continuar la herencia histórica de las mujeres reales que, como Mary Wollstonecraft, Charlotte Corday, Olimpe de Gouges, Flora Tristán, Rosa Luxemburg, Clara Campoamor o Simone de Beauvoir se opusieron de forma colectiva a la degradación, la esclavitud, la exclusión y la injusticia. Muchas de ellas fueron excluidas, asesinadas, guillotinadas, encarceladas o tuvieron que exiliarse. Muchas de ellas, si volvieran, volverían a cargar sobre sus hombros, como Mònica Fuster en TAPIS, la capa de cañas y pimientos. Y como Casandra, recitarían frente a los guerreros, el Monólogo de Wislawa Szymborska: “Yo tenía razón. / Sólo que eso no significa nada. / Y éstas son mis ropas chamuscadas. / Y éstos, mis trastos de profeta. / Y ésta, la mueca de mi rostro. / Un rostro que no sabía que pudiera ser hermoso”.
[1] La intervención de Christian Boltanski en Es Baluard se titulaba Signatures, y reproducía, a través de un registro con la grabación de los latidos del corazón de los visitantes (unas mil trescientas personas), formando parte de Les Archives du Coeur, un proyecto que en su conjunto ha llegado a reunir cerca de cincuenta mil latidos registrados, archivados y expuestos permanentemente en una isla japonesa deshabitada.
[2] Wislawa Szymborska, en Mil años de poesía europea, edición de Francisco Rico (con Rosa Lentini), traducción de Abel A. Murcia, Planeta, Barcelona.