MUERE LA PINTORA NAVARRA ANA MARI MARÍN
Asun Requena Zaratiegui
Si hubo una persona que dignificó el oficio de la pintura y que consiguió profesionalizarse en el sector, ella fue Ana Mari Marín, presente en las noticias del periódico desde que era pequeña. Recuerdo que cuando mi profesora de pintura dejó de impartir clases caí en un vacío de desolación a los diez años porque no tenía ni quién me enseñase ni referentes en el pueblo. Un día de esos de puños posados presionando cara apoyada en mesa de cocina y con el cuenco de la borraja a medio llenar se acercó mi madre y apartando la verdura y haciendo caer alguna que otra gota de agua, desplegó el Diario de Navarra y me invitó a leer diciendo:
- ¡Mira Asun, una pintora, expone en Elizondo, su pueblo natal, mira qué cuadros! Ella ya es mayor, así que tú tienes tiempo y sí se puede ser pintora, alentándome a no abandonar.
Ana Mari nunca dejó los pinceles que conoció gracias al soldado Fidalgo y cómo no, a su prima Mentxu Gal. No pasó una vida fácil pero sí acomodada. Recuerdo como me contaba cuando tuvieron que irse del pueblo en la guerra y como su padre salvó la vida gracias a un buen vecino que en el revuelo de un funeral y acompañando al féretro, aprovechó para avisarle de que iban a ir a por él, que huyera cuanto antes. Ana Mari vivió también en Burdeos y acompañó a pastores de la zona a América como intérprete. Fue una mujer de mundo gracias a los Indianos y a la Coral de Elizondo que viajaba por todo el mundo. Eso le hizo cultivarse además de estudiar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid al cuidado de su prima Mentxu.
No le gustaba que le dijesen que su pintura se parecía a la de su prima aunque en composición y signos pictóricos como las líneas, el movimiento y el punto se podían encontrar en ambas artistas. La diferencia radicaba en el color, los de Mentxu más apagados, grisáceos como la Escuela de Madrid, los de Marín alegres, potentes y gruesos. Si comparáis su obra de su zona geográfica con la Trilogía del Baztán, encontraréis un pueblo muy diferente al que Dolores Redondo nos pinta en sus libros.
Ana Mari también fue alcaldesa de Elizondo y en la misma plaza se encuentra la casa y su museo aunque también ha dejado obra sin terminar en otro estudio en su casa de Amaiur, un pueblo un poquito más arriba pero en el Baztán.
Ahora estará contenta, echaba de menos a su pareja y a su primo Jorge Oteiza que pasaba largas temporadas cuando tenía tensiones con su esposa Itziar a la que adoraba, pero a veces convivir con un genio era difícil.
Entre las curiosidades de su vida todos los años reunía en la fiesta de verano de bienvenida a los artistas de la zona y a todas las personas que quisieran conocerla. Abría tocando el piano en el jardín y seguidamente se bailaban danzas baztandarras entre corros de artistas con gente feliz.
La anécdota más curiosa fue la de la cubrición de las cabezas de los moros cortadas por los cristianos. Ni cortos ni perezosos levantaron un andamio para que Marín tapase ese despropósito y bajo la escayola policromada se ocultó el desastre de esos tiempos.
El Ayuntamiento de Pamplona (Navarra) realizó no hace más de cinco años una retrospectiva de su obra en el centro de arte de la Ciudadela acompañada de todos los honores, ejemplo de reconocimiento en vida y no tras la muerte.
A Marín le gustaba jugar y había visitado los grandes casinos de los cuales coleccionaba en cuadros fichas, bolas, cartas y un sin fin de utensilios. Amaba el riesgo, el arte y su cocina, esta última estancia muy importante en los hogares vasconavarros como lugar gastronómico, de reunión y conversación.
Quedamos en comer juntas alubias, en llevar a la señora que había guiado mis pasos hasta ella, mi madre, y disfrutar. No pudo ser. El 24 de agosto te fuiste a los 87 años.
Para conocer más sobre su obra os remito al artículo que escribí para esta misma revista hace unos cuantos años ya.
