DORA MAAR de VICTORIA COMBALÍA
Mª Ángeles Cabré
“Soy la famosa más desconocida del mundo”, decía la escritora Djuna Barnes. “Soy la famosa más desconocida del Surrealismo”, hubiera podido afirmar Dora Maar (1907-1997), que no sólo formó parte de dicho movimiento de pleno derecho sino que, a día de hoy, sigue siendo uno de sus mayores enigmas; principalmente por su condición de mujer poliédrica, es evidente, pero también por su voluntad de parapetarse tras la apariencia hierática de una esfinge, rasgo que acabó convirtiéndola en un ser tan escurridizo como un reptil.
De ahí que cuando la historiadora y crítica de arte Victoria Combalía volvió a oír su nombre a comienzos de los años noventa, creyera incluso que ya no vivía, cuando en realidad lo hacía y no muy lejos de su ocasional domicilio parisino. Quiso ir a verla pero Dora Maar se mostró inflexible y tan sólo accedió a hablar por teléfono. En esas largas conversaciones, que Combalía logró alargar con astucia y picardía (¡no era fácil esa octogenaria, y lucidísima, Dora Maar!), se halla el germen de esta exhaustiva biografía, donde queda claro que Maar fue mucho más que una de las amantes principales del gran Picasso y que fue ante todo una artista.
No negaremos que la relación Dora-Picasso es esencial también aquí y que si se conoce a Dora Maar es sobre todo como musa del malagueño, que la plasmó en centenares de obras, de entre las cuales podemos destacar Dora y el Minotauro (1936), que simboliza la lucha entre la masculinidad y la feminidad, o la serie Mujer que llora (1937), donde Picasso concentra el dolor por la Guerra Civil Española, aunque la lista de obras donde Dora asoma es larguísima. Engrosó su harén entre 1936 y 1945, aunque para entonces ya hacía un tiempo que el pintor, nada partidario de la monogamia, había decidido ocupar su vacante con una jovencita Françoise Gilot (destinada a sustituirla también, como es lógico, en el papel de musa, con la particularidad de que fue la única que le abandonó).
En ese lapso de tiempo, Picasso no sólo mantuvo con Dora una relación de extrema complicidad intelectual basada en gran medida en la conversación (cosa que el pintor no hallaría en otras de sus compañeras); incluso decía amar a Dora “como a un hombre”, otorgándole un halo más mental que sexual. Sino que Dora Maar, de fuertes convicciones izquierdistas en esos años, hizo lo posible por animarlo a comprometerse políticamente con la República española, aunque ella fuera contraria a su ingreso en el Partido Comunista. Así, cuando Picasso se lanzó a pintar el célebre Guernica, fue ella la encargada de retratar el proceso de creación (llegando incluso a ayudarla con algunos fondos); algunas de esas fotografías cuelgan hoy de las paredes del Reina Sofía.
Porque Dora Maar, en realidad Henriette Theodora Markovitch, ante todo fue fotógrafa y su verdadero talento lo reveló en la fotografía (aunque en honor a la verdad hubiera preferido hacerlo en la pintura, campo en el quiso emular a su adorado Picasso, lamentablemente sin destacar). Algunas de sus fotos son hoy verdaderos emblemas surrealistas, como Retrato de Ubu, o aquella publicidad de 1936 para la loción capilar Pétrole Hahn, donde sobre una ondulada melena navega un barquito de vela, y sin lugar a dudas el retrato del rostro de Nush Éluard cubierto con una tela de araña (Los años os acechan, 1936).
De este detallado repaso de la existencia de Dora Maar a que Combalía ha dedicado dos décadas de trabajo, acaso quepa destacar quiénes fueron las muchas Dora antes del genial pintor: la estudiante de arte, la incipiente fotógrafa profesional que trata con Cartier-Bresson, la muchacha sexualmente liberada amante de Bataille, la amiga del grupo teatral Octobre (creado a imagen y semejanza de La Barraca)… Fue también la retratista de las miserias urbanas, bastante en la línea del trabajo que hizo en esos mismos años una Dorothea Lange; y asimismo de la Barcelona del Mercado de la Boquería y de las extravagantes arquitecturas gaudianas.
De ello cabe deducir que con o sin Picasso, Dora Maar hubiera confraternizado igualmente con los surrealistas, con Breton a la cabeza (de hecho fue amiga de liceo de Jacqueline Lamba, que se convertiría en su esposa). Este es pues un buen rescate de la multiplicidad de caras de Dora Maar, sin que Picasso aparezca como eje principal, y también la confirmación de que seguramente sin Pablo Picasso, Henriette Theodora Markovitch hubiera sido igualmente Dora Maar. Lo que no quita para que Maar cumpliera a la perfección durante la etapa picassiana con aquello que afirmó la pintora Leonora Carrington sobre las mujeres surrealistas: “Adorábamos al maestro y dábamos vueltas para él”.
También tiene gran interés saber quién fue Dora después de Picasso, incluidos los brotes psicóticos y las sesiones de psicoanálisis con el mismísimo Lacan, pues Maar llegó a exponer en algunas de las principales galerías de su tiempo, aunque muriera como quien dice en el olvido. “Después de Picasso, sólo Dios”, exclamaba al parecer a diestro y siniestro mientras gozó de sus favores. De ahí que cuando este la abandonó (a su amigo James Lord –autor de Picasso y Dora– le contó que no se había suicidado para no darle esa alegría al pintor), se trastornó y optó por lanzarse de cabeza hacia un catolicismo claustrofóbico que la condujo a morir en la absoluta soledad. Está claro que Picasso habrá sido un inmenso regalo para el arte del siglo XX, pero un castigo para quienes lo sufrieron de cerca (dos de sus parejas se suicidaron y uno de sus nietos también), aunque a su muerte colgaran de las paredes del piso parisino de Dora Maar ciento treinta “picassos”.
La biografía que comentamos abunda en jugosos detalles. tanto de su persona como del entorno artístico de esas décadas cruciales para la Historia del Arte, aunque acaso podrían haberse evitado algunas repeticiones (fruto sin duda de la larga gestación del texto). Recordar que en los noventa el interés de Combalía por la artista se tradujo en una primera exposición en España, que tuvo lugar en la Fundación Bancaixa de Valencia en 1995, que a su vez devino años después en una triple retrospectiva que viajó a Munich, Marsella y Barcelona. Para la primavera se anuncia una muestra, comisariada por ella, en ese delicioso museo veneciano que fue el taller de Mariano Fortuny. Más adelante, sería fantástico poder disfrutar de una colectiva de las fotógrafas surrealistas: Lee Miller, Meret Oppenheim, Claude Cahun y, cómo no, Dora Maar.
Victoria Combalía, Dora Maar, Circe Ediciones, Barcelona, 2013.
Dora Maar, Los años os acechan, 1932-1935