CATACLISMO

LAS LEYENDAS DE LEONORA CARRINGTON

Leonora Carrington, Artes, 110, 1994. Óleo sobre lienzo, 40 x 60 cm. Colección Stanley and Pearl Goodman.

LAS LEYENDAS DE LEONORA CARRINGTON: UNA CUESTIÓN DE
ARTE Y VIDA

Amparo Serrano de Haro

Las ventajas de una larga vida para un artista son muchas: puede legar su obra de la forma que juzgue más conveniente para su recuerdo y valoración, puede desdecir a los rivales que han muerto antes, puede dejar explicaciones en primera persona sobre su vida o su obra que serán difíciles de contradecir… Esto es, que dejará el relato de su vida y obra bien establecido, bien hilado y tan cerrado como le sea posible. Todas estas circunstancias se cumplen en el caso de la pintora y escritora inglesa Leonora Carrington, que falleció en 2011, con 94 años.

El arte de Carrington

La obra de Carrington ha quedado ligada al arte del pasado por su aspecto figurativo y narrativo, y por su admiración indisimulada por el Renacimiento italiano y la obra de El Bosco. Pero también tiene vinculaciones con el futuro por sus preocupaciones ecológicas, feministas, y visionarias. Sobre todo, persistirá en el tiempo como creadora surrealista y, consecuentemente, por su incesante juego metafórico en el que se mezclan símbolos de toda procedencia, tanto zoológicos como lingüísticos, legendarios como vitales.

Las pinturas de Carrington, inmensas en su pequeñez, pequeñas en su inmensidad —ese juego ambiguo con la escala de lo que se narra es una de sus peculiaridades—, cuentan una «escena» inquietante, casi siempre la misma, aunque los personajes varíen.

Es un acto de «revelación» (como consta en el título de la exposición de la Fundación MAPFRE) el que tiene lugar en sus lienzos y en ellos los protagonistas y los observadores que se combinan, se desdoblan, se asocian y se alternan, son, a la vez, simbólicos y trasuntos de una posible realidad que desconocemos, o que solo podemos suponer, caligrafía caprichosa y detallada de un transmundo no del todo incomprensible, no del todo “otro”, pero, ciertamente, vestido y travestido de un voluntario misterio. En el corazón de cada cuadro, está presente un acto misterioso en torno al cual los personajes se encuentran reunidos. Es un descubrimiento que puede ser individual o colectivo, pero que tiene lugar en público.

Las figuras de sus lienzos actúan y hablan, pero sobre todo miran, son testigos de algo que anteriormente estaba escondido, en sueños, en acciones secretas o en palabras enigmáticas… Sus cuadros narran el momento único en el que secretos, relaciones improbables o verdades, de repente, se evidencian, salen a la luz, por un momento eterno, antes de volver a quedar ocultas.

La pintura —y también la literatura— que realiza Carrington, desafía de modo directo, a veces amablemente y otras con crueldad, el entendimiento convencional, el curso “normal” de las cosas, lo previsible… con la promesa —o amenaza— de que hay otra capa de sentido bajo la evidencia, otra verdad tras las apariencias, un velo más tras la «desnuda» verdad… Su arte implica la certeza de que las “realidades” engañan y es posible presentir que en muchas de sus obras también la figura de la propia pintora está presente oculta bajo distintos disfraces.

Leonora Carrington, La casa de enfrente, 1945. Témpera sobre panel de madera, 33 x 82 cm. West Dean College of Arts and Conservation.

La iniciación de Carrington

Carrington dejó muy claro en numerosas declaraciones y entrevistas cómo deseaba ser interpretada, juzgada y admirada. La magnifica exposición de MAPFRE, la primera antológica consagrada a la artista que se celebra en España, nos permite juzgar por nosotros mismos, al incitarnos a un acercamiento más detenido, detallado, atento e indagatorio a su obra.

En esta exposición aparecen, por primera vez, algunos de sus trabajos iniciales. Además de acuarelas de figuras femeninas convencionales y alargadas —las más numerosas—, dos óleos pequeños: Hiena en Hyde Park y En casa de las máscaras, llaman la atención. Esas obritas se presentan torpes, pero densas, con una aglomeración de intenciones que oscurecen su sentido y que delatan un magma primigenio de inspiración que más tarde dará lugar a la indudable fecundidad creativa de Leonora y al desarrollo posterior de su talento.

¿Cuándo y cómo se produjo entonces su verdadera iniciación artística? En realidad, de una forma indirecta queda explícita en la exposición por medio de la aparición de algunas obras de las dos personas que fueron más importantes en su vida y obra: el artista alemán Max Ernst y la pintora española Remedios Varo.

Carrington y Ernst

La propia Carrington hizo un inmenso esfuerzo en vida por disminuir la importancia que tuvo Max Ernst en su trayectoria, en su destino y en su pintura. Y, aunque nunca podamos saber con exactitud lo que realmente ocurrió entre ellos después de ese inicio de amour fou y pasión desatada, con el que iniciaron su relación amorosa en Inglaterra, a pesar de sus dieciséis años de diferencia de edad, de lengua, de país y de contexto, y su huida a París, es evidente que Carrington era muy joven y no se había desarrollado como pintora. Los primeros años fueron, sin duda, extremadamente felices y Leonora empezó en seguida a exponer y publicar con el apoyo de los surrealistas. Toda esa felicidad se truncó cuando al estallar la Segunda Guerra Mundial en Francia, Ernst fue arrestado y encarcelado —por ser alemán— y Carrington, desesperada, huyó de Francia y acabo en un hospital psiquiátrico en Santander (España). Pese a que ambos volvieron a reencontrarse en Nueva York, casados con otras personas por cuestiones de supervivencia más que de amor (Ernst con Peggy Guggenheim, Carrington con el diplomático mexicano Renato Leduc), y aunque, seguramente, fueron amantes de nuevo, no pudieron volver a encarrilar su relación. La negación posterior de Carrington a reconocer la importancia de Max en su vida es tan deliberada que indica que algo muy grave o simplemente muy triste tuvo lugar.

Max Ernst, Árbol solitario y árboles conyugales, 1940. Óleo sobre lienzo, 81 x 100 cm. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

Por una parte, es lógico que ella quisiese librarse simbólicamente de esa historia tan dolorosa que estuvo a punto de matarla, de hundirla en la locura. Sin embargo, a todas luces él fue su primer maestro. Eso se puede ver en lo mucho que se asemejan sus obras a las que Ernst estaba realizando durante el tiempo que estuvieron juntos desde su fuga de Londres en 1937, hasta su último refugio, la casa en Saint-Martin-d’Ardèche, comprada con el dinero de la madre de Carrington en 1938, donde residieron hasta 1940. Las obras que ambos hicieron juntos en la casa d’Ardèche nos hablan de una inmensa simbiosis artística entre los dos y hemos de suponer que, posiblemente, también personal y amorosa.

Carrington y Varo

En 1943 Carrington se instaló definitivamente en México. Había renunciado a Ernst y se había separado de Leduc. Remedios Varo y su pareja, el poeta Benjamin Péret, la acogieron en su casa de la calle Gabino Barreda, en la colonia Roma. Varo y Carrington se conocían de París, por pertenecer a la vanguardia más importante de esos años, el surrealismo. Pero entonces Varo pasaba casi desapercibida, no era nada más que una pintora más, una refugiada pobre de un país derrotado por la guerra fratricida y pareja del poeta más humilde del surrealismo francés, mientras que Carrington fue acogida como una reina, por su belleza, juventud —y estatus social— que, junto con la gran importancia de Max Ernst en el grupo, hacían de ellos una power couple celebrada por Breton e inaccesible a los menos importantes, con lo que casi no se trataron.

En México, sin embargo, Carrington era una desconocida y Varo se había hecho con un gran círculo de amistades, muchas provenientes del exilio español. Allí, Varo la acogió casi inmediatamente y la introdujo en su grupo de amigos, que sería quien la protegería y nutriría durante esos años iniciales de México. Incluso le presentó al hombre que luego sería su esposo, el fotógrafo húngaro Chiki Weisz, y a Kati Horna, amiga entrañable de ambas, fotógrafa también y esposa de José Horna, un artista comunista español compañero de Varo de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando.

Kati Horna, Leonora Carrington pintando su cuadro Paisaje de monjas en Manzanillo, h. 1956. Archivo Privado de Fotografía y Gráfica Kati y José Horna.

La importancia de Varo en esos años iniciales de Carrington en México no me parece haber sido suficientemente reconocida, ni tampoco creo haber leído que Carrington hubiese expresado un agradecimiento explícito alguno hacia Remedios de modo voluntario, intencional y claro. Tampoco está presente en los que escriben sobre ella, aunque sí, por supuesto, está referida su gran amistad con Varo.

Remedios Varo, El minotauro, 1959. Óleo sobre masonita, 60 x 30 cm. Colección Stanley and Pearl Goodman.

Incluso se encuentra, a menudo, insinuado desde el entorno de Carrington, que Varo se inspiró artísticamente en Leonora… Sin embargo, desde una perspectiva de sus conocimientos técnicos de pintura, es más probable que fuese al revés, ya que, contrariamente a Carrington, cuyos estudios artísticos fueron escasos e irregulares, Varo sí había cumplido con unos estudios profesionales de arte, tanto en la Escuela de Artes y Oficios como, posteriormente, en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, ambas en Madrid.

No creo que sea adecuado entrar en discusiones por situar a una artista por encima de la otra. Aunque, como el triunfo artístico es un éxito solitario, entiendo la lógica capitalista de aislar a Carrington, para convertirla en una nueva Frida Kahlo y alejarla de una “rival” artística como Varo. Pero ambas son creadoras extraordinarias, amigas intimas y con vivencias comunes, lecturas similares e intereses intelectuales hacia las ciencias ocultas y las distintas dimensiones presentes en el tiempo y en el espacio, temas que seguramente trataron en sus largas conversaciones y del que queda constancia en sus bibliotecas personales; lo que explica fácilmente muchas de sus convergencias.

Esta exposición, por lo tanto, no solo presenta una serie de notables obras de Carrington, que tanto desde el pasado como desde el futuro abren su arte a un gran abanico interpretativo. También realiza un acercamiento al substrato vital de su arte, a la verdad de su vida, a la gente que la acompañó e influyó.

Leonora Carrington, Té verde, 1942. Óleo sobre lienzo, 61 x 76 cm. Museum of Modern Art, Nueva York.

Leonora Carrington. Revelación, Fundación MAPFRE, Sala Recoletos, Madrid. Del 11 de febrero al 7 de mayo de 2023.

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