CATACLISMO

VANESSA WINSHIP. LA FRAGILIDAD DEL LÍMITE

Vanesa Winship

VANESSA WINSHIP. LA FRAGILIDAD DEL LÍMITE
María Rosón Villena

El pasado 30 de mayo de 2014, con la primera exposición retrospectiva del trabajo fotográfico de Vanessa Winship, se inauguró la nueva sala de exposiciones de Fundación Mapfre, esquina al Paseo de Recoletos 27. Esta institución da así continuidad a la programación fotográfica que desde 2009 desarrollaba en la sala Azca, hoy ya cerrada. Como subrayó en la rueda de prensa Pablo Jiménez Burillo, director de la Fundación Mapfre, que la fotografía venga al centro de la ciudad es una clara apuesta de esta institución por el medio, aunque centraliza aún más la oferta cultural de la capital en la “milla del arte”.

Vanessa Winship (Barton-upon-Humber, Reino Unido, 1960) es una fotógrafa formada en la década de los ochenta en la Polytechnic of Central London (actualmente Westminster University) en cine, vídeo y fotografía. Se graduó en 1987 con un trabajo fin de carrera sobre cine, titulado Crime and Punishment of the Masculine Woman, lo que ya evidencia el interés de Winship sobre la construcción de las identidades de género a través de la cultura visual, aspecto que desarrollará en su praxis fotográfica posteriormente. Esto no nos ha de extrañar, pues durante estos años de estudiante, entra en contacto con esa “posmodernidad de resistencia” que tuvo a la fotografía en el centro del debate angloamericano –especialmente desde la revista October–, e iniciarse en líneas de pensamiento como el posestructuralismo, el psicoanálisis (lacaniano particularmente) o el feminismo. Adquiere una sólida base teórica donde el medio fotográfico ya no se entiende como documento sino como construcción y representación, y las preocupaciones que acompañan a la fotógrafa en su recorrido creativo, aquellas que pasan por la identidad, el cuerpo y la vulnerabilidad, surgen, pues, de estos años de intensos cuestionamientos. De igual modo, su elección del blanco y negro también se debe a esta contestación hacia la percepción social de la fotografía como medio que reproduce “lo real”, pues para Winship el mundo lo vemos en colores, frente al blanco y negro fotográfico que ya nos alerta que estamos frente a una convención visual. Durante esos años conoce a George Georgiou, fotógrafo británico de origen chipriota que se convertirá en su pareja y compañero, desarrollando una producción artística en colaboración pero siempre diferenciada, sin fundirse el uno en el otro como otras parejas fotográficas, por ejemplo los Becher.

Su trabajo fotográfico se ordena por series; las fotografías no tienen título, pero en muchas ocasiones pequeños textos poéticos seleccionados por la propia artista acompañan a las fotografías, para abrir o ajustar, según el caso, el significado polisémico de la misma. Lamentablemente, en la exposición el montaje no ha atendido a esta cuestión y solo podremos disfrutar de este aspecto o bien gracias al audiovisual sobre el Mar Negro que se encuentra en la sala, donde la inolvidable voz de la fotógrafa va leyendo los textos a medida que las fotografías van pasando, o bien gracias al catálogo, magníficamente editado.

En 1999, Winship se traslada a la región de los Balcanes, justo en el momento en que se inicia la diáspora de albanokosovares desde Serbia a territorios colindantes. Surge desde ese año y hasta 2003, la primera serie que podemos ver en la exposición, titulada Estados y deseos imaginados. Travesía de los Balcanes. A través de microhistorias subjetivas, completamente alejadas de cualquier pretensión informativa totalizadora, Winship aborda el drama de los refugiados a través de un leguaje poético, ciertamente onírico. Su imaginario es prolífico, desde el monumento conmemorativo procedente del periodo comunista a la mitología, como es el caso del muchacho que tuerce su cuello para mirarse en un espejo de una barbería improvisada en un campo kosovar en Albania, el cual es comparado con Narciso en el texto que acompaña a la fotografía. Inspirada por la literatura de Ismaíl Kadaré y el cine de Theo Angelopoulos o Emir Kusturica, la serie nos muestra una recolección de instantes que, en definitiva, indagan sobre la fragilidad de las fronteras en un mapa geopolítico convulso, y el efecto que esto tiene sobre las personas: un hombre que acarrea una pesada maleta, metáfora de su identidad, o esa niña mirando de reojo sobre la que se refleja un militar y la propia fotógrafa inclinada, que distinguimos con su cámara réflex de 35 mm; un símbolo de las miradas oblicuas o de las distintas capas de significado sobre ese complejo mapa humano de los Balcanes que recompone fragmentariamente Winship.

1 “Era una ciudad sorprendente que, como un ser prehistórico, parecía haber surgido bruscamente en el valle una noche de invierno y, arrastrándose penosamente, se había aferrado a la falda de la montaña. No resulta fácil ser niño en esta ciudad”. Ismaíl Kadaré, Crónica de Piedra.

Mar negro, entre la crónica y la ficción es la serie a la que se dedica entre 2002 y 2010, recogiendo las regiones bañadas por el Mar Negro de los países de Turquía, Georgia, Rusia, Ucrania, Rumanía y Bulgaria, a pesar de que en ningún momento va a indicar a qué Estado pertenece cada fotografía. Esta elección viene motivada porque, para Winship, este mar oscuro y mítico, protagonista absoluto de todas las fotos, deviene una frontera, pero esta vez natural, una entidad emocional e identitaria como ha estudiado Neal Ascherson, que contribuye con un texto al catálogo de la muestra. Un complejo y poético mosaico de imágenes donde impera el retrato humano de los territorios y las gentes separadas y unidas por el Mar Negro a lo largo del tiempo, donde la fotógrafa problematiza, de nuevo, la frontera geopolítica inscrita en el mapa y aborda un viaje, literal y metafórico, a través del Pontus Axenos [el mar inhóspito], o también, por la orillas del “patio trasero de Europa”, como escribe Carlos Martín en el catálogo.

El abordaje masivo al retrato comienza en esta serie con la contraposición de los positivos de los luchadores turcos y las invitadas de boda ucranianas, donde la construcción de la masculinidad y feminidad se hace evidente a través de las poses, repetidas y serializadas, captadas con una cámara de placas de gran formato. La feminidad parece que viene definida por el adorno, en referencia a la mascarada, frente a la semidesnudez de los luchadores. En Georgia. Semillas que el viento lleva (2008-2010), junto a retratos individuales donde investiga rostros que ella misma califica de “ancestrales, distinguidos y completos”, encontramos las únicas imágenes en color de la exposición: fotografías de retratos en pintura que están situados en las tumbas de los cementerios. Pero, sin duda, la culminación del género del retrato se produce con Sweet Nothings: escolares de la Anatolia oriental (2007), un trabajo clave en su producción, que la dio a conocer definitivamente en el panorama internacional y que consideramos su serie más brillante.

Sweet Nothings se trata de un conjunto, casi seriado, de retratos de niñas escolares uniformadas en una zona rural del este de Anatolia, en interiores o exteriores despojados; una zona que, desde una perspectiva occidental, identificamos casi como “remota”, entre las estribaciones meridionales del Cáucaso y el inicio de la meseta persa. Caracterizada por la desbordante variedad étnica y pluralidad de fenotipos, lo que llamó la atención de Winship fue la presencia del uniforme, que se señala como una estrategia de homogenización. Este marco de acción, el uniforme, es una manera de profundizar en la pose, el gesto y el sentido de grupo y comunidad de estas escolares que habitan zonas fronterizas. Y darles, a través del retrato, un espacio donde ellas se sintieran importantes. También la serie indica, a través de su título, la posibilidad de resistencia frente a la homogenización. Sweet Nothings significa “naderías de amor” o “vanas lisonjas” y se refiere a las frases de amor, extrañamente escritas en inglés, que aparecen bordadas en los uniformes de las muchachas. Junto a los cuellos, esos bordados diferencian a las escolares, pues cada madre ha “customizado” el uniforme de hija de manera diversa y así la diferencia. La identidad individual emerge, como micropolítica de resistencia, frente a la radical homogenización que pretende el Estado y con ella la pluralidad.

The Rural schoolgirls of the Eastern Anatolian borderlandsShe dances on Jackson (2011-2012) constituye otro de sus trabajos más potentes. Gracias al prestigioso galardón de la Fondation Henri Cartier-Bresson –ha sido la primera mujer en recibir este premio– emprende otro viaje, esta vez, tal y como hizo Telémaco cuando fue a buscar a su padre Ulises, de oriente a occidente, y nótese que el padre de Winship falleció al tiempo que ella desarrollaba esta serie, lo cual, como es evidente, tiñe las fotografías de desasosiego y melancolía. Un viaje por los Estados Unidos para enfrentarse al declive del “sueño americano”, tal y como hicieron grandes nombres de la fotografía como Robert Adams, Robert Frank o Walker Evans, lo cual supone un inevitable diálogo y ciertamente un desafío. Estados Unidos, ese territorio que pensamos conocido, se convierte en lugar desconocido a través de la extraña mirada de Winship, marcada por la decepción y la fragilidad. Encontramos cada vez menos retratos, aunque reflejan una madurez que pasa por la búsqueda de la inmediatez, al tiempo que consigue la penetración psicológica y la conexión íntima, a favor del paisaje. Un paisaje siempre humanizado, generalmente anodino y lleno inscripciones, pues de alguna manera el tema que subyace en muchas de las fotografías es la marca, ya sea la grieta sobre el territorio o el tatuaje sobre la piel. La preeminencia del paisaje sobre el retrato es total en Humber (2010), una serie dedicada al paisaje del estuario del río Humber, situado en su tierra natal, donde volver siempre es difícil, tal y como afirmó la artista. Cada vez más abstracta, nos muestra ese paisaje despojado y un tanto lunar que bien podría asemejarse a un paisaje emocional interno. Por último, en 2014, el último trabajo de Winship se centra en Almería. Producido por la Fundación Mapfre e inspirada por Campos de Níjar de Juan Goytisolo (1960), Almería se convierte en la intersección de tantas cosas: la mina de oro –hoy abandonada–, las canteras de mármol, el spaguetti western o la huerta de plástico, allí donde lo que falta es el agua. Esta serie, de nuevo, nos lleva a través de esos paisaje humanos a una suspensión entre la historia y el espacio.

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Desde sus primeras series, el trabajo de Winship se dedica a explorar conceptos tan significativos como la identidad, la vulnerabilidad, el cuerpo y la frontera dentro de una concepción de la fotografía que lejos de tratar de referirse a la “realidad” o el “documento” es una superficie de construcción e inscripción subjetiva marcada por quién la realiza. Sin embargo, las personas que aparecen en sus fotografías no son actores y sus paisajes no son escenografías, de ahí ese lugar in-between que ocupa su trabajo entre la ficción y la crónica, la historia y la memoria. Estas reflexiones se encarnan tanto en personas como en lugares, pues podemos indagar a través de sus fotografías cómo los procesos históricos se inscriben en la piel, cómo los rasgos nos hablan de las normas culturales y sus herencias, cómo los uniformes determinan la pertenencia al grupo, aunque siempre exista la posibilidad de resistencia. Su trabajo indaga en cómo las personas nos relacionamos con el territorio, ya sea a través de la geopolítica y su investigación sobre la frontera, ya sea a través de la indagación subjetiva sobre la experiencia y la identidad. De aquellos lugares “remotos” más allá del Danubio –territorios donde en el inconsciente colectivo de muchos europeos se sitúa el “otro”, el “oriental”– a otro territorio fronterizo entre Europa y África, Almería, pasando por un Estados Unidos de decepción y recesión, el viaje fotográfico que nos presenta Winship se localiza en la fragilidad del límite y la frontera de la historia, la política, la identidad y la memoria.

Vanessa Winship, TEA, Santa Cruz de Tenerife. Del 7 de noviembre de 2015 al 22 de febrero de 2016.

Vanessa Winship, Centro Andaluz de Fotografía, Almería. Del 29 de abril al 28 de junio de 2015.

Vanessa Winship, Sala de Exposiciones San Benito, Valladolid. Hasta el 13 de octubre de 2014.

Vanessa Winship, Fundación Mapfre, c/ Bárbara de Braganza 13, Madrid. Del 30 de mayo al 31 de agosto de 2014.

 

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