CATACLISMO

DETENIDOS EN EL PREÁMBULO

DETENIDOS EN EL PREÁMBULO

Ana Martínez-Collado

 

Sin embargo, a medida que me acercaba a mi hogar, volvieron a dominarme la aflicción y el temor. La noche, también, se cerró a mi alrededor, y cuando apenas se distinguían ya las oscuras montañas, me sentí más abatido. El cuadro parecía un inmenso y sombrío escenario de maldad, y presentí oscuramente que estaba destinado a convertirme en el más desdichado de los seres humanos.

                             Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, 1818[1]

 

Siempre que no nos concibamos como una entidad exhaustiva, cerrada o enmarcada, nuestro cuerpo y nuestra imaginación solo se pueden concebir sin límites, como una piel por defecto porosa, sin fronteras que deslinden el adentro y el afuera. Una dimensión especular se abre en estos intersticios permitiendo que fluyan otros espacios, lugares reales fuera de todo lugar, entendidos como contra-espacios. Un espejo translúcido en el que aparecen los fantasmas, deseos o sueños, en una oscilación constante entre sus posibles cualidades sean estas luminosas o sombrías, serenas o inquietantes, invariablemente fuente de placer, que necesariamente incluye su reverso, el displacer o disgusto.

Dejemos imaginar el espacio, el lugar que se representa, que está muy próximo a nosotros −montañas, valles, bosques−, un entorno cotidiano que deviene extraño, prolífico en apariciones insospechadas −animales, nubes, raíces−. Sin olvidar al propio sujeto, a la autora, comprometida con la afirmación de que solo ese espacio existe y es auténtico, si de alguna forma nosotros mismos nos implicamos y situamos en él −a modo de máscara o de silueta−. La tenue presencia de este carácter autobiográfico insiste en que no somos ajenos a la creación del nuevo lugar que no es otro que el del ensueño de la artista.

 

 

 

 

 

 

Tres fotografías de la serie Diálogos (2021-2023).

 

Estos espacios naturales, acotados por la mirada o la presencia de la autora, y por la manipulación de la imagen, no son paisajes lejanos; pertenecen a uno de sus posibles entornos vitales. A través de su contemplación despiertan en el espectador la experiencia sublime −como estremecimiento ante lo infinito e inabarcable para el ser humano−, tal y como se puede pensar en la contemporaneidad ligada a la experiencia de sentir el derretirse de lo real tanto en lo individual, social o natural. Una experiencia que, aunque aquí parece centrada en el mundo natural, provoca el enredo entre las dependencias naturales e intersubjetivas −entre yo y el otro, y viceversa− al ser imposible delimitar las relaciones entre las personas y los lugares. E incluso entre las personas de diferentes lugares y entre los lugares más extremos del planeta.

 

Secuencia La desaparición (2023)

 

Una experiencia sobrecogedora en la que destaca la intensidad de un terror opacado, sereno, opuesto a cualquier estridencia. Es, y regresamos al comienzo, el espacio prolongado, habitado, construido, por las emociones que se despiertan en una posible respuesta a un mundo que nos es ajeno progresivamente. A partir de la conciencia de nuestra vulnerabilidad o fragilidad que nos acecha, en este mundo sobreexplotado. En el romanticismo, Mary Shelley nos narra cómo la imaginación es el impulso que se traslada al mundo o al paisaje, y son los miedos que esconden nuestra alma los que dan forma a su representación y a su percepción e influencia sobre nosotros. En estos tiempos es esta misma fuerza la que da vida a estos otros lugares, con la inquietante diferencia de que sobre estos se cierne la duda de que ya no existe ningún otro territorio que no esté en vías de desaparición, próximo a su extinción.

Frente a este interrogante parece posible defender que más que establecer de nuevo una política de dominación que acalle la falta de respuestas, se nos abrirían nuevos caminos sí nos dejamos llevar, atravesar, por la perplejidad; si estamos dispuestos a cuidar y amar aquellos otros ámbitos, conscientes de nuestra dependencia, sin disimulo, excusa o temor, y, si fuera posible, con ánimos de reconciliación.

Secuencia Todo fue negro (2023)

 

Desesperanza, extrañeza, enajenación, locura y temor podrían ser las primeras impresiones que nos provoca la contemplación de las imágenes que nos brinda Rosa García en Todo fue negro (2023). Aquí está la aventura, el desafío. El reto de una generación que se enfrenta con un futuro distópico, incluso llevada al extremo de experimentar la imposibilidad de sostener la esperanza de que emerja una resurrección de otra experiencia humana más reconfortante. Puede que sea posible, pero Rosa García se detiene en la contemplación del abismo de la nada, de la vivencia, que el amigo de Mary Shelley, Lord Byron nos relató en su poema Oscuridad (1816). De manera gradual, la secuencia de imágenes ahonda en la intensidad de la espesura que las cenizas del volcán agostan el mundo tal y como lo conocemos. Solo blanco y negro. Y al final todo negro. Quizá sea posible imaginar otro escenario; por el momento nos detenemos en este, en el preámbulo.

 

Rosa García, Todo fue negro, Museo de Fotografía de Huete, Fundación Antonio Pérez. Del 11 de noviembre de 2023 a 11 de febrero de 2024.

32 fotografías b/n. Medidas variables. Papel Hahnemühle Photo Rag 308 gr.

 

[1] Shelley, Mary: Frankenstein o el moderno Prometeo, trad. Francisco Oliver, Siruela, 2000, p. 126. Ed. original: 1818.

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