DESCIFRAR A REMEDIOS VARO
Mª Ángeles Cabré
Consuela pensar que la pintora gerundense que se marchó al exilio después de la Guerra Civil española y jamás regresó no nos resulta tan indiferente como parece demostrar el poco caso que aquí se le ha hecho. Al parecer hay quien se interesa por difundir su legado y adentrarse en su universo más secreto que claro, tarea para la que resultan enormemente útiles las cinco llaves que nos ofrece este libro colectivo publicado por Atalanta, una editorial que apuesta por la cultura como camino de exploración, y que ha realizado una edición profusamente ilustrada que incluye algunas reproducciones de obras de Varo que ni siquiera conocíamos y amplían enormemente nuestra visión de conjunto. Sigue este a otro libro colectivo que ya tuvimos oportunidad de comentar aquí: Remedios Varo. Caminos del conocimiento, la creación y el exilio.
Corría el mes de noviembre de 1941 cuando Remedios Varo se subió a un barco con destino México, donde murió en 1963 sin volver a pisar tierra española. De fuerte raíz surrealista, la que salió de sus pinceles fue una obra concentrada en el lapso de muy pocos años, dado que si en 1956 hizo su primera exposición individual y murió pintando, está todo dicho: apenas ocho o nueve años de creación intensiva que dieron obras de gran calado y que hicieron posibles el apoyo de su marido-mecenas, Walter Gruen; un caso bien excepcional, estando las artes plásticas plagadas de musas y maridos genios. Había sido en el París de los años 30 donde y cuando le fue inoculado el virus del Surrealismo (ese enemigo de los valores burgueses, como decía Magritte) y ya no se libró de la infección, acaso porque no existen para ella más mecanismos de defensa que los de la propia imaginación.
Remedios Varo fue una artista poliédrica, que bebió de diversas disciplinas y doctrinas. De ahí lo acertado del enfoque múltiple de este ensayo de ensayos, que nos abre los ojos a cinco universos: el literario, el arquitectónico, el onírico, el esotérico y el surrealista. Acceder a esos cinco prismas nos permite viajar por su proceso de creación, siempre complejo, y descifrar algunos enigmas que sin conocer sus fuentes resultaban altamente crípticos. Sabemos así por ejemplo que de sus tiempos de “humilde oyente” de los popes del Surrealismo le quedó tatuado el deseo de pintar un mundo dislocado y desasosegante, con personajes que parecen salidos de los cuadros de El Bosco, que atraviesan paredes, vuelan, se desplazan sobre ruedecillas o sobre sus propias barbas (“Locomoción capilar”, 1959) o bien bordan o tejen eternamente, siendo esas acciones trasuntos de la creación de nuevas realidades.
Más adelante nutrieron el imaginario de la artista las teorías de Gurdjieff y Ouspensky, cabezas pensantes de esa suerte de secta espiritualista a la que Varo fervientemente se afilió, al igual que su amiga y colega pintora Leonora Carrington, y cuyas enseñanzas –incluida sobre todo la cuarta dimensión, donde habita lo misterioso y lo sobrenatural– quedaron plasmadas en algunas de sus obras, como es el caso de “Roulotte” (1955) o “Armonía” (1956). Y aunque no se dedicó a pintar sus sueños, sí se sirvió de sueños lúcidos, aquellos en los que el supuesto soñador sabe que está soñando.
Sus escenarios, disociados de los tiempos modernos y plagados de artefactos más propios de un aficionado a la ingeniería que de un pintor, muestran a menudo concomitancias con las construcciones medievales, entornos arquitectónicos que sirven de marco para albergar historias dramáticas que recurren en muchos casos a la iconografía mitológica y nos encierran en murallas y almenas que separan el suyo del mundo real. Historias que convierten su pintura en eminentemente literaria, como ya afirmara en su día Gonzalo Celorio en El Surrealismo y lo real maravilloso americano.
La filosofía antigua, las religiones mistéricas y los autores surrealistas llenaban su biblioteca y dieron paso en sus pinturas a personajes órficos que nos remiten al Baudelaire de la teoría de las correspondencias. Admiraba a Novalis, era fan de Aldous Huxley y tenía como libro de cabecera El principito, lo que se traduce en una imaginería visionaria patente en obras como “Tailleur pour dames” (1957). En sus albores pictóricos había cultivado el arte de los cadáveres exquisitos e incluso empleado la técnica de la cera derramada de las velas, como en “Le désir”, que data de 1935 y pintó dentro de una pequeña caja de zapatos. Y como buena amante de los gatos, sus animales favoritos, los consideró fuente de inspiración y los retrató eléctricos y sujetos a la capacidad de transformación en cuadros como “Simpatía o la rabia del gato” (1955). Un mundo complejo, el suyo, sujeto a leyes propias que poco a poco vamos desentrañando.
Después de este libro, que nos la muestra en toda su complejidad y nos ayuda a no perdernos en el laberinto de sus sueños, lúcidos o no, parece ya imposible no situarla entre las aportaciones significativas de esa corriente vanguardista tan poco femenina según la Academia y que parece medirse tan sólo con las agujas de los relojes blandos de Dalí, quien opacó con su alargada sombra cualquier otro atisbo de creación que también tuviera como premisa indagar en lo más profundo del ser humano desde la convicción de la existencia de una realidad superior.
VV.AA., Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, Atalanta, Girona, 2015.