PAULA BONET
Mª Ángeles Cabré
Las anguilas son seres luchadores, capaces de cruzar océanos. Pero no son solo eso. Para Paula Bonet (Vila-Real, 1980) son también los seres gestados a medias, que no llegaron a la vida y se apagaron en las profundidades de los vientres femeninos. Sobre esos embriones y sobre otros asuntos como la violencia de género trata La anguila, el libro que publicó en 2021, donde alude también al aspecto más orgánico de la pintura, que es su principal medio de expresión, juntamente con la literatura. Un año después, a modo de complemento, vieron la luz Los diarios de la anguila.
Algo así como una versión pictórica de ese primer libro fue la exposición del mismo título realizada en el Centro Cultural La Nau de la Universidad de Valencia ese mismo año, 2021, ahora revisitada en La anguila. La carne como pintura y la pintura como espejo, que puede verse en Can Framis, la principal sede barcelonesa de la Fundación Vila Casas. El sólo hecho de que una mujer exponga en dichas salas ya es motivo de regocijo, porque la colección pictórica de dicha fundación es masculina en extremo, hasta el punto de que en todo el recorrido de la colección permanente cabe la posibilidad de contar tan sólo tres o cuatro artistas mujeres. Un déficit que sería bueno que la fundación subsanase, porque el agravio comparativo es mayúsculo y entiendo que nada conveniente para su prestigio.
Las piezas expuestas en esta muestra rezuman organicidad. “Pinté la primera parte de la primera anguila centrándome en un gran panel de malformaciones embrionarias. Quería volcar en aquellos seres el amor de quien ha dedicado parte de su tiempo y de su cuerpo a gestarlos. Buscaba deformar las manchas y amar la deformidad, encontrar también allí la belleza”, explica Bonet en el catálogo. Y añade: “Los pinté con el brazo estirado, estableciendo la misma distancia física con cada una de las telas, cuestionado también el mandato social en lo referente a las maternidades”.
La posición del cuerpo y también su movimiento intervienen en cada pieza como un elemento más, ya sea por presencia o por ausencia. “El movimiento del cuerpo marca una huella, dibuja líneas y manchas, las emborrona con la grasa que el propio cuerpo genera”. En algunas piezas, la pintora se embadurna las manos con pintura y acaricia las telas. En otras, elige el blanco y decide eliminar cualquier rastro que el cuerpo pueda dejar durante el proceso artístico. El cuerpo se erige en motor que ajustar en función del efecto deseado, porque aquí el resultado incluye la modalidad de intervención. Igual que en el proceso de gestación el cuerpo gestante cuenta y no sólo el embrión.
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Paula Bonet, Julia
El único retrato que lleva nombre es un cuadro de dos metros que la pintora proyectó antes de saber que su embarazo era inviable. Es el retrato de Julia -la niña no nacida-, que sonríe y abandona el mundo en el que no llegó a vivir. Así, con esa despedida, se interrumpe el recorrido que ha realizado el espectador por la gestión de la pérdida y la maternidad frustrada. Un itinerario sensorial de tonos epidérmicos, en el que la reflexión íntima conecta con la plasticidad y donde el viaje de la pintora se puede leer como un diario
“Paula Bonet. La anguila. La carne como pintura y la pintura como espejo”, Fundació Vila Casas, Can Framis. Barcelona. Hasta el 19 de enero de 2025.