CATACLISMO

CUANDO LOS COPOS DE NIEVE SE POSAN SOBRE LAS MANGAS DE UN ABRIGO NEGRO

Cuando los copos de nieve se posan sobre las mangas de un abrigo negro

Han Kang recibe el Premio Nobel de Literatura 2024

Menene Gras Balaguer

El Premio Nobel de literatura concedido a Han Kang, a sus cincuenta y tres años, no ha dejado de ser una sorpresa para ella misma ni para sus lectores españoles, más bien por el desconocimiento de la escritora y de su obra que por una valoración crítica de su escritura. De los 119 escritores galardonados hasta ahora con este premio, sólo 17 han sido mujeres y Han Kang es el primer escritor y la primera mujer que gana este premio en Corea. La primera edición en castellano de La vegetariana arrebató a un número inesperado de lectores a los que fascinó el uso poético del lenguaje y la articulación de las palabras que ella convertía en imágenes fascinantes como las que nos hacen ver los copos de nieve sobre las mangas de un abrigo negro, entre otras muchas, que demuestran su capacidad para la contemplación y la observación, al igual que para encontrar aquellas palabras que mejor identifican lo que ella ve, lo que ella piensa y lo que ella siente. La escritura en su caso revela un auténtico trabajo de costura para construir paisajes de soledad, en los que la autora suele narrar en fragmentos discontinuos la vida cotidiana de una mujer isla que sólo se comunica con los árboles y las plantas queriendo ser como ellos. El silencio es para ella como la nieve que cubre sus paisajes y la ayuda a distanciarse de quienes la rodean, para sentirse parte de una naturaleza universal, donde la violencia no existe y es libre para hablar con las hojas y las ramas de árboles y arbustos, o con la lluvia y la nieve que mancha sus paisajes de invierno. La poética que la libera de una existencia precaria no deseada es su salvación, aunque la muerte sea la condición para su metamorfosis.

Por extraño que pueda parecer, la escritora coreana Han Kang (Gwangju, 27 de noviembre de 1970) consiguió imponerse entre aquellos lectores que aún dedican tiempo a descubrir nuevas literaturas y tienen curiosidad por conocer narrativas que sólo nos pueden acercar traductores como Sunme Yoon. Ella es quien se ha ocupado hasta ahora de trasladar su obra del coreano al castellano, demostrando un extraordinario conocimiento de ambas lenguas y su capacidad para interpretar a la autora. Han Kang, que nació en Gwangju y a los nueve años se trasladó con su familia a Seúl, siempre ha estado rodeada de libros y de un padre, Han Sung-won, y un hermano, Han Dong-rim, escritores como ella. Empezó a publicar en la revista coreana Literatura y Sociedad en 1993, antes de escribir la primera antología de relatos, El amor en Yeosu en 1995. Su trayectoria no se inicia con La vegetariana en 2007, libro por el que en nuestro país se descubre a esta escritora que cuenta con numerosos seguidores y que inesperadamente se dio a conocer a raíz de su publicación en castellano y en catalán diez años más tarde. Antes, ya había escrito otras dos novelas, El venado negro (1998) y Tus frías manos (2002), otra recopilación de relatos, El fruto de mi mujer (2000), y un ensayo, Sobre el amor y su entorno (2003). A estos libros siguieron La vegetariana, que se acaba de mencionar, La clase de griego (2011), publicada en castellano por Penguin Random House en 2023, Actos humanos (2014), publicada en castellano por Editorial Rata en 2018 y Blanco (2016), publicado por Editorial Rata en 2020. Decir adiós es imposible (2021) será publicada en castellano en 2025 por Penguin Random House.

Desde la primera edición en coreano, La vegetariana se ha traducido en más de veinte idiomas, aunque en un principio no recibió el elogio de la crítica en su país, hasta que la escritora recibió, tras la traducción en inglés del libro, el Man Booker International Prize de ficción en 2016. Este premio que se creó en 2005 y tiene una periodicidad bianual suele propiciar un reconocimiento mundial de cara al futuro de quienes lo reciben. Además de este galardón, la escritora también cuenta con el Premio Yi Sang, el Premio Artista Joven del Año, el 25.º Premio de Novela Coreana, el Premio de Literatura Hwang Sun-won y el Premio de Literatura Dong Ri. Con Actos humanos quedó finalista del Man Booker Prize en 2018. Hasta entonces dio clases de Escritura Creativa en el Instituto de las Artes de Seúl, que dejó para dedicarse por completo a la escritura.

En España, Rata publicó la primera edición de La vegetariana en marzo de 2017, pero hay que decir que esta pequeña editorial contrató su publicación en castellano y catalán con anterioridad a la concesión del premio, y desde entonces hasta 2019 fueron siete las ediciones del libro, que ahora reedita Penguin Random House. Pese a ser un libro minoritario, se ha convertido en un bestseller internacional. El pretexto para emprender la narración es para la escritora la figura de una mujer que adopta la decisión de no volver a comer carne, un hecho relativamente anecdótico y que no deja de ser muy común actualmente, pero que en la novela desencadena el conflicto hasta acabar con su vida. Primero, con el aislamiento en su matrimonio, se extiende a continuación al ámbito familiar enfrentándose con su marido, y después con su padre y su cuñado, a quienes desprecia. La vegetariana reúne tres relatos en uno solo, que la protagonista, Yeonghhye, atraviesa desde el principio hasta el desenlace, como si se tratara de tres fases o períodos consecutivos en los que se desarrolla el drama de una vida que su protagonista escoge sin admitir injerencias ni recomendaciones por parte de ningún miembro de su familia. Estos relatos son La vegetariana, La mancha mongólica y Los árboles en llamas. En el primero, el marido es quien informa displicente acerca de los antecedentes de su conducta y su narración sólo se interrumpe con algunos sueños de ella en primera persona, pero como si contara lo que pasa en su interior, para ella misma y para nadie más. Consciente de su aislamiento, ella dice ya no puedo dormir ni cinco minutos seguidos. Apenas me abandona la conciencia, sueño. No, ni siquiera se puede decir que sean sueños. Son escenas breves que me asaltan de forma intermitente. Ojos feroces de bestias, formas sangrientas, cráneos abiertos y de nuevo ojos de fieras. Son ojos que parecen nacidos de mis entrañas. En el segundo es el marido de su hermana mayor, artista, con el que acaba manteniendo una relación sexual dudosamente consentida, y el que descubre la mancha mongólica en la parte superior de su nalga izquierda. Y en el tercer pasaje quien narra es su hermana, cuatro años mayor, que vive del recuerdo y visita regularmente a Yeonghhye en el sanatorio psiquiátrico, llevándole la comida que le gusta, aunque ella la rechace una y otra vez, y dejando que le cuente sus sueños.

La clave del desenlace está en esta tercera parte, cuando la protagonista se niega no sólo a comer carne y pescado sino también vegetales. Ya no quiere comer, para no perjudicar tampoco al reino vegetal. Ella acaba creyendo que ya no es tan malo morir, si así puede convertirse en árbol, como los que hay en los extensos bosques de su país. Pensar en la transformación del ser humano en un ser vegetal es lo único que la redime de la violencia de una sociedad que no puede comprender su respuesta a la insatisfacción de un matrimonio convencional y a la inercia de una vida cotidiana precaria que ella se niega a aceptar, sin que nada ni nadie pueda disuadirla. Ser árbol un día es la única opción para sobrevivir en un mundo como el que le ha tocado vivir, durante cien, doscientos o trescientos años, como los árboles más antiguos que beben el agua de la lluvia y no necesitan dormir. Quizá ella lo consiga un día, cree, si se desprende de todo lo que aún la aferra a la condición humana. El mundo, su mundo, sólo será entonces la naturaleza con la que compartirá la vida en las cuatro estaciones.

La hermana mayor está tumbada en el sofá de su casa, y mientras espera que su hijo Jiwu se despierte oye la voz de Yeonghhye diciendo: Me puse cabeza abajo y entonces me empezaron a nacer hojas en el cuerpo y también me salieron raíces de las manos… Las raíces se fueron metiendo bajo la tierra… más y más… Y como estaba a punto de nacerme una flor en el pubis, abrí las piernas… las abrí bien…. Era una voz afable al principio, que acaba deshaciéndose en sonidos animales ininteligibles. Es un sueño despierto, premonitorio de lo que acaece tiempo después, en una de las últimas visitas al centro donde al llegar le dicen que ella lleva treinta minutos cabeza abajo y tiene el rostro completamente rojo. Feliz, cuando su hermana Inhye le muestra los alimentos que le ha traído, Yeonghhye le dice que ya no necesita comer. Acaba de comprobar que los árboles se sostienen al revés con las manos en el suelo y le señala la ventana, para que vea que todos los árboles están cabeza abajo. Aquí repite excitada lo que ella tumbada en el sofá le había oído decir con anterioridad entre sueños con las mismas palabras, agregando que ya no necesita comida sino empaparse de agua. Muy pronto dejaré de hablar y de pensar, ya verás, le dice en la siguiente visita cuando ya lleva tres meses de ayuno. El deterioro es cada vez mayor y de nada sirve intentar alimentarla entubándola, porque ha decidido morir pensando que así podrá ser como esos árboles que ella mira envidiando su suerte.

Blanco es un libro muy diferente, aunque la autora mantiene su estilo inconfundible y esta poética que construye con un lenguaje sencillo y casi coloquial, pero que no deja de asombrar al lector. Ella, que escribe con un pie en el tiempo vivido y con el otro en el vacío, recurre de nuevo a la división en tres partes o capítulos, nombrándolos respectivamente “YO”, “ELLA” Y “TODO LO BLANCO”, y nos abre la puerta a un conjunto de estancias que se suceden a modo de fragmentos o relatos breves que recuerdan el formato de un poemario en prosa, donde la narración transcurre horizontalmente. YO que es el nombre que designa a la escritora anuncia antes de empezar que va a adentrarse en el tiempo aún no vivido, ese tiempo que cae a gotas o como hojas de afeitar, y que identifica con el libro que aún está por escribir. Cree que es demasiado temeraria por intentarlo, pero no sabe hacer otra cosa y no le queda otro remedio que ponerse a escribir. El silencio es demasiado blanco como la nieve cayendo con forma de pequeñas nubes de plumas dispersas en el aire sobre un abrigo negro, o el mar de invierno y el arroz blanco. ¿Qué quería decir que era blanca como un pastel de arroz con forma de media luna? se pregunta la escritora asociando la blancura de la piel de la hermana recién nacida y el trauma de su muerte. La niebla y los fantasmas, la bruma blanca como la leche, la sal y el azúcar, todo es blanco, hasta la lluvia, mientras ella anda por el centro de la ciudad entre los transeúntes pensando que es una isla andante y que su cuerpo es una cárcel.

Ese Yo, que se confunde a propósito con un ella cuando la narración desplaza las palabras de un lugar a otro lugar, siempre ha creído que vino a ocupar con su nacimiento el lugar de la hermana mayor que murió apenas pasadas unas horas tras el parto. La madre apenas tenía veintitrés años y careció de la asistencia que necesitaba debiendo cortar intuitivamente por sí misma el cordón umbilical. No había nadie con ella. No te mueras, repetía, no te mueras, pero la recién nacida cerró los ojos y ya no los volvió a abrir. Yo crecí en el seno de esa historia y esa historia no la abandona en todo el libro, retomándola de nuevo en el desenlace para cerrar el círculo. La opresiva tristeza de la madre que sigue recordando a la hija que murió en sus brazos reaparece al final del libro, y la narradora puede así coser todos los fragmentos de este relato entrecortado. La madre no consiguió hacer nada para evitarlo, porque vivían en un sitio apartado de cualquier centro urbano y no había tiempo para que una ambulancia la llevara al hospital. Sin sentirse culpable, no deja de pensar en esa hija que ahora tendría la edad que ella tenía cuando esto ocurrió. Hubo un tiempo, cuando era pequeña, dice la narradora, que me hubiera gustado tener una hermana mayor, una hermana un palmo más alto que yo, que le cediera su ropa y sus zapatos, que la protegiera o se peleara con ella, pero que la abrazara. Así que para terminar el libro tiene que preguntar a su padre qué hizo con la recién nacida, aunque hayan pasado más de veinte años desde entonces, y éste le contesta que la enterró en el monte envuelta en una tela blanca, él solo, sin que nadie lo acompañara.

La escritora nos va guiando por este laberinto que es por último el libro, con tantas entradas y tan pocas salidas, asaltándonos con sorpresas, porque cada pasaje revela un encuentro con un paisaje donde coloca la lluvia, el mar congelado, y los pinos sobre el acantilado que bordea el mar. La visión que transmite resulta muy pictórica, pareciera que describe pintando un mundo secreto o que escribe imágenes que quisiera pintar. Como si cada palabra construyera una frase por sí sola, Han Kang nombra la nieve, la escarcha, el pañuelo, un diente, el silencio, la lluvia y una mortaja asociando todas estas cosas entre sí, porque son blancas, aunque sólo sea el color lo que las une y que su fuerza se entienda tal vez por considerarlo como el equivalente del vacío. Ahora bien, la naturaleza adquiere una dimensión primordial en el texto, como la tiene en La vegetariana, y aquí muestra cómo la vida copia a la naturaleza y la naturaleza a la vida humana, del nacimiento a la muerte y de ésta a la vida de nuevo, aunque oigamos de nuevo al acabar la lectura la voz que dice no te mueras, no te mueras. Vive. Pero, esta voz ya no es la de su madre sino la suya dirigiéndose a su hijo que acaba de cumplir trece años.

En La clase griego, Han Kang aborda la discapacidad de los protagonistas, un profesor de griego, recién llegado de Alemania, y su alumna, una mujer que ha perdido el habla y cree que la única posibilidad de recuperarla es aprendiendo una lengua muerta. Él, que se encuentra dividido entre dos culturas, la alemana y la coreana, y que regresa a su país sin haber resuelto el conflicto, va perdiendo la vista y teme no tardar en quedarse ciego. Ella, que ha perdido a su madre y la custodia de un hijo de ocho años. Es en estas circunstancias, cuando los dos protagonistas se conocen e inician una relación donde la escucha se convierte en una terapia para ambos, ante la necesidad de superar el dolor y el miedo que experimentan y que la soledad sólo extiende. La escritora crea a dos personajes sensiblemente muy afines a las protagonistas de La vegetariana y de Blanco, diferenciando estos libros de Actos humanos y de Decir adiós es imposible, donde los hechos históricos toman el relevo. El primero porque recupera los hechos acontecidos a raíz de la sublevación de Gwangju en 1980 contra la dictadura militar y la represión que llevó a cabo el ejército causando miles de muertos para sofocar la insurrección, y el segundo de estos libros, por inspirarse en la masacre de la isla de Jeju a finales de 1940 contra quienes se acusó de colaboracionistas, como rememoran la narradora y su amiga Inseon. Han Kang es una escritora que nunca ha ocultado la dificultad para concebir un libro ni el esfuerzo que exige la escritura. Más bien al contrario, esta experiencia ha sido en gran parte la que le ha permitido compartir el destino de sus personajes e identificarse con ellos para poder construirlos o reconstruirlos y narrar mundos en los que podemos reconocernos.

 

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