MI BIOGRAFÍA ROJA
Kika Fumero
Mes, regla, período, menstruo… vocablos todos que hacen referencia a intervalos regulares de tiempo en que se produce un fenómeno. Fenómeno que, en este caso, no se designa; muy por el contrario, se invisibiliza. Llueven los eufemismos para referirnos a la sangre que expulsamos las mujeres por la vagina cada mes: el primo o el inquilino comunista (¿la masculinizamos encima?), la visita de cada mes, el mal de las buenas mozas… Y aquí empezamos con los estigmas: “el mal de las buenas mozas”. Paso por alto el término en sí de “moza» (que daría para otra tesis): si somos “buenas” es porque aún estamos en edad “de merecer”, esto es, de procrear (de «merecer» un polvo para quedarnos embarazadas, imagino). Para el resto supongo que somos malas mozas (o no tan buenas) y, por tanto, poco o nada mereceremos, puesto que ningún refrán indica lo contrario. Para que después me digan que no estamos sometidas al machismo más despiadado, sucio y cruel.
Pero ahí no queda todo. Vayamos más lejos. En francés hay una expresión que reza «être indisposée» o, lo que es lo mismo, «estar indispuesta». Vuelven a medirnos según nuestra capacidad de procrear. Si no eres capaz de engendrar, no eres mujer. O, al menos, no una mujer completa. «Estar indispuesta» significa que una mujer se encuentra en esos días del mes en que su cuerpo desecha sangre y, por tanto, no puede contribuir al crecimiento de la natalidad.
Observamos cómo el rol de procreadora de la mujer está tan intrínsecamente ligado a su condición de ser humano, que nuestro valor en la sociedad es directamente proporcional a nuestra capacidad de reproducción. Hasta tal punto, que si por cualquier motivo una de nosotras tuviese que someterse a una operación en la que nos extirparan los ovarios y/o la vagina, pasaríamos a ser mujeres vacías. «La vaciaron», dirían. Nos convertiríamos en la sombra de lo que fuera una mujer. Nuestra cotización en la sociedad se vería altamente perjudicada a la baja.
Con la menstruación pasa como con el aborto. Si fueran los hombres quienes se quedasen embarazados, el aborto no estaría prohibido; muy por el contrario, sería una práctica legalizada. «Si los hombres menstruasen» es el famoso artículo de la escritora y feminista americana Gloria Steinem, una magnífica activista a quien debemos su trabajo de periodismo de campo e investigación Yo fui una conejita de Playboy. En «If men could menstruate» –publicado en el libro My littles red book (1978)– la autora ironiza: «Ellos presumirían de cuánto y durante cuánto tiempo. Hablarían de ello como un envidiado rito de masculinidad. Se celebrarían fiestas y ceremonias religiosas (…). Los productos sanitarios estarían subvencionados y saldrían gratis. (…) Los intelectuales, sin duda, ofrecerían los argumentos más morales y lógicos. ¿Cómo va una mujer a dominar las disciplinas que requieren un sentido del tiempo, del espacio, de las matemáticas o la medida, por ejemplo, si no dispone de ese don innato para la medición de los ciclos de la luna y los planetas, y por ende, para la medición de cualquier cosa?».
Un fenómeno tan natural como es la menstruación, ese sangrado mensual que se produce en el cuerpo de la mujer, se ha utilizado en nuestra cultura como arma arrojadiza contra todas nosotras. Nos han hecho creer que la menstruación interfiere en nuestro bienestar y, por tanto, ha de ser escondida e incluso aniquilada con productos farmacéuticos. En los medios y en la literatura en general se habla de todo: embarazo, sexo, traición, muerte, romance… ¿Por qué se oculta la menstruación? ¿Por qué la enmudecemos? La menstruación de la mujer ha sido socialmente manipulada y empleada como una herramienta más de control e invisibilización.
Por ello, a partir del trabajo de Zanele Muholi, comencé a documentarme sobre otras mujeres que también habían reivindicado su sangre menstrual y pintado con ella. La mujer curiosa sin remedio que habita en mí no supo evitar la tentación y decidí dar rienda suelta a mi necesidad de experimentar con mi propia sangre.
Zanele Muholi me movió dentro y despertó una parte de mí que estaba dormida. Me hizo conectar con todas esas mujeres víctimas de violaciones correctivas, y/o de asesinatos por su orientación sexual, a quienes dedica su trabajo Isilumo Siyaluma (2006-2011). Como Zanele, yo también sangro por todas y cada una de esas vidas; sangro por cada cuerpo violado, por cada mujer negra y lesbiana asesinada; sangro por cada derecho humano quebrantado, por cada vida vulnerada.
En una segunda menstruación decidí plasmar mis “Huellas”, y así titulé esa serie. Mi manos, las yemas de mis dedos y las plantas de mis pies se visten de rojo; se empapan de propia sangre. Imprimo así mi huella, la impronta de mi raíz. Y revivo el pasado, conecto con el principio de mi biografía roja, allí donde comienza mi historia personal con la menstruación. ¿Alguna vez han conectado con su propia regla, con la primera vez, con todo el tabú que nos grabaron a fuego, un tabú que poco a poco se fue convirtiendo en esquemas fijos y estables que nos han ido minando con el fin de censurarnos, de controlarnos?. Pensé en llamar a este artículo “Mi coño rojo”. Y tal vez el significado hubiese sido mucho más acertado, por su extensión. Pero al final me decanté por hablar de nuestras propias biografías. De las de tantas y tantas mujeres plasmadas a través de las cámaras de las fotógrafas a las que hemos dado luz; y de la mía propia, que fue el origen de este trabajo.
Me he pasado la vida detestando la sangre de mi vagina, mi propia sangre. Y, como yo, millones de mujeres. El porqué es obvio: esa sangre nos convertía en seres inferiores, en brujas, en malditas… No nos explican nuestro cuerpo, nos esconden nuestra propia esencia. Crecemos sintiéndonos sucias y nos hacen vivir con vergüenza, cada mes, algo tan natural como es la menstruación. Cuatro o cinco días todos los meses. Eso es mucho tiempo. Eres una descarada si en público dices que tienes la regla, eres una guarra si hablas de ello con naturalidad. Aprendemos, como con todo, a sufrirlo en silencio, a apañárnoslas discretamente para no dar mala imagen. Y así aprendemos a sentirnos sucias y a avergonzarnos cuando nos violan, cuando nos viene la regla y sangramos, cuando sentimos placer y nos masturbamos… Crecemos en una cárcel sucia llamada Vergüenza. Y por muchas fregonas que nos adhieran a las manos desde muy pronto, en ninguna escuela la vida nos enseñan a limpiar nuestra celda. No sabemos sacarle brillo a tanta suciedad que acumulan en nuestro propio ser mujer.
En todo este periplo sangriento en el que he ido, una vez más, deconstruyendo mitos y reconstruyéndome, conocí a una gran profesional a quien tanto debo en este camino de coágulos y piedras: Judith Vizcarra. La sintonía fue mutua y fuerte, enseguida conectamos y no dudé en colaborar con ella y en participar en su proyecto: Nuestra sangre.
Antes de acercarme a su estudio, Judith me pidió que le enviara mi motivación a lanzarme con ella en esta aventura junto con otras mujeres que participan en su proyecto. Sentada en el avión destino a Barcelona, una hora antes de aterrizar, abrí mi tablet y escribí el texto que le enviaría nada más aterrizar. Cuando llegué a su estudio, ambas sabíamos lo que queríamos denunciar.
Reivindico mi regla porque me he sentido discriminada por tener vagina y sangrar. Reivindico mis óvulos muertos por todos aquellos meses (ya perdí la cuenta) en que me hicieron llorarlos en un duelo doloroso y cruel por no poder acometer mi obligación con la maternidad. Y una vez establezco esta relación íntima con mi cuerpo, reivindico mi sangre de mujer en memoria de todas aquellas mujeres que han muerto víctimas de la violencia machista en la que nos sigue educando esta sociedad. «Semen corrompido» la llamaba Aristóteles. El verdadero semen corrompido no es más que el maltratador, aquel que ejerce el poder contra las mujeres en las distintas esferas de la vida cotidiana. Inferior no es mi vagina. Inferior es quien la oprime y pretende controlarla y decidir por ella, quien la viola y penetra en un intento de corregirla. Sus manos, las de ese monstruo, sí están manchadas y sucias de sangre, y no las mías cada vez que me quito el támpax o me masturbo mientras me baja la regla. Ya está bien de hacernos sentir a nosotras las sucias. Reivindico únicamente la sangre que tiene que ver con la vida. Y no otra.