CATACLISMO

TAMARA DE LEMPICKA: OTRA MANERA DE FRACASAR…

Tamara de Lempicka, La hermosa Rafaela, 1927. Óleo sobre lienzo, 64 x 91 cm. Colección particular

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TAMARA DE LEMPICKA: OTRA MANERA DE FRACASAR…
Amparo Serrano de Haro

En la época de la Europa de entreguerras, la famosa pintora Tamara de Lempicka era la imagen dorada del éxito… Bella, rubia, delgada, estilosa, cosmopolita, moderna, casada con un aristócrata y con auténtico talento. Parecía más una película hollywoodiense sobre el éxito, que el éxito mismo.

Nadie, y menos ella misma, podía pensar en el lento declive que sufriría su reputación pictórica, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, y en su futura y total ausencia de los libros y manuales de arte sobre el siglo XX.

Paradójicamente, su recuperación viene de la mano del movimiento feminista y me temo que ella lo hubiese detestado. Aunque: ¿qué pintor se resiste a ser recuperado, sea quien sea el que lo haga?

En todo caso, el hecho de que Tamara de Lempicka (Varsovia, 1898 – Cuernavaca, 1980) esté muerta facilita mucho las cosas, ya que esta mujer, habituada al lujo de hacer su voluntad desde que nació en medio de la riqueza elegante y cuyo último deseo fue que sus cenizas fuesen arrojadas desde un helicóptero al volcán Popocatepetl, no era fácil de encajar en ningún molde.

Más que detenerme en analizar su personalidad y su obra que, sin duda, merecen atento estudio, me voy a centrar en plantear brevemente las razones de su falta de reconocimiento.

A mi modo de ver, son esencialmente tres. Tamara de Lempicka, como he dicho, tenía la ambición de ser “absolutamente moderna” y nada se pasa tanto de moda como la “modernidad” en sí misma. Fue en París a finales de los años 20 y en los principios de los 30 cuando cosechó su mayor éxito. Ahora bien, ese éxito, como bien refleja la exposición y explica el muy inteligente y solvente catálogo, está vinculado al triunfo de un estilo que no es otro que el del Art Déco.

El Art Déco, que debe su nombre a la exposición celebrada en París en 1925 (el término es, por lo tanto, un apócope de la palabra francesa “décoratif”), plantea, como todas las utopías vanguardistas de principio de siglo, un cambio en la percepción artística, que es también un cambio en la forma de vivir. Es un estilo de líneas estilizadas, de formas refinadas y es también una amalgama de muchos de los más importantes movimientos de principios del siglo XX. Las influencias provienen de fuentes tan diversas como el arte egipcio (entonces muy en boga con los descubrimientos de Howard Carter y Tutankamon: 1922) y el cubismo, el constructivismo, el futurismo y también del propio Art Nouveau; sin olvidar el estilo racionalista de la escuela de la Bauhaus. Pero no solo está ligado al arte, sino también a todo el concepto de “diseño”.

Tamara de Lempicka, La polaca, 1933. Óleos sobre tabla, 35 x 27 cm. Colección Cheryl y Philip Milstein

Es un estilo de la incipiente “edad de la máquina” y, por lo tanto, bebe de todas las innovaciones “modernas” para sus formas: las líneas aerodinámicas, producto de la aviación; la iluminación eléctrica, la radio y los rascacielos. El resultado fueron una serie de formas geométricas y sobrias, metálicas, cristalinas, a veces fragmentarias, dirigidas por el sentido de la síntesis cubista y la ambición monumental de quien es dueño del progreso.

Correspondiendo a sus influencias maquinistas, el Art Déco se caracteriza también por el uso de materiales innovadores: aluminio, metal, laca, acero inoxidable y piel de cebra. Y, por supuesto, todo el colorido del diseño industrial que se añade a los descubrimientos tonales vanguardistas para revitalizar la paleta clásica.

Y estas formas se aplican a todo: desde los coches hasta el diseño de zapatos para señoras, las tostadoras y las cafeteras, las lámparas y las pulseras, la ropa femenina, el diseño de interiores y ese ejercicio de la arquitectura efímera que son los sombreros; destacando especialmente los rascacielos como el Edificio Chrysler o el Empire State Building, pero también los transatlánticos, los aviones, los trenes, etc.

Tamara de Lempicka, Las muchachas jóvenes, ca. 1930. Óleo sobre tabla, 35 x 26,6 cm.
Colección Bernyce (Bunny) & Samuel I. Adler

Eso explica el encanto extraño de los cuadros de Tamara de Lempicka, en los que rostros reminiscentes de Bronzino o Botticelli se encuentran envueltos en los colores que entonces servían para pintar los coches de lujo: el verde “Bugatti” o el rojo “Ferrari”, como el automóvil con el que príncipe Borghese había demostrado que era posible viajar de Pekín a París en 1907.

Así pues, en mi opinión, fue su estrecha relación con el Art Déco, un estilo “decorativo”, burgués, y, por ende, sin “otro significado” de mayor relevancia, en un época hambrienta de utopías y de “revoluciones” una de las causas que precipitaron la caída artística de Tamara de Lempicka, ya que la historia del arte ha sido relatada, hasta muy recientemente, como un historia ambiciosa en su afán por significar, cuando no de un esteticismo solipsista, en solitario, haciendo todo lo posible por no mezclarse con la historia de las otras artes y, menos aún, con el diseño.

Más aún, tanto en su presentación como personaje público, mediante la aparición en periódicos y revistas, como en su uso de referencias mezcladas de la alta y la baja cultura, que resultaba atractivo para el público (es una artista cuyas obras están en su mayoría en colecciones particulares y no en museos o instituciones), pero no para la Historia del Arte.

Finalmente, es su uso casi exclusivo del género del retrato, (con algún bodegón), un género más atribuible al siglo XIX que al XX, otro elemento que ha jugado en su contra.

Es verdad que creo que todos estos argumentos esbozados fueron decisivos por el hecho de ser una artista de género femenino, ya de por sí ligada en el imaginario masculino al decorativismo vacuo y a la falta de “auténtica creatividad” definida en unos términos que solo ahora se empiezan a revisar.

Anónimo, Tamara de Lempicka en el caballete, 1940. Colección privada

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Tamara de Lempicka, Reina del Art Déco, Palacio de Gaviria. Madrid. Del 5 de octubre de 2018 al 24 de febrero de 2019. Prorrogada hasta el 26 de mayo de 2019.

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