Rocío de la Villa
Hace ya cinco años que Carlos Jiménez abrió su blog El arte de husmear para sobrepasar las limitaciones que el sistema artístico impone en la actualidad a la crítica que, por definición, en su tarea de interpretación del hecho artístico y los espacios en donde acontece, tiende siempre a cuestionarlos. Con la crisis sobrevenida, esas limitaciones se han concretado: nos estamos quedando sin papel, sin el material físico donde fijar precisiones y especulaciones y sin el reconocimiento de la importancia del rol que desempeñamos. Se afirma que la crítica de arte es obsoleta con el interés de disolverla definitivamente en el desierto de información que publicita sin posibilidad de abrir el diálogo, por si acaso. Ni instituciones, ni mercado, ni la mayoría de agentes y productores parecen dispuestos a mirarse al espejo: el show debe continuar en esta escena que el autor denomina La escena sin fin, ¿sin final, o bien sin finalidad?
Con la buena pluma a la que nos tiene acostumbrad@s, el crítico colombiano y desde hace décadas madrileño de adopción Carlos Jiménez (Cali, 1952) discrimina esta distinción a través de diez artículos publicados en revistas españolas e internacionales de primera línea y procedentes de catálogos y conferencias durante la pasada década, soportes efímeros y olvidadizos que hacen oportuna esta placentera recopilación que, en todo caso, subraya a todas luces la pertinencia del ejercicio de esa crítica que no solo es instantánea, apasionada y política, sino que también sabe volver sobre sí, espigando lo que al cabo pudiera ser la decantación de su aportación a nuestro tiempo. Un ejercicio que Carlos Jiménez ha llevado a cabo bajo diferentes versiones anteriores ensayos, como Travesía del ojo, Extraños en el paraíso, Miradas al arte de los 80, Los rostros de la medusa. Estudios sobre la retórica fotográfica y Retratos de memoria.
En el escenario que dibuja de la primera década del siglo XXI, se funden los espacios del arte de la alta cultura con los espacios mediáticos de la industria cultural, como formas expansivas indistintas entre las que se mueven agentes y públicos, cada vez más coincidentes e indiferenciados. En el inicio, la metáfora del gran teatro de Oklahoma, creada por Kafka en su América, dará paso a un desfile de propuestas de artistas (de Santiago Sierra a Antoni Muntadas) que inciden entre la banalidad de museos y bienales “al servicio de las exigencias del Capital”. Un análisis que se despliega al hilo del dominio del autor sobre los espacios de la arquitectura, y por cuya erudición se traen a colación aquí desde los “palacios de distracción” de Kracauer a la arquitectura muda modernista, la anarquitectura musical y experiencial de Woodstock y el vacío ruidoso de John Cage.
La otra mitad de esta recopilación está dedicada a perfilar trayectorias de artistas, en especial, las de las artistas inscritas en la tradición del arte feminista, un empeño que no es tan frecuente entre los críticos, al menos en este país. Coincidiendo con la importancia que Andreas Huyssen atribuyó en Mass Culture and Woman al feminismo en las artes para el desarrollo de la performance y el body art en el arte contemporáneo, Jiménez traza un recorrido sobre “La artista y su cuerpo en la encrucijada de los feminismos” muy bien traído, partiendo adecuadamente de la autorepresentación de la pionera Frida Kahlo, para pasar a otras protagonistas principales: Carolee Schneemann, VALIE EXPORT, Marina Abramovic, Ana Mendieta, Vanessa Beecroft y que culmina con Regina José Galindo.
Sin duda, es imprescindible la revisión que hace del trabajo bien contextualizado de la escultora colombiana Doris Salcedo, a raíz de su intervención en la Turbine Hall de la Tate Modern en 2007 –y que presta la imagen a la portada de este libro–, también como pieza indispensable de la crítica en el marco poscolonial. Y absolutamente pregnante el ensayo sobre el trabajo de la mexicana Teresa Margolles, siempre centrado en la muerte anónima. Trayectorias sobre el olvido, el silencio y la impunidad que, en la perspectiva de Carlos Jiménez expresan mediante el lenguaje elíptico de la alegoría, visual y sensitivamente, la simultánea y muy influyente noción de homo sacer de Agamben.
Cierra el volumen un sobresaliente ensayo sobre la mirada a propósito de las imágenes pintadas, fotografiadas y videoinstaladas de Oscar Muñoz que, además de ser un penetrante recorrido sobre su evolución, es sobre todo la afirmación de la propia poética del crítico, que sabe que “el ojo no sólo sirve para ver, porque el ojo, como la boca, como el ano, como la piel, es un órgano sexual”, lo que le conducirá a lidiar con las teorías psicoanalíticas de Freud y Lacan para concretar el narcisismo que ya apuntó Rosalind Krauss como síntoma del arte moderno en la autorreferencialidad del arte contemporáneo, en el que se “conjuga la sensualidad con la frigidez”. Sin embargo, por fascinantes que sean los juegos ante el espejo, a tenor de su entera trayectoria y de esta recopilación, presumo que para Carlos Jiménez la mirada oscila permanentemente entre el yo y el otro; y la crítica de arte, la interpretación y el diálogo en esa oscilación.
Carlos Jiménez Moreno, La escena sin fin. El arte en la era de su big bang, editorial Micromegas, Murcia, 2013.